Tuesday, February 6, 2018

Oraciones del Sacramento de la Confesión


Es mejor confesarse el día Anterior de la Comunión, durante el servicio Vespertino. Para confesarse el mismo día de la Comunión hay que venir temprano, antes de la Misa, porque el Sacerdote no puede dejar el servicio ya comenzado. La confesión durante la Misa alarga el servicio y hace esperar a los demás fieles. Ese tipo de confesión apurada no corresponde al gran Sacramento y lo denigra, como si fuera una simple ceremonia.
El penitente se persigna, besa la Cruz y el Evangelio, se arrodilla (si es posible) y confiesa con arrepentimiento sus pecados ante el Sacerdote. Este da unas indicaciones y a veces le dice hacer una correspondiente penitencia. El sacerdote cubre después la cabeza del penitente con el "Epitrajil" y lee la Oracion de Absolución.

Troparios

Ten piedad de Nosotros, Señor, ten piedad de Nosotros; porque pecadores como somos no podemos presentarte ninguna excusa, sólo ofrecemos a nuestro Soberano esta Oración: ¡Ten piedad de Bosotros!
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Ten piedad de Nosotros, Señor, porque en Ti ponemos nuestra esperanza; no levantes tu ira contra nosotros, no te acuerdes de nuestras iniquidades; míranos con misericordia y líbranos de nuestros enemigos, porque Tú eres nuestro Dios y Nosotros somos tu pueblo, somos todos obra de tus manos e invocamos tu nombre.
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

¡Bendita Madre de Dios! Ábrenos las puertas de la misericordia para que nosotros, que ponemos en Ti toda nuestra esperanza no perezcamos, sino que por tu intercesión seamos libres de toda calamidad, porque Tú eres la Salvación del pueblo cristiano.

Señor ten Piedad (12 veces).


Dios nuestro Salvador, que por medio del profeta Natan, perdonaste a David sus pecados; que recibiste la súplica de Manases para el perdón de los pecados, recibe a tus siervos que se arrepienten de los pecados que han cometido. Por tu amor a la humanidad, acepta su arrepentimiento, y perdónales los pecados y faltas. Señor, Tu has dicho que no quieres la muerte del pecador, sino que deseas que se convierta y viva y nos has mandado perdonar los pecados hasta setenta veces siete, pues tu misericordia es tan inmensa con tu majestad. ¿Y si tuvieses en cuenta los pecados, Señor, quien podría resistir? Tú eres el Dios de los arrepentidos y te glorificamos, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.

Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, Pastor y Cordero, que tomaste los pecados del mundo, y que perdonaste a los dos deudores, y has dado el perdón de sus pecados a la pecadora. Tu mismo Soberano, apacigua, perdona los pecados y transgresiones voluntarias e involuntarias, las cometidas con conocimiento o por ignorancia, en incumplimiento o desobediencia, de éstos, tus siervos. Y lo que fue pecado como hombre, por la carne y viviendo en el mundo y siendo seducidos por el diablo. Lo pecado de palabra, en acción, a sabiendas o por ignorancia. Si rompieron con la palabra sacerdotal, o una promesa o se encontraban bajo juramento sacerdotal, o cayeron en anatema o incumplimiento de su promesa. Tu mismo, oh Dios bueno e inocente Soberano, bendice desatar por la palabra a tus siervos, perdonándoles por tu gran misericordia sus propios juramentos y maldiciones. Soberano y Señor amante de la humanidad, escúchanos a los que rogamos a tu bondad por estos tus siervos, perdona todos sus pecados, pues eres muy misericordioso y libéralos del tormento eterno. Tú has dicho, oh Soberano, lo que ates en la tierra, será atado en los cielos y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos.
Pues Tú eres el Único sin pecado y a Ti te elevamos gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amen.

He aquí, hijo, Cristo invisiblemente esta parado y recibe tu confesión, no te avergüences ni temas, y no me ocultes nada. Sin titubear dime todo lo que cometiste, para recibir el perdón de nuestro Señor Jesucristo. He aquí, su icono está ante nosotros. Yo soy solo un testigo, que atestiguaré ante Él, todo lo que me digas. Y si me ocultas algo, estarás pecando gravemente. Pon atención, pues has venido a un lugar de curación, no sea que salgas sin haber sido sanado.

La confesión se lleva a cabo ante un atril que contiene el Evangelio y una cruz. El que viene a confesarse besa el santo Evangelio y la cruz y confiesa sus pecados ante el sacerdote (si es posible de rodillas). El sacerdote le aconseja, puede darle alguna "epitimia" y colocando el epitrajil sobre la cabeza del arrepentido reza:


Roguemos al Señor. Señor ten piedad.
Señor Dios Salvación de tus siervos, misericordioso y generoso y muy paciente, que te arrepientes de nuestras maldades y no deseas la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva. Tu mismo ahora ten misericordia de tu siervo (Nombre) y otórgale la forma del arrepentimiento, el perdón de los pecados y la absolución, perdonándole todo pecado voluntario e involuntario. Recíbelo y reintégralo a tu Santa Iglesia, en Cristo Jesús Señor nuestro. Junto con Él, te pertenece el poder y la magnificencia, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amen.

Que el Señor y Dios nuestra Jesucristo, por la gracia y las generosidades de su amor a la humanidad, te perdone a ti (Nombre) todos tus pecados y yo, indigno Sacerdote, por la autoridad que me fue conferida, te perdono y desato todos tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.

Después de la última Oración, el arrepentido besa la Cruz y el Evangelio, pide la bendición al sacerdote y se retira agradeciendo a Dios.


Notas.
Epitimías — Penitencia con Piadosa Obediencia (2 Cor. 2:6), que por las reglas de la iglesia, el Sacerdote, como Médico Espiritual. Indica a algunos Cristianos para sanarlos de sus enfermedades espirituales, por ejemplo, Ayuno complementario, Oraciones de Penitencia con genuflexiones en numero indicado, limosnas, lecturas de Sagradas Escrituras y otros ejercicios Piadosos.
Las Penitencias no tienen carácter de castigo, son acciones correctivas, curadoras, pedagógicas. Su finalidad es profundizar la tristeza por los pecados cometidos y sostener la decisión de corregirse. El Apóstol dice: "La tristeza que es según Dios Produce Arrepentimiento para Salvación… la tristeza del mundo Produce Muerte" (2 Cor. 7:10). La regla del 6-o Concilio Universal dice: "Los que tienen el poder de Dios de atar y desatar, deben ver la calidad del pecado y la voluntad del pecador para conversión y así usar los remedios adecuados a la enfermedad. Al no considerar correctamente la medida, se puede perder la salvación del enfermo. La enfermedad del pecado no es uniforme, sino diversa y polifacética y puede producir muchas clases de daños, donde el mal se desarrolla y se extiende hasta que lo pare la fuerza del curador.
En la iglesia antigua la confesión transcurría en forma diferente a la practica actual. Ya que los Cristianos comulgaban cada domingo, o a menudo, — la confesión no era obligatoria. Para confesarse, venían según la necesidad. A veces, en el caso de pecados graves, que podían servir de tentación a otros fieles, la confesión se hacia a viva voz, en presencia del sacerdote y los feligreses. En la iglesia Irtodoxa Griega, no se confiesa antes de cada comunión y se hace en tiempo especial, indicado por el Padre confesor, en el confesionario, en tiempo, no vinculado con la Liturgia. El Santo Padre Juan de Kronstadt, casi nuestro contemporáneo, no tenía posibilidad de hacer confesiones individuales (debido a la gran cantidad de Penitentes), él realizaba a menudo confesiones generales, donde tomaban parte miles de personas. Muchos se confesaban en voz alta y públicamente se arrepentían. Estas confesiones generales transcurrían con un gran entusiasmo espiritual y dejaban una imborrable huella en los participantes.
Sin depender de las condiciones externas en que se realice, la confesión es un gran sacramento y esto exige una seria y piadosa atención. Su fin es realizar una curación del alma por la Gracia. Una confesión apurada unos minutos antes de la Comunión, no es un tratamiento correcto de este Sacramento. Hay que venir con tiempo, con el corazón arrepentido y la fe en la fuerza curadora de la Gracia Divina.
Así en el Sacramento de la Confesión, el Señor nos dio un medio poderoso para luchar con el pecado. Preparándonos para la confesión, aprendemos a seguir con atención nuestra vida interior, entender mejor nuestras debilidades y las astucias de nuestro tentador — el diablo. La confesión sincera ante el sacerdote nos ayuda a vencer nuestro orgullo y cortar los hilos de las pasiones, con los cuales nos envolvió el diablo.
Después de una sincera penitencia y purificación en la confesión, cae una piedra pesada de nuestro corazón y nos sentimos aliviados, renovados e iluminados. De nuevo renacen nuestros sentimientos buenos, el deseo de amar a Dios y al prójimo. Así, habiendo hecho una profunda penitencia, por la experiencia personal nos convencemos cuan misericordioso es hacia nosotros el Señor y cuan activa es Su Gracia. ¡Valoremos ese enorme medio de curación espiritual y pidamos a Dios de darnos la conciencia para vivir piadosamente, para que todos nuestros pensamientos, palabras y actos se dirijan hacia la gloria de Su Santo Nombre!. 
 
Catecismo Ortodoxo
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Oraciones de Penitencia en Casa.

Te ofrezco, oh Señor misericordioso, la pesada carga de mis innumerables pecados, con los cuales peque ante Ti, comenzando desde mi juventud hasta el día de hoy.
Pecados del pensamiento y sentimentales. He pecado ante Ti, oh Señor, siendo desagradecido a Ti y tu misericordia, con el olvido de tus mandamientos e indiferencia para contigo. He pecado por mi poca fe, dudando en temas de la fe y con libertinaje en los pensamientos. He pecado con superstición, apatía hacia la Verdad y con el interés a enseñanzas no ortodoxas. He pecado con pensamientos blasfemos e inmundos, sospechosos y aprecivos. He pecado con atadura al dinero y a los elementos de lujo, diversiones pasionales, celos y envidia. Perdóname y ten piedad de mí, oh Señor.
He pecado deleitándome con pensamientos pecaminosos, ansiedad por los placeres y debilidad espiritual. He pecado con ilusiones, vanagloria y vergüenza falsa. He pecado con el orgullo, menosprecio a las personas y esperanza en mi mismo. He pecado con el desaliento, pena mundana, desesperación y quejas.
He pecado irritándome, siendo rencoroso y malvado. Perdóname y ten piedad de mi, oh Señor.
Pecados de palabra. He pecado con palabras vacías, risa vana y burlas. He pecado conversando en el templo, mencionando el nombre de Dios en vano y juzgando a mis prójimos. He pecado utilizando palabras cortantes, siendo pendenciero y haciendo indicaciones mordaces. He pecado con espíritu cicatero, ofendiendo al prójimo y con fanfarronería. Perdóname y ten piedad de mi, oh Señor.
He pecado bromeando indecorosamente participando en cuentos y conversaciones indecentes. He pecado quejándome, con el incumplimiento de mis promesas y con falsedad. He pecado utilizando palabras injuriosas, insultando al prójimo y maldiciendo. He pecado divulgando rumores depravados, calumnias y denuncias.
Pecados de hecho. He pecado con la pereza, perdiendo el tiempo en vano y faltando a los oficios religiosos. He pecado llegando tarde frecuentemente a los oficios religiosos, con negligencia y distracción en la oración y con falta de entusiasmo espiritual. He pecado desdeñando las necesidades de mi familia, desdeñando la educación de mis hijos y con el incumplimiento de mis obligaciones. Perdóname y ten piedad de mi, oh Señor.
He pecado con la gula, comiendo de mas y faltando a los ayunos. He pecado fumando, abusando de las bebidas alcohólicas y utilizando métodos para exitarme. He pecado ocupándome demasiado de mi imagen exterior, fijándome con deseo, observando cuadros y fotografías obscenas. He pecado escuchando música ruidosa, conversaciones pecaminosas y cuentos indecentes. He pecado con comportamiento seductor, masturbándome y fornicando. He pecado con diferentes distorsiones sexuales y con infidelidad. (Aquí hay que arrepentirse y confesar los pecados que son vergonzosos para enumerarlos en voz alta). He pecado aceptando el aborto o participando en él. Perdóname y ten piedad de mí, oh Señor.
He pecado con amor al dinero, con afición a los juegos de azar y deseo de enriquecimiento. He pecado con pasión por mi carrera y el éxito, codicia y prodigalidad. He pecado negando a ayuda a los necesitados, avidez y avaricia. He pecado siendo cruel, duro, seco y falto de amor. He pecado con el engaño, robo y concusión. He pecado visitando adivinadoras, con la invocación de malos espíritus y con costumbres supersticiosas. Perdóname y ten piedad de mí, oh Señor.
He pecado con explosiones de ira, maldad y tratando groseramente al prójimo. He pecado con la irreconciabilidad, venganza, insolencia e impertinencia. He pecado: fui caprichoso, antojadizo y puntilloso. He pecado con la desobediencia, terquedad e hipocresía. He pecado tratando con descuido los objetos sagrados, cometiendo sacrilegio e blasfemando. Perdóname y ten piedad de mí, oh Señor.
También he pecado en palabras, pensamientos, obras y con todos mis sentidos, a veces involuntariamente, pero más frecuente en forma consciente y por mi terquedad y costumbre pecaminosa. Perdóname y ten piedad de mí, oh Señor. Recuerdo algunos pecados, pero por mi indolencia y desatención espiritual, he olvidado la mayoría por completo. ¡Ay de mí, si me presentare con ellos ante el Terrible Tribunal de Dios!
Ahora, sinceramente y con lagrimas, me arrepiento de todos mis pecados realizados conscientemente o por ignorancia. Caigo ante Ti, Misericordioso Señor Jesús, mi Salvador y Pastor, y te ruego que me perdones como aquella vez al ladrón crucificado junto a Ti. Te pido, oh Señor, que me limpies y me hagas digno y sin condenación de ser participe de tus Purismos Sacramentos para la renovación de mi alma. También te ruego que me ayudes a odiar todo mal y todo pecado, por completo dejar de pecar, y en los días que le restan a mi vida, fortalecerme en el firme deseo de vivir cristianamente, para el bien, la verdad y para gloria de tu Santo nombre. Amen.

Salmo 50
 Ten piedad de mí, ¡oh, Dios conforme con tu gran misericordia! Según la multitud de tus piedades, borra mi iniquidad. Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mi iniquidad y mi pecado está siempre ante mí. Sólo contra Ti he pecado y lo malo hice delante de Ti. A fin de que perdonándome aparezcas justo en tus palabras y quedes victorioso cuando juzgues. En iniquidad he sido concebido y en pecado me dio a luz mi madre. Tú amas la verdad, Tú me revelaste los secretos y recónditos misterios de tu sabiduría. Rocíame con hisopo y seré purificado; me lavarás y quedaré más blanco que la nieve. A mi oído darás gozo y alegría y se regocijarán mis huesos abatidos. Aparta tu rostro de mis pecados y borra todas mis iniquidades. Crea en mí, ¡oh, Dios! Un corazón puro y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo. Devuélveme la alegría de tu salvación y confórtame con Espíritu Soberano. Enseñaré a los prevaricadores tus caminos y los pecadores se convertirán a Ti. Líbrame de la sangre, ¡oh, Dios, Dios de mi salvación! Y proclamará gozosa mi lengua tu verdad. Señor, abre mis labios y mi boca publicará tu alabanza. Porque si hubieras querido sacrificio, los hubiese ofrecido; no quieres holocausto. El espíritu compungido es el sacrificio para Dios; un corazón contrito y humillado Dios no lo despreciará. Haz bien, Señor, con tu benevolencia a Sión, edifica los muros de Jerusalem. Entonces te agradarán los sacrificios de verdad, las ofrendas y los holocaustos; entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.

Piensa hermano o hermana, que no hay pecado que sobrepase la misericordia de Dios. Él mismo pues, prometio a los arrepentidos: "...si vuestros pecados fueran como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana." (Isaías 1; 18).
Catecismo Ortodoxo 
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El Triodo (Pre-Cuaresma).

La temporada pascual de la Iglesia está precedida por la temporada de la Gran Cuaresma, que a su vez está precedida por su propia preparación litúrgica. El primer signo de la aproximación de la Gran Cuaresma se produce cinco domingos antes de su inicio. En este Domingo, la lectura del Evangelio trata sobre Zaqueo, el recaudador de impuestos. Cuenta cómo Cristo trajo la salvación a este hombre pecador y cómo cambió profundamente su vida simplemente porque “buscaba ver a Jesús para conocerlo” (Lucas 19:3). El deseo y esfuerzo por ver a Jesús inicia todo el movimiento a través de la cuaresma hacia la Pascua. Es el primer movimiento de salvación.

El siguiente domingo es el del Publicano y el Fariseo. La atención se centra aquí sobre los dos hombres que fueron al templo a orar: uno, un fariseo que era un hombre de religión decente y justo, el otro, un publicano que era un verdadero pecador y recaudador de impuestos que estaba engañando a la gente. El primero, aunque realmente justo, se jactó ante Dios y fue condenado, según Cristo. El segundo, aunque realmente pecador, suplicó misericordia, la recibió, y fue justificado por Dios (Lucas 18:9). Aquí, la meditación es que ni tenemos la religiosa piedad del fariseo ni el arrepentimiento del publicano por el que podamos ser salvados. Somos llamados a vernos como somos realmente a la luz de la enseñanza de Cristo, y suplicar Su misericordia.

El siguiente domingo en la preparación para la Gran Cuaresma es el domingo del Hijo Pródigo. Al escuchar la parábola de Cristo sobre el amoroso perdón de Dios, somos llamados a volver nosotros mismos, como hizo el hijo pródigo, a vernos como seres “en un país lejano”, lejos de la casa del Padre, y a hacer el movimiento de regreso a Dios. El Maestro nos da toda la seguridad de que el Padre nos recibirá con gozo y alegría. Sólo debemos “levantarnos e ir”, confesando nuestra auto infligida y pecadora separación de aquel “hogar” al que verdaderamente pertenecemos (Lucas 15:11-24).

El siguiente domingo es llamado el domingo de la Abstinencia de Carne, pues es oficialmente el último día antes de Pascua, para comer carne. Conmemora la parábola de Cristo sobre el Juicio Final (Mateo 25:31-46). En este día se nos recuerda que no nos es suficiente con ver a Jesús, vernos como somos, y volver a la casa de Dios como sus hijos pródigos. También debemos ser sus hijos siguiendo a Cristo, Su Divino Hijo Unigénito, viendo a Cristo en todo hombre y sirviendo a Cristo a través de ellos. Nuestra salvación y juicio final dependerá de nuestras obras, no sólo de nuestras intenciones o de las misericordias que Dios nos conceda por nuestra propia cooperación y obediencia personal.

“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; estaba enfermo y me visitasteis; estaba preso, y vinisteis a verme. En verdad os digo: en cuando lo hicisteis a uno solo, el más pequeño de estos mis hermanos, a Mí lo hicisteis” (Mateo 25:35-36, 40).

No somos salvados principalmente por la oración y el ayuno, no sólo por “las obras religiosas”. Somos salvados por servir a Cristo a través de su pueblo, el fin hacia el que toda piedad y oración se dirige en definitiva.

Finalmente, en la víspera de la Gran Cuaresma, el día llamado domingo de los lácteos y Domingo del Perdón, cantamos el exilio de Adán del paraíso. Nos identificamos con Adán, lamentando nuestra pérdida de la belleza, dignidad y delicia de nuestra creación original, y lamentándonos por nuestra corrupción en el pecado. También escuchamos en este día la enseñanza del Señor sobre el ayuno y el perdón, y entramos en la temporada del ayuno perdonándonos unos a otros para que Dios nos perdone.

“Si, pues, vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial os perdonará también; pero si vosotros no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestros pecados” (Mateo 6:14-16).
 
Catecismo Ortodoxo 
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