Sunday, December 30, 2018

El mandamiento del amor a Dios ( San Basilio el Grande )

Amar a Dios no necesita maestro. 
Así como sin algún aprendizaje nos alegramos de la luz, y deseamos el bien. La misma naturaleza enseña a amar a los padres, aquellos que nos educaron y nos alimentaron. Así lo mismo, en una manera muy superior y no de alguien, aprendemos a amar a Dios. Desde el nacimiento hay en nosotros como una semilla, una fuerza espiritual, una inclinación, una capacidad para el amor. En la escuela de los mandamientos de Dios esta fuerza del alma se desarrolla, se alimenta y, por gracia de Dios, llega a la perfección... Pues es necesario saber que el amor a Dios es una virtud, pero ella con su fuerza abraza y cumple todos los mandamientos: "Jesús les respondió: El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabra. Mi padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a el y viviremos en él" (Jn. 14:23). Otra vez repite: "En estos dos mandamientos se basa toda la Ley y los Profetas" (Mt. 22:40). Así pues por la naturaleza humana, los hombres aspiran a cosas hermosas y buenas, y no hay algo mejor, más hermoso, que el bien: Dios es el mismo bien. Por eso el que desea el bien, desea a Dios. Aunque nosotros no conoceremos como El es bueno, pero ya el saber que El nos creó es suficiente, para que lo amemos por sobre todo y continuamente estemos unidos a El, como los hijos están unidos a su madre.
 
San Basilio el Grande 
 
Catecismo Ortodoxo
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Tuesday, December 25, 2018

Ábreme las puertas del arrepentimiento, Oh, Dador de Vida! ( San Juan Maximovitch )


Ábreme las puertas del arrepentimiento, Oh, Dador de Vida!

La palabra griega metanoia expresa Arrepentimiento. En el sentido literal, significa un cambio de mente. En otras palabras, el arrepentimiento es un cambio de disposición, de modo de pensar, un cambio del yo interno. Es la reconsideración de los puntos de vista de una persona, un cambio en la vida de la persona.

¿Cómo puede ser esto? De la misma forma que un cuarto oscuro en el que entra un hombre, se ilumina por los rayos del sol. Al mirar a su alrededor, puede observar ciertas cosas pero también hay muchas otras que no ve y que ni siquiera sospecha que están allí. Muchas se perciben de manera bastante diferente de lo que son en realidad. Tendrá que moverse con cuidado, al no saber qué obstáculos pueda encontrar. Cuando el cuarto se ilumine el verá todo con claridad y podrá moverse libremente.

Lo mismo sucede en la vida espiritual.

Cuando estamos inmersos en el pecado y nuestra mente se ocupa solo de los cuidados mundanos no notamos el estado de nuestra mente. Somos indiferentes a lo qué somos en nuestro interior y persistimos en el camino falso sin enterarnos de ello.

Pero luego un rayo de la Luz de Dios penetra en nuestra mente. Vemos la impureza en nosotros! Cuánta mentira, cuánta falsedad! Cuán repulsivas muchas de nuestras acciones resultan ser, creyendo nosotros que eran buenas. Entonces vemos claramente cuál es el sendero verdadero.

Si reconocemos nuestro vacío espiritual, nuestra impureza y con sabiduría deseamos nuestra enmienda – estaremos cerca de la salvación. De las profundidades de nuestras almas exclamaremos a Dios: "¡Ten misericordia de mí, Oh Dios, ten tu grandiosa misericordia!" "Perdóname y sálvame", " Concédeme ver mis propias faltas y no juzgar a mi hermano".

Cuando la Gran Cuaresma comienza, apresuremos a perdonar los daños y ofensas. Que siempre escuchemos las palabras del Evangelio para el Domingo del Perdón: Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. (Mat. 6: 14-15).
Catecismo Ortodoxo
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Tuesday, December 18, 2018

Fundamentos de la Fe Ortodoxa.

El Símbolo de la Fe
EL SÍMBOLO DE LA FE (El Credo) es una oración en la cual están presentadas, con breves pero exactas palabras, las verdades fundamentales de la fe ortodoxa.
El hombre sin fe es comparable a un ciego. La fe le permite al hombre obtener el conocimiento espiritual, que le ayuda a ver y comprender la esencia de lo que pasa a su alrededor, la razón de la creación, la finalidad de la existencia, lo que es correcto y lo que no lo es, hacia donde debe orientarse, etc.
 
Informe histórico
DESDE LOS ANTIGUOS tiempos apostólicos, los cristianos utilizaban los llamados "símbolos de la fe" (o credos) para recordar las mas importantes verdades de la fe cristiana. En la antigua Iglesia existían varios símbolos de fe sucintos. En el siglo IV, cuando aparecieron las falsas doctrinas acerca de Dios Hijo y el Espíritu Santo, se suscitó la necesidad de completar los símbolos de antaño.
El Símbolo de la fe que estamos tratando fue compuesto por los Padres del Primer y Segundo Concilio Ecuménico (universal). En el Primer Concilio Ecuménico fueron redactados los siete primeros artículos de este Símbolo, y en el segundo, los cinco restantes. El Primer Concilio Ecuménico tuvo lugar en Nicea en el año 325 de la era cristiana, con el fin de afirmar la verdadera doctrina acerca del Hijo de Dios en contraposición a la falsa doctrina de Arrio, que sostenía que el Hijo de Dios fue creado por Dios Padre. El Segundo Concilio Ecuménico fue celebrado en el año 381 en Constantinopla para afirmar la doctrina verdadera del Espíritu Santo en contraposición a la falsa doctrina de Macedonio, que había rechazado la divina dignidad del Espíritu Santo. De acuerdo con los nombres de las dos ciudades en las cuales se reunieron los Padres del Primer y Segundo Concilio Ecuménico, el Símbolo lleva en nombre de Niceo-Constantinopolitano.
El Símbolo de la fe se divide en 12 artículos. En el primer artículo se habla de Dios Padre; desde el segundo hasta el séptimo artículo se habla de Dios Hijo; en el octavo artículo, de Dios Espíritu Santo; en el noveno, de la Iglesia; en el décimo, del bautismo y finalmente, los artículos undécimo y duodécimo expresan la resurrección de los muertos y la vida eterna.
 

El texto del Credo
CREO EN UN SOLO DIOS, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios nacido del Padre, antes de todos los siglos; luz de luz; verdadero Dios de Dios verdadero. Engendrado no hecho; consubstancial al Padre, por Quien fueron hechas todas las cosas. Quien por nosotros los hombres y para nuestra salvación, bajó de los cielos y se encarnó del Espíritu Santo y María Virgen, y se hizo hombre. Fue crucificado también para nosotros bajo el poder de Poncio Pilatos, padeció, fue sepultado. Resucitó al tercer día según las escrituras. Subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre. Y vendrá por segunda vez lleno de gloria a juzgar a los vivos y a los muertos y su Reino no tendrá fin.
Y en el Espíritu Santo, Señor y Vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado que habló por los profetas.
Y en una Iglesia Santa Católica y Apostólica. Confieso un solo bautismo para la remisión de los pecados. Y espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero. Amén.
 
¿En qué creemos
conforme con el Símbolo?

INICIAMOS EL SÍMBOLO con la palabra "creo," porque el contenido de nuestros conceptos religiosos no se basa en la experiencia exterior, sino en la aceptación de las verdades divinas reveladas, ya que los objetos y fenómenos del mundo espiritual no pueden verificarse por medios de laboratorio, ni comprobarse con recursos de la lógica: entran en la esfera de la experiencia religiosa personal del hombre. Sin embargo, cuanto más crece el hombre en la vida espiritual, por ejemplo rezando, pensando en Dios o haciendo obras buenas, más se desarrolla en él la experiencia espiritual interior y con tanto mayor claridad se le manifiestan las verdades religiosas. De esta manera la fe se hace para el hombre creyente el objeto de su experiencia personal.
Creemos que Dios es la plenitud de la perfección: es el espíritu perfectísimo que no tiene ni principio ni fin, eterno, todopoderoso y sapientísimo. Dios omnipresente ve todo y sabe lo que todavía no ha acontecido. Es infinitamente bueno, justo y santísimo. No tiene necesidad de nada y es la causa primaria de todo lo existente.
Creemos que Dios es único por su esencia y trino en Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; Santísima Trinidad, unida e indivisible. El Padre no nace ni procede de ninguna otra entidad; el Hijo ha nacido en la eternidad del Padre; el Espíritu Santo, desde la eternidad, procede del Padre.
Creemos que todas las Personas o hipóstasis de Dios son equivalentes entre sí, conforme con la perfección, el poder, la majestad y la gloria Divinas; es decir que creemos que el Padre es Dios verdadero y perfectísimo, que el Hijo también es Dios verdadero y perfectísimo, al igual que el Espíritu Santo, que es asimismo Dios verdadero y perfectísimo. Por lo tanto, en las oraciones glorificamos simultáneamente al Padre, Hijo y Espíritu Santo como Dios Único.
Creemos que todo el mundo visible e invisible fue creado por Dios. Al principio Dios creó el mundo invisible angélico, llamado en la Biblia " firmamento" o "cielo", y luego el nuestro, mundo material o físico (según la Biblia, "la tierra"). El mundo físico fue creado por Dios de la nada, pero no repentinamente sino de un modo gradual en períodos denominados en la Biblia "días." Dios creó el mundo no por obligación o necesidad, sino por su Beneplácito, para que otras entidades creadas por Él, también gocen de la vida en medio de su creación. Siendo infinitamente bueno, Dios ha creado todo bueno. El mal ocurre en el mundo debido al uso de la libre voluntad, con la cual Dios ha dotado a los ángeles y a los hombres. Por ejemplo, el diablo y los demonios otrora fueron ángeles buenos, pero luego se sublevaron contra Dios y voluntariamente se convirtieron en espíritus malignos. Estos desobedientes Angeles convertidos en demonios fueron expulsados del Paraíso y formaron su tenebroso reino llamado Infierno. Desde aquel entonces incitan a los hombres al pecado y actúan como enemigos de nuestra salvación.
Creemos que Dios sostiene todo por su poder, es decir que todo lo dirige a todos y todo lo lleva a un beneficioso fin. Dios nos quiere y cuida de nosotros como una Madre a sus hijos. Por consiguiente no podrá ocurrirle nada malo al hombre que se encomienda a Dios.
Creemos que el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, descendió del cielo para nuestra salvación y se encarnó por obra del Espíritu Santo en el cuerpo de la Doncella María. Siendo Dios desde la eternidad, en la época del rey Herodes adoptó nuestra naturaleza humana, con alma y cuerpo, y por lo tanto es al mismo tiempo Dios verdadero y Hombre verdadero, o sea Dios-Hombre. Él, en una Persona Divina combina ambas naturalezas: la Divina y la Humana. Estas dos naturalezas permanecen en Él para siempre sin experimentar ningún cambio, sin fundirse ni transformar una naturaleza en otra.
Creemos que Nuestro Señor Jesucristo, al vivir sobre la tierra, iluminó al mundo con Su doctrina, ejemplo y milagros, es decir, que enseñó a los hombres en qué deben creer y cómo deben vivir para heredar la vida eterna. Con sus oraciones dirigidas al Padre, por el cumplimiento absoluto de su voluntad, con su pasión y muerte en la Cruz venció al diablo y redimió al mundo del pecado y de la muerte. Mediante su resurrección de entre los muertos, estableció nuestra resurrección. Después de su Ascensión al cielo con su cuerpo, lo que ocurrió al 40 día después de su resurrección, el Señor Jesucristo se sentó a la diestra de Dios Padre, es decir que asumió como Dios Hombre el poder único que tiene con su Padre, y desde aquel entonces dirige el destino del mundo juntamente con su Padre.
Creemos que el Espíritu Santo, al proceder de Dios Padre (solamente), desde el principio del mundo, junto con el Padre y el Hijo, otorga existencia a las criaturas, les da vida y las guía. Es la fuente de la bienaventurada vida espiritual para los ángeles, al igual que para los hombres; y al Espíritu Santo se le debe gloria y adoración conjuntamente con el Padre y el Hijo. En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo habló por medio de los profetas, luego, en el principio del Nuevo Testamento, habló por los apóstoles, y en la actualidad actúa en la Iglesia de Cristo, instruyendo en la verdad a sus pastores y a todos los Cristianos Ortodoxos.
Creemos que Jesucristo, para la salvación de los que creen en Él, fundó en la tierra la Iglesia haciendo descender sobre los apóstoles el Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Desde aquel entonces el Espíritu Santo permanece en la Iglesia, en esta bendita sociedad o unión de los creyentes cristianos, y guarda la pureza de la doctrina de Cristo. Además, la gracia del Espíritu Santo, que permanece en la Iglesia, purifica a los que se arrepienten de sus pecados, ayuda a los creyentes para que tengan éxito en sus buenas obras y los santifica.
Creemos que la Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica. Es Una porque todos los Cristianos Ortodoxos, aunque pertenezcan a diferentes iglesias locales nacionales, forman una sola familia junto con los ángeles y los santos del cielo. La unidad de la Iglesia se funda en la unidad de la fe y la gracia. La Iglesia es Santa porque sus fieles hijos se santifican por la palabra de Dios, la oración y los Santos Sacramentos. La Iglesia se denomina Católica (Universal) porque está destinada a los hombres de todos los tiempos y nacionalidades. La Iglesia se llama Apostólica, porque conserva la doctrina de los Apóstoles y la sucesión apostólica se transmite incesantemente hasta nuestros días de un obispo a otro en el Sacramento de la Ordenación. Según la promesa de Jesucristo, la Iglesia permanecerá invencible para los enemigos hasta el fin del mundo.
Creemos que en el Sacramento del Bautismo se perdonan al creyente todos sus pecados y que por medio de este Sacramento, los creyentes se hacen miembros de la Iglesia. Para ellos queda franqueado también el acceso a los otros sacramentos para su salvación. Así, en el Sacramento de la Confirmación (Unción con el óleo) se proporciona al creyente la gracia del Espíritu Santo; en el Sacramento del Arrepentimiento se perdonan los pecados cometidos en uso de conciencia después del Bautismo; en el Sacramento de la Eucaristía, que se lleva a cabo durante la Liturgia, se efectúa la comunión de los fieles con el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo; en el Sacramento del matrimonio se establece la inseparable unión entre los esposos; en el Sacramento del Orden Sagrado se consagran los servidores de la Iglesia: diáconos, Sacerdotes y Obispos; y en el Sacramento de la Unción a los Enfermos (que se realiza con 7 Sacerdotes, o, de no ser posible, con la cantidad que haya) se ofrece la curación de las enfermedades espirituales y físicas.
Creemos que antes del fin de este mundo Jesucristo, acompañado por los ángeles, volverá a la tierra con gloria. Entonces cumpliendo su palabra, resucitarán todos los muertos; es decir, que tendrá lugar un milagro por el cual las almas de los muertos volverán a los cuerpos que tenían antes de morir, es decir, revivirán. Durante la resurrección universal, los cuerpos de los rectos, resucitados o todavía vivientes, se renovarán y se espiritualizarán a imagen de la Resurrección de Cristo.
A continuación de la resurrección, todos los hombres comparecerán ante el juicio de Dios para recibir conforme con los actos realizados en la vida corporal, hayan sido éstos buenos o malos. Después del juicio, los pecadores no arrepentidos pasarán al eterno suplicio, mientras que los rectos pasarán a la vida eterna. De esta manera comenzará el Reino de Cristo que no tendrá fin.
Con la palabra final "Amén" testimoniamos que aceptamos de todo corazón la confesión citada de la Fe Ortodoxa, la cual consideramos verdadera.
El Símbolo de la fe es leído por quien recibe el bautismo (catecúmeno) durante el Sacramento del Bautismo. En el caso del bautismo de un niño es leído por los padrinos. Además, el Símbolo de la fe se canta en el templo durante la Liturgia, y se debe leer diariamente durante las oraciones matutinas. Una lectura atenta del Símbolo de la fe influye substancialmente sobre nuestra fe. Esto se debe a que el Símbolo de la fe no es una simple confesión de fe sino una oración. Pronunciando con espíritu de oración la palabra "creo" y otras palabras del Símbolo, vivificamos y afirmamos nuestra fe en Dios y en todas las verdades que están contenidas en el mismo. Precisamente por eso es tan importante para los cristianos ortodoxos leer diariamente o cuando menos regularmente el Símbolo de la Fe.



Obispo Alejandro Mileant
 
Catecismo Ortodoxo 
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Thursday, December 13, 2018

La Doctrina de Nuestro Señor Jesucristo. ( Obispo Alexander Mileant )


Acerca de su doctrina Jesucristo dijo así: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Y todo aquel que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn. 18:37). Por eso, nosotros, debemos recibir con reverencia cada palabra de Cristo como absoluta e indiscutible verdad, y sobre basar sobre ella nuestra vida y nuestra concepción del mundo.
Jesucristo enseñó sobre sí mismo como el Salvador de la humanidad "El Hijo del hombre ha venido para salvar lo que se había perdido... vino para servir y para dar su vida en rescate por muchos" (Mt.18:11 y 20:28). El Hijo de Dios, hizo suya la misión de salvar a la gente, haciendo la voluntad de su Padre que amó de tal manera al mundo, que "ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en El cree, no se pierda, y tenga vida eterna" (Jn. 3:16).
Jesucristo enseñó que El es de la misma naturaleza con el Dios Padre. "Yo y el Padre, Somos uno" (Juan 10:30). Jesucristo también enseñó que al mismo tiempo descendió del cielo y a la vez está en el cielo. Simultáneamente permanece en la tierra como hombre y permanece en el cielo como Hijo de Dios siendo Dios hombre (Jn. 3:13). "Por eso todos deben honrar al Hijo, como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió" (Jn. 5:23). Jesucristo profesó la verdad de su naturaleza divina incluso antes de sus sufrimientos en la Cruz, y por esta razón fue condenado a muerte por el concilio. Los miembros del concilio le comunicaron a Pilato: "Nesotros tenemos una ley y según nuestra ley debe morir porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios" (Jn. 19:7.).
Habiendo dado la espalda a Dios, la gente se confundió en sus ideas religiosas acerca del Creador, su naturaleza inmortal, el sentido de la vida, lo que está bien, lo que está mal. El Señor Jesucristo revela al hombre las bases de la fe y la vida, Jesucristo marca el rumbo de sus pensamientos y aspiraciones. Mencionando las exhortaciones del Salvador, los Apóstoles escriben que: "Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en las sinagogas, y predicando el evangelio del Reino" (Mt. 9:35). A menudo el Señor empezaba sus enseñanzas con las palabras: "el Reino de Dios se parece a... " De esto se debe concluir que, según Jesucristo la gente está llamada a recibir salvación no individualmente, sino en conjunto, como una familia espiritual a través de todos los medios de gracia; que Él proveyó a la Iglesia. Estos medios se pueden definir con dos palabras: Gracia y Verdad. (La gracia, es una fuerza invisible dada por el Espíritu Santo, que ilumina la inteligencia del hombre, dirige su voluntad a hacer el bien, fortalece sus fuerzas del alma, le trae paz interior y alegría pura y santifica todo su ser).
Hablando de la salvación, Jesucristo, enseñó acerca de las condiciones necesarias para que el hombre entre en su Reino de gracia. Nos enseño cómo debe vivir y a qué debe aspirar el cristiano y cómo es la naturaleza y organización de su Reino. Ahora vamos a analizar los distintos aspectos de la doctrina del Salvador.


A) ¿Cómo entrar al Reino de Dios?

El primer paso en el camino de la salvación es la fe en Jesucristo, como enviado de Dios, Salvador del mundo, y reconocer que "El es el camino, la verdad y la vida que nadie puede llegar al Padre si no es a través de Él" (Jn. 14:6). A la pregunta de los judíos ¿qué hay que hacer para agradar a Dios? Jesús contestó: "La obra de Dios es ésta: creer en aquél que Dios ha enviado" (Jn. 6:29). "El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que se rehusa a creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios estará sobre él" (Juan 3:36). La fe en Jesús consiste no sólo en reconocerlo a El como Hijo de Dios, sino hacerlo humildemente, como lo haría un niño, es decir, de una manera simple, confiando y con todo el corazón aceptar sus enseñanzas sin interpretaciones propias ni enmiendas. El Señor espera de nosotros una fe así de sincera, cuando dice: "De cierto os digo, que si no volvéis y os hacéis como niños no entrareis en el Reino de los cielos" (Mateo 18:3). Esta fe de corazón en el Salvador esclarece la mente del hombre, ilumina todo el camino de su vida con la promesa del Salvador: "Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn. 8:12).
El Señor cuando atraía a la gente a su Reino hacia un llamado a llevar un modo de vida piadoso, cuando dijo: "Arrepentios porque el Reino de los Cielos se ha acercado" (Mt. 4:17). Arrepentirse significa censurar todo acto propio de pecado, cambiar la manera de pensar y tomar la firme decisión, con la ayuda de Dios, de empezar un nuevo modo de vida basado en el amor a Dios y al prójimo.
Sin embargo, para empezar una vida piadosa, no es suficiente sólo desearlo sino que es indispensable, además la ayuda de Dios, que Dios brinda al creyente en el bautismo de gracia. En el bautismo al hombre se le perdonan todos los pecados, él nace para un modo de vida espiritual, y se convierte en ciudadano del Reino de Dios. El Señor dijo lo siguiente acerca del bautismo: "El que no renaciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne y lo que nace del Espíritu es espíritu" (Jn. 3:5-6). Cuando mandaba a los Apóstoles a evangelizar por todo el mundo, Jesucristo los exhortó: "Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os He mandado" (Mt. 28:18). Además: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo, mas el que no creyere será condenado" (Marc. 16:10). Las palabras "Todas las cosas que os He mandado," subrayan la pureza de la doctrina del Salvador, en la cual todo es importante e indispensable para la salvacion.


B) Acerca de la vida Cristiana.


En los nueve preceptos de las Bienaventuranzas, (Mt. Cap. 5) Jesucristo definió el camino para la renovación espiritual. Este camino está compuesto de: humildad, arrepentimiento, mansedumbre, aspiración a una vida de bien, en las acciones de caridad, limpieza de corazón, hacer la paz y confesar los pecados. Con las palabras: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos." Jesucristo llama al ser humano a la humildad, al reconocimiento de sus pecados y de su debilidad espiritual. La humildad es el principio o fundamento para la corrección del ser humano. De la humildad proviene el arrepentimiento: pena por sus deficiencias, pero: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Recibirán perdón y pacificación de la conciencia. Una vez obtenida la paz del alma, el hombre mismo se hace apacible, manso. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra heredada," recibirán lo que a ellos les quita gente saqueadora y agresiva. Después de estar limpio por el arrepentimiento, el hombre empieza a extrañar las buenas obras y la rectitud. "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de verdad porque ellos serán saciados." Es decir, con la ayuda de Dios, conseguirán la verdad. Una vez que él mismo ha sentido la gran misericordia de Dios, el hombre empieza a sentir compasión hacia otras personas. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzaran misericordia. El misericordioso se desprende de su apego pecaminoso a las cosas materiales y la luz de Dios penetra en él como en agua limpia de un manso lago. Bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. Esta luz da al hombre la sabiduría necesaria para dirigir espiritualmente a otras personas para que estén en paz con ellos mismos, con el prójimo y con Dios. "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados Hijos de Dios',. El mundo pecador no puede soportar la auténtica rectitud y se levanta con odio contra los que la ostentan. Pero no hay que afligirse. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la verdad porque de ellos es el Reino de los cielos."
Más adelante en el sermón de la montaña (Mt. Cap. 5 y 7) el Señor enseña no vengarse, a superar el sentimiento de rencor, a ser castos, a ser fieles a su palabra, a perdonar a los enemigos, a aspirar una auténtica rectitud, que hay en el corazón del hombre; explica como dar limosna, como orar y ayunar para que estas obras sean del agrado de Dios. Más adelante nos llama a no acaparar y a tener esperanza en Dios, nos enseña a no juzgar al prójimo y ser constantes en las buenas obras.
El Señor enseña a no atarse a los bienes materiales y terrenales porque: "¿De qué le sirve a uno si ha ganado el mundo entero, pero se ha destruido a sí mismo (perdió su propia alma)? ¿Qué podría dar para rescatarse a sí mismo?" (Marc. 8:36-37). Porque el hombre que busca enriquecerse está lejos de Dios, "Porque donde esta vuestro tesoro, ahí estará también vuestro corazón" (Luc. 12:34). Lo mejor para el hombre es encontrarse en contacto personal y estar en gracia de Dios, por eso Cristo llama: "Buscad el Reino de Dios y todas esas cosas os serán añadidas" (Mt. 6:33). Cuando habló del valor espiritual del Reino de Dios, Jesucristo en una de sus parábolas dijo que "El Reino de los Cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, y que habiendo hallado una perla preciosa fue y vendió todo lo que tenía y la compró"(Mt. 13:45 46).
La salvación del alma debe ser el primordial anhelo del hombre. El camino de la renovación espiritual suele ser difícil por eso: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos son los que entran por ella porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan" (Mt. 7:13-14). El cristiano deber soportar las penas ineludibles sin murmurar, ya que son su cruz de todos los días. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt. 16:24). En resumen: "El Reino de Dios sufre violencia y los que usan la fuerza pretenden acabar con él" (Mt. 11:12) Para comprender todo esto mejor es indispensable pedir ayuda a Dios: "Velad y orad para que no entréis en tentación, el espíritu está dispuesto a la verdad pero la carne es débil" (Marc. 14:38). "Con vuestra paciencia ganareis vuestras almas" (Luc. 21:19).
El Hijo de Dios al venir al mundo por su infinito amor hacia nosotros les enseñó a sus discípulos a tener al amor como el fundamento de la vida cuando dijo:
"Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente." Este es el primer mandamiento, que es el más importante y el segundo, que es parecido a éste dice: "Ama a tu prójimo como a ti mismo." "Estos dos mandamientos son la base de toda la ley y de las enseñanzas de los profetas" (Mateo 22:37-39). Mi mandamiento es éste: "Que se amen unos a otros como yo los he amado" (Jn. 15:12).
El amor al prójimo se descubre a través de las obras de misericordia.
Hablando desde la cruz y del dolor y del camino estrecho, Cristo nos anima con la promesa de su ayuda: "Venid a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas y yo les haré descansar. Acepten el yugo que les impongo y aprendan de mí que soy paciente y de corazón humilde, así encontrarán descanso. Porque el yugo que les impongo y la carga que les doy para llevar son ligeros" (Mt. 11:28-30). Tanto los preceptos de las bienaventuranzas como toda la doctrina del Salvador están llenas de fe en la victoria del bien y tienen espíritu de alegría. "Alégrense, estén contentos porque van a recibir un gran premio en el cielo" (Mt. 5:12). "Por mi parte yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt. 28:20); y promete que todo el que crea en El no se perderá, sino que tendrá la vida eterna (Jn. 3:15).


C) Acerca de la naturaleza del Reino de Dios

Jesucristo usaba ejemplos de la vida diaria, parábolas., para explicar su doctrina acerca del Reino de Dios. En una de esas parábolas se hizo una comparación del Reino de los cielos con un corral de ovejas donde viven seguras las ovejas obedientes cuidadas y guiadas por el buen Pastor que es Cristo.
"Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas... tengo también otras ovejas, que no son de este corral, también a ellas debo traerlas. Ellas me obedecerán y habrá un solo rebaño y un solo pastor... yo les doy (a mis ovejas) la vida eterna, jamás perecerán ni nadie me las quitará... El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo derecho de darla y de volver a recibirla" (Jn. Cap. 10).
En esta comparación del Reino de Dios con un rebaño de ovejas se enfatiza la unidad de la iglesia: Muchas ovejas permanecen en un rebaño protegido, tienen fe y una forma de vida. Todas tienen un solo Pastor - Cristo. Jesucristo oró ante su Padre por la unidad de los creyentes antes de los sufrimientos en la cruz cuando dijo: "Te pido que estén completamente unidos, que sean una sola cosa en unión con nosotros, oh Padre, así como tu estas en mi y yo en ti que estén completamente unidos, para que el mundo crea que tu me enviaste" (Jn. 17:21). El principio de unión en el Reino de Dios es el amor del pastor a sus ovejas y el amor de las ovejas hacia el pastor. El amor a Cristo se expresa en la obediencia a Él, en la aspiración de vivir según su voluntad. "Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos "(Jn. 14:15). El amor mutuo de los creyentes es una señal importante de su Reino: "Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta que son Discípulos míos"(Jn. 13:35).
La gracia y la verdad son dos tesoros que Dios dio a la iglesia en calidad de las más importantes virtudes que constituyen su propia esencia. Véase Juan 1:17. El Señor prometió a sus Apóstoles que el Espíritu Santo guardará en la iglesia su legítima e inmaculada doctrina hasta el fin del mundo. "Yo pediré al Padre que les mande a otro defensor, el Espíritu Santo de la verdad, que permanecerá para siempre con ustedes. Los que son de este mundo no lo pueden recibir porque no lo ven, ni lo conocen ; pero ustedes lo conocen porque Él está con ustedes y permanecerá siempre con ustedes" (Jn. 14:16-17). "Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él les guiará hacia toda verdad" (Jn. 16:13). De la misma manera nosotros creemos que los dones de la gracia del Espíritu Santo van a estar activos en la iglesia dando nueva vida a sus hijos y saciando su sed espiritual, "El que beba del agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el agua que Yo le daré, brotará en El como manantial de vida eterna" (Jn. 4:14).
Así como a los reinos terrenales les son indispensables las leyes, gobernantes y distintas instituciones sin las cuales ningún estado puede existir, asimismo nuestro Señor Jesucristo provee a la iglesia de todo lo necesario para la salvación de sus creyentes: la doctrina del Evangelio, los misterios de la gracia y líderes espirituales, los pastores de la iglesia. Así dijo el Señor a sus discípulos al respecto: "Como el Padre me envío a mí, Yo los envío a ustedes." Y sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo" (Jn. 20:21-22). El Señor depositó en los pastores de la iglesia la obligación de instruir a los creyentes, limpiar sus conciencias, dar nueva vida a sus almas. Los pastores deben seguir al Pastor Supremo, en su amor por las ovejas. Las ovejas deberán respetar a sus pastores, seguir sus exhortaciones pues Cristo dijo: "El que los escucha a ustedes, me escucha a mí, y el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí." (Luc. 10:16).
El hombre no llega a ser piadoso instantáneamente. En la parábola acerca de la mala hierba entre el trigo Cristo explicó que al igual que en el campo sembrado la mala hierba crece junto al trigo. Asimismo entre los hijos justos de la iglesia se encuentran miembros indignos. Unas personas pecan por ignorancia, falta de experiencia y debilidad de sus fuerzas espirituales pero se arrepienten de sus pecados y tratan de corregirse; otros se estancan en el pecado durante mucho tiempo, desdeñando la gran tolerancia de Dios. El mayor sembrador de tentaciones y de todo mal entre la gente es el diablo. Hablando de la mala hierba en su Reino el Señor llama a todos a luchar contra las tentaciones y orar: "Perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación sino líbranos del mal." Conociendo la debilidad espiritual y la inconstancia de los creyentes el Señor otorgó a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados: "A quien ustedes perdonen los pecados les quedarán perdonados, y a los que no se los perdonen, les quedaran sin perdonar" (Jn. 20:23). El perdón de los pecados, supone que el pecador se arrepiente sinceramente de su mala acción y quiere corregirse. Pero el mal en el Reino de Dios no va a ser soportado eternamente. "Les aseguro que todos los que pecan son esclavos del pecado. Un esclavo no pertenece para siempre a la familia, pero un hijo sí pertenece para siempre a la familia. Así que si el Hijo los hace libres, ustedes serán verdaderamente libres" (Jn. 8:34-36). Cristo indica que la gente que persiste en sus pecados o que no se somete a la doctrina de la iglesia no estará junto al pueblo de gracia: "Si no hace caso a la Iglesia, entonces habrás de considerarlo como un pagano o un publicano" (Mt. 18:17).
En el Reino de Dios, se lleva a cabo la unión real de los creyentes con Dios y entre sí. El principio de la unión en la iglesia es la naturaleza de Cristo, quien es Dios hombre con la cual los creyentes se encuentran en el sacramento de la Santa Eucaristía. En la Eucaristía la vida divina del Dios hombre sacramentalmente desciende a los creyentes, como ha sido dicho: "El que me ama, mi palabra guardará, y mi Padre lo amará y vendremos a el y haremos morada con él" (Juan 14:23). Así el Reino de Dios entra en el hombre. Jesucristo subraya la necesidad de la Eucaristía con las siguientes palabras: "Les aseguro que si ustedes no comen del cuerpo del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día" (Juan 6:53-54). Sin unión con Cristo el hombre es como una rama quebrada, se desvanece espiritualmente y no es capaz de hacer buenas obras. "Una rama no puede dar uvas por sí misma, si no está unida a la vida, de igual manera, ustedes no pueden dar fruto si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vida y ustedes son las ramas. El que permanece unido a Mí y Yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden hacer nada" (Jn. 15:4-5). Habiéndoles enseñado a sus Discípulos la necesidad de tener unión con El Jesucristo, la noche en la que fue entregado que fuera la víspera de sus sufrimientos en la Cruz, instituyó el Sacramento de la Santa Eucaristía ordenándoles a ellos al final: "Hagan esto en memoria mía" (Lucas 22-19).
Jesucristo contraponía Su Reino de Gracia al mundo que se revuelca en la perversidad cuando les dijo a sus Discípulos: "Yo los escogí a ustedes de entre los que son del mundo"(Jn. 15:19), 0 sea, los aparto del mundo; "Y Mi Reino no es de este mundo"(Jn. 18:36). "El príncipe de este mundo es el diablo," un lobo que mata a los hombres y es el padre de la mentira. Pero los hijos del Reino no deben temer al maligno y sus hijos. "Ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera... háganle frente al reto porque yo vencí al mundo" (Jn. 16:33). El Reino de Cristo va a perdurar hasta el fin del mundo y todos los esfuerzos del diablo y sus sirvientes de destruir el Reino de Cristo se romperán como olas en la roca. "Voy a construir mi iglesia, ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla" (Mt. 16:18). Estas palabras hablan no sólo acerca de la existencia física de la iglesia hasta el fin de los tiempos, sino también acerca de que la iglesia va a conservar su integridad espiritual, llena de gracia y verdad.
Jesucristo nos enseñó a nosotros con Su palabra y con Su ejemplo. Él, es para nosotros el más perfecto ejemplo de rectitud. "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envío a Mí y hacer Su obra," dijo Cristo. Y cada acción, palabra y pensamiento estaban llenos de deseos de hacer la voluntad de Su Padre. Conociendo más profundamente la vida del Salvador descripta en los Evangelios, vemos en Sus acciones el más alto ejemplo de virtud. Entre tanto debemos entender que nosotros podemos seguir a Cristo sólo en aquello que está a nuestro alcance. Como mortales que somos, no nos atrevemos a reproducir sus acciones individuales, como por ejemplo: Sus obras de omnipotencia y omnisapiencia, que nos son imposibles de reproducir, pero podemos y debemos seguir el espíritu general de Sus virtudes. Precisamente en Cristo el hombre encuentra la imagen viva del ideal, hacia el cual Él llamó a toda la gente cuando dijo: "Sean ustedes perfectos como su Padre que está en el cielo es perfecto" (Mateo 5:48). Y un poco después explicaba: "Si ustedes Me conocen a Mí, también conocerán a Mi Padre" (Juan 14:7).


Obispo Alexander Mileant
 
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Sunday, December 9, 2018

No solo la boca debe ayunar, sino que los ojos y las piernas y los brazos ... ( San Juan Crisóstomo )


"No solo la boca debe ayunar, sino que los ojos y las piernas y los brazos y todas las otras partes del cuerpo también deben ayunar. Deje que las manos ayunen, permanezcan limpias de robos y codicia. Deje las piernas rápidas, evitando caminos conduzca a miradas pecaminosas. Deje que los ojos ayunen, no se fijen en rostros hermosos y no observen la belleza de los demás. Usted no está comiendo carne, ¿Verdad? No debería comer también con sus ojos el libertinaje. El ayuno de la audición no es aceptar malas conversaciones contra otros y difamaciones tontas ".


San Juan Crisóstomo
 
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Monday, December 3, 2018

¿Qué Escribió Cristo en el suelo? ( San Nicolás Velimirovich )


El obispo Nicolás, dotado teólogo que combinó un alto nivel de erudición con la simplicidad de un alma llena de amor por Cristo y de humildad, es a menudo llamado como el “nuevo Crisóstomo” por su inspirada predicación. Como padre espiritual del pueblo serbio, constantemente los exhortó a cumplir su llamamiento como nación: servir a Cristo. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue encarcelado en el campo de concentración de Dachau. Más tarde sirvió como jerarca en América, donde murió.

Una vez, el amante Señor estaba sentado en frente del templo en Jerusalén, alimentando los corazones hambrientos con sus dulces enseñanzas. “Y todo el pueblo vino a Él” (Juan 8:2). El Señor hablaba al pueblo sobre la felicidad eterna, sobre la alegría sin fin de los justos en la patria eterna, el cielo. Y el pueblo se deleitaba en sus palabras. La amargura de muchas almas frustradas y la hostilidad de muchos de los ofendidos se desvanecía como la nieve bajo los brillantes rayos del sol. Quién sabe cuánto tiempo habría continuado esta maravillosa escena de paz y amor entre el cielo y la tierra, si algo inesperado no hubiera ocurrido en ese momento. El Mesías, amante de la humanidad, nunca se cansaba de enseñar a la gente, y la gente piadosa nunca se cansaba de escuchar esta sanadora y maravillosa sabiduría.


Pero algo aterrador, salvaje y cruel sucedió. Se originó como incluso hoy en día sucede, con los escribas y fariseos. Como todos sabemos, los escribas y los fariseos aparentemente guardaban la ley, pero normalmente la transgredían. Nuestro Señor los reprendía con frecuencia. Por ejemplo, les dijo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera tienen bella apariencia, pero por dentro están llenos de osamentas de muertos y de toda inmundicia. Lo mismo vosotros, por fuera parecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad” (Mateo 23:27-28).


¿Qué hicieron? ¿Habían atrapado, quizá, al líder de una banda de malhechores? Nada de eso. Trajeron a la fuerza a una desgraciada mujer pecadora, sorprendida en el acto del adulterio; la trajeron con triunfante jactancia y grotesco y estrepitoso estruendo. Habiéndola puesto ante Cristo, clamaron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante delito de adulterio. Ahora bien, en la Ley, Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Y Tú, qué dices?” (Juan 8:4-5).


El caso fue expuesto de esta forma por pecadores, que denunciaban los pecados de otros y eran expertos en ocultar sus propios defectos. La asustada multitud se apartó, dejando paso a los ancianos. Algunos huyeron atemorizados, porque el Señor estaba hablando de la vida y la felicidad, mientras que las clamorosas voces pedían su muerte.


Habría sido apropiado preguntar: ¿por qué estos ancianos y guardianes de la ley no apedreaban a la mujer pecadora por sí mismos? ¿Por qué la llevaron ante Jesús? La ley de Moisés les daba el derecho a apedrearla. Nadie habría objetado. ¿Quién protesta, en nuestros días, cuando la sentencia de muerte es pronunciada sobre un criminal? ¿Por qué los ancianos judíos trajeron a esta mujer pecadora ante el Señor? No para obtener una conmutación de su sentencia o su clemencia. ¡Nada de eso! Se la trajeron con un plan premeditado y diabólico de coger al Señor con palabras contrarias a la ley, pues también querían acusarlo. Tenían la esperanza de acabar de un solo golpe con dos vidas, la de la mujer pecadora y la de Cristo. “¿Y Tú, qué dices?”.


¿Por qué le preguntaron a Él, cuando la ley de Moisés era tan clara? El evangelista explica su intención con las siguientes palabras: “Esto decían para ponerlo en apuros, para tener de qué acusarlo” (Juan 8:6). Levantaron sus manos contra Él una vez, anteriormente, para apedrearlo, pero los eludió. Pero ahora han encontrado una oportunidad para llevar a cabo su deseo. Y era allí, frente al Templo de Salomón, donde las tablas de los mandamiento habían sido guardadas en el Arca de la Alianza, era allí donde Él, Cristo, iba a decir algo contrario a la ley de Moisés; así pues, su fin sería alcanzado. Querían apedrear hasta la muerte a Cristo y a la mujer pecadora. Mucho más ansiosos iban a apedrearlo a Él que a ella, así como más tarde le increpaban con celo a Pilatos que liberara al bandido Barrabás en lugar de a Cristo.


Todos los presentes esperaban que sucediera una de las dos cosas: o bien, que el Señor, en su misericordia liberara a la mujer pecadora, violando con esto la ley, o que cumpliera la ley, diciendo: ‘haced lo que está escrito en la ley’, y romper así su propio mandato de misericordia y bondad. En el primer caso sería condenado a muerte, y en el segundo, se convertiría en un objeto de burla y escarnio.


Cuando los tentadores hicieron la pregunta: “¿Y Tú, qué dices?”, sobrevino un silencio sepulcral: el silencio entre la multitud que estaba allí congregada, el silencio entre los jueces acusadores de la mujer pecadora, y el silencio y la respiración contenida en el alma de la mujer acusada. La misma clase de silencio se produce en el circo cuando los domadores de fieras conducen a mansos leones y tigres y les ordenan realizar diferentes movimientos, asumiendo varias posiciones y haciendo trucos por mandato suyo. Pero vemos ante nosotros, no a un domador de animales salvajes, sino al Domador de los hombres, una tarea mucho más difícil que la primera. Pues a menudo es más difícil domar a los que se han convertido en salvajes a causa del pecado, que domar a los que son salvajes por naturaleza. “¿Y Tú, qué dices?”, se le presiona una vez más, ardiendo con malicia, y con sus rostros retorcidos.


Así pues, el legislador de la moralidad y de la conducta humana, “inclinándose, se puso a escribir en el suelo, con el dedo” (Juan 8:6). ¿Qué escribía el Señor en el suelo? El evangelista mantiene silencio sobre esto y no escribe nada al respecto. Era demasiado repugnante y vil para ser escrito en el Libro del Júbilo. Sin embargo, esto se ha preservado en nuestra santa Tradición Ortodoxa, y es horrible. El Señor escribió algo inesperado y sorprendente para los ancianos, aquellos que acusaban a la mujer pecadora. Con el dedo reveló sus secretos pecados, para aquellos que señalan los pecados de otros, mientras que eran expertos en ocultar sus propios pecados. Pero no tiene sentido tratar de ocultar nada ante los ojos de Aquel que lo ve todo.


“M(eshulam), ha robado los tesoros del templo”, escribió el dedo del Señor en el polvo.


“A(sher), ha cometido adulterio con la mujer de su hermano”.


“S(halum), ha cometido perjurio”.


“E(led), ha golpeado a su propio padre”.


“A(marich), ha cometido sodomía”.


“J(oel), ha adorado a los ídolos”.


Y así, una afirmación tras otra fue escrita en el suelo por el impresionante dedo del justo Juez. Y aquellos a los que se referían estas palabras, inclinándose, leían lo que estaba escrito, con indecible horror. Temblaban de miedo y no se atrevían a mirarse a los ojos. No tenían ya el pensamiento de la mujer pecadora. Pensaban solo en sí mismos y en su propia muerte, que estaba escrita en el suelo. Ninguna lengua era capaz de moverse, de pronunciar esa pregunta molesta y mala, “¿Y Tú, qué dices?”. El Señor no dijo nada. Aquello que es tan sucio solo tiene condición para ser escrito únicamente en el polvo del suelo. Otra razón por la que el Señor escribió en el suelo es aún mayor y más maravillosa. Lo que estaba escrito en el suelo era fácil de borrar. Cristo no quería que sus pecados fueran conocidos por todos. Si hubiera deseado esto, los habría anunciado ante el pueblo, y los habría acusado y apedreado hasta la muerte, según la ley. Pero Él, el inocente Cordero de Dios, no contemplaba la venganza o la muerte para aquellos que le habían preparado mil muertes, que deseaban su muerte más que cualquier otra cosa en sus vidas. El Señor sólo quería corregirlos, hacerlos pensar en sí mismos y en sus propios pecados. Quería recordarles que mientras llevaban el peso de sus propias transgresiones, no podían ser jueces estrictos de las transgresiones de otros. Solo esto deseaba el Señor. Y cuando lo hizo, movió la arena para borrarlo, y lo que había escrito desapareció.


Después de esto nuestro gran Señor se levantó y les dijo amorosamente: “Aquel que de vosotros esté sin pecado, tire el primero la piedra contra ella” (Juan 8:7). Esto fue como si alguien les quitaras las armas a sus enemigos y les dijera: ¡Ahora, disparad! Los jueces que ahora se disponen contra la mujer pecadora, están desarmados, como los criminales ante el juez, sin palabras y prendidos. Pero el benevolente Salvador “inclinándose de nuevo, se puso otra vez a escribir en el suelo” (Juan 8:8). ¿Qué escribía esta vez? Quizá sus otras transgresiones secretas, para que no pudieran abrir sus labios sellados durante mucho tiempo. O quizá escribía qué clase de personas eran los ancianos y líderes del pueblo. Esto no es necesario que lo sepamos. Lo más importante aquí es que por su escritura en el suelo consiguió tres cosas: en primer lugar, detuvo y aniquiló la tormenta que los ancianos de los judíos habían levantado contra Él; en segundo lugar, despertó su conciencia adormecida en sus endurecidas almas, aunque solo durante un corto tiempo; y tercero, salvó a la mujer pecadora de la muerte. Así se desprende de las palabras del Evangelio: “Pero ellos, después de oír aquello, se fueron uno por uno, comenzando por los más viejos, hasta los postreros, y quedó Él solo, con la mujer que estaba en medio” (Juan 8:9).


La plaza de delante del templo quedó repentinamente vacía. No quedó nadie, a excepción de los dos ancianos que la habían sentenciado a muerte, la mujer pecadora y el Único sin pecado. La mujer estaba en pie, mientras Cristo permanecía agachado en el suelo. Reinaba un profundo silencio. De repente el Señor se levantó de nuevo, miró alrededor y, no viendo a nadie más que a la mujer, le dijo: “Mujer, ¿dónde están ellos? ¿Ninguno te condenó?” (Juan 8:10). El Señor sabía que ninguno la condenaría; pero con esta pregunta esperaba darle confianza para que fuera capaz de escuchar y entender mejor lo que quería decirle. Actuó como un experimentado doctor, que primero alienta a su paciente y solo entonces le da su medicina. “¿Ninguno te condenó?”. La mujer recuperó la capacidad de hablar y respondió: “Ninguno, Señor” (Juan 8:11). Estas palabras fueron pronunciadas por una criatura deplorable, que justo antes no tenía la esperanza de volver a pronunciar otra palabra; una criatura que, muy probablemente, sentía el aliento de la verdadera alegría por primera vez en su vida.


Finalmente, el buen Señor dijo a la mujer: “Yo no te condeno tampoco. Vete, desde ahora no peques más” (Juan 8:11). Cuando los lobos dejan a su presa, así pues, tampoco el pastor desea la muerte de su oveja. Pero es esencial tener en cuenta que la “no acusación” de Cristo significa mucho más que la “no acusación” de los seres humanos. Cuando la gente no nos juzga por nuestros pecados, significa que no asignan un castigo por el pecado, sino que dejan el pecado con y en nosotros. Cuando Dios no acusa, sin embargo, esto significa que perdona nuestros pecados, los saca fuera como la podredumbre y hace nuestra alma limpia. Por esta razón, las palabras: “Yo no te condeno tampoco”, significan lo mismo que “Tus pecados son perdonados; vete, hija, y no peques más”.


¡Qué inesperado júbilo! ¡Qué gozo de verdad! Pues el Señor reveló la verdad a los que estaban perdidos. ¡Qué gozo en la justicia! Pues el Señor creó la justicia. ¡Qué júbilo en la misericordia! Pues el Señor mostró misericordia. ¡Qué gozo de vida! Pues el Señor preservó la vida. Este es el Evangelio de Cristo, que significa Buena Noticia; esta es la Noticia jubilosa, la Enseñanza de la alegría; esta es una página del Libro del Júbilo.


Por San Nicolás Velimirovich
 
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Thursday, November 29, 2018

Nada en esta vida es estable. ( Padre Philotheos Zervakos )

En este mundo, y en esta vida temporal presente, nada es estable; Todas las cosas sufren cambios y alteraciones. Afortunado es la persona que, durante esta vida, a través de la paciencia y las otras virtudes, construye un hogar en los cielos. Después de la muerte, morará allí, donde no haya dolor, sufrimiento, tristeza, peligro, miedo o guerra, sino perfecta y cierta fortuna y felicidad.


Padre Philotheos Zervakos
 
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Sunday, November 25, 2018

13° Domingo de Lucas.

La conversación de Cristo con el hombre muy rico, tal como nos la transmite hoy el evangelista Lucas, está llena con mensajes para nuestra época...
...El hombre rico se considera a sí mismo exitoso y asegurado, pero su interrogante apunta a la vida eterna. Cumplía, desde una edad temprana, los mandamientos de Dios, pero algo le faltaba para asegurarse la eternidad. Es digno de imitación su caso. Sin duda es el caso de un hombre devoto que cumplía la Ley y predominaba en él el deseo por la perfección. Y, esta perfección no consiste sólo en el cumplimiento de los mandamientos fundamentales, sino en el desprendimiento pleno del pecado.
La búsqueda de la perfección obedece a la consciencia. El ser humano tiene un conocimiento interno inmediato de sí mismo, proveniente de su conciencia innata. La conciencia del hombre expresa su propio ser, así como su relación con Dios y con el mundo. La mente humana, que es también el ojo del alma, influye inmediatamente sobre la situación de su consciencia. Cuando la mente es pura, también la conciencia es pura. Entonces el ser humano es conducido hacia el bien y rechaza el mal. Pero cuando la mente humana está oscurecida, entonces su consciencia también se oscurece, se agita y le cuestiona.
Cuando el ser humano hace oídos sordos a la voz de su consciencia y trata de diversas maneras de hacerla callar, ésta paulatinamente se corroe. Así, para el funcionamiento correcto de la consciencia se precisa una vigilia constante y autocrítica. Se necesita también el estudio de la voluntad divina, el cumplimiento de los mandamientos de Dios y la entrega total a Él.
Pero la entrega total a Dios no es fácil. Eso se revela en la actitud del hombre rico de la lectura evangélica, que se puso muy triste por la indicación de Cristo y se alejó pues no podía seguirle.
El hecho nos revela, cuán fácil es crear una falsa satisfacción en la conciencia del hombre. Satisfacción que proviene del cumplimiento de determinados mandamientos fundamentales. Uno tiende a creer con mucha facilidad que ha saldado sus cuentas con Dios por cumplir algunas formalidades, por cumplir los ayunos, por asistir con frecuencia a las reuniones eclesiásticas. Pero en un momento crítico de su vida es llamado a elegir entre Dios y el dinero, entre Dios y su lugar social o profesional, entre Dios y las ataduras terrenas. Entonces, no sacrifica nada de todo eso, por Dios, demostrando que su devoción cubre sólo una parte de su vida, la visible externamente, todo aquello que se refiere al cumplimiento anodino de los mandamientos, no así el sometimiento doloroso de todo el ser a la demanda absoluta de Dios. En eso consiste la debilidad del ser humano.
Esta debilidad viene a suplantar el poder de Dios. Cristo no acusa a Su devoto interlocutor. Dios brinda a todos Su auxilio, a fin de que, las virtudes de cada uno de nosotros se encuadren en la entrega total de Dios, que no sean manifestaciones aisladas de nuestra vida, por más que estas sean correctas y elogiables. La fuerza de Dios nos conduce a tomar conciencia que nuestra religiosidad se liga inmediatamente con nuestra vida en sociedad, que el camino que nos conduce a Dios pasa por la comunión de los hermanos y se cruza con los caminos de nuestros semejantes. Es en definitiva un camino sin retorno, sin convenciones, hipocresías y mentiras.
La entrega total de la persona a Dios, se liga con la debilidad del hombre de aceptarlo, en la práctica de su vida. Pero se liga también con la convicción de que se facilita con la gracia de Dios, con la vivencia y con la aceptación de esta gracia en la Iglesia. Pues, si lo imposible para los hombres es posible para Dios, entonces, que nadie crea que la entrega total del hombre a Dios, es cosa inalcanzable e irrealizable.
 
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9° Domingo de Lucas

La reunión de bienes que sirven a las necesidades de la vida, es una tarea muy prudente y lógica para cualquier persona, particularmente si es un padre de familia,...
...puesto que, de su laboriosidad y previsión depende la vida de los demás miembros de la familia. Nadie ha ensalzado la pereza y la imprevisión. Entonces, ¿por qué el hombre rico de la parábola de hoy es llamado insensato?
En primer lugar porque el horizonte del mundo se limitó para él en los límites de sí mismo. Luego, porque creyó que su bienestar sería interminable. Se trata del caso característico de quien basa su vida en la adquisición de bienes materiales, con desinterés a la conquista del bien. Ignora que los bienes materiales por sí mismo, no son suficientes para darle felicidad, mientras el bien, con las virtudes y los valores que representa, puede darle sentido y contenido a su vida.
Tal como lo pone en evidencia, la parábola de hoy, las personas consideran como bienes aquellas cosas que satisfacen sus necesidades y deseos. Su incesante búsqueda conduce al materialismo, mientras su deificación a la idolatría. Idolatría y materialismo están presentes en todas las épocas de diferentes formas y mutaciones. Contrariamente, en la Iglesia se aprende a desplazar su interés de las cosas materiales a las espirituales y de las cosas corruptibles a las incorruptibles. Sin desatender sus necesidades materiales, el cristiano trabaja y lucha por el bien y por conquistar las virtudes divinas. Y, lo consigue no sólo con la voluntad humana sino con el auxilio divino. ¿Cómo podría preferir las cosas incorruptibles si se apega a las cosas corruptibles? Y ¿cómo podría subir al cielo sin antes santificarse con la gracia del Espíritu Santo?
La búsqueda del bien es innata en el ser humano. Ello se revela en el rechazo que siente hacia el mal. Por otra parte, el bien es siempre bello, mientras el mal es feo.
El bien no es una idea sino una persona. El bien es Dios mismo. Además el bien está ligado con la realidad, está ligado al hombre y a su vida. El bien no se debe buscar sólo fuera del mundo. Si se hallare fuera del mundo le sería inalcanzable e inútil. En consecuencia, el bien se debe hallar en el mundo y dentro del ser humano.
La virtud del ser humano es la realización del bien. La virtud se logra con la comunión personal del ser humano con Dios y con el cumplimiento de su voluntad.
Como virtud entendemos las virtudes naturales que puede tener el ser humano, como criatura de Dios. Así, la prudencia, la valentía, la sensatez y otras muchas virtudes pueden hallarse como características naturales. Pero estas funcionan en su vida tanto positiva como negativamente. Para que funcionen positivamente, se necesita el Espíritu de Dios. Así como la lámpara de aceite, comenta San Simeón el Nuevo Teólogo, permanece a oscuras si no hace contacto con el fuego, así también el alma con sus virtudes naturales, permanece apagada y a oscuras, si no recibe la iluminación del Espíritu Santo.
Según la doctrina cristiana, la virtud corresponde a la situación natural del ser humano, mientras la maldad a su naturaleza degradada. La virtud, con el bien que representa, revela salud, mientras la maldad revela enfermedad. Si el ser humano permanece en la virtud, vive en la vida natural.
La virtud se logra con la gracia de Dios y la colaboración del ser humano. Sin la gracia de Dios, los esfuerzos humanos por la virtud, son vanos. Pero también, sin los esfuerzos del ser humano la gracia de Dios permanece estéril. La vida virtuosa del cristiano es revelación y confirmación de su participación en la gracia de Dios. El amor, la alegría, la paz y todas las virtudes de los fieles son frutos del Espíritu Santo. Pero para que existan las virtudes, deben ser cultivadas con los esfuerzos del ser humano. El creyente debe luchar constantemente para cultivar las virtudes. Con justicia se ha dicho que la virtud es una situación interminable de guerra contra nosotros mismos.
Ciertas virtudes no se deben aislar de su conjunto en la vida en Cristo. Virtudes cristianas no son sólo la humildad, la bondad, la condescendencia, la obediencia, la mansedumbre, o la tolerancia, es también la actitud decisiva, la valentía, la discreción y el control. Todas las virtudes juntas representan eso que llamamos con la palabra: bien.
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Monday, November 19, 2018

No te preocupes demasiado por lo espiritualmente pobre que eres. ( padre Seraphim Rose )

No te preocupes demasiado por lo espiritualmente pobre que eres. Dios ve eso, pero para ti se espera que confíes en Dios y ores a Él lo mejor que puedas, nunca caigas en la desesperación y luches de acuerdo a tu fuerza.

padre Seraphim Rose
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Wednesday, November 14, 2018

Dios perdona fácilmente abriéndole la puerta de tu alma. ( Padre Efraìn de Filoteu )



¡Con qué facilidad Dios perdona! Esto sucederá simplemente abriéndole la puerta de tu alma. Dios no espera ninguna recompensa por lo que le da a la gente. Aunque tus pecados sean millones o billones, porque Dios cuenta cero. ¿Qué vale una pequeña cantidad de arena en el océano? Todos los pecados del mundo son simplemente un virus en el océano.

No hay pecado que gane la misericordia de Dios. Así, los pecados del hombre son cero. Cuando el niño vuelve al seno del Señor, siempre termina delante de la misericordia.


Padre Efraìn de Filoteu 

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Friday, November 9, 2018

Un vivo pensamiento en Dios ( San Juan de Kronstadt )

Que remarcable es la propiedad de la fe: un vivo pensamiento en Dios, la fe del corazón
—y Él esta ya conmigo; el arrepentimiento sincero en los pecados 
— y Él esta conmigo; un pensamiento bueno y sentimiento piadoso 
— y Él esta conmigo. Pero el demonio puede entrar en mi por la falta de fe, dudas, pensamientos orgullosos, pecaminosos y viciosos. Resulta, que su poder sobre mi es limitado y depende de mi mismo. Prestando yo mas atención a mi estado, rezando mas a nuestro Señor Jesucristo, el demonio no tiene poder hacerme algún daño.

San Juan de Kronstadt 
 
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Tuesday, October 30, 2018

Santo Dimitrio, Metropolita de Rostov ( Octubre 28 )

Era de Kiev cerca de la ciudad de Macárov. Hijo de cosacos, nació el 21 de diciembre de 1651. Estudió en la academia de Kiev. Pero por las alarmas de la guerra debió dejar la academia para proseguir sus estudios individualmente. Habiendo tomado el estado monástico en uno de los monasterios fue prontamente seleccionado por el arzobispo Lázaro Baranóvich quien le encomendó predicar en su catedral principal. En los dos años siguientes San Dimitrio predicaba asiduamente y así se hizo famoso por su verborragia tanto en Lituania y Pequeña Rusia o Ucrania, lo que hacía que se lo disputaran para la prédica en cada país. A los 33 años de edad San Dimitrio se abocó a su imperecedero trabajo de 12 volúmenes - Martirologio.

En 1702 fue nombrado por Pedro I para el puesto de Metropolita de Rostov. Siendo Metropolita, el eminente santo salió a la lucha contra la escisión y escribió un detallado estudio acerca de las principales escisiones sectoriales bajo el título:" Investigación de la religión de Briansk." Siete años de su trabajo como arzobispo de Rostov nos ofrecen un trabajo continuo para la consolidación de la fe. Recorría su diócesis de lado a lado enseñando y evangelizando. Afligido por la insuficiente instrucción de sus súbditos y sacerdotes, organizó bajo su peculio en Rostov un centro de enseñanza y fue un padre muy cercano a sus alumnos. Se reunían a menudo en derredor de él y entonaban cánticos religiosos compuestos por él. Muchos de ellos ("Jesús mi encantador," "Clamo por Dios en mis penas" y otros) los cantaba el pueblo antes de la revolución Rusa. La vida particular de san Dimitrio estaba llena de sacrificios, de ayuno, oración y caridad. Su alimento era el más sencillo y siempre en cantidad limitada. Recibía a todos, era muy cariñoso e indulgente. El 28 de octubre de 1709 el gran devoto de la sabiduría y devoción, dejó esta vida durante la oración en su celda, lo encontraron de rodillas caído delante del ícono del Salvador. A los 43 años en 1752 fueron encontrados sus restos imperecederos, y el beato Dimitrio fue consagrado Santo. Además del Martirologio y la Investigación de la religión de Briansk, el beato Dimitrio tiene escritos y enseñanzas, Compendio de Catequisis, Crónica de la celda, Crónica de zares y patriarcas, Catálogo de los metropolitas Rusos y otras obras. Las obras del beato Dimitrio están empapadas de una profunda fe, calidez y se comprenden fácilmente, ya que el idioma ruso usado en esos trabajos es de mucha sencillez y elegancia.
 
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Friday, October 26, 2018

Solo no olvides tu pecado... ( San Serafín de Sarov )

El Señor a veces permite que las personas que están dedicadas a Él caigan en vicios terribles; y esto es para evitar que caigan en un pecado aún mayor: el orgullo.

Tu tentación pasará y pasarás los días restantes de tu vida con humildad. Solo no olvides tu pecado.

San Serafín de Sarov
 
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Sunday, October 21, 2018

No tiene nada que ver con los cismáticos y absolutamente nada con los herejes... ( San Antonio el grande )

No tiene nada que ver con los cismáticos y absolutamente nada con los herejes. . . Como saben, yo mismo los he evitado debido a su odio a Cristo y su herejía heterodoxa ".


San Antonio el grande
 
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Wednesday, October 17, 2018

El Señor no se muestra a un alma orgullosa. ( San Siluan el Athonita )

El Señor no se muestra a un alma orgullosa. El alma orgullosa, sin importar cuántos libros lea, nunca conocerá a Dios, ya que por su orgullo no da lugar a la gracia del Espíritu Santo, mientras que Dios es conocido solo por el alma humilde.


San Siluan el Athonita
 
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Monday, October 8, 2018

El mal empieza de los malos pensamientos. ( San Porfirios del Monte Athos )



El mal empieza de los malos pensamientos. Cuando te enfadas, te disgustas y te amargas, aunque sea sólo con el pensamiento, estropeas tu ambiente espiritual. Impides que el Espíritu Santo actúe y envíe la energía increada y así permites al diablo que aumente el mal. Tú siempre tienes que orar, amar y perdonar, expulsando de tu interior cada malo loyismós (pensamiento, fantasía, idea, reflexión).

San Porfirios del Monte Athos


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Wednesday, October 3, 2018

El precio de la Santidad ( San Juan Maximovitch )


"Yo no moriré, viviré y contaré la obra del Señor"(Salmo 117:17).
Antes de mi tiempo en el seminario, tuve noticias del Arzobispo Juan, solo como Juan de Shangai. Yo no frecuentaba los círculos que lo conocían y ni siquiera sabía que no vivía más en Shangai. En mi familia había mucha tristeza debido a enfermedades, sabía de Juan de Shangai, de sus curaciones y ayudas. Sin embargo no tenía idea de cómo localizarlo y menos aun cómo dirigirme a él. En ese entonces tampoco sabía que era obispo. Finalmente conseguí su dirección, le escribí mi deseo de tener sus plegarias. No recibí respuesta a mis dos cartas. Solo cuando fuí seminarista en el Seminario de la Santa Trinidad en Jordanville, Nueva York, tuve la felicidad de encontrarlo. Esto ocurrió con la ayuda de mi verdadero benefactor el P.Vladimir, en las circunstancias que paso a relatar:
Fue en noviembre de 1959. Los seminaristas nos estábamos preparando para el onomástico de San Juan de Kronstadt. La canonización de este verdadero virtuoso se había prorrogado aunque los preparativos se iniciaron en 1952. La gente esperaba que en cualquier momento llegara la solemne glorificación para regocijo de todos.
Yo tenía por costumbre ir todas las mañanas a la oficina del P. Vladmir para recibir su bendición del día. Era una mañana fría, antes del desayuno corrí a su oficina. Golpeé con vigor su puerta, que abrió rápidamente y con un dedo cubriendo su labio en señal de silencio, me sorprendió al decir que el Arzobispo Juan había llegado de Europa la noche anterior. Cerró la puerta detrás de mi, tomo aliento y luego me relató lo que continua, que me dejó en estado de sorpresa e inspiración espiritual:
Tarde la noche anterior había visto desde la ventana de su celda, que estaba en el cuarto piso con vista hacía la iglesia, la llegada de un coche y la imagen familiar de la figura pequeña y encorvada del Arzobispo Juan descendiendo. Primero, el Arzobispo Juan se dirigió a la iglesia acompañado de varios de nuestros padres. Una leve nieve cubría la tierra y el padre Vladimir pudo ver claramente que el Arzobispo usaba sólo sandalias, mientras el viento soplaba fuerte vio sus piernas desnudas en el frío noviembre de Nueva York. Como era tarde, el padre Vladimir asumió que todos irían a la cama y que sólo a la mañana saludarían al bienvenido huésped. Con un sentimiento de gratitud a Dios se volvió hacía el rincón del icono y continuó sus oraciones monásticas. No podía dormir debido a la excitación interna, cuando en la quietud de la noche escuchó a alguien caminar lentamente en el piso inferior, parando cada cinco pasos y retomando su caminata. Escuchó los pasos subiendo las escaleras de peldaños de cemento que hacían que se sintieran más fuertes. Luego los escuchó en el cuarto piso, cerca de su puerta. Sabía que era el Arzobispo Juan que se detenía en la puerta de la celda de cada uno de los monjes para orar y darles su bendición. Todos estaban dormidos. El corazón del P. Vladimir palpitaba cuando lentamente el santo jerarca se detuvo ante su puerta. El P. Vladimir sosteniendo el aliento parado frente a la puerta cerrada, sintió el cuidado y el amor que el Arzobispo Juan sentía por cada uno de los miembros del monasterio y seminario. Cuando los pasos se detuvieron a centímetros de la puerta, P. Vladimir aprovechó la oportunidad para orar por los desafortunados y los necesitados. Luego, lentamente continuaron los pasos, deteniéndose en la puerta de cada hermano y desapareciendo hasta que finalmente descendieron al piso inferior, ya no se los escuchaba.
Observando desde su ventana, el padre Vladimir vio al santo jerarca visitar todos los edificios del monasterio donde moraba la hermandad: el granero alejado, el edificio del seminario cruzando la calle… y luego, para su sorpresa, los pasos nuevamente comenzaron a subir las escaleras, y nuevamente el Arzobispo Juan caminaba con lentitud por los largos corredores del edificio principal y así continuó toda la noche. En la mañana, el Arzobispo ofreció la liturgia, y bendijo a todos los que se acercaban pidiendo su oración.
Apenas terminó el P. Vladimir de relatarme la experiencia de la noche anterior me dijo que escuchaba nuevamente esos pasos familiares y que esa sería mi oportunidad. Si el Bendito Juan llegara a entrar en la oficina ahora, me dijo que le pidiera las plegarias para mi hermana enferma. Que al verlo debía arrodillarme ante él, pedirle su bendición, darle el nombre del enfermo por escrito y una pequeña donación para el orfanato del Obispo. Cuando dije que no tenía dinero, el P. Vladimir sacó de su escritorio un par de dólares. De pronto se abrió la puerta a mis espaldas y el P. Vladimir dijo con alegría " Santo Vladika, dénos su bendición ! " Me di vuelta y frente a mí estaba un extremadamente pequeño monje encorvado, con cabello blanco despeinado, con un klobuk torcido, de color negro y una expresión muy austera. En realidad, toda su apariencia era austera casi despiadada, mientras estaba parado justo frente a mi, con el aire invernal aún emanando de él, me hizo estremecer. Sabía que estaba ante un santo de otro mundo, un mártir vivo de la Rusia crucificada. Conocía muy poco de su vida y de sus milagros y labores ascéticas, pero sentía que algo rudo y extraordinario se concentraba en él, un anciano encorvado pero aún enérgico.
Recordé las palabras del P.Vladimir sobre la manera en que debía dirigirme al santo jerarca, me arrodillé ante él, pedí su bendición y con temor y prisa le pedí que rezara por mi hermana. No había nadie más con él, lo cual fue menos atemorizador, ya que sus primeras palabras fueron un rezongo por haberme arrodillado. Sin mirarme repitió tres veces que debía escribir el nombre de mi hermana en un papel y rechazó los dos dólares que dejé en sus manos. No recuerdo lo que sucedió luego, pues sentí temor y comencé a tartamudear. Al ver mi confusión y sentir el sudor de mis manos me miró con una sonrisa que me aseguraba que todo estaba bien. Entendí que el consejo del P.Vladimir de arrodillarme, no era de su agrado, y me alegró escucharle decir el nombre de mi hermana tres veces. Sacó de su bolsillo algunas notas con pedidos de oraciones y le agregó a ellas una pequeña nota que el P.Vladimir escribió rápidamente para luego dejar en mi mano. Luego hizo algunas preguntas sobre mí, también quiso saber si asistiría con los otros seminaristas al servicio del día siguiente en la iglesia en Utica, Nueva York dedicado a San Juan de Kronstadt. Después de unas palabras con el P.Vladimir que le entregó nuestras últimas publicaciones y de una discusión que surgió cuando se las quiso abonar, el Obispo se marchó.
Sentía alegría en mi alma por haber podido conversar con un santo, me volví hacia el P.Vladimir para que me contara algo más del Arzobispo Juan, pero no escuché nada de lo que mi apreciado benefactor P.Vladimir me dijo. Estaba bajo los efectos de la conmoción de haber encontrado un hombre que no era de este mundo. Fue por medio de la buena voluntad del P.Vladimir que encontré a mi padre espiritual de Optina, P. Adrian; mi Athonite mayor, Schemamonk Nikodim de Karoulia; mi futura conexión en Alaska con San Herman, Aichimandrita Gerasin; y finalmente el Arzobispo Juan quien pocos años después sería el fundador de la Hermandad de San Herman. Aquella tarde, el P. Joseph, nuestro director del coro estaba seleccionando los mejores cantantes para ir a Utica a cantar la divina liturgia en honor del onomástico de San Juan Kronstadt. Como no poseía grandes talentos musicales, tenía poca esperanza de que me seleccionaran pero para mi gran sorpresa, el padre Joseph me eligió como un "adecuado" barítono, y me sentí dichoso de que me llevaran y de poder escuchar el sermón del Arzobispo Juan.
Llegamos temprano y pudimos cantar toda la Liturgia bien y sin errores. Mi atención estuvo fija en la peculiar figura del Bendito Juan, quien se veía aún más pequeño que la primera vez que lo encontré en la oficina. Cuando le ponían las vestiduras, en el subsuelo de la iglesia, observé que estaba extremadamente enflaquecido, era muy poco lo que cubría sus huesos, excepto lo que parecía un estómago prominente y que resultó ser una bolsita con sus pertenencias. En ella llevaba un icono de aproximadamente 30 cm. enmarcado en terciopelo púrpura, con las reliquias de su distante pariente y santo patrono, San Juan Maximovitch de Tobolsk, también llevaba otros objetos como su epitrachelion, puños litúrgicos, etc. Su sotana era azul brillante hecha con una tela china delgada y barata. Las vestimentas que cubrían su sotana también eran peculiares, aunque correspondían a un jerarca, eran de lino blanco con pequeñas cruces púrpuras y naranjas bordadas en toda su extensión, daba la impresión de que habían sido bordadas por sus huérfanos de Shangai. Su mitra no era redonda y brillante, no tenía el esplendor de las que llevan los pontífices sino que era sencilla, se podía doblar para llevarla en sus viajes, se parecía más a una gorra de monje de extraña forma. Era también blanca y con pequeñas cruces de hilo púrpura y naranja y tenía pequeños iconos de papel pegados en los cuatro lados. Toda la vestimenta era más larga que su propia estatura, su cabello despeinado, la expresión de su rostro era de enojo, su labio inferior caído y sus pequeños ojos negros a menudo cerrados. Pero lo peor fue su discurso, no pude comprender ni una oración de su sermón. Entendí que combinaba el significado de San Juan de Kronstadt, San Juan de Rila, el santo profeta Joel, Cleopatra y su pequeño hijo Juan, y contaba como Juan escupió a su torturador quien lo mató ante los ojos de su madre. También habló de la resurrección de Cristo. Me daba cuenta de que el sermón era profundo, porque mencionó partes de troparion y kontakion. Por más que me esforzaba y me ubicaba más cerca, no pude comprender su sermón.
La mayor sorpresa, sin embargo, fue durante la procesión alrededor de la iglesia con la bendición del agua. Cuando el rociaba con el agua bendita se dirigía principalmente a los monaguillos. Los jóvenes sentían que eran el centro de su atención y se enorgullecían de ser santificados por su amado pastor. Volví al seminario en un estado de profunda satisfacción, como si un impacto marcara mi vida. El Arzobispo Juan regresó a Francia, y yo pensaba que no lo vería nunca más pero después de mi graduación, misteriosamente me llamaron para servir a la iglesia en California, gracias a su especial llamado.
Dos años más tarde, en el verano de 1961, el día de mi graduación en el seminario, partí en una peregrinación al hogar de San Herman y a las reliquias santas en Alaska. Me había dado la bendición el Metropolitano Anastasio, quien me dijo: "Dios te bendiga, ve e inclínate en nombre nuestro ante el Apóstol Herman ya que nuestra edad avanzada nos impide viajar. Reza por nosotros allí y lleva nuestra bendición a nuestro hermano el Archimandrita Gerasim". Esta memorable peregrinación me dio un claro cuadro de la realidad eclesiástica, y me puso para el resto de mi vida en el sendero bendecido de San Herman. Antes de mi partida, el Padre Vladimir bendijo mi viaje con un pequeño icono de los santos Sergio y Herman de Valaam que era una bendición de su Mayor, el Padre Philemon de Valaamite. También me entregó una soga de bendiciones que yo procedí a usar. Tanto el icono como la soga de oraciones fueron colocadas en las reliquias de San Herman.
En mi viaje de regreso paré por una semana en la rectoría de la iglesia en Seattle en un cuarto de huéspedes en el segundo piso. Durante mi estadía perdí la cuerda de oraciones. Luego fui a Canadá a visitar el desolado skete del santo Arzobispo Iosaph. Recorriendo las praderas canadienses y visitando los sketes, me lamentaba de haber perdido la cuerda de oraciones, no hallaba consuelo porque la bendición de Valaam y de San Herman estaban con ella. Perdí las esperanzas de encontrarlas y retorné a San Francisco vía Seattle, donde tenía programado dar al Arzobispo Tikhin, al obispo Nektary, a la Abadesa Ariadna y sus hermanas del convento, un show de diapositivas de mi viaje a Alaska. La Abadesa había anunciado mi disertación en el diario. El show de diapositivas sería muy importante, había invitado a todos los alumnos de su escuela parroquial y a la juventud de la zona.
Un día antes del evento me puse muy nervioso. La abadesa me preguntó si no me importaba compartir mi charla con el Arzobispo Juan que había llegado de Francia. También me dijo que había organizado una recepción. Me sentí halagado pero al mismo tiempo petrificado de dar mi charla en presencia de alguien tan importante como el Arzobispo Juan. Ella me aseguró que era muy amable y comprensivo, que tenía el alma de un niño, y si mi charla se desarrollaba de manera sencilla, iba a ser un éxito.
Llegué más temprano de lo que esperaba, apenas crucé la puerta me llamaron para atender un llamado de Seattle, de mi amigo George Kalfov. George había sido acólito del Arzobispo Juan en Shangai, el Arzobispo lo había curado cuando tenia catorce años. Me había contado muchas cosas del Arzobispo y dijo que había sido constantemente perseguido lo cual me costó comprender.
Mientras subía los escalones de la iglesia, la abadesa Ariadna me apuraba para atender la llamada de larga distancia que estaba en su habitación, debajo del balcón de la iglesia. Al entrar, vi al Arzobispo Juan sentado al teléfono, haciéndome señas para que me acercara. Me dio el auricular y lo primero que George me dijo fue: ¿Dónde esta tu cuerda de oraciones? , admití que la había perdido y que era irremplazable. En ese momento el Arzobispo Juan, aún sosteniendo el auricular contra mi oído, saco mi cuerda de oraciones de su bolsillo. George me contó que el Arzobispo se había hospedado en Seattle, en mi mismo cuarto, fue allí donde encontró la cuerda. Al verla en sus manos automáticamente intenté alcanzarla, él me dejo tocarla luego la alejó de mi alcance, como si no quisiera compartirla conmigo. Posteriormente dijo "¿vendrías conmigo a San Francisco para trabajar juntos?". Yo asentí y comencé a tirar de la cuerda, pero él mirándome a los ojos con una sonrisa la alejó de mi alcance. Mientras tanto George que escuchaba lo que sucedía me dijo que con este gesto el Arzobispo me ofrecía trabajar con él. Reconocí que la divina providencia me daba a mi, poco merecedor, tal gran honor de estar junto al Arzobispo. La abadesa Ariadna, al ver esto confirmó que había sido la voluntad de Dios que el Arzobispo encontrara mi cuerda de oración. Y no se equivocó, por el resto de mi vida estuve ligado a la bendición del Arzobispo Juan.
Mi discurso fue un éxito. Cuando finalicé también el Arzobispo concluyó su mensaje. Durante la recepción las hermanas del convento, hijas espirituales del Arzobispo de Shangai, me hablaban de él, yo escuchaba mientras comía pastelitos dulces, tan feliz como una alondra.
Durante el curso de la conversación, ese día el Arzobispo me insistió que diera una charla a sus antiguos huérfanos del orfanato de San Tikhon, en la calle Balboa y que me pusiera en contacto con la supervisora Alexandrovna Shakhmatova, para arreglar la fecha del encuentro. Sin demora arreglé para visitarla al día siguiente, mi encuentro con aquella mujer me dejó una profunda emoción para el resto de mi vida. La Sra. Shakhmatova era como una madre para cientos de niños. No perdía el tiempo con ellos, tenía un buen contacto psicológico con esas almas jóvenes. Quedé encantado por su buen sentido del humor y una aguda percepción de los jóvenes.
Mi preocupación en los viajes era el reclutamiento de nuevos seminaristas para el seminario de la Santa Trinidad, y no dudaba en cada uno de mis paraderos, de conversar sobre el tema. En el caso de la Sra. Shakhmatova, sin embargo era ella la que iniciaba la conversación, ella hablaba, yo escuchaba y respondía a sus preguntas. Me gustó desde el principio su personalidad dinámica, quería que yo tomara parte en su mundo, me veía como un amigo potencial para sus huérfanos que estaban perdiendo a Dios en la desalmada atmósfera Americana. También deseaba yo saber más acerca del Arzobispo Juan pero antes de avanzar con esas historias ella quería que yo influenciara a uno de sus muchachos para entrar en el seminario. La Sra. Shakhmatova quiso que me encontrara al día siguiente con él y así fue. Mas tarde, las historias que me contó del Arzobispo me hicieron ver que él representaba el más grande espectro de la rectitud. Mi estudio de su vida se inició con la visión de la Sra. Shakhmatova. Ella había sido testigo de la exigencia ascética del monje en Shangai desde su llegada, el día de la Festividad de la entrada de Theotokos en el templo en 1934, el año en que yo nací. La Sra. Shakhmatova había tenido un matrimonio difícil y se había incorporado al orfanato del Arzobispo en Shangai casi en sus comienzos. Sus hijos también estaban en el orfanato. Ella veía como el Arzobispo Juan se crucificaba a sí mismo en la fundación y administración del orfanato dedicado a su santo, San Tikhon de Zadonsk, de quien recibiera su inspiración. Las condiciones de vida eran terribles y las necesidades de los niños, cuyos padres habían escapado del comunismo eran sobrecogedoras. El joven Obispo, desde el comienzo, reunió a un grupo de señoras de su parroquia, les pidió que fundaran un comité, alquilaran una casa y abrieran un albergue para huérfanos o niños de padres necesitados. Nunca se escribió sobre los capítulos del orfanato de San Tikhon. La sorprendente manera en la que el Bendito Juan recogía y alimentaba a los niños requiere la habilidad de un escritor para que las capture por siempre. Muchos niños estaban desnutridos, habían sido abusados y atemorizados hasta que el Arzobispo Juan los llevaba a su albergue y escuela. Cada niño tenía una historia traumática y fueron más de tres mil los que pasaron por el hospicio.
La Sra. Shakhmatova compartió algunas conmigo. Una de ellas sobre un niño de nombre Paul que había presenciado como los comunistas mataron a sus padres cortándolos en pedazos. El trauma dejó al niño mudo, ni siquiera podía pronunciar su nombre. Era como un animalito enjaulado, miedoso de todo, escupía y solo confiaba en sus puños.
Lo dejaron en el hospicio cuando estaba repleto sin lugar para uno más. Como Paul era tan miedoso las señoras pensaron que era anormal y lo rechazaron por temor a que asustara a los otros niños. Cuando el Arzobispo Juan se enteró demandó que lo admitieran y dejó todo para recibirlo. Nadie sabía que era ruso y que hablaba ruso pues solo mascullaba y siseaba como un animal enjaulado. El Arzobispo Juan se sentó ante el niño que temblaba y le dijo mientras lo abrazaba: " Se que has perdido a tus padres, pero ahora tienes a uno en mí " Dijo esto con tanto poder que el niño estalló en lágrimas y su voz resurgió.
En los barrios bajos de Shangai había casos en los que perros devoraban a niñas bebés que arrojaban en los tachos de basura. Cuando el Arzobispo Juan escuchó esto, le dijo a la Sra. Shakmatova que comprara tres botellas de vodka china y que lo acompañara a esas barriadas, donde era de público conocimiento que mataban a gente mayor. Sin temor, como siempre el Arzobispo Juan insistió a la horrorizada señora que lo acompañara. Ella recordaba el espanto que sentía cuando caminaban en la oscuridad de la noche entre borrachos, personajes sombríos, maullidos y ladridos de perros. Ella sostenía las dos botellas en sus manos siguiéndolo con perturbación, cuando se escuchó la queja de un borracho sentado en un pasaje oscuro y el gemido de un bebé dentro de un tacho. El obispo se apresuró hacia el lugar de donde provenía el llanto, el borracho rezongó en señal de advertencia. "Pásame la botella" le dijo a la Sra. Shakhmatova. Elevó la botella y con la otra mano señalaba al tacho de basura. El bendito Juan, sin necesidad de palabras había transmitido su mensaje con la propuesta de canje. La botella terminó en manos del borracho y la Sra. Shakhmatova salvó al bebé. Esa noche volvieron al orfanato con dos bebés. Dicha valentía no se hubiese logrado sin una profunda lucha interior.
Desde sus comienzos el Bendito Juan nunca comía durante el día. Seguía la liturgia, comulgaba, pasaba una hora en silencio en el altar lavando los recipientes. Luego visitaba los hospitales y a los cristianos ortodoxos como así también a los que no lo eran y sin embargo deseaban verlo. Daba la comunión, la bendición a los enfermos. A veces ofrecía la Santa Liturgia en hospitales, en varios idiomas según la demanda: griego, árabe, chino y posteriormente en inglés. Cenaba solo después de media noche y nunca se recostaba, tampoco apoyaba su espalda en el respaldo de las sillas. A veces el esfuerzo lo doblegaba y se quedaba dormido. Durante su vigilia siempre rezaba por los que le pedían y a menudo sus plegarias recibían respuesta inmediatamente. Ya entonces se lo conocía como el trabajador de milagros.
Una vez, en la mitad de la noche, la Sra. Shakhmatova, subió al campanario, una puerta en el último piso de la vicaría conducía a el. Cuando la abrió vio al Bendito Juan congelándose en profunda oración, tiritando al aire libre, bendiciendo las casas de sus feligreses. Ella pensó, "mientras el mundo duerme, el vigila como Habakkuk, cuidando su rebaño con la ferviente intersección de Dios para que ningún daño pueda acercarse. Profundamente conmovida, se retiró. Así supo lo que él hacía durante las largas noches invernales. ¿Por qué era necesario? me preguntó la Sra. Shakhmatova, "¿quién se lo pedía? ¿por qué tanto sacrificio cuando se necesitaba su presencia en tantos otros lugares? para mi sorpresa ella misma dio la respuesta: " El tiene un inextinguible amor a Dios. Lo ama como Persona, como su Padre y como su más cercano Amigo. El anhelaba hablar con Dios, y Dios lo escuchó. No fue un sacrificio consciente. El simplemente amaba a Dios y no quería separarse de Él
"Una vez durante la guerra," continuó, "la pobreza en el orfanato alcanzó dimensiones tan grandes que no había nada para alimentar a los 90 niños. El personal se enojaba porque el obispo seguía trayendo niños, algunos con sus padres. Así era él. Una tarde vino a nosotros agotado, con frío y en silencio. No pude resistir decirle que nosotras no podíamos tolerar más la situación, que no podíamos soportar ver pequeños hambrientos y no tener nada para darles. Perdí el control y elevé mi voz con indignación. No sólo me queje, estaba llena de ira hacia él por habernos puesto en esto. El me miró con tristeza y dijo "¿Qué es lo que necesitas?". Contesté "Todo, pero al menos cereales, no tengo nada para darles en la mañana".
El Arzobispo Juan la miró con tristeza y se fue arriba. Luego ella lo escuchó arrodillarse tan vigorosamente que los vecinos se quejaban del ruido. Su conciencia la perturbaba, esa noche no pudo dormir. Dormitó algo en la mañana cuando la despertó el timbre. Abrió la puerta y en frente suyo tenía un caballero inglés que representaba una compañía cerealera que tenía un excedente de granos. Comenzaron a entrar las bolsas y bolsas del cereal, cuando el bendito Juan bajó las escaleras. Apenas pudo la señora Shakhmatova murmurar palabra ante él. Él no dijo palabra, con la mirada le reprochó su falta de fe. Ella le contestó que podía arrodillarse y besar sus pies pero el Obispo ya se había retirado para rezar a Dios en agradecimiento.
Después de contarme esta historia, la señora Shakhmatova me habló nuevamente del joven que ella quería que yo llevara al seminario. Me pidió que tuviera un especial cuidado hacia él. Este muchacho, me dijo, ha tenido una infancia difícil y ha tenido siempre una inclinación mística. Siempre está tranquilo, meditabundo y triste. Mientras otros muchachos salen a jugar, él se queda mirando en la distancia. Varias veces le pregunté en que piensa y siempre tuve la misma respuesta: "En Dios". Este joven esta designado a ser religioso.
El descubrimiento de este joven fue todo una historia. Un día, el Arzobispo Juan le dijo a la señora Shakmatova que se preparara a ir a un hotel de prostitución. Horrorizada, ella se negó pero el con una sonrisa dijo que tenían que ir. Una señora rusa se dedicaba a este oficio y tenía dos niños necesitados de todo y que vivían con ella en el hotel. La niña tenía 6 años y su hermanito 9. Debían ser sacados de ese ambiente. Cuando llegaron fueron directamente a la habitación de la señora. En ese momento ella no se encontraba, pero el niño estaba sentado allí, sin una escuela a donde ir sin alimentos. Alentaron al niño a ir con ellos diciéndole que tenían un orfanato donde había alimentos, una escuela y un lugar donde jugar. Persuadieron al niño, pero al llegar la madre protestó con indignación, insultándolos. Sin embargo pudieron rescatarlo, dejando a la pequeña con su madre.
Como mencioné antes, me reuní con este joven al día siguiente de hablar con la Sra. Shakhmatova. Reaccionó positivamente cuando le sugerí asistir al seminario. Allí trabajó como tipista, el solo completó los 5 volúmenes de la Philokalia en ruso. Más tarde sirvió como monje en Grecia.
Al verme esa vez, el joven me pidió que lo acompañara a visitar a un amigo, un americano graduado del colegio universitario que estaba trabajando en un libro de filosofía. Acordamos encontrarnos el día festivo de la Entrada de Theotokos al Templo. Como yo deseaba recibir la Santa Comunión ese día, quedamos en encontrarnos en la vieja Catedral de San Francisco.
Era un típico día de San Francisco, soleado y frío. Después de recibir la comunión caminamos durante largo rato hasta un departamento en el subsuelo. Fue allí donde conocí a quien sería mi futuro socio Eugenio Rose, posteriormente P. Serafin. En menos de un año Eugenio se hizo Ortodoxo Cristiano y unos meses más tarde fue hijo espiritual del Arzobispo Juan quien lo ordenó como lector de las sagradas escrituras un año antes de su eterno descanso. A menudo me he preguntado si el Arzobispo Juan y la señora Shakhmatova hubiesen tenido miedo de mancharse con la vergüenza de entrar a una casa de pecado para salvar almas perdidas, en tal caso yo no hubiera encontrado al Padre Serafín, tampoco se hubiesen conocido sus escritos. Por supuesto, el Arzobispo Juan, como un verdadero siervo de Dios, sabía lo que estaba haciendo. A través de su amor bondadoso a Dios y a la raza humana, el Padre Serafín pudo ofrecer sus talentos al Señor.
En el decir de la señora Shakhmatova, el Arzobispo Juan no era un fanático eclesiástico, el no creía en las jurisdicciones. Cuando llegó a Shangai, había muchas denominaciones eclesiásticas. El las unió, servía en todos los lugares, era accesible y amaba a todos. También salvó a muchos. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando estaban de moda las ideas pro soviéticas y, cuando todos los obispos rusos en el lejano oriente aceptaron el patriarcado de Moscú, el Arzobispo Juan, como verdadero hijo de la Iglesia Ortodoxa, también conmemoró al Patriarca de Moscú, Alexis I, pero no dejó de conmemorar el sínodo ruso a quien entregó sus votos como obispo. El representante del patriarcado de Moscú, Arzobispo Victor, demandó a todos los obispos del lejano oriente que no reconocieran al Metropolitano Anastasio, representante de la Iglesia Rusa en el exterior, insistiendo de este modo en el poder jurisdiccional del Patriarcado. Todos los jerarcas de la Iglesia Rusa en el exterior cedieron a esta demanda con excepción del Arzobispo Juan. El dijo que solo lo haría si le demostraban que era correcto renunciar a los votos. Al conmemorar a ambas iglesias demostró su aceptación a las jurisdicciones. Por rechazar conmemorar al Metropolitano Anastasio fue echado de su propia catedral en Shangai, sin embargo continuó con la liturgia, frente a las puertas cerradas de la catedral, rogando por la dirección de ambas iglesias. Si bien no se preocupaba por temas de jurisdicción el Arzobispo Juan era despiadado e intolerante con el clero poco firme e indiferente en temas de integridad espiritual. Por esto fue muy odiado, hasta quisieron envenenarlo en una Pascua en la que estuvo a punto de morir. La intolerancia hacia el Arzobispo era fruto de envidia y celos. Su integridad en cuestiones de la iglesia, en especial de precisión litúrgica indicaban que su preocupación por sus feligreses no era asunto de preferencia personal sino que provenía de una filosofía eclesiástica de vida, dogmática y pastoral que era parte de la sucesión preservada en la Ortodoxia. Era consciente de que vivía y trabajaba desde un reino de otro mundo formado a través de la historia por los Padres de la Iglesia, por ello sentía desprecio por las expectativas pragmáticas que los tiempos y las modas dejan en uno. Era enemigo de la moda y del chisme. Si no se entiende el modo en que trabajaba el Bendito Juan es imposible explicar su comportamiento extraño que evocaba a un tonto por Cristo.
Una vez asistí a una cena por invitación del Arzobispo Juan en la que presencié una escena difícil de aceptar como "normal" por los patrones contemporáneos de conducta. Debía hablar con el Arzobispo por mi permanencia en San Francisco, sobre la formación de la hermandad de San Herman, sobre el futuro de Serafín Rose como hermano y por mi hermana fiancЙ mentalmente enferma. También quería confesarme. La Sra. Shakhmatova preparó la cena de costumbre: borscht de repollo y un plato de verduras. En la cabecera de la mesa de la cocina estaba sentado el Arzobispo Juan, a su izquierda, contra la pared el P. Mitrophan y luego yo. Frente al P. Mitrophan estaba el Obispo Savva, de visita en San Francisco. Detrás del Obispo Savva cerca de la estufa estaba una señora con mucho maquillaje que se quejaba, murmurándole a la Sra. Shakhmatova. Mientras tomábamos la sopa observé que el P. Mitrophan se reía entre dientes mientras miraba a las mujeres por encima de los hombros del Obispo Savva. Luego, quedé horrorizado al ver que el Arzobispo Juan se inclinaba hacia su plato de tal forma que su barba se mojaba en la sopa. En lugar de llevar la cuchara a su boca, la usaba deliberadamente para volcar la sopa con hilos de repollo sobre su bigote. No podía creer lo que veían mis ojos, no había una explicación razonable para tal comportamiento. El obispo Savva que no podía ver a las mujeres desde su lugar, estaba muy confundido para emitir palabra. Gentilmente tomó su servilleta y se la ofreció al Arzobispo Juan, pero aquel, con un rezongo la dejó a un costado. El P. Mitrophan, quien obviamente disfrutaba la escena, me dio un codazo guiñándome el ojo. Yo no sabía que hacer, tosí y me hice el desentendido. La demostración era bastante asombrosa porque el Arzobispo Juan miraba fijo a la mujer maquillada. Luego la mujer suspiró y dejó de cuchichear. El show había terminado. El Arzobispo Juan tomó su servilleta y se dirigió al baño, dejando la puerta abierta. Lavó su barba y volvió a su lugar para terminar la cena. El Obispo Savva, absorto con la lección que el Arzobispo le había dado a la mujer, permaneció desconcertado mientras que el P. Mitrophan murmuraba que la mujer había comprendido el significado.
Por qué fue necesario crear tal espectáculo para enseñar a la mujer que no se dedicara a modas mundanas que resultaban tan ridículas como volcar sopa sobre la barba. Comprendí la actitud y francamente me gustó porque se había enseñado sin palabras.
Otra vez, estaba yo sirviendo en la iglesia cuando el Arzobispo Juan señaló mi corbata. No comprendí. Entonces un joven me apartó indicándome que me la sacara porque el Arzobispo no permitía llevar corbata en el altar. Observé entonces que ninguno de los subdiáconos la llevaban. Posteriormente conocí la razón: la corbata es un lazo colgante que representa a la muerte y el altar representa el paraíso y la vida. Años más tarde, el P. Seraphin y yo seguimos esta costumbre con nuestros acólitos en Platina.
El Arzobispo Juan nunca hablaba en el altar. Si algo estaba mal daba un chasquido con la lengua en señal de corrección, y continuaba hasta que se dieran por enterados de lo que se debía corregir.
Muchas veces escuché críticas porque el Arzobispo caminaba descalzo, lo cual yo mismo vi en varias oportunidades. Por lo general se lo acusaba de estar descalzo en el altar. Para mi esto no era motivo de tanto escándalo. Un día durante la liturgia matinal yo estaba por casualidad en San Francisco para la conmemoración de San Ioasaph de Belgorod, un santo de mi devoción que había sido patrón del grupo de jóvenes del Arzobispo Juan en Shangai. Ya que estaba en la ciudad decidí ir al Hogar Tikhon. Sabía que el P. Leonid Upshinsky daría los oficios religiosos a menos que estuviese el Arzobispo Juan, en cuyo caso el P. Leonid cantaría en el coro. Cuando entré la liturgia estaba a punto de comenzar. Éramos solo nosotros tres. El Arzobispo Juan en el altar, el P. Leonid cantando y yo sirviendo como acólito. El Obispo me dio su bendición en el momento de colocarme el sticharion y comenzó el oficio. Yo estaba concentrado en la oración pero al mismo tiempo tenía miedo de cometer algún error en el altar. De repente noté que el Arzobispo estaba descalzo y sorpresivamente en ese instante me vino a la mente que ese día se conmemoraba al profeta Moisés quien tuvo que sacarse las sandalias cuando estaba en el lugar santo. Yo tenía puestos mis zapatos en el altar, un lugar santo. Allí me di cuenta que son los que llevan zapatos los que demuestran insensibilidad en los lugares sagrados y no a la inversa como cree la mayoría. Recuerdo que comencé a sentir un calor muy fuerte en mis pies cuando le pedí a Dios que me perdonara por mi falta de tino.
Esa liturgia fue imposible de entender. El Arzobispo Juan casi mascullando durante todo el servicio, lo cual me parecía natural puesto que Moisés había tenido un impedimento para hablar también. El servicio fue corto y terminó pronto pero, a mí en su profundidad, me parecía como una ojeada a la eternidad. No había nadie en la iglesia excepto nosotros y los ángeles. A menudo deseo ahora poder rezar y llorar como lo hice sin ninguna vergüenza esa mañana. Si cometí algún error nadie lo notó, estábamos tan concentrados en la ceremonia como si estuviésemos en tierra santa. Cuando escucho a alguien hablar de la "extrañeza" del Arzobispo Juan descalzo en el altar, suspiro con nostalgia en recuerdo de esa bella liturgia y de la indescriptible paz de sentirse en otro mundo.
También se criticaba al Arzobispo Juan por llegar tarde a la iglesia, esto ocurría porque se demoraba visitando enfermos y rezando junto a sus lechos. También le reprobaban ser obstinado con la disciplina espiritual. Pero el juicio que más daño le hizo provenía de los jóvenes obispos que no toleraban sus "excesos".
La Sra. Shakhmatova vio todo esto, como mujer puesta por Dios para atender las necesidades de este hombre sobrenatural, que trabajaba con su cuerpo terrenal para hacer el bien a los que sufren. Su conocimiento de los deseos del Arzobispo le otorgaban una visión profunda de este príncipe de la Iglesia que ejercía un Pontificado espiritual inspirando y llamando a la gente a un reino superior. Durante mis inolvidables visitas, la señora Shakhmatova pudo infundirme amor por este gran ser humano, un hombre con un corazón capaz de abrazar cientos de necesitados para fortalecer sus conciencias con la realidad de un Dios viviente.
Después de mi show de diapositivas en el Hogar Tikhon, me dirigí al hall del subsuelo donde se habían reunido infinidad de jóvenes. Los Arzobispos Tikhon y Juan estaban presentes como también el futuro Obispo Nektary. Vi al Arzobispo Juan sonriendo por las tontas bromas que yo hacía a los adolescentes. Al final de la charla, el anciano Arzobispo Tikhon, muy encorvado, me agradeció de corazón. El Arzobispo Juan se sonreía diciendo: "Necesitamos más charlas como estas." Luego agregó: "Ven nuevamente a visitarnos", y murmuró algo que no pude entender. Yo agradecí a todos sintiendo que pertenecía a ese lugar. Y me fui de California con el propósito de volver nuevamente.

Catecismo Ortodoxo
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