Monday, December 26, 2016

Los Santos Testigos de la Verdad. ( Los Sacrificios de los Santo Mártires )

 Cuando un fiel entra a una Iglesia Ortodoxa, inmediatamente se encuentra en una atmósfera muy diferente a la que él está acostumbrado. La razón es que él se ve rodeado por imágenes de ángeles y santos, reconociendo en estas imágenes a personas de diferentes nacionalidades, épocas, nivel social y educacional. En estas imágenes podemos reconocer a príncipes, campesinos, ricos, pobres, sabios y gente sin educación formal. Pero lo que muchos de ellos tienen en común es que fueron obligados a dejar este mundo en una forma violenta, significando que ellos murieron como "mártires" por Cristo. Cuando en la antigüedad se usaba la palabra "martis," en el idioma griego significaba "testigo." Nosotros queremos hablar aquí sobre el significado del martirio por Cristo.

El significado corriente de la palabra "Mártir," es "Testigo," o sea, lo que vio o escuchó una persona y de acuerdo a eso, presenta su testimonio. Las decisiones de una corte se determinan en base del testimonio del defensor y acusador. Del testigo se requiere que él responda únicamente basándose en lo que observó y no en sus propias opiniones o suposiciones. Él debe presentar solamente el hecho. El cristiano se convierte en "testigo" de la fe cuando por medio de la palabra y el ejemplo de su vida, testifica una nueva vida en Cristo. El objeto del testimonio no es superficial, más bien es la experiencia espiritual interior.

Las Santas Escrituras denominan a Jesucristo como al "Mártir Justo" (Rev. 1:5; 3:14). Después de Pentecostés, los testigos son Sus discípulos: los apóstoles y los predicadores del Evangelio (Hechos 1:8 y 1:22; 1 Pedro 5:1; Rev. 2:13 y 6:9).

Esta es la forma en la cual el Señor se expresaba con respecto al propósito de Su venida al mundo: "Díjole entonces Pilato: ¿Luego rey eres tú? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquél que es de la verdad, oye mi voz" (Juan, 18:37; 8:32). La verdad sobre la cual testificaba el encarnado Hijo de Dios, no era una enseñanza filosófica abstracta, pero sí una revelación Celestial de Aquel que escuchó de Su Padre y vio en el mundo espiritual, de donde Él vino. Él nos revelaba todo como un Ser que tiene una enorme sabiduría y experiencia, y conoce muy bien la vida de los seres beatos en el Reino de Su Padre.

Aquellos que recibían Su testimonio estando aún en esta vida pasajera, eran unidos por Él a la vida beata de acuerdo a sus capacidades, anticipadamente, otorgándoles el sabor de la felicidad mediante la unión con Dios, y haciéndoles sentir una cálida y vivificante luz celestial. Aquella gente que conoció la beatitud de Dios, sola se convertía en testigo de Jesucristo por medio de la palabra y una vida virtuosa.

Para los apóstoles la experiencia espiritual se sentía muy profundamente. San Juan escribía con respecto a sí mismo y a los demás apóstoles lo que ellos experimentaban por medio de la cercanía con Cristo: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida; (Porque la vida fue manifestada, y vimos, y testificamos, y os anunciamos aquella vida eterna, la cual estaba con el Padre, y nos ha aparecido). Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros: y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Y estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido" (1 Juan 1:1-4).

Si Jesucristo hubiese ofrecido únicamente ideas abstractas, estas ideas hubiesen sido recibidas pasivamente sin despertar drásticas divisiones dentro de la sociedad, lo que se observa en la historia cristiana. Las palabras de Jesucristo, como una fuerte luz, penetran en las tinieblas del alma del pecador, descubren delante de él toda la pobreza moral juntamente con las llagas arraigadas de su alma. Por esta razón, creer en Jesucristo y aceptar Su enseñanza, lleva inmutablemente a la reconstrucción de la ideología y a un cambio radical de la vida. Al mismo tiempo, esta luz espiritual profundiza más y más en los laberintos del alma del pecador, derrama un benéfico bálsamo, curando las heridas e infundiendo en la persona una fuerza moral vivificante, inspirándolo hacía una vida virtuosa. A medida de que la persona se purifica y se perfecciona moralmente, la benevolencia de Dios se experimenta con más intensidad. Delante de sus ojos espirituales se abren nuevos horizontes, comienza a entender con más profundidad la esencia de la vida espiritual, la vanidad y la mentira de la sociedad que la rodea y con más visibilidad toma el rumbo hacia la meta correcta y a las acciones positivas. Luego, basándose en la experiencia propia, finalmente comprende cuánto mejor y más hermoso es el deseo de una vida llena y perfecta con Dios en comparación con el estado interior vacío y oscuro. En verdad, el Reino de Dios se transforma para el fiel en un tesoro inestimable (Mat. 13:44) por el cual, para adquirirlo, él sacrifica todo lo que posee, incluyendo la vida.

Lamentablemente, no todos son capaces de ver la luz, no todos encuentran en sí las suficientes fuerzas para separarse de las malas costumbres, abnegar los bienes materiales para la renovación del alma. Por medio de los relatos evangélicos nos daremos cuenta que desde el primer día que el Señor comenzó a pronunciar Sus sermones, la sociedad humana comenzó a dividirse en dos grupos: aquellos que con alegría recibían la palabra de Cristo, y aquellos que se negaban a aceptarla. Más aún, existían aquellos que muchas veces no sólo ignoraban lo que el Señor les decía, sino se revelaban en contra de Él con odio e indignación. El Salvador así nos explica estas situaciones: "Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, porque sus obras no sean reprendidas. Mas el que obra verdad, viene a la luz, para que sus obras sean manifestadas, que son hechas en Dios" (Juan 3:20-21). En otras palabras, la enseñanza del Salvador posee la cualidad de abrir la verdadera disposición de la persona, sus ambiciones y preferencias secretas. La persona que era espiritualmente neutra y escuchó luego el sermón evangélico, no puede ya permanecer indiferente, o será Su discípulo, o Su enemigo.

El odio de los escribas y líderes religiosos hebreos hacia Jesucristo progresivamente aumentaba. Finalmente, este odio culminó en el juicio donde ellos lo calumniaron, sentenciaron a la muerte y luego consiguieron el permiso de Pilato para crucificarlo. De esta forma, el primer Testigo de la fe (Rev. 1:5), se transformó en el primer Mártir por ella. Pero Él mismo, por medio de Su resurrección, venció al demonio, el cual es el fundador y líder de la calumnia y de la muerte, convenciendo a todos que tarde o temprano la virtuosidad siempre triunfará.

La resurrección de Jesucristo y el descenso del Espíritu Santo eran aquellos dos famosos acontecimientos que definitivamente convencieron a los apóstoles en la veracidad de todo aquello que el Señor Jesucristo les legó y, como testigos de los acontecimientos evangélicos, decidieron dedicar sus vidas a la propagación de la fe de Cristo. Sus sermones, para ellos, eran como un testimonio de aquella vida beata que recibieron en Cristo. Así como durante la vida del Señor Su enseñanza atraía a unos y repelaba a otros, de la misma forma sucedía en los siglos consiguientes, dispersándose por diferentes países, como si dividiera a la gente en dos grupos. "No penséis que he venido para traer paz en la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para hacer disensión del hombre contra su padre, y de la hija contra su madre, y de la nuera contra su suegra," predijo el Divino fundador de la fe (Mat. 10:34-35).

La primer persona que murió por su fe en Cristo fue el diácono Esteban, el cual murió apedreado detrás de las paredes de Jerusalén muy pronto después del descenso del Espíritu Santo. Con el tiempo, en diferentes países y en diferentes circunstancias, murieron por la fe de Cristo sus discípulos y apóstoles. Por lo visto, el último que falleció por causas naturales, era el apóstol Juan, por su valor, firmeza y fidelidad con respecto a la Cruz del Señor.

Nerón (54-68) fue el primer emperador romano que comenzó una persecución masiva y sistemática de los cristianos. Durante su reino fueron ejecutados en Roma los apóstoles Pedro y Paulo. Los cristianos eran entregados a los circos para el entretenimiento de los romanos. En el circo los sometían a diferentes torturas, como por ejemplo, ser devorado por animales salvajes, o ser sumergidos en brea caliente, o encendidos como antorchas para alumbrar la ciudad.

San Justino, el filósofo, escritor (2º siglo), que también terminó su vida como mártir, ilustra en el siguiente relato cómo prácticamente el cristianismo dividió la sociedad, comenzando por la familia. En la ciudad donde él vivía, escribe San Justino, una mujer pagana se convirtió en cristiana. Debido a esto su esposo, siendo pagano, se llenó de odio hacía ella y se quejó a la corte regional. En vista que nada bueno esperaba a la mujer, ella consiguió una prorrogación del juicio para poder arreglar los asuntos de sus bienes. Mientras ella arreglaba sus asuntos, su esposo atrajo al juicio a un tal Ptolomeo, el cual, como él se enteró, introdujo a su esposa al cristianismo. Ptolomeo fue interrogado en el juicio, y cuando él reconoció enfrente de todos su fe cristiana, el juez lo condenó a la pena de muerte. En ese momento, dos personas que presenciaban el juicio comenzaron a protestar diciendo: "¿cómo puede ser que una persona honesta pueda ser sentenciada a muerte nada más que por sus convicciones religiosas?." El juez interrogó a los que protestaban para averiguar si ellos también pertenecían a la fe cristiana. Cuando ellos le respondieron que sí, él los condenó a muerte. Así sucedió mientras se preparaba el caso en contra de la mujer cristiana; tres cristianos perdieron sus vidas. Finalmente la mujer fue enjuiciada y condenada a muerte.

Todo comenzó, como explica San Justino, que la mujer, convirtiéndose en cristiana, no quiso participar más en los perversos placeres corporales de su esposo, considerándolos repulsivos, (2ª Apología de Justino al Senado Romano).

Aunque por nombre se conocen nada más que varios miles de mártires, en realidad, esta cantidad llega a los millones.

Las persecuciones de los cristianos nunca cesaban completamente, únicamente aumentaban o disminuían y cambiaban de un sitio a otro. Hubo ciertos períodos donde las persecuciones eran muy intensas y pesadas para los fieles. En los tres primeros siglos de la era cristiana las persecuciones eran encabezadas, en la mayoría, por los emperadores romanos. Después de un período comparablemente tranquilo, comenzó una nueva ola de persecuciones sangrientas iniciadas por los musulmanes árabes en los siglos 7–9; luego son remplazadas por los turcos en los siglos 13–18 (debemos mencionar sobre el contraste de los métodos que usaban los musulmanes para la propagación de su fe, en comparación de los métodos cristianos). Los apóstoles se acercaban a la gente con una palabra llena de amor; ellos estaban llenos de humildad y muchas veces fueron víctimas de parte de los incrédulos. Los musulmanes propagaban su religión por medio del fuego y la espada desde el primer día de su fundación. Finalmente, en las primeras décadas del siglo 20, con toda su fuerza y enfurecimiento, se dirigen en contra de los fieles — los ateos-comunistas. Debemos mencionar que cada persecución consecutiva era más cruel y sangrienta que la precedente. Las Santas Escrituras predicen persecuciones aún más terribles antes del fin del mundo.

De esta forma, la guerra en contra de la fe cristiana continúa durante toda la historia del Nuevo Testamento. Como explican las Santas Escrituras, la guerra es encabezada por medio del espíritu caído, el antiguo dragón que se considera el príncipe y líder de este mundo.

Pero habiendo sufrido la muerte física, los testigos de Cristo no padecieron. Todo lo contrario, ellos, como Él, triunfaron espiritualmente y ahora reinan con Él en el Cielo (Rev. 3:21).

Las condiciones en las cuales murieron los predicadores de la fe son muy individuales. Pero lo que tienen ellos en común es que el Señor Jesucristo y la vida plena de gracia que ellos recibieron por medio del cristianismo, fue lo más importante en sus vidas. "El cristiano es más capaz de entregar su vida por la fe, que un pagano entregar un pedazo de su manto por sus ídolos" escribió Orígenes (Carta a Selsios 7:39, cap. 182-215). Para ellos abjurar a Cristo y Su enseñanza significaba rechazar lo más valioso, o sea, privarse de Dios y de la vida eterna. La idea de rendirse enfrente del mal y la calumnia con el propósito de asegurarse la existencia en esta vida terrenal insignificante, era recibida por los fieles como una terrible tragedia.

El martirio cristiano se distingue en su esencia con la abnegación de los fanáticos. El fanatismo es una ciega adicción o apego a una idea. Los fanáticos son capaces de entregar sus vidas para comprobar una idea. Por ejemplo: los monjes budistas se incendiaban ellos mismos para llamar la atención de la sociedad con respecto a sus problemas sociales. El cristianismo prohibe el suicidio, considerándolo un pecado mortal que no tiene perdón de Dios. "Mas cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la otra" (Mat. 10-23). Los mártires no morían para comprobar una convicción o idea, sino, porque ellos no querían perder la vida espiritual de la Gracia, recibida en Jesucristo. La vida eterna en el Cielo era más valiosa para ellos que la vida física y temporal aquí en la tierra.

"Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Filip. 1:21), decía el apóstol Paulo. Él aconsejaba a los cristianos que ellos reciban las persecuciones por Cristo con alegría, como un honor y razón para recibir en el Paraíso más recompensa: "Porque a vosotros es concedido, por Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él" (Filip. 1:29).

Sabiendo muy bien todos los sufrimientos a los que serán sometidos Sus seguidores, el Señor Jesucristo los prepara con las siguientes palabras:

"He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos: sed pues prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. Y guardaos de los hombres: porque os entregarán en concilios, y en sus sinagogas os azotarán; Y aún a príncipes y a reyes seréis llevados por causa de mí, por testimonio a ellos y a los Gentiles... Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas al alma no pueden matar; temed antes a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno... Y cualquiera que me negare delante de los hombres, le negaré yo también delante de mi Padre que está en los cielos. No penséis que he venido para traer paz en la tierra: no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para hacer disensión del hombre contra su padre, y de la hija contra su madre, y de la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa" (Mat. 10:16-42).

Viendo la fe inquebrantable de los cristianos y esa firmeza con la cual ellos iban a los sufrimientos y a la muerte, muchos paganos se convencían de la veracidad de la fe cristiana, y se convertían también en cristianos. Comunican una gran verdad las palabra de Tertuliano (escritor del tercer siglo), que "La sangre de los mártires es semilla de los nuevos cristianos."

Los cristianos mártires son testigos de los dones eternos, de la riqueza espiritual y de la verdadera vida. Habiendo dejado este mundo penoso, ellos disfrutan ahora de la indescriptible vida feliz enfrente del Trono del Todopoderoso, de la misma manera como se le manifestó al apóstol Juan:

"Después de estas cosas miré, y he aquí una gran multitud, la cual ninguno podía contar, de todas gentes y linajes y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y palmas en sus manos; Y clamaban en alta voz diciendo: Salvación a nuestro Dios que está sentado sobre el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban alrededor del trono, y de los ancianos y los cuatro animales; y postráronse sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios diciendo: Amén: La bendición y la gloria y la sabiduría, y la acción de gracias y la honra y la potencia y la fortaleza, sean a nuestro Dios para siempre jamás. Amén. Y respondió uno de los ancianos diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido? Y yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han venido de grande tribulación, y han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre del Cordero" (Rev. 7:9-17).



Por medio del sacrificio los mártires de Cristo testifican la real existencia de las riquezas espirituales y la existencia de otra vida que es incomparablemente mejor que la nuestra. Ellos nos llaman a batallar firmemente con la maldad, querer a Dios y estar consiente de la dicha de tenerlo a Él en nuestras almas. Por medio de las oraciones de los santos mártires, pediremos que Dios nos dé una sólida fe y firmeza, tan indispensable para el alcance de aquel desembarque tranquilo hacia el Reino de Dios.
 
Obispo Alejandro (Mileant)

Catecismo Ortodoxo 

http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/

 

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