Wednesday, March 30, 2016

La Encarnación del Hijo de Dios y Su venida al mundo, alienta firmemente a los pecadores al arrepentimiento. ( San Tikon de Zadonsk )


La Encarnación del Hijo de Dios y Su venida al mundo, alienta firmemente a los pecadores al arrepentimiento. ¿Por quién vino Cristo al mundo?. Por los Pecadores. ¿Con qué fin?. Para su salvación. ¡Oh, cuán querida era nuestra salvación para Dios!. Él mismo vino al mundo, oh pecadores, para nuestra salvación.

¡Escuchad, oh Pecadores, y entended! Dios vino al mundo por nuestra salvación, y vino con nuestra imagen. ¡Oh, verdaderamente es grande el misterio de la piedad!. Dios se apareció en la carne: “Señor, ¿qué es el hombre para que de él te ocupes, el hijo del hombre para que pienses en él?” (Salmos 143:3).

Es verdaderamente maravillosa la gracia de Dios para con el hombre, y también es maravillosa esta obra Suya. Previendo esto, el profeta Le clamó con temor y terror: “He oído tu anuncio, oh Señor, y quedé lleno de temor. Ejecuta, Señor, tu obra” (Habacuc 3:2). Pecadores, tengamos en mente esta gran obra de Dios, que Él obró por nosotros, y arrepintámonos. Recordemos cómo nació de una Virgen por nosotros, y se hizo niño y fue alimentado con la leche de su madre. El Invisible se manifestó, y el que era sin principio, tuvo un principio; el que era intangible se volvió tangible y fue envuelto en pañales como un niño: “Y el Verbo se hizo carne” (Juan 1:14).

Recordemos cómo, siendo aún un niño, huyó de los asesinos del rey Herodes. Recordemos cómo vivió en la tierra y fue un desconocido, cómo fue de un sitio a otro y obró por el bien de nuestra salvación. Recordemos como Él, que es inaccesible para los querubines y los serafines, tuvo compañía con los pecadores; cómo Él, que tiene el cielo como Su trono y la tierra como el escabel de Sus pies, y que habita en la luz inaccesible, no tuvo lugar donde recostar Su cabeza; cómo Él, que era rico, se hizo pobre, para que por Su pobreza, nosotros fuéramos ricos.

Recordemos cómo Él, que se reviste a Sí mismo con la luz como con una vestidura, se revistió con la vestidura de la corrupción. Cómo Él, que da alimento a toda carne, comió el pan terrenal. Cómo el Todopoderoso se hizo débil, y Él, que da fortaleza a todos, trabajó.

Recordemos como Él, que está por encima de todo honor y gloria, fue blasfemado, maldecido y burlado por los labios de los transgresores.

Recordemos cómo Él se afligió, sufrió, penó, lloró y se llenó de horror. Recordemos cómo fue vendido y traicionado por un discípulo ingrato y fue abandonado por el resto de los discípulos; cómo fue atado y llevado a juicio; cómo fue juzgado por los transgresores. Fue vilipendiado. Fue azotado. Fue vestido con la vestidura de la burla, fue aclamado con burla como Rey: “Salve, rey de los judíos” (Juan 19:3). Fue coronado con una corona de espinas, golpeado en la cabeza con una caña, y escuchó de Su pueblo desenfrenado: “¡Muera!, ¡Muera!, ¡Crucifícalo!” (Juan 19:15). Fue llevado a la crucifixión entre dos malhechores y murió sobre la Cruz.

Todo esto hizo el Hijo de Dios para nuestra salvación. Oh pecadores, en Adán perdimos nuestra salvación y toda nuestra bienaventuranza, pero Cristo, el Hijo de Dios, por la buena voluntad de Su Padre celestial, nos lo ha devuelto todo. Consideremos entonces, oh pecadores, si la Sangre de Cristo, vertida por nuestra salvación, y todo Su sufrimiento, no nos clama. Arrepintámonos, y no seamos privados de la salvación eterna, pues sin arrepentimiento, no hay salvación para nadie. Pero sin embargo, el miserable pecador aún no entiende.

Dios ama tanto al hombre que reveló Su maravillosa providencia para él, para que se arrepintiera, y así, fuera salvado, pero el pecador aún no entiende.

Cristo, el Hijo de Dios, le muestra Su venida al mundo en el Evangelio. Le presenta Su negación voluntaria, Su pobreza voluntaria, Su humildad voluntaria y profunda, Sus obras, penas, tribulaciones, tristezas, sufrimientos y muerte, e incluso una muerte en la Cruz. Y le dice: “Hombre, cargué todo esto sobre Mí, y lo soporté por ti y por tu salvación. Pero descuidas tu salvación, y no te preocupas ni piensas que debes arrepentirte y abandonar tus pecados, para poder hacer uso de Mi Sangre y vivir”.

Pero el pecador, aun cuando escucha esta lastimera y dulce voz de Cristo en el Evangelio, aún no entiende. Cristo promete no recordar sus pecados y transgresiones cuando vuelva a Él, pero el pecador aún no entiende. Cristo lo llama hacia Él y le promete descanso, pero el pecador no entiende. Permanece sin corregir, como estaba, y transgrede como transgredía antes. Hace malas obras, como las hacía antes; ama la oscuridad como la amaba antes; odia la luz, como la odiaba antes; y por esta razón no viene hacia la Luz, sino que permanece con el maligno, el príncipe de la oscuridad.

Oh pobres pecadores, despertad y volved en sí. Si no lo hacéis, la Sangre de Cristo derramada por vosotros clamará contra vosotros para retribución. Escuchad lo que el profeta de Dios os canta en la persona de Dios: “Yo te pediré cuentas y te lo echaré en cara” (Salmos 49:21), esto es, todas vuestras malas obras, palabras, pensamientos, intenciones y empresas os seguirán en el otro mundo y aparecerán en el Juicio universal de Cristo, y recibiréis la justa recompensa por ellas. No deseáis arrepentiros ahora para vuestro beneficio y ser así salvados por la gracia de Cristo; entonces, os arrepentiréis, pero demasiado tarde y en vano. “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará” (Efesios 5:14). Bendito sea Dios por los siglos.

¿En Quién buscamos la salvación?

Estableced vuestra salvación solamente en Cristo Jesús, el Salvador del mundo. Si verdaderamente creéis que sufrió y murió por vosotros, y que es vuestro Salvador, entonces amadlo con todo vuestro corazón, obedecedlo y complacedlo, como vuestro Salvador, y poned y confirmad toda vuestra esperanza de salvación solamente en Él. Indefectiblemente debemos hacer buenas obras como cristianos, pero debemos pedir y esperar la salvación, sólo de Cristo.

San Tikon de Zadonsk


                                      Catecismo Ortodoxo 

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De Qué Forma el Espíritu Penetra en el Corazón. ( San Nicodemo el Hagiorita )


Os diré ahora... como debéis guardar vuestro espíritu, es decir, el acto (energía) de vuestro espíritu y vuestro corazón. Sabéis que todo acto mantiene una relación natural con la esencia y la potencia que lo ejercita y que (una vez ejecutado) retorna naturalmente hacia ella para unírsele y reposar. Por eso una vez que se ha liberado el acto del espíritu - que tiene por órgano al cerebro - de todos los objetos exteriores del mundo por medio de la guardia sobre los sentidos y la imaginación, deberéis llevar nuevamente este acto (energía) a su esencia y a su potencia propia. En otros términos llevaréis el espíritu al centro del corazón -que es, como hemos dicho, el órgano de la esencia y de la potencia del espíritu- y contemplaréis entonces, mentalmente, al hombre interior en su integridad. Esta conversión del espíritu, los principiantes acostumbran practicarla, según la enseñanza de los santos Padres «sobrios», inclinando la cabeza y apoyando el mentón sobre el pecho. Que el retorno del espíritu al corazón esté exento de desviaciones.
Dionisio el Areopagita, en su pasaje sobre los tres movimientos del alma, llama, a esta conversión, el movimiento circular y sin desviación del espíritu. Del mismo modo en que la periferia del circulo vuelve sobre ella misma y se une a ella misma, así el espíritu, en esta conversión, vuelve sobre si mismo y se hace uno. Por eso Dionisio, el más excelente de los teólogos, ha dicho: «El movimiento circular del alma, consiste en su entraña en ella misma por el desprendimiento de los objetos exteriores y en la unificación de sus potencias intelectuales, la que le es conferida por su ausencia de desviación, como en un circulo» (Noms divins, cap. 4). Por su lado, el gran Basilio nos dice: «El espíritu que no está disperso entre los objetos exteriores ni extendido sobre el mundo por los sentidos, vuelve hacia si mismo y sube por si mismo hacia el pensamiento de Dios» (Carta 1).
El espíritu, una vez en el corazón, no se detenga solamente en la contemplación, sin hacer nada más. Allí encontrará la razón, el verbo interior gracias al cual razonamos y componemos obras, juzgamos, examinamos y leemos libros íntegros en silencio, sin que nuestra boca profiera una palabra. Que vuestro espíritu, entonces, habiendo encontrado el verbo interior, sólo le permita pronunciar la corta oración llamada monológica: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, tened piedad de mi».
Pero esto no basta. Debéis, además, poner en movimiento la potencia volitiva de vuestra alma, en otros términos, decir esta oración con toda vuestra voluntad, con toda vuestra potencia, con todo vuestro amor. Más claramente, que vuestro verbo interior aplique su atención, tanto con su vista mental como con su oído mental, a esas únicas palabras, y mejor aún, al sentido de las palabras. Así, permaneciendo sin imágenes ni figuras, sin imaginar ni pensar ninguna otra cosa, sensible o intelectual, exterior o interior, se producirá algo bueno. Pues Dios está más allá de todo lo sensible y lo inteligible. Por lo tanto, el espíritu que quiere unirse a Dios por la oración debe salir también de lo sensible y de lo inteligible y trascenderlo para obtener la unión divina. De allí, las palabras del divino Nilo (Evagrio): «En la oración, no te figures la divinidad, no dejes a tu espíritu sufrir la impronta de una forma cualquiera, permanece en cambio, inmaterial ante el Inmaterial, y tú comprenderás» (Acerca de la oración, 56). Que vuestra voluntad se aplique enteramente, por el amor, a las palabras de la oración, de ese modo vuestro espíritu, vuestro verbo interior y vuestra voluntad, esas tres partes del alma, serán uno y la unidad comprenderá a los tres. De este modo el hombre, que es la imagen de la santa Trinidad, adhiere y se une a su prototipo. Según la expresión de ese gran héroe y doctor de la oración y de la sobriedad mental, Gregorio Palamas de Tesalónica: «Cuando la unidad del espíritu se hace trinitaria permaneciendo una, entonces se une a la mónada trina de la divinidad, cerrando toda salida a la desviación, manteniéndose por encima de la carne, del mundo y del príncipe del mundo» (Acerca de la oración, 2).
Razones por las cuales se debe retener la respiración durante la oración
Dado que vuestro espíritu -el acto de vuestro espíritu - tiene por costumbre extenderse y dispersarse sobre los objetos sensibles y exteriores del mundo, es necesario que, al pronunciar esta santa oración, no respiréis continuamente como se acostumbra según la naturaleza. Retened un poco vuestra
respiración hasta que vuestro verbo interior haya dicho una vez la oración. Entonces respirad, según la enseñanza de los Padres.
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Porque la retención mesurada de la respiración atormenta, comprime y, además, hace penar al corazón que no recibe el aire reclamado por su naturaleza. El espíritu, por su lado, gracias a este método, se recoge más fácilmente y retorna al corazón, por causa, a la vez, del esfuerzo, del dolor del corazón y del placer que nace de ese recuerdo vivo y ardiente de Dios. Pues Dios procura placer y alegría a aquellos que lo recuerdan según las palabras: «Cuando de Dios me acuerdo, gimo» (Sal 76, 4). Aristóteles señaló, por otra parte, que el espíritu se localiza y se recoge en el órgano que experimenta la sensación de pena o de placer.
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Porque la retención mesurada de la respiración vuelve sutil al corazón endurecido y pesado. Los elementos húmedos del corazón, convenientemente comprimidos, calentados, se vuelven más tiernos, más sensibles, humildes, mejor dispuestos para la compunción y más aptos para derramar fácilmente las lágrimas. El cerebro también se utiliza y, al mismo tiempo, el acto del espíritu se hace uniforme, transparente y más apto para la unión que procura la iluminación sobrenatural de Dios.
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La retención mesurada de la respiración comprime y hace sufrir al corazón, y la pena y el dolor le hacen vomitar el anzuelo envenenado del placer y del pecado que había tragado. Según el adagio de los antiguos médicos, lo contrario cura a lo contrario, de allí las palabras de Marco: «El recuerdo de Dios es una pena de Cristo abrasada por la piedad» «cualquiera que olvida a Dios se hace amigo del placer e insensible»; y aún, «el espíritu que ora sin distracción comprime al corazón»; y «a un corazón contrito y humillado, Dios no lo desprecia».
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Mediante esta retención mesurada de la respiración, todas las otras potencias del alma se unen también y vuelven al espíritu y, por el espíritu, a Dios, lo que es admirable. Así el hombre ofrece a Dios toda la naturaleza sensible e intelectual, de la que él es el lazo y la síntesis según Gregorio de Tesalónica (Vida de san Pedro, el Atonita).
Afirmo además, que son los principiantes quienes, cuando oran, tienen mayor necesidad de esta retención mesurada de la respiración. Puesto que, si bien pueden penetrar en el corazón a través del verbo interior y permanecer allí, cuando llega el momento de hacer reentrar al espíritu en el corazón, y fijarlo con mayor celo - sobre todo en la etapa de la guerra con las pasiones y los pensamientos- y, por ese retorno orar más integralmente, deben hacerlo recurriendo a la retención mesurada de la respiración.
Tal es, en resumen, la célebre oración a la cual los santos Padres han dado el nombre de oración mental y cordial. Si deseáis saber más, leed en el libro de la santa Filocalia el tratado de san Nicéforo, el discurso de Gregorio de Tesalónica sobre los santos hesicastas y la Centuria de Calixto e Ignacio Xanthopoulos.
Os exhorto calurosamente, fuera de la lectura de las siete horas canónicas cotidianas fijadas por la antigua legislación de la Iglesia, a dedicaros a esta oración cordial y mental y hacer de ella vuestra obra incesante y perpetua. A pronunciar en vuestro corazón el nombre, suave y amable entre todos, de Jesús, a pensar en Jesús en vuestro espíritu, a desear a Jesús y amarlo con vuestra voluntad. A dirigir hacia Jesús todas las potencias de vuestra alma. A buscar cerca de Jesús la misericordia en toda contrición y humildad. Si os es imposible, a causa de las preocupaciones y las inquietudes de este mundo dedicaros a ello sin cesar, por lo menos fijaos una hora o dos, de preferencia hacia la tarde y en un lugar tranquilo y oscuro, para consagraros a esta santa y espiritual ocupación.

Filocalia

                                   Catecismo Ortodoxo 

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Friday, March 25, 2016

¿Por qué los Monjes y Monjas Ortodoxas se Visten de Negro?


Alguien se preguntaba por qué los monjes y monjas ortodoxos se visten de negro. Es conocido que los (las) religiosos (as) católicos (as), utilizan vestiduras en color blanco u otros colores suaves, algo que les da un toque de elegancia, mientras que los nuestros, ortodoxos, en negro, parecen anticuados, obsoletos e incluso descuidados..

Enero es, especialmente, el mes de los monjes santos. Celebramos a los santos piadosos Teodosio, Pablo de Tebas, Antonio, Eftimio, Macario de Egipto, Máximo el confesor, Efrém Sirio, Isaac Sirio, además de los Santos Tres Jerarcas: Basilio, Gregorio y Juan, también monjes por excelencia. Esos dias de festividad representn una excepcional concentración de virtudes, penitencias y escritos de mucha utilidad para nuestra salvación, que nos fueran dejados por esos monjes santos, cual tesoros valiosísimos. La riqueza espiritual, la belleza pero también las luchas que conlleva la vida monacal son manantiales inagotables de los que podemos extraer lecciones muy importantes, que nos iluminan en muchísimos aspectos.
La entera espiritualidad ortodoxa tiene en su centro el arrepentimiento. Según las enseñanzas de los Santos Padres, sin esta virtud, sería inconcebible otro medio para escalar en la plenitud cristiana. Esta afirmación coincide completamente con la realidad, porque, en tanto que el hombre sirve a sus pasiones, no podrá andar el camino de la plenitud, porque éste presupone en sí el romper cualquier vínculo con el pecado. El arrepentimiento, como estado espiritual, debe ser abrazado por cu alquier cristiano, sin importar su cultura, preparación profesional, afiliación política, étnica o esas diferencias en distintos criterios que pertenecen al mundo y su contexto.

Tanto el rico, como el pobre, el intelectual y el campesino, el universitario y el estudiante... todos son llamados por Dios a alcanzar las bondades prometidas por Él. Junto a los cristianos que, viviendo en el mundo y sus contextos, luchan con sus propias pasiones y se arrepienten por sus pecados, ha existido - incluso desde los inicios del cristianismo - una categoría aparte que, renunciando a todo lo terrenal, opta por una vida de permanente arrepentimiento, haciendo de este un modus vivendi. Ellos y ellas son los monjes y monjas, y la forma de vida que ellos han asumido libremente se llama vida monacal.

A lo largo del tiempo, muchos han intentado definir el monaquismo, de manera que puedan abarcar completamente todos los aspectos espirituales, sociales y psicológicos que en éste se hallan. He aquí uno de estas definiciones: "El monaquismo constituye un camino, no el único, pero precisamente incuestionable como el primero, para encontrar la existencia perdida del hombre, pero también para encontrar a Dios. El monaquismo agita la entera vida psico-espiritual del hombre, busca en ella, constanta la existencia de algunos elementos abandonados, ve la imagen divina oscurecida por los pecados y lucha fervientemente para reconducir el alma a su estado de imagen y semejanza de Dios" (Teoclit Dionisiatul, Dialoguri la Athos, vol. I, traducere Pr. Ioan I. Ică). No negamos ni desconsideramos la otra forma de alcanzar la salvación, camino que eligen la mayoría de creyentes, el de la vida marital. Pero sólo quiero evidenciar un aspecto de la vida monacal que es casi desconocido por parte de los laicos: la vestimenta de los monjes y monjas. Junto al oficio (litúrgico) con el que se accede a la vida monacal, el candidato (o candidata) recibe las vestiduras que le habrán de recordar constantemente la vocación que ha elegido. Algunos podrán ver en la vestimenta monacal una especie de uniforme. Muchas categorías profesionales se distinguen por los ropajes que se utilizan para su práctica: médicos, soldados, policías, bomberos, marineros. Entonces, ¿La vestimenta monacal es un simple uniforme? Más de alguno diría que sí! En apariencia, esto es una verdad parcial, porque el uniforme monacal le da al monje la sensación de estar reclutado, pero también que se encuentra en una batalla permanente, no para avanzar en rango y dignidad terrenal, sino para asaltar el Reino de los Cielos.

Las vestimentas monacales envuelven al monje en distintos sentidos expresados mediante símbolos, de los que debe ser siempre consciente. Estas trasmiten algo que está más allá del material de que están hechas y de su propia forma: la expresión de la imagen espiritual que debe investir al eremita, la representación de un hombre nuevo, de un discípulo de Cristo, quien ha elegido la renuncia total y la entrega especial, distinta a la de los demás cristianos. La vestidura del monje, junto a sus muchos símbolos, tiene también una particularidad relacionada con su color, que caracteriza al monje, indicando su estado de permanente sacrificio.

Sobre las vestimentas de los monjes encontramos muchas referencias en los textos dejados por los Santos Padres. Entre estos, San Basilio el Grande, escribe sobre el hecho que las vestimentas monacales deben distinguirse de las de los laicos, por dos razones: la primera, para indicar el llamado monacal, pero que también en la misma vestidura se muestre una exhortación para vivir según la forma elegida. En las formas litúrgicas actuales, el oficio de tonsura preve la investidura del monje o monja con los siguientes elementos: camisa, paraman, dulama, potcapul, rasa, manta y camilafca. Se observa que el porte del monje está constituido por siete piezas principales, para demostrar que la vida plena a la que está llamado el monje, se alcanza mediante los siete Dones del Espíritu Santo. Aunque, claro está, junto a dichas piezas, el monje recibe, en el oficio de consagración, además, el cinturón, las sandalias, la metania y la cruz.

Volvamos al dilema de algunos, que por qué se eligió el color negro para las vestiduras de los monjes y monjas ortodoxas. El negro es un color controversial. Por una parte está asociado a lo oscuro, a la hechicería, y por otra parte, a la solidez y a la confianza. Al mismo tiempo inspira autoridad y poder, y por otra, desesperación, aflicción, dolor pero también constancia, prudencia y sabiduría. Aún más, muchas veces el color negro es la imagen de la penitencia y el sufrimiento. Así, en el caso de los monjes, el negro es un signo de renuncia a lo vano del mundo. El monje está muerto para el mundo y, por eso, su imagen exterior es negra, al tiempo que en su interior todo debe ser blanco, como la luz. El negro representa también las entrañas de la tierra de donde comenzó la renovación del mundo, por medio del nacimiento en un pesebre, del Santo Hijo de Dios. De esta manera, el monje, vestido en negro, se expone a una metamorfosis intensa de renovación espiritual, porque vistiéndose de ese color, vive permantentemente una muerte en misterio, la anticipación de un verdadero nacimiento. Él muere para el mundo, naciendo en Cristo.

Arcrhimandrita Mihail Daniliuc


                                   Catecismo Ortodoxo 

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Wednesday, March 23, 2016

Sobre la Ortodoxia ( Padre Dumitru Staniloae )


La Ortodoxia es idéntica en fe y culto, con el contenido de fe y de culto cristiano original. Pero el hecho paradoxal y absolutamente auténtico es que, siendo en su esencia una extensión de la fe, culto y espiritualidad de la Iglesia indivisible desde el principio, la Ortodoxia sigue respondiendo perfectamente a las necesidades espirituales actuales de los pueblos que le han conservado. Ella no ha modificado su esencia después de tantos períodos históricos por los que la humanidad ha atravesado en estos dos mil años. Ella no ha hecho del elemento temporal de unos u otros de esos momentos históricos, elementos esenciales de su ser, de manera que ahora le sea difícil eliminarlos. Ella no se medivalizó como el catolicismo romano, no es un producto de las manifestaciones renacentistas como el protestantismo y no busca ni siquiera ahora alguna modificación esencial para adaptarse a los tiempos actuales, por medio de la secularización. Ella ha permanecido en los valores esenciales y permanentemente humanos de la devoción, de las preocupaciones simples, profundas y permanentes del hombre en su relación con lo absoluto. Ella ha ayudado al hombre a dar una respuesta a las distintas preguntas surgidas a través de los tiempos, a través de la respuesta que le ha dado siempre a las preguntas fundamentales. Ella no se identificó con la dura armadura y las complejas formas de lucha del caballero medieval, ni con el severo traje y el código social disimulador del burgués individualista, sino que ha mantenido el mismo vigor de movimiento y simpleza de pensamiento, así como la manifestación directa y esencial del hombre natural de siempre, logrando ser siempre la misma y siempre actual.


La Iglesia Ortodoxa no introdujo en su santuario interior y no dejó que penetrara los rasgos simples de su fe, las diversas y complicadas invenciones de algunos instruídos, quienes se dejaron llevar más por el deseo de ciertas delicias de gimnasia intelectual, que por la emoción profunda y completa de la relación de misterio entre el hombre y Dios. La Ortodoxia no mezcló nunca los arabescos innecesarios de la mente humana en la esencia simple, insondable y grandiosa, permanente e inevitablemente vivida del misterio de la salvación. Podría afirmar que ella ha mantenido siempre un carácter popular, y el pueblo, en su naturalidad, ha estado siempre abierto solamente a los problemas reales y esenciales de la vida.


Por eso, la Ortodoxia ha ganado, con su exposición simple de los aspectos fundamentales del misterio de la salvación, la atención del hombre de cualquier tiempo. Ella ha ganado la comprensión del hombre de siempre, porque ha actualizado la vivencia de estos menesteres y respuestas fundamentales, indiferentemente si se trató del hombre de la Edad Media, del Renacimiento o de nuestro tiempo, porque esas necesidades y esa sensibilidad son comunes a todos los tiempos. La Ortodoxia no tuvo necesidad de las especulaciones escolásticas medievales, para encontrarse en realidad con el hombre de entonces, así como no necesita auto-secularizarse para encontrarse con el hombre contemporáneo. Al contrario, ella intuye que, auto-secularizándose, perdería totalmente la atención de este hombre, porque ya no le ofrecería en absoluto la respuesta a los problemas fundamentales de la salvación, que seguirán inquietándolo en lo profundo de su ser.


La Ortodoxia también se ha adaptado, desde luego, a los tiempos. Ella ha ayudado a los pueblos que la han guardado, en todas las circunstancias de vida por las que han pasado y en todas sus necesidades. Pero esa adaptación no ha significado nunca una modificación esencial en ella como misterio, o una sustitución de su misterio con determinada ideología. Ella ha sido siempre el mismo misterio de lo simple, fundamental y necesario para la vivencia religiosa. Pero el misterio responde no sólo a estas necesidades fundamentales de siempre, sino a todas las necesidades de la vida. El misterio cristiano debe ser puesto en evidencia, en cualquier tiempo, de acuerdo al modo de entendimiento del mismo tiempo, pero debe ser puesto en evidencia siempre en la misma integridad que satisfaga las necesidades de la salvación. Los hombres podrán extraer luego sus conclusiones teóricas y prácticas, entendiendo que el misterio de la salvación responde también a los problemas especiales de su propio tiempo, pero sólo en su calidad de misterio integral del cristianismo, sin reducirse al rol de una simple respuesta para estos problemas especiales.


Así hizo siempre la Ortodoxia y así lo sigue haciendo. En este sentido, ella comunica a los hombres al “Jesucristo, el mismo ayer y hoy” (Hebreos 13, 8), a Jesucristo, Quien, siendo el mismo, responde de la misma manera como lo hizo ayer. La Ley Antigua estaba sujeta a cambios, para que su revelación prosperara, pero heste hecho vino a modificar para siempre su razón de ser, cuando, finalmente, vino a ser cambiada por Cristo. Ese cambio provino de su incapacidad para hacerse plena como misterio de salvación. Ella pierde su sentido, “por razón de su ineficacia e inutilidad, ya que la Ley no llevó nada a la perfección, pues no era más que introducción a una esperanza mejor, por la cual nos acercamos a Dios.” (Hebreos 7, 18-19), ya que “éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (Hebreos 7, 18-19).


La Ortodoxia ha entendido que no necesita cambiar nada del sacerdocio pleno de Cristo, para agregarle o reducirle algo, sino sólo ponerlo una y otra vez en evidencia, en toda su plenitud. A la Ortodoxia le suena extraña la expresión “Ecclesia semperreformanda” (Iglesia en permanente necesidad de reformarse), porque ella comunica completamente a Cristo, quien es “semperconformis cum omni tempore” (Permanente en cualquier tiempo).


El Cristianismo occidental comenzó, a partir de la Edad Media y por medio de la Escolástica, un camino de “definición”, es decir, de delimitación o concentración del misterio de la salvación, de acuerdo a las capacidades de la mente humana; este camino ha sido seguido también por la Reforma, que proviene del catolicismo. El abordaje intelectual del misterio cristiano sustituyó la vivencia integral del misterio, con la reflexión en las piezas rotas de éste.


La Ortodoxia ha vivido el misterio de la salvación en toda su plenitud, siempre. Los pocos términos nuevos adoptados por los Concilios Ecuménicos, fueron emitidos con el objetivo de no reducir el misterio a una definición racional, sino precisamente para protegerlo contra las tentaciones de racionalizarlo y limitarlo, o incluso reducirlo. Dichos términos tuvieron como propósito proteger la experiencia, por siempre, del misterio anunciado en el Nuevo Testamento, que somos salvados por el Hijo de Dios, Quien para esto se hizo hombre y permanece el mismo, eternamente, Dios y hombre, plenamente accesible a nosotros. Los Concilios han guardado el misterio de nuestra salvación, conforme el cual la fuente infinita de vida se nos hizo accesible por medio de la máxima accesabilidad del humano: nuestro semejante. Ellos rechazaron la tentación racionalista que vaciaba el misterio de la salvación y hacía vana la misma salvación, reafirmando la separación del hombre y Dios, o la identificación panteísta del hombre con Dios. El misterio de la salvación no puede ser reproducido sino paradójicamente y la Ortodoxia ha guardo el carácter paradoxal del misterio cristiano contra cualquier intento de división hecha con proposiciones racionales unilaterales.


A la Ortodoxia se le objeta que, así como el cristianismo occidental se adaptó a la mentalidad de la Edad Media y del Renacentismo, así también ella se adaptó a la mentalidad bizantina, enterrando el centro vivo del misterio cristiano en una pompa formalista y aristócrata, que ha perdido toda relación con nuestros tiempos. No negamos que la Ortodoxia sufrió una cierta influencia bizantina. Pero esta influencia no llegó a tocar el centro del misterio cristiano. Al contrario, la vivencia del misterio permaneció viva también en el período bizantino y se puede decir que no fue el pensamiento bizantino el que generó la espiritualidad cristiana de ese período, sino al contrario, la forma de vivir cristiana original generó el pensamiento y el arte bizantinos. No fue la visión bizantina de la existencia la que dio a luz a la Liturgia de la Iglesia, sino la Liturgia de la Iglesia origina produjo la visión bizantina del mundo.


Lo que se considera herencia bizantina en la vida de la Iglesia Ortodoxa es, especialmente, esa multitud de símbolos mediante los cuales se expresa le fe cristiana y su vivencia en el culto, en el arte, en la vida. Pero la influencia bizantina en la Ortodoxia desarrolló sólo un simbolismo inherente a la propagación del misterio cristiano. Las definiciones intelectuales y las exposiciones docrinarias por las que el Occidente buscó y busca suprimir la divulgación simbólica del misterio de la salvación, comienzan de la convicción que este misterio puede ser expresado exactamente por medio de palabras humanas. En realidad, este misterio, entonces cuando es reducido a su sentido literal y a definiciones intelectuales, se reduce o se desvanece. La plenitud paradoxal del misterio de la salvación se sugiere de forma más real por medio de símbolos. Hablar de la cruz y la resurrección de manera general, su representación en imágenes, su manifestación por medio de los actos simbólico-litúrgicos, sugiere aún más real y existencialmente el misterio de la salvación, que la teoría de la satisfacción sostenida por Anselmo, o la teoría protestante, que no pueden abarcar sino sólo una parte del misterio imcomprensible de la salvación.


Estas teorías son buenas sólo si no pretenden reemplazar al misterio en sí, en su plenitud imcomprensible, sino enseñar alguna parte de él, de forma relativa y provisional. La influencia bizantina consta en la voluntad de organizar todos los detalles del culto, del arte, de los gestos de la vida religiosa, de tal manera que exprese intuitiva y simbólicamente los distintos detalles del misterio de la salvación. Estos podrían dar cierta impresión de formalismo, sólo si no son manifestados con seriedad y convicción. Una liturgia oficiada en cualquier parroquia campesina, cuyos feligreses están acostumbrados a su expresión natural-simbólica, muestra de un modo claro y penetrante los rasgos esenciales del misterio de la salvación. En cualquier caso, esta expresión es la misma enseñanza doctrinaria cargada de sutilezas; mientras tanto, en Occidente han buscado muchas veces sustituir las sugerencias del misterio, con símbolos. Si la Ortodoxia necesitara adaptarse de alguna manera a las necesidades del hombre de hoy, esta adaptación no podría constar en un abandono total de las expresiones simbólicas, sino solamente una simplificación de tales expresiones, para que se vean inmediatos los grandes símbolos del misterio cristiano, correspondiente a los inmensas, simples y permanentes evidencias y necesidades espirituales del hombre de todos los tiempos.


Pero debemos reconocer que en la era bizantina la Ortodoxia presentaba otra característica más (la concordancia entre Iglesia y Estado). Los cristianos occidentales lo mencionan, pero reconocen satisfechos que actualmente esa sinfonía ya no existe. Queremos detenernos en este punto, porque consideramos que tal aspecto no es propio de la era bizantina, sino que la influencia bizantina sólo vino a acentuarlo, siendo algo inherente al cristianismo auténtico y, como tal, permaneciendo de cualquier manera en la Ortodoxia actual.


Mientras en el Occidente medieval y subsiguiente a la Edad Media apareció y se desarrolló la idea de dos imperios separados y opuestos, o dos espadas en lucha, en el Oriente cristiano se afirmaba la unidad del mundo, sostenida por el mismo Cristo Pantocrátor; el imperio estaba espiritualizado desde su interior, no estaba obligado exteriormente a someterse a una espada presuntamente espiritual, que en el fondo lo que podría estar haciendo es obrar mundanamente, sometiéndose provisionalmente al imperio seglar a través de cierta superioridad también terrenalmente. El Imperio bizantino se hacía sentir, encontrándose dentro de las mismas zonas en las que se hallaba también la Iglesia, en el marco del ordenamiento universal determinado del mismo Redentor Pantocrátor, aunque en este mismo marco tenía otras actividades y la autonomía de unos órdenes propios. Esta era una visión muy cercana a la expresada por el Santo Apóstol Pablo: “Dios colocó todo bajo sus pies, y lo constituyó Cabeza de la Iglesia. Ella es su cuerpo y en ella despliega su plenitud el que lo llena todo en todos.” (Efesios 1, 22).


En los siglos siguientes, las cosas se desarrollaron de una determinada manera también en Oriente, en el sentido de las concepciones occidentales, llegándose a una separación Estado-Iglesia. Pero la influencia occidental en este sentido se ejerció mucho más sobre el Estado que sobre a Iglesia. La Ortodoxia mantuvo su visión del mundo como un tejido unitario de razones, que tienen como centro y finalidad en el mismo Pantocrátor. Por eso, la Ortodoxia no puso nada de su parte para profundizar aquella separación, o para transformarla en cualquier clase de antagonismos y conflictos entre el orden eclesiástico y el orden estatal o cultural. Siempre encontró en la solicitud y aspiraciones profundas del pueblo una plataforma de entendimiento y de colaboración con el Estado.
(…)
La experiencia del misterio integral de la salvación por parte de la Ortodoxia es una con la experiencia viva del Espíritu Santo, como el soplo de vida que viene del plan divino. El Espíritu Santo es el que hace siempre contemporáneo, siembre vivo el misterio de la salvación. Por eso, el Espíritu Santo ocupa un lugar tan importante en la preocupación y en el discurso de la Ortodoxia. En el Espíritu Santo, o por medio del Espíritu Santo, la Ortodoxia vive continuamente el misterio de la salvación, vive a Cristo hecho hombre, crucificado y resucitado, en Su comunicación viva e hipóstasis hacia los fieles.



Se ha hablado y se habla mucho también el protestantismo sobre el Espíritu Santo. Pero el Espíritu Santo (en tal concepción y discurso) de hecho se ha vuelto el factor fundamental para el individualismo orgulloso, de una originalidad de entendimiento individual nueva de la fe, no de la experiencia más allá del entendimiento del misterio. El Espíritu Santo ha sido identificado allí con fenómenos intelectuales y sentimentales, inmanentes e individualistas. Pero la experiencia auténtica del Espíritu nos eleva a una percepción más allá de la mente y del orgullo individualista del misterio, mismo que se nos abre como una realidad no inventada por nosotros, para todos. El Espíritu Santo es la cima de la obra divina de la Trinidad, venida a nuestra intimidad subjetiva y revelándose a nosotros como tal, como dicen los Padres orientales.


El Espíritu nos habla de aquella realidad divina, no como teoría intelectual, sino como misterio de vida, más allá de nuestra inmanente vida. Él conecta nuestra vida espiritual con la vida de Cristo crucificado y resucitado, haciéndola una vida común y nueva. Por eso el Espíritu es dador de vida y nos hace vivos, porque nos aleja de las especulaciones sobre Dios y sobre la salvación, hechas a la distancia, en la mismísima experiencia del misterio divino en Su trabajo salvador. La Ortodoxia, siendo la experiencia del Espíritu, como experiencia del misterio entero de la salvación, es siempre actual, porque esta experiencia siempre responde a las necesidades humanas fundamentales, a diferencia de culquier teoría intelectual, que debido a su naturaleza reducida y unilateral, es falta de vida y superada con cada paso que dé el espíritu en la línea del progreso intelectual. Esta comunión de la realidad del misterio divino de la salvación, por medio del Espíritu Santo, es una verdadera vida para el espíritu, con todo lo que significa tal forma de vida. Por eso, canta la Ortodoxia “Por medio del Espíritu Santo, toda alma resucita”, “Por medio del Espíritu Santo comienza la vida”, “El Espíritu mueve la creación”, a donde viene Él, nace la vida”, “todo se renueva”, “por el Espíritu Santo viene la sabiduría” y “todo buen don”.
(…)


La Ortodoxia es doxológica, en el sentido extenso de que todo conocimiento sobre Dios y sobre Su labor redentora está orientada prácticamente, existencialmente. Es transformada en la oración, en el diálogo directo con Dios, en el contenido de tal diálogo, en la substancia de nuestra relación personal y viva con Él. La Ortodoxia ha mantenido el carácter auténtico de la religión como diálogo del creyente con Dios, mientras que el cristianismo occidental ha desarrollado el carácter de doctrina, de filosofía del cristianismo, de gnosis, que transforma a Dios en objeto, diluyendo Su realidad y subordinándolo a la mente humana.



Pero sólo en la relación dialógica Dios es vivido intensamente y en verdad. Por eso la Ortodoxia es la experiencia viva de Dios. Y Dios, como elemento en el diálogo con el creyente, en su momento, trabaja en su contraparte humana, la bendice, responde sus peticiones con Su consuelo y Sus dones.



Dios obra en los creyentes por medio del culto, por medio de sus sacramentos, mientras los fieles sienten y testifican la presencia de Dios en sus cantos de enaltecimiento y con las oraciones que le elevan. El culto ortodoxo sacramental es un diálogo ontológico entre Dios y los creyentes y solamente después de esto es también un diálogo verbal. Dios obra en nosotros, mientras oramos, después de recordar Sus hechos redentores y luego de alabarlo por ellos. Y, trabajando en nosotros, Dios nos abre los ojos del alma para que intuyamos Su obra, para que la sintamos y nos mueve a expresar nuestro agradecmiento por este sentimiento. Así, el culto sacramental no es solamente una forma de oración del conocimiento de Dios, sino también una fuente de conocimiento y de contínua verificación del conocimiento de siempre de la Iglesia, forma principal de la tradición viva de la Iglesia. Las palabras utilizadas en el culto son la guía hacia la experiencia de su contenido y la expresión de esta experiencia.


Los fieles ortodoxos no han obtenido la enseñanza de la Iglesia por medio de catequismos y esposiciones doctrinales, sino sobre todo del mismo culto, de la práctica sacramental del misterio de la redención. El pensamiento sobre Dios es culto y el culto es pensamiento, guía. El creyente ortodoxo no desprecia la reflexión sobre Dios y sobre Su obra salvadora, pero esta reflexión se hace en el espíritu del diálogo con Dios, es la reflexión de esa contraparte que alaba a Dios, le agradece y le pide algo, es una reflexión en el cuadro vivo del diálogo, en la experiencia del misterio divino. El pensamiento del otodoxo sobre Dios es culto, aún fuera del tiempo del culto.
Así, en el culto sacramenteal de la Ortodoxia, que es también pensamiento, trabaja el Espíritu Santo, Quien es la cima de la obra divina en nuestro interior más íntimo. En la práctica del culto se produce continuamente el suceso del encuentro con Dios. En el culto le hablamos a Dios cantando, porque sólo el canto expresa más cálidamente esa experiencia para la que no existen palabras. Cantando nuestro ser se hace más sensible a la experiencia del misterio, es llevado por el entusiasmo que produce en él la vivencia del misterio, del Espíritu dador de vida y encuentra la forma de comunicar esta vivencia entusiasta. El canto libera las palabras de su limitado sentido intelectual, haciéndolas adecuadas para vivenciar inefablemente el misterio.


Pero el culto es también, al mismo tiempo, la conversación del hombre con Dios sobre sus necesidades y las de sus semejantes, las del mundo entero, así como sus alegrías por los dones recibidos. En el culto, el hombre ve y vive, profunda y existencialmente, su necesidad de Dios y toma consciencia de lo que para él significa estar en comunión con Dios. Porque, en el Espíritu Santo, el hombre se ve a sí mismo no en el impase de su propia impotencia y la infelicidad de vivir sin conocer a Dios, sino en la esperanza optimista de su plenitud y en el comienzo de esta plenitud, que se teje en el diálogo misterioso y redentor con Dios. Por eso el culto es dinámico. El hombre se vive a sí mismo, en su integridad, elevado y puede gustar desde ya (...) de su vida eterna en Dios, en el Espíritu del amor y de la comunión con Dios y con Sus elegidos. Los íconos de los santos, los himnos de elogios dedicados a ellos, el vivir en comunión con ellos también, agrandan tal optimismo. Todo esto comprende una verdadera doctrina vital sobre el hombre, sobre lo que el hombre puede llegar a ser, mediante la profundización de su diálogo vivo con Dios y también con sus semejantes, una doctirna de la grandeza que le espera al hombre, una doctrina de la esperanza para cada creyente, de una esperanza conocida desde ya, por anticipado. Los íconos y los himnos dirigidos a los santos mantienen al creyente en cierta tensión entre la herencia recibida y la plenitud prometida, por medio del desarrollo del diálogo ontológico con Dios, que es un camino escatológico. La perspectiva escatológica del culto proyecta una luz de optimismo sobre la vida presente.


El fundamento más profundo de la esperanza, de la alegría que llena todo el culto ortodoxo y que caracteriza a la Ortodoxia, es la Resurección. La celebración de la Pascua, que es el centro del culto ortodoxo, es cual una explosión de felicidad, semejante a la que vivieron los discípulos al ver al Señor resucitado. Es la explosión de la alegría cósmica por la victoria de la vida, después de la inmensa tristeza por la muerte que tuvo que soportar el mismo Soberano de la vida por haberse hecho hombre. “Que se alegren los cielos y que la tierra se goce, y que celebre todo lo visible e invisible, porque Cristo resucitó, la eterna felicidad“. Todo se llenó con la certeza de la vida, después de que todo avanzaba inexorablemente hacia la muerte. El teólogo A. Schmemann dice que esta es la mejor noticia, o el evangelio que trajo y que promulga todo el cristianismo: la alegría de la Resurección. Si el cristianismo no le diera al mundo en más esta alegría única, su razón de ser desaperecería. La alegría de la Resurección es anunciada por el cristianismo en cada domingo. Porque cada domingo está dedicado a la Resurección. Así, todo el culto vibra de la felicidad de la Resurrección y está envuelto en esa tensión escatológia de la esperanza en la victoria de la vida. “Ahora todo se ha llenado ya de luz, cielos y tierra”, proclama la Iglesia en la noche de la Resurrección. En la noche de la falta de sentido de un mundo sometido a la muerte, cubierta por un cielo cuya intención no se conocía, de un tiempo que conducía todo a la muerte, teniendo grabado en sí el sello del sinsentido, brotó vida de un sepulcro, lo que vino a llenar de la luz del sentido a todo el mundo y su tiempo, mismo que nos descubrió la intención bendita del cielo para el mundo y reveló incluso a los ángeles el sentido de la creación. El tiempo devino entonces, de un tiempo que llevaba a la muerte, de un tiempo que se desarrollaba en la oscuridad de la falta de sentido, un tiempo de resucitar, un acontecimiento luminoso, una celebración permanente. Todos los días del tiempo, todos los días del año se volvieron fiesta, asegurándonos que nos llevan a la resurrección, como llevaron a la vida venerable a los santos que celebramos en cada uno de ellos. Mejor dicho, todos los días se volvieron vísperas de un domingo eterno, como los días de la semana son la espera del domingo, porque ellos nos obligan a esforzarnos, semejante al de los santos, para llegar a alcanzar un feliz descanso como el de ellos.

La Ortodoxia acentúa con una especial fuerza la fe del cristianismo en la victoria de la vida. La lucha tanto tiempo indecisa entre vida y muerte terminó con la victoria definitiva de la vida. Ahora no tememos más a la muerte, ahora ya no nos entristece, porque ella es el paso a una vida verdadera, la cual percibimos desde ahora. La mezcla del sentido y del sin sentido, impresa en todo, por el simple hecho de que por una parte existían, por otra todo estaba sometido a la muerte, se ha vuelto ahora sólo un sentido. La vida ha triunfado definitivamente sobre la tristeza y la desolación. La creación entera está destinada, por la Resurrección, a la vida eterna; la creación entera ha sido recuperada por Aquel que la creó.


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Akathisto a los 40 mártires de Sebaste


Contaquio I
Aunque San Constantino había concedido su edicto de tolerancia a los cristianos, Lucinio, que compartía el poder con él, en la tierra de Armenia, quiso forzaros, por medio de su gobernador Agrícola, a hacer sacrificio a los dioses paganos. Vosotros os negasteis y nosotros con gran voz clamamos: Regocijaos oh Santos Mártires de Sebaste.
Ikos I
Os distinguisteis por numerosas batallas, por vuestra bravura y fidelidad, pero aunque Lucinio os pidió rendir homenaje a los dioses paganos, vosotros preferisteis la muerte del cuerpo para salvar vuestra alma inmortal santificada por el bautismo y nosotros os cantamos:
Alegraos, modelos de firmeza.
Alegraos, ejemplos de fidelidad.
Alegraos, parangones del fervor.
Alegraos, imágenes del gran coraje.
Alegraos, espejos de la Vida en Cristo.
Alegraos, iconos de la Verdadera Vida.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio II
Fuisteis arrojados a la prisión, y pasasteis la noche en el calabozo en oración y salmodia. Oísteis una voz que decía: Perseverad hasta el fin y seréis salvados. Y elevasteis vuestras manos a Dios cantando: ¡Aleluya!
Ikos II
Al día siguiente fuisteis llevados de nuevo ante Agrícola, y usando su adulación, no os volvisteis débiles, mas rehusando renegar al Salvador por ganar el favor del emperador Licinio, continuasteis confesando firmemente a Cristo. Y ante vuestro indefectible coraje, nosotros cantamos:
Alegraos, granos fértiles de la fe.
Alegraos, ramo de virtudes cristianas.
Alegraos, brotes de santas promesas.
Alegraos, flores que florecieron en el cielo.
Alegraos, frutos magníficos de la ascesis.
Alegraos, cosecha agradable al Maestro.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio III
Un tiempo después, el juez Licio vino a Sebaste para procesaros. Él os habló del deshonor que manchaba vuestra reputación. Pero vosotros le respondisteis que podía tomar vuestras vidas, pues para vosotros no había más precioso que la fe en Cristo. Acacio y Acaeto, con vuestros compañeros cantaron, pues, a Dios: ¡Aleluya!
Ikos III
Entonces intentó lapidaros, pero las piedras lanzadas, volvían a vuestros verdugos y los herían. Os devolvieron a la prisión y vuestra noche fue una vigilia de oración al Dios del universo. Y una voz os hablaba así, Alejandro y Angias, y a todos los otros: El que crea en Mi, aunque muera, vivirá. Sed valientes y no temáis nada, y así obtendréis coronas imperecederas, mientras que los cielos claman:
Alegraos, sufrimiento aceptado por Dios.
Alegraos, testigos del dolor.
Alegraos, luces en las tinieblas.
Alegraos, esperanza en la desesperación.
Alegraos, pruebas del Amor de Cristo.
Alegraos, encarnaciones de la Fe.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio IV
Entonces fuisteis lanzados a un lago helado, vigilados por un guardia, para prevenir que salierais a tierra firme. Pero vuestra convicción cristiana no fue agitada: Atanasio y Claudio, fuisteis introducidos en esta aguas como en las del bautismo, cantando a Dios: ¡Aleluya!
Ikos IV
Cirilo y Domiciano, bravos soldados del Maestro Santo, vuestros labios no cesaron de orar mientras que el frío cruel penetraba mordazmente en vuestra carne. Como vuestros compañeros, vosotros mirabais al cielo como vuestra patria verdadera. Y nosotros cantamos ahora vuestro insigne coraje diciendo:
Alegraos, bornes en nuestro camino.
Alegraos, faros del Espíritu Divino.
Alegraos, cobijos de la vía estrecha.
Alegraos, refugios de los piadosos creyentes.
Alegraos, parada santa de nuestras vidas.
Alegraos, esperas del Inefable.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio V
Domno y Eudecio, con vuestros compañeros rezasteis así: Señor, haz que todos nosotros, los cuarenta, podamos perseverar y ninguno falte a tu Nombre Sagrado. Y perseverasteis en la oración ferviente, cantando a Aquel que salvó a los tres jóvenes del horno: ¡Aleluya!
Ikos V
Elías y Eunoquio, a pesar de los guardias que tentaban de haceros volver a la falsa razón del mundo y a la cobardía de la perjura, vosotros continuasteis vuestra ascesis en el agua helada. Maravillados por vuestra constancia, nosotros cantamos:
Alegraos, jardín de cuarenta flores.
Alegraos, tropa que marcha al Cielo.
Alegraos, cielo con múltiples estrellas.
Alegraos, últimos combates por la Vida Verdadera.
Alegraos, orgullo de todos los creyentes.
Alegraos, camino de la Ortodoxia.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio VI
Eutiquio y Flavio, cuando, pensando influenciar vuestra santa voluntad de morir por el nombre glorioso de Cristo, instalaron baños calientes cerca del lugar de vuestro martirio, para calentar vuestros cuerpos helados por el frío y renunciar a vuestra fe, vosotros rehusasteis con vuestros compañeros, cantando a una sola voz a Dios: ¡Aleluya!
Ikos VI
Gayo y Gorgonio, todas las seducciones del mundo fueron vanas ante el carácter inflexible de vuestra fe. Permanecisteis en el hielo con vuestros hermanos en el martirio y con oración ferviente al Señor, vosotros habéis merecido las alabanzas que cantamos:
Alegraos, hijos valientes del Padre.
Alegraos, hermanos de Cristo en la cruz.
Alegraos, receptáculos del Espíritu.
Alegraos, hijos de la Toda Pura.
Alegraos, compañeros de todos los santos.
Alegraos, exaltación de los fieles.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio VII
Heliano y Heraclio, atletas de la fe cristiana, comensales de los mártires de todos los tiempos, abandonasteis el tiempo y la época de vuestros verdugos, para refugiaros en la Eternidad, cantando a Dios: ¡Aleluya!
Ikos VII
Hesiquio y Juan, vuestro ejemplo sagrado es para nosotros más preciado que el oro, pues, sin perder vuestro coraje en ningún momento, pusisteis vuestra mirada fija en el Reino de lo Alto, despreciando la llamada de los paganos a uniros a sus errores. Por eso nosotros cantamos:
Alegraos, entusiasmo del Reino.
Alegraos, vigor de la rectitud.
Alegraos, fuerza invencible de Cristo.
Alegraos, bello heroísmo de los puros.
Alegraos, energía celeste y santa.
Alegraos, ardor en el invierno del mundo.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio VIII
Leoncio y Lisímaco, san Efrén el Sirio, el arpa inefable del Espíritu Santo en nuestra iglesia, cantó vuestras alabanzas y la de vuestros compañeros, poniéndoos como ejemplo de fidelidad a los creyentes de siglos venideros y dando gracias a Dios, cantando: ¡Aleluya!
Ikos VIII
Melecio y Melitón, se habló de vosotros, y el historiador Sozomeno de Bizancio dejó un escrito sobre el hallazgo vuestras santas reliquias y las de vuestros gloriosos compañeros por la emperatriz Pulqueria, que cantó para honraros:
Alegraos, pasarelas hacia el Edén.
Alegraos, manifestaciones de Gracia.
Alegraos, reflejos del cielo sobre la tierra.
Alegraos, fronteras del más allá.
Alegraos, canales de bendición.
Alegraos, promesas de la Vida futura.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio IX
Nicolás y Filoctimón, san Gregorio de Nisa, el brillante teólogo de Cristo nuestro Dios, escribió dos discursos que él mismo predicó en una iglesia dedicada a los santos cuarenta mártires, de los que formabais parte, clamando incesantemente a Dios: ¡Aleluya!
Ikos IX
Prisco y Quirión, ni la mordedura glacial del agua sobre vuestros cuerpos, ni la perspectiva de la muerte terrestre, ni las tentaciones humanas de poner fin a vuestro suplicio de frío, no superaron vuestra resolución de vivir para Cristo en el paraíso. Por eso, nosotros os cantamos a plena voz:
Alegraos, incienso que se eleva al cielo.
Alegraos, cirios ardientes ante Dios.
Alegraos, lámparas iluminadas con el amor de Cristo.
Alegraos, sustentos firmes de los creyentes.
Alegraos, coro sutil de oración.
Alegraos, oraciones rectas que ascienden al cielo.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio X
Sacerdón y Severiano, al igual que las de vuestros compañeros ardientes en la fe, vuestras reliquias sagradas son una muralla indestructible contra las invasiones, según san Basilio el Grande, que añadió que vosotros sois, santos mártires, un recurso aprobado en la prueba. Nosotros alabamos a Dios cantando: ¡Aleluya!
Ikos X
Sisinio y Esmeraldo, la elocuencia de los oradores, la sabiduría de los filósofos permanece muda ante el estruendo espiritual, que, con vuestros compañeros de tortura, habéis dado a los cristianos de todos los tiempos. Sois ejemplo de fidelidad, amor y fe indefectible. Por eso nosotros os alabamos así:
Alegraos, pilares de la fe de la Iglesia.
Alegraos, ambones santos del Inefable.
Alegraos, columnas de la piedad.
Alegraos, candelabros de la Única Luz.
Alegraos, puertas reales de Dios.
Alegraos, santuarios del misterio.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio XI
Teodulo y Teófilo, servidores amantes y amados de Dios, miembros de la santa milicia de los cuarenta mártires de Cristo en Sebaste. Vuestro renombre incorrupto en Cristo a través de los siglos, asombra y maravilla a los fieles que claman a Dios: ¡Aleluya!
Ikos XI
Valente y Valerio, ninguna argucia del enemigo, ninguna estratagema del tirano, superó vuestra fe invencible. Pues la gracia de Dios permanecía en vosotros y vuestros compañeros en Cristo. Y como un muro, ella no permitía que declinara vuestra afección por Cristo y sus promesas. Por eso nosotros os cantamos:
Alegraos, holocaustos de gran valor.
Alegraos, ofrendas inestimables.
Alegraos, sacrificios de gran precio.
Alegraos, oblaciones de pureza.
Alegraos, propiciaciones insignes.
Alegraos, inmolaciones consentidas.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio XII
Viviano y Xantias, al igual que vuestros compañeros, habéis combatido el buen combate por Cristo. Pero uno de los condenados cedió a las insidias del diablo, y abandonando el lago, fue hacia el baño caliente y murió. Coronas descendían del cielo hacia vosotros,  y viéndolo Aglayo, uno de los guardias que os custodiaban, vino a vosotros para unirse al martirio cantando: ¡Aleluya!
Ikos XII
Gloriosos mártires, vuestros cuerpos, muertos o aún con vida, fueron retirados del lago helado por la orden del tirano, entregados al fuego y lanzados los restos al agua para que desaparecieran para siempre. Pero al tercer día, os aparecisteis al obispo del lugar, Pedro, que recogió de las aguas vuestros restos sagrados que fueron al momento venerados por los piadosos cristianos que os claman:
Alegraos, bravos soldados de la fe.
Alegraos, combatientes del paraíso.
Alegraos, guerreros armados del único Amor.
Alegraos, compañeros de lucha del Bien.
Alegraos, tropa sagrada del buen combate.
Alegraos, santas milicias del Señor.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
Contaquio XIII
(Este contaquio se recita tres veces)
Fieles soldados de Cristo, os habéis unido a las milicias celestes donde intercedéis por la salvación de nuestras almas ante el Trono de Gloria con los otros elegidos del Reino. Rogad por nosotros a la Santísima Trinidad para que nos conceda una fe inquebrantable mientras que nosotros cantamos: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!
Fieles soldados de Cristo, os habéis unido a las milicias celestes donde intercedéis por la salvación de nuestras almas ante el Trono de Gloria con los otros elegidos del Reino. Rogad por nosotros a la Santísima Trinidad para que nos conceda una fe inquebrantable mientras que nosotros cantamos: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!
Fieles soldados de Cristo, os habéis unido a las milicias celestes donde intercedéis por la salvación de nuestras almas ante el Trono de Gloria con los otros elegidos del Reino. Rogad por nosotros a la Santísima Trinidad para que nos conceda una fe inquebrantable mientras que nosotros cantamos: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!
(Se Repite el Contaquio I  y el ikos I)
Contaquio I
Aunque San Constantino había concedido su edicto de tolerancia a los cristianos, Lucinio, que compartía el poder con él, en la tierra de Armenia, quiso forzaros, por medio de su gobernador Agrícola, a hacer sacrificio a los dioses paganos. Vosotros os negasteis y nosotros con gran voz clamamos: Regocijaos oh Santos Mártires de Sebaste.
Ikos I
Os distinguisteis por numerosas batallas, por vuestra bravura y fidelidad, pero aunque Lucinio os pidió rendir homenaje a los dioses paganos, vosotros preferisteis la muerte del cuerpo para salvar vuestra alma inmortal santificada por el bautismo y nosotros os cantamos:
Alegraos, modelos de firmeza.
Alegraos, ejemplos de fidelidad.
Alegraos, parangones del fervor.
Alegraos, imágenes del gran coraje.
Alegraos, espejos de la Vida en Cristo.
Alegraos, iconos de la Verdadera Vida.
Alegraos, oh Santos Mártires de Sebaste.
  
Oración a los Santos Cuarenta Mártires
De Sebaste
Santos mártires de Cristo, celebrados por los teólogos y los poetas de nuestra iglesia. Interceded por nosotros ante el Dios de misericordia, para que nos conceda, a pesar de la debilidad de nuestra fe y nuestra falta de seguridad, permanecer fieles al Salvador hasta el fin de nuestra vida y ser acogidos por vosotros en el paraíso. Nosotros que somos a menudo pusilánimes, que el ejemplo del guardia Aglayo que vio descender las coronas de la gloria sobre vosotros y fue convertido instantáneamente tomando el lugar del que había renegado de Cristo, para unirse a vosotros, como Matías había remplazado a Judas entre los apóstoles, nos haga imitarlo y unirnos al rango de los que siguen al Maestro hasta el fin del combate que conduce a la victoria santa de la salvación.
Santos Quirión, Cándido, Heraclio, Domno, Hesiquio, Esmeraldo, Eunoquio, Valente, Viviano, Claudio, Prisco, Teodulo, Eutiquio, Juan Xantias, Heliano, Sisinio, Aggias, Aetio, Flavio, Acacio, Ecdiquio, Lisímaco, Alejandro, Elías, Gorgonio, Teófilo, Domiciano, Gayo, Atanasio, Cirilo, Sacerdón, Nicolás, Valerio, Filoctimón, Severiano, Melecio, Melitón, Leoncio y Aglayo, que fue convertido por el ejemplo de los santos mártires, rogad a Dios por nosotros. Amén.

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