Monday, February 29, 2016

Fundamentos de la Fe Ortodoxa ( Obispo Alejandro Mileant )


Explotación del Símbolo Niceo Constantinopolitano

Contenido: El Símbolo de la fe. Informe histórico. El texto del Credo. ¿En qué creemos conforme con el Símbolo?

El Símbolo de la Fe

EL SÍMBOLO DE LA FE (el credo) es una oración en la cual están presentadas, con breves pero exactas palabras, las verdades fundamentales de la fe ortodoxa.

El hombre sin fe es comparable a un ciego. La fe le permite al hombre obtener el conocimiento espiritual, que le ayuda a ver y comprender la esencia de lo que pasa a su alrededor, la razón de la creación, la finalidad de la existencia, lo que es correcto y lo que no lo es, hacia donde debe orientarse, etc.


Informe histórico

DESDE LOS ANTIGUOS tiempos apostólicos, los cristianos utilizaban los llamados “símbolos de la fe” (o credos) para recordar las mas importantes verdades de la fe cristiana. En la antigua Iglesia existían varios símbolos de fe sucintos. En el siglo IV, cuando aparecieron las falsas doctrinas acerca de Dios Hijo y el Espíritu Santo, se suscitó la necesidad de completar los símbolos de antaño.

El Símbolo de la fe que estamos tratando fue compuesto por los Padres del Primer y Segundo Concilio Ecuménico (universal). En el Primer Concilio Ecuménico fueron redactados los siete primeros artículos de este Símbolo, y en el segundo, los cinco restantes. El Primer Concilio Ecuménico tuvo lugar en Nicea en el año 325 de la era cristiana, con el fin de afirmar la verdadera doctrina acerca del Hijo de Dios en contraposición a la falsa doctrina de Arrio, que sostenía que el Hijo de Dios fue creado por Dios Padre. El Segundo Concilio Ecuménico fue celebrado en el año 381 en Constantinopla para afirmar la doctrina verdadera del Espíritu Santo en contraposición a la falsa doctrina de Macedonio, que había rechazado la divina dignidad del Espíritu Santo. De acuerdo con los nombres de las dos ciudades en las cuales se reunieron los Padres del Primer y Segundo Concilio Ecuménico, el Símbolo lleva en nombre de Niceo-Constantinopolitano.

El Símbolo de la fe se divide en 12 artículos. En el primer artículo se habla de Dios Padre; desde el segundo hasta el séptimo artículo se habla de Dios Hijo; en el octavo artículo, de Dios Espíritu Santo; en el noveno, de la Iglesia; en el décimo, del bautismo y finalmente, los artículos undécimo y duodécimo expresan la resurrección de los muertos y la vida eterna.


El texto del Credo

CREO EN UN SOLO DIOS, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra y de todas las co­sas visibles e invisibles.

Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios nacido del Pa­dre, antes de todos los siglos; luz de luz; verdadero Dios de Dios verdadero. Engendrado no hecho; consubstancial al Padre, por Quien fueron hechas todas las cosas. Quien por noso­tros los hombres y para nuestra salvación, bajó de los cielos y se encarnó del Espíritu Santo y María Virgen, y se hizo hombre. Fue crucificado también para nosotros bajo el poder de Pon­cio Pilatos, padeció, fue sepultado. Resucitó al tercer día según las escrituras. Subió a los cie­los y está sentado a la diestra del Padre. Y vendrá por segunda vez lleno de gloria a juzgar a los vivos y a los muertos y su Reino no tendrá fin.

Y en el Espíritu Santo, Señor y Vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado que ha­bló por los profetas.

Y en una Iglesia Santa Católica y Apostólica. Confieso un solo bautismo para la remisión de los pecados. Y espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero. Amén.


¿En qué creemos  conforme con el Símbolo?

INICIAMOS EL SÍMBOLO con la palabra “creo,” porque el contenido de nuestros conceptos religiosos no se basa en la experiencia exterior, sino en la aceptación de las verdades divinas reveladas, ya que los objetos y fenómenos del mundo espiritual no pueden verificarse por medios de laboratorio, ni comprobarse con recursos de la lógica: entran en la esfera de la experiencia religiosa personal del hombre. Sin embargo, cuanto más crece el hombre en la vida espiritual, por ejemplo rezando, pensando en Dios o haciendo obras buenas, más se desarrolla en él la experiencia espiritual interior y con tanto mayor claridad se le manifiestan las verdades religiosas. De esta manera la fe se hace para el hombre creyente el objeto de su experiencia personal.

Creemos que Dios es la plenitud de la perfección: es el espíritu perfectísimo que no tiene ni principio ni fin, eterno, todopoderoso y sapientísimo. Dios omnipresente ve todo y sabe lo que todavía no ha acontecido. Es infinitamente bueno, justo y santísimo. No tiene necesidad de nada y es la causa primaria de todo lo existente.

Creemos que Dios es único por su esencia y trino en Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; Santísima Trinidad, unida e indivisible. El Padre no nace ni procede de ninguna otra entidad; el Hijo ha nacido en la eternidad del Padre; el Espíritu Santo, desde la eternidad, procede del Padre.

Creemos que todas las Personas o hipóstasis de Dios son equivalentes entre sí, conforme con la perfección, el poder, la majestad y la gloria Divinas; es decir que creemos que el Padre es Dios verdadero y perfectísimo, que el Hijo también es Dios verdadero y perfectísimo, al igual que el Espíritu Santo, que es asimismo Dios verdadero y perfectísimo. Por lo tanto, en las oraciones glorificamos simultáneamente al Padre, Hijo y Espíritu Santo como Dios Único.

Creemos que todo el mundo visible e invisible fue creado por Dios. Al principio Dios creó el mundo invisible angélico, llamado en la Biblia “ Firmamento” o “cielo”, y luego el nuestro, mundo material o físico (según la Biblia, “la tierra”). El mundo físico fue creado por Dios de la nada, pero no repentinamente sino de un modo gradual en períodos denominados en la Biblia “días.” Dios creó el mundo no por obligación o necesidad, sino por su Beneplácito, para que otras entidades creadas por Él, también gocen de la vida en medio de su creación. Siendo infinitamente bueno, Dios ha creado todo bueno. El mal ocurre en el mundo debido al uso de la libre voluntad, con la cual Dios ha dotado a los ángeles y a los hombres. Por ejemplo, el diablo y los demonios otrora fueron ángeles buenos, pero luego se sublevaron contra Dios y voluntariamente se convirtieron en espíritus malignos. Estos desobedientes ángeles convertidos en demonios fueron expulsados del Paraíso y formaron su tenebroso reino llamado Infierno. Desde aquel entonces incitan a los hombres al pecado y actúan como enemigos de nuestra salvación.

Creemos que Dios sostiene todo por su poder, es decir que todo lo dirige a todos y todo lo lleva a un beneficioso fin. Dios nos quiere y cuida de nosotros como una Madre a sus hijos. Por consiguiente no podrá ocurrirle nada malo al hombre que se encomienda a Dios.

Creemos que el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, descendió del cielo para nuestra salvación y se encarnó por obra del Espíritu Santo en el cuerpo de la Doncella María. Siendo Dios desde la eternidad, en la época del rey Herodes adoptó nuestra naturaleza humana, con alma y cuerpo, y por lo tanto es al mismo tiempo Dios verdadero y Hombre verdadero, o sea Dios-Hombre. Él, en una Persona Divina combina ambas naturalezas: la Divina y la Humana. Estas dos naturalezas permanecen en Él para siempre sin experimentar ningún cambio, sin fundirse ni transformar una naturaleza en otra.

Creemos que Nuestro Señor Jesucristo, al vivir sobre la tierra, iluminó al mundo con Su doctrina, ejemplo y milagros, es decir, que enseñó a los hombres en qué deben creer y cómo deben vivir para heredar la vida eterna. Con sus oraciones dirigidas al Padre, por el cumplimiento absoluto de su voluntad, con su pasión y muerte en la Cruz venció al diablo y redimió al mundo del pecado y de la muerte. Mediante su resurrección de entre los muertos, estableció nuestra resurrección. Después de su Ascensión al cielo con su cuerpo, lo que ocurrió al 40 día después de su resurrección, el Señor Jesucristo se sentó a la diestra de Dios Padre, es decir que asumió como Dios Hombre el poder único que tiene con su Padre, y desde aquel entonces dirige el destino del mundo juntamente con su Padre.

Creemos que el Espíritu Santo, al proceder de Dios Padre (solamente), desde el principio del mundo, junto con el Padre y el Hijo, otorga existencia a las criaturas, les da vida y las guía. Es la fuente de la bienaventurada vida espiritual para los ángeles, al igual que para los hombres; y al Espíritu Santo se le debe gloria y adoración conjuntamente con el Padre y el Hijo. En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo habló por medio de los profetas, luego, en el principio del Nuevo Testamento, habló por los apóstoles, y en la actualidad actúa en la Iglesia de Cristo, instruyendo en la verdad a sus pastores y a todos los cristianos ortodoxos.

Creemos que Jesucristo, para la salvación de los que creen en Él, fundó en la tierra la Iglesia haciendo descender sobre los apóstoles el Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Desde aquel entonces el Espíritu Santo permanece en la Iglesia, en esta bendita sociedad o unión de los creyentes cristianos, y guarda la pureza de la doctrina de Cristo. Además, la gracia del Espíritu Santo, que permanece en la Iglesia, purifica a los que se arrepienten de sus pecados, ayuda a los creyentes para que tengan éxito en sus buenas obras y los santifica.

Creemos que la Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica. Es Una porque todos los cristianos ortodoxos, aunque pertenezcan a diferentes iglesias locales nacionales, forman una sola familia junto con los ángeles y los santos del cielo. La unidad de la Iglesia se funda en la unidad de la fe y la gracia. La Iglesia es Santa porque sus fieles hijos se santifican por la palabra de Dios, la oración y los Santos Sacramentos. La Iglesia se denomina Católica (Universal) porque está destinada a los hombres de todos los tiempos y nacionalidades. La Iglesia se llama Apostólica, porque conserva la doctrina de los apóstoles y la sucesión apostólica se transmite incesantemente hasta nuestros días de un obispo a otro en el Sacramento de la Ordenación. Según la promesa de Jesucristo, la Iglesia permanecerá invencible para los enemigos hasta el fin del mundo.

Creemos que en el Sacramento del Bautismo se perdonan al creyente todos sus pecados y que por medio de este Sacramento, los creyentes se hacen miembros de la Iglesia. Para ellos queda franqueado también el acceso a los otros sacramentos para su salvación. Así, en el Sacramento de la Confirmación (unción con el óleo) se proporciona al creyente la gracia del Espíritu Santo; en el Sacramento del Arrepentimiento se perdonan los pecados cometidos en uso de conciencia después del bautismo; en el Sacramento de la Eucaristía, que se lleva a cabo durante la Liturgia, se efectúa la comunión de los fieles con el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo; en el Sacramento del matrimonio se establece la inseparable unión entre los esposos; en el Sacramento del Orden Sagrado se consagran los servidores de la Iglesia: diáconos, sacerdotes y obispos; y en el Sacramento de la Unción a los Enfermos (que se realiza con 7 sacerdotes, o, de no ser posible, con la cantidad que haya) se ofrece la curación de las enfermedades espirituales y físicas.

Creemos que antes del fin de este mundo Jesucristo, acompañado por los ángeles, volverá a la tierra con gloria. Entonces cumpliendo su palabra, resucitarán todos los muertos; es decir, que tendrá lugar un milagro por el cual las almas de los muertos volverán a los cuerpos que tenían antes de morir, es decir, revivirán. Durante la resurrección universal, los cuerpos de los rectos, resucitados o todavía vivientes, se renovarán y se espiritualizarán a imagen de la resurrección de Cristo.

A continuación de la resurrección, todos los hombres comparecerán ante el juicio de Dios para recibir conforme con los actos realizados en la vida corporal, hayan sido éstos buenos o malos. Después del juicio, los pecadores no arrepentidos pasarán al eterno suplicio, mientras que los rectos pasarán a la vida eterna. De esta manera comenzará el Reino de Cristo que no tendrá fin.

Con la palabra final “Amén” testimoniamos que aceptamos de todo corazón la confesión citada de la fe ortodoxa, la cual consideramos verdadera.

El Símbolo de la fe es leído por quien recibe el bautismo (catecúmeno) durante el Sacramento del Bautismo. En el caso del bautismo de un niño es leído por los padrinos. Además, el Símbolo de la fe se canta en el templo durante la Liturgia, y se debe leer diariamente durante las oraciones matutinas. Una lectura atenta del Símbolo de la fe influye substancialmente sobre nuestra fe. Esto se debe a que el Símbolo de la fe no es una simple confesión de fe sino una oración. Pronunciando con espíritu de oración la palabra “creo” y otras palabras del Símbolo, vivificamos y afirmamos nuestra fe en Dios y en todas las verdades que están contenidas en el mismo. Precisamente por eso es tan importante para los cristianos ortodoxos leer diariamente o cuando menos regularmente el Símbolo de la fe. 


                                Catecismo Ortodoxo 

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Homilía sobre la Gran Semana por San Juan Crisóstomo


De dónde viene este nombre de gran semana. Sobre este versículo: “Alaba al Señor, alma mía” (Salmos 145:1). Sobre “el guardia de la prisión”, en los hechos de los apóstoles.
Advertencia
No sabríamos establecer ni la fecha de esta homilía, ni el lugar en el que fue pronunciada. Lo que surge de la homilía misma, es que fue expuesta en el momento en el que cesa el ayuno, en los grandes días de la gran semana, que hoy en día llamamos semana santa. Además de los desarrollos indicados para la homilía misma, notaremos, sobre este pensamiento, cómo nuestro cuerpo es una lira armoniosa que bendice y glorifica al Señor. Sobre la eficacia del ayuno y de la oración, sobre la necesidad, el deber de bendecir a Dios, en todo tiempo y por todo, con los acentos convincentes y magníficos de San Juan Crisóstomo.
1. Hemos terminado la navegación del ayuno, y por la gracia de Dios, hemos llegado al puerto. Pero no nos descuidemos, porque hayamos llegado al puerto; al contrario, redoblemos en celo, porque hemos alcanzado el término del viaje. Así obran los pilotos; en el momento de hacer entrar en el puerto un barco cargado de trigo y de una gran cantidad de mercaderías, se inquietan, toman mil cuidados, para impedir que el navío, después de haber atravesado tan bastos mares, no escore contra las rocas, y no se sumerja con todas las mercaderías. He aquí las inquietudes, los temores que debemos sentir también nosotros; al término de la travesía, guardémonos de perder el premio de nuestras fatigas. He aquí porqué debemos redoblar nuestro celo. Así obran también los corredores; cuando llegan al momento de obtener su premio, es cuando redoblan la velocidad. Así obran también los atletas; tras luchas y victorias sin número, cuando están al alcance de las coronas, es cuando se aprestan más vivamente, cuando hacen esfuerzos más generosos. Obremos, pues, también nosotros igualmente ahora. En efecto, lo que es el puerto para los pilotos, el premio para los corredores, la corona para los atletas, así, la semana en la que estamos lo es todo para nosotros. Es la fuente de nuestros bienes, y ahora es cuando debemos disputar por la corona; y he aquí porqué la semana presente se llama la Gran Semana. No es porque los días sean más largos que los otros; otras semanas, en efecto, tienen días más largos. No es porque los días sean más numerosos, pues, en todas las semanas, el número de días es el mismo; mas es porque, en esta semana, Dios ha hecho cosas particularmente gloriosas, es en esta Gran Semana cuando la larga tiranía del demonio ha sido destruida, la muerte ha sido extinguida, el que era fuerte, ha sido encadenado; sus poderes han sido eliminados, el pecado ha sido borrado, así como la maldición; el paraíso se ha abierto; el cielo se ha hecho accesible, los hombres se han mezclado con los ángeles; el muro que lo separaba todo ha desaparecido; el velo ha sido quitado; el Dios de paz ha extendido la paz en el cielo y en la tierra. Así se la llama la Gran Semana, y así como es la primera entre las demás semanas, igualmente el gran día del sábado es el primero de estos días; y lo que la cabeza es para el cuerpo, el sábado lo es para esta semana. También, en esta semana, cuando un gran número de personas muestran un celo más ardiente, unos ponen más austeridad a su ayuno, otros prolongan sus vigilias sagradas, otros dan limosna más abundante, y el celo que muestran por las buenas obras, y su aplicación a la piedad, testifican la grandeza del beneficio que Dios nos ha concedido. Así como el día que el Señor resucitó a Lázaro, todos los habitantes de Jerusalén acudieron ante Él, y su gran número testificaba que había resucitado a un muerto (pues la premura de todos los que acudían era una prueba del milagro), así, hoy, el celo que hace resplandecer esta Gran Semana, es un testimonio, una demostración de las grandes cosas que se han obrado. Y en efecto, no sólo nosotros salimos de una sola ciudad, los que hoy acudimos ante Cristo. No es sólo de Jerusalén, es la tierra entera la que envía ante Cristo sus iglesias, ricas de gente que no acuden con ramos de palma en sus manos, sino que traen limosna, humanidad, virtud, ayuno, lágrimas, oraciones, vigilias, todas las flores de la piedad, para ofrecérselas a nuestro Señor, a Cristo.
Y no somos los únicos en venerar esta semana; los emperadores que gobiernan en nuestra tierra, la honran también de una forma especial, y decretan la suspensión de todas las labores públicas en las ciudades, a fin de que, libres de preocupaciones, todos los cristianos honren estos días con un culto especia. He aquí porqué han cerrado las puertas de los tribunales. Hagamos tregua, dicen, a todo proceso, querella, contención, suplicio; que las manos de los verdugos descansen. Las maravillas del Señor son para todos, hagámonos también nosotros, esclavos del Señor, algún bien que sea bueno para todos. Y no solamente este celo; este homenaje testifica también su veneración y su respeto; dan también otra prueba, no menos considerable; se envían cartas imperiales para soltar, en las prisiones, las cadenas de los detenidos. Así como nuestro Señor, cuando descendió a los infiernos, liberó a todos los que estaban bajo el poder de la muerte, así, los siervos de Dios, haciendo lo que está en su poder, imitan la bondad del Señor y liberan de las cadenas sensibles, si no pueden hacen caer las cadenas espirituales.
2. Y nosotros también, veneremos esta Semana; y yo, salido con vosotros, llevando en la mano el ramo de la palabra que nos instruye, he puesto mis dos pequeñas monedas, a ejemplo de la viuda del Evangelio (Lucas 21:2). “Y las muchedumbres que marchaban delante de Él, y las que le seguían, aclamaban diciendo: ‘¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en lo más alto!’” (Mateo 21:9). Salgamos, pues, también nosotros, y en lugar de ramas de árboles, mostremos las disposiciones de un alma en flor, y clamemos lo que hemos cantado hoy: “Alaba al Señor, alma mía. Toda mi vida alabará al Señor, cantaré salmos a mi Dios mientras yo viva” (Salmos 145:1-2). Es David quien pronuncia la primera palabra y la que sigue es igualmente de él; me engaño: ni la una ni la otra son de David, sino que pertenecen a la gracia divina. Es el profeta quien ha hablado, pero lo que ha hecho hablar a la lengua del profeta, es el Espíritu Santo. También dice el salmista: Mi lengua es pluma de ágil escriba” (Salmos 44:2). Así como la pluma no escribe por su propio movimiento, sino que es la virtud de la mano la que la mueve, así la lengua de los profetas no hablaba por sí misma, sino por la gracia de Dios. Ahora, ¿por qué el salmista no ha dicho solamente: ‘mi lengua es pluma de escriba’, sino: “Mi lengua es pluma ágil de escriba”? Es para enseñaros que la sabiduría es una cosa espiritual; de ahí su facilidad, su rapidez. En efecto, cuando los hombres hablan por sí mismos, componen, deliberan, dudan, emplean mucho tiempo; el profeta, por el contrario, sentía las palabras surgir de él como de una fuente; no tenía ningún obstáculo, los pensamientos surgían a flote y sobrepasaban la rapidez de su lengua; de ahí lo que dice: “Mi lengua es pluma de ágil escriba”. Son como olas con lo que mi lengua está inundada; de ahí, la velocidad, la rapidez. Nosotros no tenemos necesidad, ni de reflexiones, ni de meditación, ni de trabajo.
Pero veamos lo que significa: “Alaba al Señor, alma mía”. Cantemos, también nosotros, con David estas palabras en el día de hoy; si el cuerpo de David no está presente en medio de nosotros, su espíritu está presente. ¿Queréis la prueba de que los justos están presentes en medio de nosotros, y que cantan con nosotros? Escuchemos la respuesta de Abraham al rico. En efecto, este decía: “Entonces te ruego, padre, que lo envíes (a Lázaro) a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, a fin de que no vengan, también ellos, a este lugar de tormentos. Abraham respondió: ‘Tienen a Moisés y a los profetas’” (Lucas 16:28-29). Así, hacía mucho tiempo que Moisés y los profetas habían muerto, en cuanto a sus cuerpos, pero por sus escritos, se encontraban en medio de los judíos. Si la imagen inanimada de un hijo o de un amigo os hace creer en la presencia del que ya no está, si esta imagen inanimada os lo muestra, con mayor razón, juzguemos, por las Santas Escrituras, el comercio de los santos; no tenemos sus rostros, pero tenemos las imágenes de sus almas; las palabras dichas por ellos, son las imágenes de sus almas. ¿Queréis la prueba de que los justos están vivos y presentes? Nunca tomamos a los muertos como testigos. ¡Y bien! Cristo los ha tomado como testigos de su divinidad, y particularmente a David, a fin de enseñaros que David está vivo. Los judíos dudaban de la divinidad de Cristo; les decía: “¿Qué decís de Cristo? ¿De quién es Hijo? Le respondían: De David”. Y les dice: ¿Y cómo pues, David le llama, en espíritu, su Señor, por estas palabras: “Oráculo del Señor a mi Señor: ‘Siéntate a mi diestra, hasta que Yo haga de tus enemigos el escabel de tus pies”? (Salmos 109:1; Mateo22:42). ¿Comprendéis que David está vivo? Si no estuviera vivo, ¿cómo, pues, lo habría llamado David en espíritu: “mi Señor”? Pero lo llama su señor, para mostrar que aún está presente, y que habla por sus escritos. En otro tiempo cantaba sus salmos; cantemos ahora con David. David tenía una cítara, hecha de cuerdas inanimadas; la Iglesia tiene una cítara, hecha de cuerdas vivas; nuestras lenguas son las cuerdas de la cítara, y hacen escuchar con la diversidad de sus sonidos la armonía de la piedad; las mujeres, los hombres, los ancianos, los jóvenes se distinguen por la edad, pero no por el canto de los himnos; el Espíritu Santo, modificando cada una de las voces, no compone de todas las voces más que una sola melodía, lo cual expresó el mismo David, llamando a todas las edades y a los dos sexos a este concierto. “Alaba al Señor, alma mía” ¿Por qué ha olvidado la carne? ¿Por qué no se dirige a todo el cuerpo? ¿Ha hecho dos partes del ser vivo? De ninguna manera, sino que excita en primer lugar al artista. Lo que prueba que no hay dos partes, cuerpo y alma, es lo que dice. Escuchad: “Oh Dios, Tú eres el Dios mío, a Ti te busco ansioso; mi alma tiene sed de Ti, y mi carne sin Ti languidece, como esta tierra árida y yerma, falta de agua” (Salmos 62:2). Pero muéstrame, me decís, que el salmista invita a la carne también a hacer escuchar himnos: “Bendice al Señor, alma mía, y todo cuanto hay en mí bendiga su santo Nombre” (Salmos 102:1). ¿Véis que la carne también toma parte en el concierto? ¿Qué significan las palabras: “y todo cuanto hay en mí bendiga su santo Nombre”? El salmista entiende por esto los nervios, los huesos, las venas, las arterias y todas las partes interiores.
3. Pero, ¿cómo estas partes, que están en nuestro cuerpo, pueden bendecir a Dios? No tienen voz, no tienen boca, no tienen lengua. El alma tiene este poder, pero las partes interiores de nuestro cuerpo, ¿cómo lo tendrían? ¿cómo podrían, sin voz, sin lengua, sin boca, bendecir al Señor? De la misma forma que “Los cielos atestiguan la gloria de Dios” (Salmos 18:1). Así como el cielo tampoco tiene lengua, ni boca, ni labios, sino que por la belleza del espectáculo que presenta, asombra a los espectadores con las maravillas que contiene, y los lleva a bendecir al que lo ha creado, así, las partes interiores de nuestro cuerpo se asombran por el pensamiento que considera tantas funciones diversas, operaciones, fuerza, armonía y todas las formas hermosas, y su posición, y también las leyes matemáticas que gobiernan el todo con tanta reunión; todo esto clama como el profeta: “Cuán variadas son tus obras, oh Dios. Todo lo hiciste con sabiduría” (Salmos 103:24). ¿Veis como nuestras entrañas, sin voz, sin boca, sin lengua, bendicen al Señor? ¿Por qué, pues, el salmista se dirige al alma? Es para impedir, mientras que la lengua hace escuchar su voz, que el alma se extravíe, se distraiga, lo cual nos sucede a menudo mientras oramos, mientras cantamos himnos. El salmista quiere el concierto del cuerpo y del alma. Cuando oráis sin escuchar las palabras divinas, ¿cómo queréis que Dios escuche vuestra súplica? Pues, si el salmista dice: “Alaba al Señor, alma mía”, es para hacer entender esto: las súplicas deben partir desde el interior de nuestro ser, desde la profundidad de nuestro corazón. Así es como dice San Pablo: “Oraré con el espíritu, mas oraré también con la mente” (1ª Corintios 14:15). El alma es un músico excelente, es un artista; su instrumento, es el cuerpo que tiene en lugar de cítara, de flauta o de lira. Los otros músicos no tienen siempre todos sus instrumentos; ya los toman, ya los abandonan; no hacen escuchar perpetuamente su melodía, y en consecuencia, no tienen siempre sus instrumentos en las manos. Pero Dios, que quiere enseñarte que siempre debes glorificarlo y bendecirlo, ha procurado darte un instrumento, uniéndolo a tu persona para que no te abandone. Lo que prueba que es necesario alabarlo siempre, son las palabras del apóstol: “Orad sin cesar. En todo dad gracias, pues que tal es la voluntad de Dios en Cristo Jesús en orden a vosotros” (1ª Tesalonicenses 5:17-18). Pues, así como hay que orarle sin cesar, así se encuentra el instrumento unido al artista. “Alaba al Señor, alma mía”; no había en principio más que una voz que hacía escuchar estas palabras, la de David; pero ahora que está muerto, son innumerables las lenguas que repiten estas palabras, y no solamente en nosotros, sino en toda la tierra. ¿Comprendéis bien ahora que no está muerto, que está vivo? ¿Cómo estaría muerto, el que tiene tantas lenguas y que habla por tantas bocas? En verdad, es una cosa admirable el himno de alabanza; es el alma la que se purifica, es el fervor el que se apodera de nosotros.
¿Queréis comprender la eficacia de los himnos que se alzan a Dios? Cantando himnos, los tres santos jóvenes extinguieron el horno de Babilonia; digamos mejor, no lo extinguieron, sino algo que es más maravilloso, lo pisotearon bajo sus pies, como si la llama ardiente fuera barro; los himnos, haciendo entrada en la prisión de Pablo, hicieron caer sus ataduras, abrieron las puertas de su prisión, quebrantaron los fundamentos del edificio, llenaron al carcelero de temor. Dice la Escritura: “Mas, a eso de la media noche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios, y los presos escuchaban” (Hechos 16:25). Y a continuación, ¿qué sucedió? ¿Lo preguntáis? Lo que sobrepasa todo alcance, toda creencia; los lazos cayeron, y los que estaban encadenados, encadenaron a los que no tenían cadenas. Sin embargo, ¿de qué sirven las ataduras? Para tener fuertemente encadenado al que acosan, para sujetarlo a sus guardianes. Así, ved al carcelero, que no estaba encadenado, el cual vino a ponerse a los pies de Pablo, cargado de cadenas. Las cadenas sensibles contienen al que está encadenado; las cadenas de Cristo, por el contrario, tienen la virtud de someter a los que no están encadenados a los que están cargados de cadenas. El carcelero había echado a los cautivos en el interior de la prisión, y estos prisioneros del interior, abrieron las puertas desde dentro; el carcelero, con una espada, puso trabas a sus pies, y estos pies, cargados de trabas, se hicieron libres por la mano de los cautivos. Dice la Escritura: “Entonces el carcelero pidió luz, se precipitó dentro, y temblando de temor cayó a los pies de Pablo y Silas” (Hechos 16:29). ¿Qué pasó, pues? ¿No los habías encadenado? ¿No los habías puesto en un lugar seguro? ¿Y porqué asombrarte, oh hombre, de que se haya abierto la puerta de la prisión, por medio de aquel que recibió el poder de abrir el cielo? “Todo lo que atareis sobre la tierra, será atado en el cielo, y todo lo que desatareis sobre la tierra, será desatado en el cielo” (Mateo 18:18). Hizo caer los lazos del pecado, ¿por qué asombrarte de que haya hecho caer las cadenas de hierro? Hizo caer los lazos de los demonios, liberó las almas encadenadas por ellos, ¿por qué asombrarte de que haya liberado a los prisioneros? Y vez, pues el milagro es doble: desligó y encadenó, desligó los lazos y encadenó los corazones. Los prisioneros no sabían que estaban desligados; abrió y cerró; abrió las puertas de la prisión, y cerró los ojos de los prisioneros, de tal forma de que no se apercibieron de que las puertas estaban abiertas, y no aprovecharon para tomar la huída. ¿Habéis comprendido bien este milagro que desliga y ata, que abre y cierra?
4. Lo que sucedió durante la noche, para que el asunto no fuera muy sonado, no causó ninguna especie de tumulto, pues los apóstoles no hacían nada para exponerse al público, ni para adquirir gloria. Así, el carcelero se echó a los pies. Y bien, ¿qué hace Pablo? ¿Habéis comprendido el milagro? ¿Habéis comprendido lo que hay de asombroso, de extraño? Considerad ahora la solicitud, considerad la bondad de Pablo. “Mas Pablo clamó a gran voz diciendo: “No te hagas ningún daño, porque estamos todos aquí” (Hechos 16:28). El carcelero lo había encadenado cruelmente; el apóstol no lo dejó suicidarse de una forma cruel; olvidó su injuria: “Estamos todos aquí”, dice él. Ved la modestia. No dice: “Soy yo quien ha hecho estas cosas maravillosas”; mas, ¿qué dice? “Estamos todos aquí”. Se cuenta entre el número de los prisioneros. El carcelero, por esta visión, se llenó de admiración; el milagro lo llenó de estupor; bendijo a Dios, era un alma verdaderamente digna de la solicitud y de la bondad del apóstol; no consideró lo que había pasado como un presagio. ¿Y por qué no creyó en un presagio? Pues porque los escuchó cantar himnos al Señor, y un obrador de presagios no canta nunca himnos al Señor. Había recibido muchos obradores de presagios y santurrones en calidad de carcelero, pero nunca ninguno de ellos había hecho cosa semejante, no había hecho caer los lazos, ni mostrar la misma solicitud. Era porque Pablo quería ser encadenado, y no tomó la huída, no queriendo causar la muerte del carcelero.
Este hombre se dispuso, teniendo en sus manos una espada, a quitarse la vida; el demonio quería hacerle cometer un suicidio, para prevenir su conversión. Pero la voz atronadora de Pablo conquistó rápidamente la salud de su alma; pues no solamente clamó, sino que dijo con una voz atronadora: “Estamos todos aquí”. El carcelero admiró esta solicitud, y el que no estaba encadenado, cayó a los pies del que estaba cargado de cadenas. ¿Y qué le dice? “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30). ¡Cómo! Tú eres quien lo encadenó, ¿y tú eres el que te encuentras en la turbación? Eres tú quien ha puesto una traba en sus pies, ¿y he aquí que buscas la manera de convertirte y salvarte? ¿Veis el fervor? ¿Veis la premura del celo? Para este hombre no había retraso; libre del temor, no se cree libre con respecto a su benefactor, pero de repente, se lanza, se vuelva sobre la salud de su alma. Era la media noche; no dice: “liberémonos, dejemos venir el día”, sino que de repente, acude a su salud. Este hombre es grande, se dice a sí mismo; sobrepasa la naturaleza humana. He visto la maravilla que ha hecho, admiro su solicitud por mí; ha sufrido, de mí, males sin número; expuesto a las últimas desgracias, y estando en sus manos, yo que lo he encadenado, y ahora puede matarme, y no sólo no me hace nada, sino que, en el momento en el que me apresto a matarme, es él quien me detiene. Este carcelero tuvo razón en decir: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”. Pues no eran solamente los milagros los que atraían a los apóstoles a nuevos creyentes, sino que, antes de los milagros, sus vidas obraban sobre los hombres. He aquí porqué dice la Escritura: “Así, brille vuestra luz ante los hombres, de modo tal que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo” (Mateo 5:16).
¿Habéis visto bien el fervor del carcelero? Ved ahora el fervor de Pablo. No difiere. Su celo no se ralentiza. Está encadenado, cubierto de herida, y rápidamente lo instruye en los misterios, lo instruye a él junto a toda su familia, y después de la ablución espiritual, después de la mesa espiritual, le sirve también los alimentos de la carne. Pero, ¿por qué hizo temblar la prisión? Para despertar el alma del carcelero por el espectáculo de lo que sucedía. Hizo caer los lazos sensible de los que estaban encadenados con él, para hacer caer los lazos espirituales del carcelero. Cristo hizo todo lo contrario: un hombre se aproximó a él, sufriendo una doble parálisis: la parálisis del pecado y del cuerpo. Cristo sanó en principio la parálisis del pecado, con estas palabras: “Hijo mío, tus pecados te son perdonados” (Marcos 2:5). Y como se discutían sus palabras, se las blasfemaba, se decía: “Nadie puede perdonar los pecados, sino sólo Dios” (Marcos 2:7), Cristo, queriendo mostrar que es verdaderamente Dios, queriendo también proveer los medios de hacer acallar a sus contradictores por sus propias bocas, a fin de poder decir: “Os juzgo por vuestra propia boca” (Lucas 19:22), dice que eres tú quien acaba de decir que nadie puede perdonar los pecados sino sólo Dios. Y bien. He aquí, dice Él, yo perdono los pecados, confieso, pues, mi divinidad; por tu manera de juzgar, yo mismo traigo la sentencia. Vemos aquí en principio la acción espiritual, y a continuación, la acción sensible. Pablo nos muestra aquí lo contrario, pues hace caer en principio los lazos sensibles, y a continuación los lazos espirituales.
¿Habéis comprendido la fuerza de los himnos, el poder de la bendición, el poder de la oración? Ciertamente, la eficacia de la oración es siempre grande, pero cuando el ayuno se une a la oración, entonces el alma es doblemente poderosa; entonces tenemos la templanza en el pensamiento, entonces el alma se despierta y contempla las cosas de lo alto. También la Escritura une siempre el ayuno y la oración. ¿Cómo? ¿En qué pasaje? Dice el apóstol: “No os privéis recíprocamente, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para entregaros a la oración” (1ª Corintios7:5). Y en otro lado: “En cuanto a esta ralea, no se va sino con oración y ayuno” (Mateo 17:21). Y nuevamente: “Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los despidieron” (Hechos 13:3).
5. ¿Veis al ayuno unido en todo a la oración? Así, en efecto, se escapa de la lira una melodía más agradable, más digna del Señor. Las cuerdas no están húmedas, relajadas por la embriaguez; la razón está contenida, la inteligencia, más despierta; el alma, más vigilante; así es como conviene acercarse a Dios, conversar con Él, los dos juntos. Si tenemos un grave asunto que comunicar a nuestros amigos, los tomamos con preparación; con mayor razón, así debemos conducirnos incluso con Dios, y entrar, con una calma perfecta, en la cámara en la que se dispone. Es un gran beneficio la oración cuando surge de un alma agradecida y sabia. Y ahora, ¿cómo mostrará la oración nuestro reconocimiento? Debemos hacernos una ley, por la que no sólo cuando recibimos, sino además, cuando no somos escuchados, incluso ahí debemos bendecir más al Señor. En efecto, ya nos conceda el Señor, ya no nos conceda, pero en uno y otro caso, obra útilmente para nosotros, de modo que, ya sea que recibamos, o que no recibamos, recibimos lo que no hemos recibido; y si lo obtenemos, o si no lo obtenemos, lo obtenemos no teniendo lo deseado. Hay circunstancias es las que es más útil para nosotros no recibir que recibir; si no fuera provechoso para nosotros el no recibir, Dios nos concedería siempre, pero como también es provechoso el que no obtengamos, lo infructuoso es un éxito. He aquí porqué Dios difiere a menudo el concedernos nuestras peticiones; no es para apartarnos y castigarnos. Cuando nos fuerza a esperar el don, nos ejerce, y hace bien en nosotros, haciendo asidua la oración. A menudo recibimos, y después de haber recibido, descuidamos la oración; así Dios, que quiere tenernos constantemente despiertos, difiere el concedernos lo que le suplicamos. Es la conducta de los buenos padres, cuyos hijos perezosos no muestran ardor más que por los placeres pueriles; los padres los retienen cerca de ellos, prometiéndoles grandes presentes, y para retenerlos, ya difieren, ya rechazan absolutamente el dárselos. Sucede también que queremos cosas perjudiciales, y Dios, que comprende mejor que nosotros nuestros intereses, no escucha nuestras oraciones, prefiriendo mejor procurarnos lo que nos es útil, ya sea de nuestro agrado o no. ¿Y qué hay de asombroso en que seamos escuchados, cuando sucedió lo mismo con Pablo? También él, a menudo, no obtuvo lo que pedía, y no solamente no se afligía, sino que incluso daba gracias a Dios. Así, dice: “Tres veces rogué sobre esto al Señor para que se apartase de mí” (2ª Corintios 12:8). Esta expresión: “tres veces”, significa a menudo. Si Pablo, después de frecuentes oraciones, no obtuvo lo pedido, con mayor razón nos conviene a nosotros perseverar. Pero veamos lo que soportaba, después de haber pedido a menudo sin obtener; no solo no se afligía, sino que incluso se gloriaba de que no había obtenido. “Mas Él me dijo: ‘Mi gracia te basta, pues en la flaqueza se perfecciona la fuerza’” (2ª Corintios 12:9). Y continúa: “Por tanto, con sumo gusto me gloriaré de preferencia en mis flaquezas, para que la fuerza de Cristo habite en mí” (2ª Corintios 12:9).
6. ¿Comprendéis el reconocimiento del deudor? Pidió ser liberado de sus debilidades. Dios no le concede su petición, y no solo no se aflige, sino que se gloría en sus debilidades. Hagamos nosotros igual, dispongamos nuestras almas de esta manera, y sea que Dios nos conceda o no nos conceda nuestras peticiones, sepamos en los dos casos bendecirlo, pues en los dos casos, obra según nuestro interés. Si tiene el poder de dar, es porque tiene el poder, de dar, de dar lo que quiere, y de no darlo. No conocemos nuestros intereses tan claramente como Dios. A menudo, pedimos cosas perjudiciales y funestas, pero Dios, más celoso que nosotros por nuestra salud, no escucha nuestra oración, ante nuestra oración, ve en todo lo que nos es útil. Si los padres según la carne, no conceden a sus hijos todo lo que piden, no prueba que desdeñen a sus hijos, sino que por el contrario, tiene por ellos una gran solicitud. Así, Dios, que nos ama más aún, que conoce mejor que nadie lo que nos es útil, sigue siempre la misma conducta. Así pues, no cesemos de entregarnos a la oración, no sólo durante el día, sino incluso durante la noche. Escuchad lo que dice el profeta: “A media noche me levanto para alabarte por tus justos decretos” (Salmos 118:62). Un rey, que tenía entre las manos el gobierno de tantos pueblos, ciudades y naciones, que tenía cuidado de la paz, y de terminar las guerras, que veía siempre ante él un sinfín de asuntos, que no tenía tiempo de respirar, no solamente consagró los días, sino hasta incluso las noches las consagró a la oración. Si un rey, dispuesto para llevar una vida de delicias, tuvo tanta preocupación, envuelto en tantos asuntos, y no encontraba reposo incluso durante la noche, sino que se entregaba sin cesar a la oración, con un cuidado más escrupuloso que los monjes de las montañas, ¿cuál será, respondedme, nuestra excusa, si tenemos una libertad completa, si tenemos una vida independiente, vacía de problemas, que no sólo pasamos nuestras noches durmiendo, sino que incluso durante el día no encontramos momentos en los que nuestra alma se despierte para la oración que le debemos al Señor? La oración es un gran arma, es un gran adorno, una gran seguridad, un puerto, un tesoro de bienes, y una riqueza que no puede perderse. Cuando tenemos necesidad de los hombres, hacemos gastos, empleamos adulaciones serviles, vamos y venimos, y tenemos muchas penas y preocupaciones, e incluso así muchas veces no podemos dirigirnos directamente a aquellos de quienes depende lo que pedimos. En principio, es necesario ir a ver a los ministros, los dispensadores de gracias, y los que se encargan de responder por los hombres poderosos, y con dinero, con palabras, y por todos los medios posibles, intentamos tenerlos de nuestro lado, a fin de obtener, por su medio, lo que pedimos. Con Dios, por el contrario, no sucede igual. Orándole por otros, obtenemos menos rápidamente sus favores que pidiéndolos para nosotros mismos. Y con Dios, el que recibe y el que no recibe, se aprovechan; por el contrario, con los hombres, en los dos casos, nos complacemos. ¡Y bien! Ya que es más provechoso y más sencillo acercarse a Dios, no despreciemos la oración. ¿Queréis encontrar a Dios más propicio? ¿Queréis obtener más fácilmente lo que deseáis? Invocadle vosotros mismos, con puras intenciones, con un alma sabia; no le roguéis, por conciencia, como hacen muchas personas con palabras pronunciadas como simples oraciones, y cuyo pensamiento, permanece a menudo en sus casas, o incluso paseándose por las plazas, por las calles, lo cual es un artificio del demonio; pues, como sabe que en el momento de la oración podemos obtener el perdón de nuestros pecados, celoso de cerrarnos este puerto, se alza entonces contra nosotros; expulsa nuestro pensamiento lejos de las palabras que pronunciamos, a fin de salir de la iglesia, sacando de nosotros más pérdida que provecho.
Penetrados por estas verdades, cuando nos acerquemos a Dios, pensemos ante quien nos presentamos. Basta, para tener el espíritu despierto, con creer en el que nos da lo que pedimos. Alcemos los ojos al cielo y pensemos a quién dirigimos nuestras palabras. Cuando hablamos a los hombres, aunque sean poco honorables, hasta los más descuidados se predisponen en todo y despiertan el espíritu. Con mayor razón, hagamos igual si pensamos que nos dirigimos al Señor de los ángeles: he aquí lo que bastará para alcanzar su atención. ¿Queréis otro medio para sacaros de vuestro letargo? He aquí uno: a menudo hacemos nuestra oración, y no hemos escuchado ni una sola de las palabras que hemos pronunciado, y nos vamos; pensemos en esto, de repente, y retomemos nuevamente la oración. Y si la distracción nos viene dos, tres, cuatro veces, retomemos igualmente la oración, y no nos vayamos hasta haberla dicho con un espíritu atento. Cuando el demonio comprenda que no queremos irnos sin haberla dicho con atención, con un espíritu despierto, cesará de asediarnos, pues verá que estos ataques no sirven más que para forzarnos a comenzar nuevamente en nuestra oración. Mis bien amados, todos los días recibimos numerosas heridas, de gente de nuestra casa, de extraños, en la plaza, en nuestra vida, de hombres públicos, de particulares, de vecinos, de amigos; a todas estas heridas, apliquémosles el remedio que le es propio, la oración. Pues si le oramos con un espíritu vigilante, con un alma dispuesta, con un corazón ardiente, Dios puede concedernos el perdón, la remisión de los pecados. Que podamos obtenerlo, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece, junto con el Padre y el Espíritu Santo, la gloria el honor y el poder, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

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Sunday, February 28, 2016

Vida espiritual ...



La oración pertenece al ámbito de lo que nosotros comúnmente llamamos “espiritualidad”. La oración es en efecto la más distinguida expresión de la “vida espiritual” (vita spiritualis). Vale pues la pena preguntarnos qué entendemos propiamente aquí por “espiritual”.
Con el término “espiritualidad”, derivado de spiritus, se entiende, en el común uso lingüístico actual, lo que tiene que ver con la “parte inmaterial de la persona humana”, con la “vida interior”, con la “naturaleza espiritual”, a diferencia, de lo que pertenece al ámbito material o corporal. En el lenguaje teológico, “espiritualidad” está simplemente relacionado a “piedad”. Se puede por tanto hablar de diversas “espiritualidades”, según las diferentes formas de piedad o “místicas” de las órdenes particulares, por ejemplo. Desde algún tiempo hasta ahora, se habla también de la espiritualidad propia de los laicos. Pero también fuera del cristianismo se habla de diferentes “espiritualidades” en las grandes religiones del mundo.
Esta interpretación, en el fondo muy vaga, del concepto de “espiritualidad” influye bastante negativamente sobre el modo de entender cristianamente la “vida espiritual”, ya que nos aparecen como “espirituales” muchas cosas que, en realidad, pertenecen a otro ámbito muy distinto. Esto se vuelve inmediatamente claro si nos dirigimos a la Escritura y más aún a los padres. En efecto, para ellos el adjetivo “espiritual” (peumatikós), en el contexto que a nosotros nos interesa, se refiere unívocamente a la persona del Espíritu Santo.
El “Espíritu Santo”, en el Antiguo Testamento todavía “fuerza” impersonal de Dios, se manifiesta en el Nuevo Testamento como aquel “otro Paráclito” que el Hijo, nuestro verdadero y propio Paráclito (intercesor) ante el Padre (1Juan 2,1), ha mandado del Padre a sus discípulos después de su glorificación (Juan 15, 26; 20,22), para que “permanezca para siempre con ellos” (Juan 14, 26) después de su retorno al Padre, “les enseñe a ellos todo” (Juan 14,26) y les “guía a la verdad completa” (Juan 16,13).

“Lleno de Espíritu” (pneumatikós) es pues aquel que, gracias al Espíritu Santo, “instruido por el Espíritu”, es capaz de juzgar y reconocer “las cosas espirituales” (tà penumatiká) “de modo espiritual” (pneumatikós): al contrario del hombre carnal, del “hombre natural” (psychikós), que no es capaz ni de acoger ni de reconocer las “cosas del Espíritu de Dios”, justamente porque no posee el Espíritu de Dios, y considera la “sabiduría de Dios” como “estupidez” (1 Cor 2,6-16).
“Espiritual” significa por tanto, siempre, aquí y en otros textos de Pablo, “lleno del Espíritu”, engendrado o vivificado por el Espíritu Santo, ¡y esto no es en absoluto un simple atributo decorativo!
Los padres han asumido la distinción paulina entre “espiritual” (pneumático) y “natural” (psíquico) y la han aplicado a la “vida espiritual”. Pero volveremos después sobre esto. Cuando Evagrio, que sabe elegir siempre bien sus palabras, define algo “espiritual”, piensa normalmente en algo “producido por el Espíritu” o, mejor, “animado por el Espíritu”. Así, por ejemplo, “la contemplación espiritual” , que tiene por objeto las “razones espirituales” (lógoi) de las cosas, es llamada “espiritual” porque el revelador de las cosas divinas es el Espíritu Santo . Igualmente, las virtudes , y la primera de todas el amor , son llamadas “espirituales” porque son “frutos del Espíritu Santo”  que obran en los bautizados. El “maestro espiritual”  es llamado así porque, en cuanto “padre espiritual”, ha recibido el “carisma del Espíritu” , por esto, en el sentido paulino, está “lleno del Espíritu”.
Aquel que “se une al Señor, forma un solo espíritu [con él]” (1 Cor 6,17), David que [según la palabra del salmo] “se unía al Señor”, formaba pues un solo espíritu [con él]. Él llama, sin embargo, “espíritu” al que “está lleno del Espíritu” (Cf. 1 Cor 2,15 y passim), así como el “amor que no se ensalza” (1 Cor 13,4), designa a aquel que posee el amor .

En este sentido, también la oración, que es ciertamente la quintaesencia de la “vida espiritual”, muy a menudo es llamada “espiritual” (pneumatiké) . Ya que ella se da “en espíritu y en verdad” (Juan 4,23), es decir “en el Espíritu Santo y en el Hijo Unigénito” , es llamada por esto a menudo también “oración verdadera” . Al Espíritu Santo le incumbe la tarea de preparar el camino a este don del Padre : en efecto, nosotros no sabemos ni siquiera cómo orar (cf. Rom 8, 26), si el Espíritu Santo no nos visita a nosotros que somos “ignorantes” .
El Espíritu Santo, “que viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rom 8,26), nos visita también aunque no seamos todavía puros. Y cuando encuentra el intelecto que lo invoca, lleno solo de amor por la verdad, viene sobre él y destruye totalmente la falange de los pensamientos y de las imaginaciones que lo asedian y lo estimula a un intenso deseo de amor por la oración espiritual .
En el culmen de la “vida espiritual” este Espíritu Santo determina, entonces, los eventos – que pueden definirse ahora como “místicos”- de modo tal que un padre siríaco puede hablar, justamente, del grado de “pneumaticidad”, es decir, si este concepto no hubiese perdido todo su contenido, del grado de “espiritualidad”.
Como el blanco detiene contra sí las flechas, así sucede al intelecto en el lugar de la “pneumaticidad”, al recibir las visiones de las contemplaciones. En efecto, como no depende del blanco [decidir] que tipo de flecha recibirá, sino al arquero que tira sobre él, del mismo modo no depende del intelecto, cuando ha entrado en el lugar de la “pneumaticidad”, qué contemplaciones mirar, sino al Espíritu Santo que lo conduce. En efecto, el intelecto no tiene más ningún dominio sobre sí mismo, no sólo ha tenido acceso al lugar de la “pneumaticidad”, sino a toda contemplación que se le manifiesta, él la mira, hasta que recibe otra; entonces, él la abandona y aleja su mirada de la que le precedía .

Por cuanto, nosotros hablamos mucho de “espiritualidad” y utilizamos de buen grado el atributo “espiritual”, sin bien es la persona del Espíritu Santo el gran ausente en la “espiritualidad” del occidente, como ya a menudo ha sido lamentado. Sucede que nosotros consideramos “espirituales” muchas cosas que en realidad pertenecen plenamente al ámbito del “hombre psíquico”, al cual le falta propiamente el “don del Espíritu”. Nosotros nos referimos en este caso a todo lo que cae en el ámbito de los “sentimientos” y de las “sensaciones”, que pertenecen sin excepción a la naturaleza racional y no son absolutamente “espirituales”, es decir, producidas por el Espíritu.

En realidad, Evagrio, como también otros padres, distingue en el “alma” una parte “racional”, dotada de logos (loghistikón), y una “irracional” (álogon méros) . Esta última está compuesta a su vez de una “concupiscible” (epithymetikón) y de una “irascible” (thymikón), que son también conjuntamente designadas como la “parte pasional” (pathetikòn méros) del alma , porque a través de estas dos “fuerzas”, mediante las cuales estamos en relación con el mundo sensible, penetran en el alma las pasiones “irracionales”, que luego turban y ciegan a la “parte racional”.
La oración pertenece, absolutamente, a esta “parte lógica” del alma: en efecto, ¡ella es “el ejercicio más excelente y más puro del intelecto”! La oración no es cuestión de “sentimientos” y menos de “sentimentalismos”. Lo cual no significa, sin embargo, que se trate de un puro “acto intelectual” en sentido moderno de la palabra. En efecto, “intelecto” (noûs) no es lo mismo que “inteligencia”, sino más bien se podría traducir con “núcleo esencial”, “persona” o, bíblicamente, “hombre interior” . Por otro lado, Evagrio conoce muy bien también un “sentimiento de la oración” , como veremos después.

Aquí a nosotros puede bastarnos la constatación que hacemos bien, con los padres, en distinguir con cuidado entre lo que es verdaderamente “espiritual”, es decir producido por el Espíritu, y todo lo que pertenece al ámbito del “hombre psíquico”, a nuestros deseos irracionales y a nuestras concupiscencias. Éstas últimas son neutrales, en cuanto al valor, en el mejor de los casos, pero generalmente son expresión de nuestro “amor propio” (philautía), que es exactamente lo contrario de “aquella amistad con Dios” (prós theòn philía), es decir de aquel “amor perfecto y espiritual en el cual se realiza la oración en espíritu y verdad” . 

Catecismo Ortodoxo 

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Saturday, February 27, 2016

Canon al Espíritu Santo, Divino y Venerable, el Paráclito Por San Máximo el Griego



Bendito sea nuestro Dios ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Si no hay sacerdote: Por las oraciones de nuestros Santos Padres, oh Señor Jesucristo, Dios Nuestro, Ten piedad de nosotros. Amén.
Gloria a Ti, Dios Nuestro, Gloria a Ti.
Rey del Cielo, Consolador, Espíritu de la Verdad, que estás en todo lugar, y que todo lo llenas, Tesoro de bienes y Dador de la Vida, ven y haz de nosotros tu morada, purifícanos de toda mancha, y salva, Tú que eres bueno, nuestras almas.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros
Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Señor, purifícanos de nuestros pecados. Maestro, perdona nuestras transgresiones. Santo, visítanos y cura nuestras dolencias, por tu nombre.
Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Majestad, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo; el pan sobreesencial dánosle hoy, perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos introduzcas en la tentación, mas líbranos del maligno.
Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Salmo 142
Señor, escucha mi oración, presta oído a mi súplica según tu fidelidad; óyeme por tu justicia, y no entres en juicio con tu siervo, porque ningún viviente es justo delante de Ti. El enemigo persigue mi alma, ha postrado en tierra mi vida; me ha encerrado en las tinieblas, como los ya difuntos. El espíritu ha desfallecido en mí, y mi corazón está helado en mi pecho. Me acuerdo de los días antiguos, medito en todas tus obras, contemplo las hazañas de tus manos, y extiendo hacia Ti las mías; como tierra falta de agua, mi alma tiene sed de Ti. Escúchame pronto, Señor, porque mi espíritu languidece. No quieras esconder de mí tu rostro: sería yo como los que bajaron a la tumba. Hazme sentir al punto tu misericordia, pues en Ti coloco mi confianza. Muéstrame el camino que debo seguir, ya que hacia Ti levanto mi alma. Líbrame de mis enemigos, Señor; a Ti me entrego. Enséñame a hacer tu voluntad, porque Tú eres mi Dios. Tu Espíritu es bueno; guíame, pues, por camino llano. Por tu Nombre, Señor, guarda mi vida; por tu clemencia saca mi alma de la angustia. Y por tu gracia acaba con mis enemigos, y disipa a cuantos atribulan mi alma, porque soy siervo tuyo.
Tono IV
Oda I
Irmos: Aquel que era torpe de boca, habiendo sido cubierto con la divina oscuridad, dio expresión a la divina ley escrita, y habiendo quitado el fango de sus ojos Noéticos, contempló a Aquel que Es, y aprendió la comprensión del Espíritu, pronunciando alabanzas con himnos divinos.
Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
Oh Maestro, que en la antigüedad alimentaste a Israel con el maná en el desierto, llena mi alma con el Espíritu Santo, para que así pueda servirte continuamente, de forma agradable a Dios.
Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
Con audacia, Te canto con tus ministros incorporales el himno tres veces santo, aunque soy polvo y cenizas, oh verdadera Trinidad y Unidad bondadosa.
Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
Siendo asediado siempre en mi alma por las tormentas de las pasiones y los espíritus destructivos, pongo mi esperanza de salvación en Ti, oh bondadoso Paráclito, pues Tú eres Dios.
Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
Ahogado miserablemente en las profundidades de la ignorancia y en el sueño de la dolorosa negligencia, a Ti te clamo, pues eres completamente puro: ¡Líbrame de esta corrupción del alma!.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
¡Oh Tú que concebiste en Tu vientre a Aquel a quien el Padre engendró antes de todos los siglos, por tu poderoso poder líbrame, pues estoy esclavizado por los placeres del vientre!.
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Sólo Tú eres verdaderamente la tierra santa, pues diste a luz a la Vida divina de todos. ¡Oh Theotokos, muestra a Tu Hijo mi alma como tierra fértil!.
Oda III
Irmos: En la antigüedad, la simple oración de la profetisa Ana al Dios Todopoderoso de la comprensión, que tenía un espíritu contrito, rompió los lazos de su vientre estéril y el reproche de la maternidad, que era difícil de soportar.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Grande es el conocimiento de Tu bondad, oh Santísima Trinidad; es la restauración de lo que fue creado según Tu divina imagen, y que inefablemente manifestaste por la maravillosa encarnación de Uno de Ti, como morada divina.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Oh Soberano, adorna mi mente con Tus santos dones y pensamientos de sagrada reverencia, para que en la tranquilidad y la santa disposición del alma, también pueda glorificarte, oh divino Paráclito.
Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.
Te suplico, oh Soberano, que no me destruyan los movimientos ocultos de la carne, que se producen en mí por la pasión del orgullo, para que no contaminen vilmente mi miserable alma.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Con las riendas y el freno del temor de Dios, refrena las embestidas de mi desvergonzada alma, para que pueda alabarte y glorificarte con gran reverencia y mente sobria, oh divino Consolador.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Corrompido totalmente por la lujuria, me apresuro con fe a Ti, oh Sol radiante. Con tu divina luz, dígnate iluminar los ojos de mi alma, oh divino Paráclito.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Tú que alimentaste a la Vida de todos, oh purísima Señora, dígnate conceder la vida a mi alma con tu divina visitación, pues he sido aniquilado por viles pasiones.
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Oh Toda Pura, muéstrame como un hacedor anhelante y veloz de los vivificantes mandamientos de Tu Hijo, librando mi alma de la terrible división y el profundo sueño.
A continuación se dicen estos versos:
Salva a tus siervos de las desgracias, oh buen Consolador, pues los impuros demonios me asalta grande y constantemente con viles pensamientos y engaños.
En tu compasión contempla la dolorosa dureza de mi corazón, oh alabadísima Theotokos, e ilumina la oscuridad de mi alma.
Contaquio, tono 1º
Con himnos, alabemos y magnifiquemos reverentemente a la Vida de todos, el manantial inagotable de los dones divinos, al Espíritu Santo, de la misma esencia del Padre e igualmente eterno que el Hijo, y con fe, adorémosle como Dios.
Otro Verso:
Te adoro, oh Soberano, Consolador y Dios. Ten misericordia y salva a los que Te adoran y Te confiesan como Dios.
Oda IV
Irmos: Oh Logos, Rey de reyes, que surgiste de Aquel que es como Tú eres, del Padre que es sin causa, y del Espíritu, que es igual a Ti en poder. Como nuestro Benefactor, verdaderamente enviaste a los apóstoles, que te cantan: ¡Gloria a Tu dominio, oh Señor!.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Oh Señor, concede que pueda escuchar Tu deseada invitación, que convocará a todos Tus santos a la cámara nupcial del cielo.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Has buscado y salvado al hombre que fue condenado por el engaño del autor del mal, oh Santísima Trinidad, y lo has glorificado. Fortalece mi corazón, que se ha vuelto débil por el dolor, con Tu poder de lo alto, y levanta mis pensamientos.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Atraviesa mi maldita mente carnal con el temor de Dios, como con un clavo, y atemoriza mi alma con el pensamientos de los tormentos que están por venir.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Oh alabadísima Theotokos, enriquece mi humilde alma con los dones divinos, descendiendo desde la altura de tu grandeza.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Oh Theotokos, haz de mi alma la sagrada morada de Tu Hijo, disipando sus innumerables corrupciones.
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Por tus súplicas, oh alabadísima Theotokos, reafírmame en el temor y en el amor de Dios, pues perezco gravemente en la confusión de mi alma.
Oda V
Irmos: Oh radiantes hijos de la Iglesia, recibid el ardiente rocío del Espíritu, la purificación de los pecados que trae la liberación. Pues ahora, desde Sión, ha salido la ley: la gracia del Espíritu en forma de lenguas de fuego.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Dirige mi vida con tus salvíficos mandamientos, oh trascendente Trinidad, y te suplico que ilumines mi alma con Tu vida.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Complácete en soltarme de los lazos de las graves transgresiones que me rodean, oh Bondadoso, y proporcióname alas por el amor de la castidad.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Con Tu divina gracia, oh Paráclito, ilumina mi alma, que ha sido oscurecida por las pasiones, y aleja de ella la profunda oscuridad de la ignorancia.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Completamente impávido, todos los días de mi vida me enfurezco contra ti con viles palabras y obras, oh Bondadoso. Líbrame de esta impiedad.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Oh alabadísimo, que engendraste a la Fuente de toda sabiduría, devuelve la razón a mi alma, que se ha vuelto necia al violar los divinos mandamientos.
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Oh Purísima, expulsa de mi alma los malos pensamientos que continuamente me afligen, y enriquéceme con las enseñanzas agradables a Dios.
Oda VI
Irmos: Oh Cristo Dios, nuestra purificación y salvación. Tú resplandeciste de la Virgen. Rescátanos de la corrupción de Adán, en cuya caída ha sucumbido nuestra raza, como salvaste al profeta Jonás del vientre de la ballena.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Amargado en mi alma maldita por las amargas pasiones carnales, y ahogándome en ella como en lo más profundo, Te clamo a ti, oh Salvador: mediante el torrente de las aguas que surgen de Ti, concédeme la vida.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Todos tus misterios son verdaderamente dignos de un gran silencio, pues Tú eres tres Personas en una Esencia, y unidos, permaneces sin confusión. Oh Trinidad sin origen, sálvame, pues soy la criatura formada por Tus manos.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Creemos que el Hijo está total, completa y esencialmente en el Padre, como lo está el Espíritu, pues del Padre, como de un simple principio, han surgido co-eternos, y sin embargo, permanecen por sí mismos, en sus vivificantes hipóstasis.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
En mi mente, he caído en graves peligros. Estoy totalmente cercado por la perplejidad, y caigo en diversas desgracias, y como un bote, soy agitado por las olas del mar. Oh buen Consolador, rescátame rápido de este grave asedio, Te lo imploro.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
He tropezado y caído gravemente, rompiendo mis votos a Tu Hijo. Sin embargo, te suplico, oh Toda Pura, como fuente de compasiones y abismo de bondad: “Suplícale que tenga misericordia de mí”.
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Con tu invencible y divino poder expulsa siempre de mi alma los asaltos destructivos hechos contra mí por mis enemigos invisibles, oh Theotokos, y concédeme armas espirituales y una estrategia útil contra ellos.
Contaquio, tono 2
Oh Espíritu Santo, vida, luz, consuelo, esperanza y deleite de todos, concede Tus dones a los que Te reconocen como Dios, entronizado igualmente con el Padre y el Hijo, y concédeles la remisión de los pecados.
Oda VII
Irmos: Sonaba la melodiosa música de los instrumentos, llamando a los hombres a adorar al ídolo inanimado hecho de oro, pero la gracia radiante del Consolador hizo que clamaran: ¡Bendita seas, oh Santa Trinidad, que eres igual en poder, e igualmente sin principio!.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Habiéndome liberado de toda maldad y de la mala moral, oh Salvador, el divino Paráclito me enriqueció con sus santos dones, y por eso canto: ¡Bendito seas, oh Dios de nuestros padres!.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Suaviza mi corazón, que es más duro que cualquier metal o piedra, oh Salvador, para que, salvado, pueda clamar con verdadera compunción: ¡Bendito seas, oh Dios de nuestros padres!.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Teologizando, alabemos al Hijo, al Espíritu y al Padre sin principio en una sola Esencia y en tres Personas, clamando: ¡Bendito seas, oh Dios de nuestros padres!.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Vencido servilmente por los malos y pecaminosos hábitos, me postro ante Ti, oh Maestro de todos: ¡Líbrame de esta vil esclavitud!.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Con Tu inconmensurable poder, complácete en reafirmar mi alma, que ha sido debilitada por el pecado, para que, salvado, pueda clamarte: ¡Bendito seas, oh Dios de nuestros padres!.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Con divina razón y ferviente arrepentimiento, dígnate iluminar mi mente y mi alma, que ha sido oscurecida gravemente por el pecado, oh Llena de gracia de Dios, para que con el arcángel, pueda cantarte: ¡Alégrate, oh Señora!.
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Por medio de los inicuos y apasionados movimientos de mi carne, he sido arrojado completamente a la muerte, oh Theotokos. Deposita la gracia del Paráclito en mi alma, para que de forma sagrada pueda glorificarte siempre, oh Santísima.
Oda VIII
Irmos: La Triple imagen resplandeciente de Dios soltó los lazos y apagó la llama, y toda la creación Te bendijo como Benefactor, Salvador y Consumador de todo.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Libérame de la ardiente destrucción de los pensamientos inicuos, oh mi Jesús, para que pueda glorificarte con un corazón puro.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Con Tus ministros incorpóreos Te alabamos, oh poderosa y consumadora Trinidad, y nosotros, Tus siervos hechos del polvo, Te exaltamos supremamente.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Elimina de mi alma los asaltos destructivos de mis enemigos invisibles, oh Paráclito, y por Tu gracia, complácete en morar allí.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Concédeme las peticiones que, con temor y amor, Te pido diligentemente en oración, oh Consolador.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Oh Maestro, sana mi alma como solo Tú sabes, pues siempre está acosada por orgullosos pensamientos malignos.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Habiendo pecado más que la pecadora y Esaú, acudo a Tu compasión: no alejes Tu gracia de mí, oh Santísimo Paráclito.
Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, un solo Señor.
Amando el pecado más que cualquier otro hombre, oh alabadísimo, acudo a Ti. Salva a Tu indigno siervo.
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Oh Alabadísima, hazme ser un amante de la divina filosofía de la Verdad, estableciéndome con temor y amor.
Oda IX
Irmos: ¡Alégrate, oh Reina, gloriosa entre las madres y las vírgenes!. Pues aun la boca más hábil más elocuente y divina es capaz de alabarte como eres, y toda mente se asombra al intentar comprender tu alumbramiento. Por tanto, juntos, Te glorificamos.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Oh mi Salvador, Iluminación y Defensa. Por las súplicas de Tu purísima Madre, no me alejes de Tu gozo divino.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Postrándome con temor, yo que soy polvo, Te adoro con las huestes celestiales, y te clamo con amor: ¡Oh Santísima Trinidad, gloria a Ti!.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Sálvame, pues alabo, adoro y glorifico el dominio de Tu inalcanzable gloria.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Enséñame la recta moral, la instrucción de la ley y el entendimiento de los dogmas divinos, para que pueda alabarte en forma agradable, oh divino Paráclito.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Dígnate concederme la gozosa celebración de los justos que Te han complacido, para que con ellos pueda alabarte, oh Santísimo Consolador.
Gloria a Ti, Dios nuestro, Gloria a Ti.
Anulando el terror de mi alma y todos sus diversos males y malicia, oh Santísimo Paráclito, adórnala con la corona de las virtudes.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Oh Purísima Virgen, por sus santas oraciones sana mi desdichada alma, que se ha corrompido por toda clase de fornicación.
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Oh divina Mediadora entre Dios y el hombre, Santísima Theotokos, te ruego que dirijas mi pobre súplica al divino Paráclito.
Y de nuevo:
Salva a Tu siervo de las desgracias, oh buen Consolador, pues los impuros demonios me asedian grande y constantemente con viles pensamientos y engaños.
En tu compasión, mira la dureza de mi corazón, oh Santísima Theotokos, e ilumina la oscuridad de mi alma.
Y estos troparios:
En verdad es digno magnificarte, oh Logos de Dios, ante Quien tiemblan los querubines y se llena de temor, y a Quien las huestes celestiales glorifican: Cristo, Dador de vida, que sin cambio alguno se encarnó de la Virgen.
En verdad es digno magnificarte con glorificaciones y alabarte, oh Bueno y Santo, Preservador de nuestra vida, Grande e Inconcebible, que con el Padre y el Hijo reinas como Dios sobre todas las cosas visibles e invisibles, el Espíritu e Dios, que procede del Padre.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Con himnos divinos Te alabamos a Ti como Dios: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, el Poder tripartito, la única Monarquía y Dominio.
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Oh Señora, Madre del Libertador, acepta las súplicas de tus infructuosos siervos, y así, concédenos la liberación de los pecados y la aceptable corrección de una vida complaciente a Dios.
Oración al Espíritu Santo
Oh Soberano, Paráclito, que eres Uno de la santa, adorable, consubstancial e indivisible Trinidad. Acepta esta pobre súplica que has permitido ofrecer a este hombre pecador y condenado, y perdona mis ofensas, voluntarias e involuntarias. Purifícame de mis pecados ocultos, y ten piedad de Tu siervo frente a los pecados de otros. Extiende Tu favor sobre mí, pecador e indigno, visita la enfermedad de mi alma con Tu gracia, y sana su estado corrompido.
Ten misericordia de mí, oh Maestro, Paráclito y Dios. Ten misericordia de mí, santifica mi alma y cuerpo, ilumina mi mente y razón, y purifica la conciencia de mi alma de toda deshonra. Y para gloria de Tu Nombre, líbrame de los pensamientos impuros, de las maquinaciones de los malvados y de las intenciones del mal, de toda vanagloria, orgullo y auto engrandecimiento, de toda arrogancia y audacia, de toda hipocresía farisaica y de mis malos hábitos. Concédeme un arrepentimiento sincero, contrición y humildad de corazón, mansedumbre y serenidad, y toda reverencia cristiana, comprensión y destreza espiritual, con toda nobleza, agradecimiento y perfecta paciencia.
Sí, oh Dios, por la gloria de Tu Nombre, escucha al pecador que Te suplica, y concede que por el recuerdo de mi desdichada vida pueda arrepentirme sinceramente de mis iniquidades con toda humildad de mente, castidad y verdadera templanza, habiendo alejado toda duda, insensibilidad y ánimo doblegado, y presérvame completamente en una confesión piadosa y ortodoxa de la fe cristiana, oh Maestro, para que me sea concedido todos los días de mi vida alabarte sin duda, bendecirte y glorificarte, y decir: ¡Oh Santo Dios, Padre sin origen!. ¡Oh Santo Fuerte, Su Hijo, que es igualmente sin principio!. ¡Oh Santo Inmortal, Espíritu Santo que procede del Padre y que permanece y descansa en el Hijo!. ¡Oh Santa Trinidad, gloria a Ti!. ¡Gloria a Ti, oh Santa Trinidad, que eres consubstancial, vivificadora e indivisible!.
¡Gloria a Ti por todas las cosas!
¡Gloria a Ti, oh Theotokos, refugio de los fieles, liberación de los acosados por los males, y consuelo divino de mi alma!. Oh Tú que eres llena de la gracia de Dios, confío a tu poderosa intercesión mi desdichada alma, que ha sido herida por las flechas del enemigo, y protégela y sálvala indemne de las acechanzas de los demonios, para que pueda clamarte: ¡Alégrate, Novia no desposada!.

San Máximo el Griego (+ 21 de enero de 1556), fue encarcelado en Rusia, y desterrado al monasterio de Volokolamsk, donde sufrió hambre, mucho frío y toda clase de tormentos. Allí, estaba desprovisto de todo, incluso fue privado de la Santa Comunión y de libros, y sólo la oración lo sostenía. El Señor no lo abandonó, sino que un día, se le apareció un ángel y le dijo: “¡Ten paciencia!. Serás liberado de tormento eterno por los sufrimientos de aquí abajo”. Dando gracias a dios por este consuelo celestial, San Máximo compuso un canon poético en honor al Espíritu Santo. Privado de papel y lápiz, lo escribió en las paredes de su celda con carbón. Este canon se canta el Domingo del Espíritu Santo en ciertos monasterios Rusos y Serbios.

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