Monday, December 14, 2015

¿Cuáles son las normas del Reino de Cristo? ( San Teófano el Recluso )


Existe en este mundo el santo Reino de Cristo, la Iglesia, tutelada por el Señor y objeto de las bendiciones de Dios; ella es el objeto de los deseos de todos aquellos que saben cuál es su verdadero propósito de vida. Al contrario, en el reino del soberano de este mundo, las cosas son completamente distintas, porque allí nadie sabe quién es el que manda. Si el más fervoroso amante de este mundo supiera que su soberano es el mismísimo maligno - al que sirve como un esclavo, consiguiendo tan sólo su propia perdición - buscaría, aterrorizado, cómo escapar de aquel. Pero el maligno, astutamente, esconde su rostro para que no lo reconozcan los hijos del mundo; así, la gente le sirve, sin saberlo. Ustedes acaso habrán escuchado decir: “Tal cosa no está permitida”, “Aquello sí está permitido”, “Así hay que actuar”, “Hay que ir por aquí...”; pero si preguntan, “¿Por qué? ¿Quién ordenó hacerlo todo así?”, nadie sabe qué responer. Todos se sienten agobiados por esas reglas, incluso las condenan, pero nadie se atreve a apartarse de ellas, porque les aterroriza que haya alguien vigilándoles para llevarlos de vuelta a ese orden establecido, alguien que nadie conoce, ni nadie sabe cómo se llama. El mundo es el conjunto de las personas que sirven a un fantasma desconocido, un extraño que no es sino el astuto maligno.


¿Cuáles son las normas del Reino de Cristo? Él, verdadero Dios nuestro, dijo claramente: “Para agradarme, haz ésto y te salvarás: renuncia a tí mismo, hazte pobre de espíritu, dócil, sereno, puro de corazón, paciente, ama la justicia, séme fiel día y noche, desea el bien para tu prójimo, haciéndoselo también; cumple todos Mis mandamientos, sin importar el sacrificio que ésto implique”. ¿Han visto qué claros y concisos son esos lineamientos? Aún más, son inmutables, permanentes; así como está escrito, así ha de permanecer hasta el final de los tiempos. Y el que entra en el Reino de Dios sabe, probablemente, qué es lo que debe hacer. No se imagina que algo de lo que establece la Iglesia pueda llegar a cambiarse. Por eso, el cristiano recorre ese buen camino con esperanza, teniendo la confianza plena que alcanzará, sin duda, eso que anhela.


En el reino del soberano de este mundo, las cosas son completamente distintas. Allí no hay nada que esté claramente establecido. Y el espíritu del que ama este mundo es fácilmente reconocible: es el espíritu del egoísmo, del orgullo, del interés, del placer y de toda clase de sensualidad. Y la forma de materialización de ese espíritu - las normas y leyes del mundo - es tan débil, tan confusa, tan cambiante, que nadie puede afirmar con convicción que mañana no habrá de rechazar lo que hoy admira. Los hábitos del mundo brotan como el agua y sus normas, en lo que respecta a la forma de vestir, a forma de hablar, a las relaciones sociales, a la forma de comportarse con los demás y, en general, todos esos aspectos, son tan variables como los movimientos del espíritu: hoy son de una manera y mañana aparecerá una nueva moda que le dará vuelta a todo. El mundo, en sí, es como un enorme escenario en el que el maligno se burla de la pobre humanidad, ordenándole moverse a su gusto, cual marionetas o monos de circo, incitándole a apreciar como esencial e importante, lo que en sí es trivial, insignificante y vacío. Y todos, pequeños y grandes, caen en esa trampa, hasta esos que por ascendencia, educación o posición social podrían, en apariencia, dedicar su tiempo y esfuerzos a algo mejor que todas esas nimiedades.


San Teófano el Recluso

                                 Catecismo Ortodoxo 

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Akathisto a San Alexander Nevsky

            
Contaquio I
Dedicando himnos de alabanza al santo y recto creyente, el gran príncipe Alexander Nevsky, el capitán elegido de la tierra rusa, el espléndido adorno de la Iglesia Ortodoxa, que por la fe venció a los enemigos visibles e invisibles, y que en su fe mostró amor fraternal y afección, y, que como dijo el apóstol, a su fe añadió virtud, a la virtud, conocimiento, al conocimiento, templanza, y a la templanza, piedad, clamémosle con compunción y júbilo: ¡Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander!
Ikos I
Ahora estás con los ángeles y todos los santos ante Cristo, oh bendito Alexander, suplicando por los que te honran con amor. Por eso, conscientes de que, habiendo amado a Cristo desde tu infancia, te afanaste en espíritu hacia el cielo, emulando la vida de los incorpóreos, te bendecimos, clamando:
Alégrate, vástago de una piadosa raíz.
Alégrate, heredero de la excelente fe de tus antepasados.
Alégrate, emulador de las virtudes de tu padre, amante de Dios.
Alégrate, heredero de la devoción y la mansedumbre de tu madre.
Alégrate, tú que guías hacia el cielo al rebaño amante de Cristo.
Alégrate, amigo de todos los siervos de Dios en esta vida y conversador con los amantes de la piedad.
Alégrate, miembro del divino coro radiante de los venerables.
Alégrate, invencible confesor de la fe de Cristo.
Alégrate, mártir voluntario, que ahora estás unido al coro de la justa y victoriosa compañía de los mártires.
Alégrate, proclamador virginal de la esperanza y el amor cristiano para todos nosotros.
Alégrate, amante del magnífico mandato de la Iglesia.
Alégrate, coheredero con los fieles hijos de la Iglesia y los elegidos de Dios.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio II
Contemplando la hermosura de tu rostro y tu estatura corporal, el pueblo de Novgorod se alegró y glorificó a Dios, y conscientes de tus virtudes, que son más resplandecientes que el sol, oh bienaventurado Alexander, cantamos al Señor, que te ha glorificado: ¡Aleluya!.
Ikos II
Oh divinamente sabio Alexander, tú comprendiste que la vida de este mundo es pasajera, y que sólo es necesaria una cosa para los hombres: complacer a Dios. Por eso, desde tu infancia, te alejaste del amor del mundo y de las cosas terrenales y, deseando adquirir en esta vida las cosas celestiales, te apresuraste a servir al Señor como un siervo fiel durante toda tu vida. Por eso, te clamamos:
Alégrate, oh luchador por la fe, que preferiste complacer a Dios sobre todas las cosas.
Alégrate, tú, que como Abraham, viviste toda tu vida de forma irreprochable ante Dios.
Alégrate, tú, que mostraste la obediencia de Isaac.
Alégrate, tú, que anduviste por el camino de la humildad de espíritu de Jacob.
Alégrate, tú que adquiriste la pureza y la castidad de José.
Alégrate, tú que mostraste el amor de Moisés por tu propio pueblo.
Alégrate, tú que, como Samuel, te preservaste sin mancha de avaricia.
Alégrate, tú que venciste a tus enemigos con la mansedumbre de David.
Alégrate, tú que emulaste la fe ardiente de Pedro.
Alégrate, tú que con Pablo, te esclavizaste bajo el yugo de Cristo.
Alégrate, tú que, por tu esfuerzo constante del estudio de la Palabra de Dios, acumulaste el divino conocimiento de Juan.
Alégrate, tú que reuniste en ti las virtudes de muchos santos.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio III
Por el poder de la Fe, adquiriste una filosofía elevada, oh bendito Alexander, por lo cual, desdeñando la carne, cuidaste de tu alma inmortal. Así, bendiciéndote por ser uno de los que han adquirido la inmortalidad, clamamos a Cristo, que te ha glorificado: ¡Aleluya!
Ikos III
Teniendo siempre al Señor ante tus ojos, viviste sobriamente, oh bienaventurado Alexander, y realizando todo lo que hiciste para gloria de Dios, complaciste a Dios, ante quien estás ahora junto a los coros de aquellos que le complacieron desde antaño. Por eso, alegrándonos en ti, te clamamos:
Alégrate, luchador por la verdadera sobriedad.
Alégrate, amante de la contemplación salvadora.
Alégrate, nuestro guía en el esfuerzo por alejarnos del mundo.
Alégrate, adquisidor del perfecto don de la atención vigilante en ti.
Alégrate, firme oponente ante todo deseo irracional.
Alégrate, buen atleta de la piedad, que sobresaliste en discernimiento y labor.
Alégrate, pues por el poder de la oración venciste a las tentaciones del maligno.
Alégrate, pues te protegiste del pecado reflexionando sobre las cosas postreras.
Alégrate, pues con toda tu alma deseaste habitar en las moradas celestiales.
Alégrate, pues sobresaliste por tu deseo de permanecer en oración ante Dios.
Alégrate, pues santificaste tu vida con la invocación continua del nombre de Dios.
Alégrate, pues complaciste al Señor en todo.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio IV
El enemigo levantó una tormenta de tentaciones contra ti, oh bienaventurado Alexander, pero las venciste con el poder de la gracia de Cristo. Por eso, habiendo llegado al refugio tranquilo, con los coros de los que fueron probados en el mundo, y habiendo vencido al mundo, clamaste a Cristo: ¡Aleluya!
Ikos IV
Habiendo escuchado a Pablo, que dijo: “Todo el que entra en la liza se modera en todo” (1ª Corintios 9:25), lo consideraste todo como podredumbre, oh bendito Alexander, para poder obtener a Cristo. Y por las luchas de tu propia abnegación y compromiso por las buenas obras, adquiriste la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Por eso, bendiciéndote, te clamamos:
Alégrate, pues te has mostrado como un ejemplo de abnegación.
Alégrate, pues nos has enseñado a llevar la Cruz siguiendo a Cristo.
Alégrate, pues pisoteaste la carne y sus pasiones y las lujurias bajo tus pies.
Alégrate, pues por tu vida denunciaste la vanidad del mundo.
Alégrate, pues alejaste de ti todo apego mundano apasionado.
Alégrate, pues hiciste de tu razón esclava de tu fe.
Alégrate, pues por tu voluntad tomaste el yugo ligero de los mandamientos de Cristo.
Alégrate, pues guardaste tu corazón puro de toda pasión espiritual perniciosa.
Alégrate, pues te sometiste a Dios más perfectamente.
Alégrate, pues serviste a Dios durante toda tu vida.
Alégrate, pues, guardando los mandamientos, obtuviste para ti el amor de Dios.
Alégrate, pues recibiste la herencia del reino complaciendo a Dios.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio V
Pasaste por el mundo como una estrella divinamente guiada, oh bienaventurado Alexander, resplandeciendo con gloria y virtud. Por eso, con los coros de los justos, resplandeces ahora en el cielo con gloria, y con ellos, cantas por siempre a Cristo: ¡Aleluya!.
Ikos V
Viendo que nunca fuiste vencido en la batalla, sino que siempre salías victorioso, oh bendito Alexander, los infieles se atemorizaban al escuchar tu nombre, y recordando tu valor, que estaba lleno de fe, te bendecimos, diciendo:
Alégrate, valiente campeón de la defensa de la Fe y de la Iglesia.
Alégrate, bravo defensor de tu patria.
Alégrate, sabio ahuyentador de los asaltos del enemigo.
Alégrate, poderoso guardián de la paz para los indefensos.
Alégrate, glorioso conquistador del ejército sueco en las orillas del Neva.
Alégrate, preservador de la seguridad de todas las tierras de Rusia.
Alégrate, destructor de las malignas maquinaciones de los infieles extranjeros que luchan contra nuestra patria.
Alégrate, establecedor divinamente fortalecido de las leyes de la justicia.
Alégrate, libertador de Pskov, la ciudad natal de Santa Olga.
Alégrate, pacificador de los que odian la paz.
Alégrate, subyugador de los insensatos disturbios de los lituanos, en aquellos días.
Alégrate, sabio líder de tus ejércitos, amantes de Cristo, en todas tus batallas.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio VI
Te mostraste como un predicador de la mansedumbre y la tolerancia tras tus gloriosas victorias, oh bienaventurado Alexander. Y por eso, has obtenido la doble corona de Cristo el Rey, ante quien estás ahora, clamando: ¡Aleluya!
Ikos VI
Fuiste espléndido más allá de toda valentía en la paciencia que adquiriste, oh bendito Alexander, esperando en Jesús Cristo, el Autor y Perfeccionador de la Fe, que en lugar de gozo, padeció la Cruz. Por eso, alabándote, te clamamos con solemnidad:
Alégrate, pues perseveraste en las luchas por servir a Dios hasta el fin.
Alégrate, pues emulaste fielmente la paciencia de Cristo.
Alégrate, pues sabiamente entendiste el poder de los mandamientos de Cristo para amar a los enemigos.
Alégrate, pues mostraste verdadero amor por aquellos que pecaron contra ti y con los que liberaste.
Alégrate, pues reconociste claramente los ardides del maligno en las pruebas impuestas en ti y en tu propio pueblo.
Alégrate, pues pisoteaste la maldad de enemigo bajo tus pies partiendo pacíficamente de tu propia tierra.
Alégrate, pues percibiste las maquinaciones del maligno durante toda tu vida.
Alégrate, pues venciste todo mal con el bien, siguiendo las palabras de los apóstoles.
Alégrate, pues en el momento en que Novgorod necesitó tu ayuda, fuiste de nuevo capaz de ayudar a esta cuidad, aunque te maltrató.
Alégrate, pues de este modo obtuviste el amor ardiente de tu pueblo.
Alégrate, pues sobrellevaste confiadamente las visitaciones de Dios: la enfermedad y la privación.
Alégrate, pues obtuviste del Señor una espléndida corona.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio VII
Deseando hacer resplandecer en ti todas las virtudes, oh bienaventurado Alexander, Cristo el Maestro te llamó a servir a Su pueblo en un tiempo de prueba, y tú tuviste humildad y paciencia, por lo cual, has sido exaltado, y ahora estás ante Dios cantando el himno: ¡Aleluya!
Ikos VII
Maravilloso fue contemplar cómo el invencible capitán rendía homenaje humildemente a los incrédulos a los que el Señor había enviado contra Su pueblo a causa de sus pecados, y también es maravilloso recordar tu invencible humildad, oh bendito Alexander, con la que complaciste al Señor y salvaste a tu pueblo. Por eso, te cantamos con acciones de gracias:
Alégrate, imitador de la humildad del Señor.
Alégrate, maestro del respeto debido a las autoridades establecidas por Dios.
Alégrate, enemigo de toda vanagloria.
Alégrate, trabajador incansable por la verdadera obediencia.
Alégrate, modelo de verdadero servicio a Dios para todos.
Alégrate, instructor de los gobernantes para un liderazgo sobre el pueblo, complaciente a Dios.
Alégrate, guía de los sometidos a obediencia a las autoridades debidamente establecidas, que son dispuestas por Dios.
Alégrate, pues hiciste repetidos viajes hacia los impíos por el bien de tu pueblo, contando como nada las humillaciones a las que te sometían.
Alégrate, pues clamando a Dios, no tuviste temor de ir ante Batu y cumplir sus mandatos.
Alégrate, pues repetidas veces aceptaste temibles responsabilidades por las rebeliones irreflexivas de tu pueblo.
Alégrate, pues protegiste a tu pueblo de las dañinas relaciones espirituales con los infieles.
Alégrate, pues salvaguardaste sabiamente en tu tierra los espléndidos hechos y tradiciones de tus padres.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio VIII
Viviste toda tu vida en la tierra como un extranjero, oh bienaventurado Alexander, sin conocer descanso en tus trabajos y sin tener cuidad permanente, sino buscando la que es futura. Por eso, oh bendito, ahora has hecho tu morada en las mansiones eternas, cantando continuamente a Dios: ¡Aleluya!
Ikos VIII
Habiendo servido al Señor con toda tu alma, y habiéndolo complacido durante toda tu vida, conseguiste glorificarlo en la piedad. Por eso, te mostraste como un confesor de la Fe de Cristo. Por tanto, recordando tu hazaña de confesión, oh bendito Alexander, te clamamos:
Alégrate, pues no tuviste temor de la maldad de los infieles.
Alégrate, pues no adoraste a las cosas creadas, sino al Creador.
Alégrate, pues no te inclinaste ante el sol y el fuego en el campo de los impíos.
Alégrate, pues guardaste tu Fe en medio de la tentación.
Alégrate, pues no obedeciste el mandato impío.
Alégrate, pues te mostraste como un firme predicador de la Fe ante los incrédulos.
Alégrate, pues regresaste a tu tierra con la doble corona de gloria tras tu confesión.
Alégrate, pues toda tu vida permaneciste fiel a la Fe de tus padres.
Alégrate, pues evitaste sabiamente el engaño de la religión falsa.
Alégrate, pues denunciaste abiertamente la maldad de los predicadores de la falsa enseñanza.
Alégrate, pues se mostraste como un firme defensor de la Ortodoxia.
Alégrate, pues con un discurso sensato triunfaste sobre la falsa elocuencia de los enemigos de la Ortodoxia.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio IX
Sometiéndote completamente a Dios, Le serviste como un siervo fiel y bueno, oh bienaventurado Alexander, trabajando por tu tierra más que ninguno de los príncipes. Por eso, se te ha concedido entrar en el gozo de tu Señor, ante quien estás ahora, cantando con los ángeles: ¡Aleluya!
Ikos IX
Ni la lengua más elocuente podría alabar las obras que realizaste, sacrificando tu alma por tus hermanos, oh bendito Alexander. Por eso, recordando humildemente tus pruebas, te ofrecemos estos himnos con devoción, diciendo:
Alégrate, sincero amante de la amistad fraterna.
Alégrate, imitador del amor fraternal de Moisés y Pablo.
Alégrate, fiel guardián de los mandamientos del amor de Cristo.
Alégrate, maravilloso instructor del amor por el prójimo.
Alégrate, pues por tu ejemplo te mostraste como pacificador de tus hermanos, que habían llegado a luchar por su herencia.
Alégrate, pues durante toda tu vida mostraste un cuidado diligente por el bien de tu pueblo.
Alégrate, obrador de la paz universal en tus días.
Alégrate, unificador de tu nación, que había sido destruida por el temor de las invasiones tártaras.
Alégrate, verdadero defensor de los indefensos.
Alégrate, alimentador de los pobres hambrientos.
Alégrate, poderoso protector de los huérfanos.
Alégrate, poderoso intercesor ante el Señor, por aquellos que son perturbados y están en necesidad.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio X
Deseando salvar tu alma, y sabiendo que no es posible para aquel que no tiene amor por Dios el recibir la salvación, sin importar cuales sean sus luchas y virtudes, adquiriste la corona de las virtudes, que es el amor a Dios, ante quien estás ahora, cantando con júbilo: ¡Aleluya!
Ikos X
Amando al Rey del cielo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, oh bendito Alexander, tras múltiples sacrificios hechos con fe y celo, te ofreciste a Él como sacrificio vivo, santo y complaciente a Dios. Por eso, bendiciéndote, te clamamos:
Alégrate, pues durante tu vida serviste la Señor con obras complacientes.
Alégrate, pues coronaste tu vida con los votos del monaquismo.
Alégrate, pues restauraste muchos templos de Dios, que habían sido destruidos por los incrédulos.
Alégrate, pues estableciste santos monasterios, para que pudiera florecer el ascetismo.
Alégrate, pues desde tu infancia amaste a los que luchaban en la piedad por Dios.
Alégrate, pues con un alma pura elegiste de antemano el hábito angélico.
Alégrate, pues hasta el final de tu vida te dedicaste completamente a Dios.
Alégrate, pues te comprometiste más perfectamente con Dios recibiendo el esquema monástico y el nombre de Alexis.
Alégrate, pues por el voto de castidad mostraste la pureza de tu corazón.
Alégrate, pues por el voto de pobreza mostraste la gran estatura de tu espíritu.
Alégrate, pues por el voto de obediencia confirmaste todo tu servicio al Único Dios.
Alégrate, pues a cambio de la corona de príncipe sabio y bueno recibiste la recompensa de un monje.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio XI
En tu sepultura se elevaron himnos fúnebres con lágrimas, oh bienaventurado Alexander; tu pueblo lloró por ti, el sol de la tierra rusa, que fue establecido al mediodía, y susurraron su devoto himno de lamento a Dios, cantando: ¡Aleluya!
Ikos XI
La luz de la gloria del cielo pronto te iluminó, oh bendito Alexander, consolando al pueblo que lloraba. Por eso, viendo signos y maravillas en tu tumba, los hijos de Rusia te invocaron apropiadamente en oración como intercesor. Y conscientes de tu pronta ayuda, te clamamos:
Alégrate, oh elegido de Dios, que en tu propio entierro fuiste glorificado por Dios.
Alégrate, nuestro pronto intercesor, a quien nuestros padres invocaron en tiempo de aflicción y necesidad.
Alégrate, pues ayudaste al príncipe Demetrio Donskoi en combate contra los tártaros.
Alégrate, pues ayudaste al Zar Juan a conquistar el pueblo de Kazan.
Alégrate, pues concedes muchas y diversas curaciones a todos.
Alégrate, pues por tu súplica devuelves la vista a los ciegos.
Alégrate, que concedes andar a los cojos que se postran ante tu tumba.
Alégrate, pues sanas la enfermedad de los paralíticos.
Alégrate, pues concedes la liberación de los demonios a los que están poseídos.
Alégrate, pues con esperanza de salvación das valor a los desesperados.
Alégrate, pues restauras la salud a los que han perdido sus sentidos.
Alégrate, pues siempre haces surgir multitud de milagros de tu tumba.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio XII
Reconociendo la gracia que reside en tus reliquias incorruptas, el pueblo de Vladimir venía a tu bendito santuario con amor, y venerándolas con júbilo, pues por ti glorificaban a Dios que es glorificado en Sus santos, Le clamaban con compunción: ¡Aleluya!
Ikos XII
Ensalzando tus virtudes y milagros, nuestros padres recibieron y acompañaron tu santo cuerpo cuando, según el deseo de corazón del emperador Pedro I, tus santas reliquias fueron trasladadas a un nuevo lugar de consagración en la capital imperial de San Petersburgo, y regocijándonos ahora tu gloria celestial y en la continuidad de tus reliquias incorruptas en esta cuidad, clamamos con ellos:
Alégrate, oh ruso José que fuiste trasladado a un nuevo lugar de descanso.
Alégrate, protector de todos los confines de la tierra rusa.
Alégrate, pronta seguridad de San Petersburgo.
Alégrate, defensor celestial de esta cuidad.
Alégrate, ornamento inestimable de la capital del norte.
Alégrate, gloria y seguridad del monasterio que lleva tu nombre.
Alégrate, pues por tus súplicas concedes la ayuda divina a todos los cristianos ortodoxos.
Alégrate, maestro divinamente sabio de todos los que residen en esta cuidad.
Alégrate, pues, como monje, instruyes a los monjes por el ejemplo de tu vida.
Alégrate, guía de los fieles hacia las virtudes, en las que trabajaste en el mundo.
Alégrate, pues por tu incorrupción concedes la esperanza de la resurrección a todos.
Alégrate, campeón, guardián y libertador nuestro, en medio de los peligros y las tribulaciones.
Alégrate, oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander.
Contaquio XIII. (3 veces)
Oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander, acepta nuestro reverente y ferviente himno de alabanza, aunque sea indigno de ti, como ferviente ofrecimiento de los corazones de los que te aman y bendicen tu santa memoria. Presérvanos por tus súplicas; protege por tu mediación a todos los cristianos ortodoxos y a todo el pueblo de la tierra rusa, para que, habiendo vivido una vida pacífica y en paz en esta era, podamos heredar la bendición eterna, y contigo y todos los santos, podamos ser contados y hechos dignos de cantar a Dios: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!
Oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander, acepta nuestro reverente y ferviente himno de alabanza, aunque sea indigno de ti, como ferviente ofrecimiento de los corazones de los que te aman y bendicen tu santa memoria. Presérvanos por tus súplicas; protege por tu mediación a todos los cristianos ortodoxos y a todo el pueblo de la tierra rusa, para que, habiendo vivido una vida pacífica y en paz en esta era, podamos heredar la bendición eterna, y contigo y todos los santos, podamos ser contados y hechos dignos de cantar a Dios: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!
Oh santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander, acepta nuestro reverente y ferviente himno de alabanza, aunque sea indigno de ti, como ferviente ofrecimiento de los corazones de los que te aman y bendicen tu santa memoria. Presérvanos por tus súplicas; protege por tu mediación a todos los cristianos ortodoxos y a todo el pueblo de la tierra rusa, para que, habiendo vivido una vida pacífica y en paz en esta era, podamos heredar la bendición eterna, y contigo y todos los santos, podamos ser contados y hechos dignos de cantar a Dios: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

(Se repite el ikos y el contaquio I)
Oración al santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander Nevsky
¡Oh pronta ayuda de los que acuden a ti solemnemente, nuestro ferviente intercesor ante el Señor, santo y recto creyente Gran Príncipe Alexander! Míranos con misericordia, aunque somos indignos, pues nos hemos hecho inútiles a nosotros mismos por la multitud de nuestras iniquidades, mas ahora acudimos al santuario de tus reliquias y te clamamos desde el fondo de nuestros corazones. En tu vida fuiste un amante y defensor de la Fe Ortodoxa: por tus oraciones a Dios haznos inquebrantables en ella. Cumpliste celosamente el ministerio que se te impuso: con tu ayuda, enséñanos a perseverar en aquello a lo que hemos sido llamados. Venciendo a las legiones de los adversarios los condujiste más allá de las fronteras de Rusia: expulsa también a nuestros enemigos, visibles e invisibles, que se aprestan contra nosotros. Renegando de la corona perecedera de un reino terrenal, elegiste la vida de la quietud, y habiendo sido coronado rectamente con una corona inmarcesible, ahora reinas en el cielo: intercede por nosotros, te lo suplicamos, para que por tu intercesión podamos obtener una vida pacífica y sin turbación y un paso directo al reino eterno. Estando con todos los santos ante el trono de Dios, ruega por todos los cristianos ortodoxos, para que en Su bondad, el Señor Dios nos preserve en la paz, en largos días y en prosperidad por muchos años, para que siempre glorifiquemos y bendigamos a Dios, que es adorado en la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros.                                                             Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros.                                                            Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Señor, purifícanos de nuestros pecados. Maestro, perdona nuestras transgresiones. Santo, visítanos y cura nuestras dolencias por tu nombre.
Señor, ten piedad,  Señor ten piedad , Señor  ten piedad.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu reino, hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el cielo. El pan sobreesencial dánosle hoy; perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes sucumbir en la tentación, mas líbranos del maligno.
Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Bendice, padre.
Aquél, que es bendito os bendiga, Cristo, Dios nuestro, en todo tiempo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén. Oh Cristo nuestro Dios, fortalece en la santa y verdadera fe a todos los cristianos piadosos y ortodoxos, así como a esta santa asamblea por los siglos de los siglos.
¡Santísima Madre de Dios, sálvanos!
Tú más venerable que los querubines, e incomparablemente más gloriosa que los serafines, que sin mancha engendraste a Dios el Verbo, a Ti verdadera Madre de Dios, te magnificamos.
¡Gloria a Ti, Cristo Dios nuestro, esperanza nuestra, gloria a Ti!
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.                 Señor ten piedad ,Señor  ten piedad , Señor  ten piedad  . Padre, bendice.
Que Cristo, nuestro verdadero Dios, por las plegarias de su Madre Santísima, toda pura e inmaculada, de los santos gloriosos Apóstoles, de los santos y justos antepasados del Señor, Joaquín y Ana, de San Alexander Nevsky y de todos los Santos, tenga piedad de nosotros y nos salve, porque él es bueno y amante de la humanidad.
Amén.

                                      Catecismo Ortodoxo 

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