Tuesday, February 10, 2015

Visión ortodoxa de la evolución parte 2/2 ( padre San Serafín Rose )




Icono sobre la creación de las criaturas




Bienaventurado padre Seraphim Rose

La ciencia y la Revelación Divina



¿Cuál es la fuente de nuestro verdadero conocimiento del mundo primordial, y cómo difiere de la ciencia? ¿Cómo sabe San Gregorio el Sinaita lo que sucede a los frutos maduros del paraíso, y por qué la ciencia natural es incapaz de descubrirlo? Ya que amas a los santos padres, creo que ya sabes la respuesta a esta pregunta. Sin embargo, te daré una respuesta basada no en mi propio razonamiento, sino sobre la indiscutible autoridad de un santo padre de suprema vida espiritual, San Isaac el Sirio, que habló de la ascensión del alma a Dios sobre la base de la experiencia personal. Describiendo cómo se eleva el alma al pensamiento de la era futura de incorruptibilidad, San Isaac el Sirio escribe: “Y a partir de aquí la mente ya se alza al estado que procedió a la creación del mundo, cuando no existía la materia, ni el cielo, ni la tierra, ni los ángeles, ni nada que tuviera existencia, y al estado en que Dios, único por su propia voluntad, lo trajo todo, de repente, de la nada a la existencia, y toda cosa apareció ante Él en un estado de perfección” (Homilía 25).



Como puedes ver, San Gregorio el Sinaita y otros santos de gran vida espiritual fueron capaces de comprender el mundo primordial, estando en un estado de divina contemplación que sobrepasa los límites del conocimiento natural. San Gregorio el Sinaita mismo afirma que los “ocho grandes temas de contemplación” en un estado de suprema oración son los siguientes:



1.) Dios, 2.) El rango y la posición de las huestes celestiales, 3.) La composición de las cosas visibles, 4.) El esbozo para el descenso del Verbo, 5.) La resurrección universal, 6.) La terrible segunda venida de Cristo, 7.) El tormento eterno y 8.) El Reino celestial.



¿Por qué debería incluir “la composición de las cosas visibles” junto con otros temas de contemplación divina, con relación a la esfera del conocimiento teológico y no la ciencia? ¿No es porque exista un aspecto y estado de la creación que esté fuera del conocimiento natural y pueda ser visto, como San Isaac el Sirio mismo vio la creación de Dios, sólo en contemplación y por la gracia de Dios?



En otro lugar San Isaac el Sirio describe la diferencia entre el conocimiento natural y la fe que conduce a la contemplación: “El conocimiento natural es el límite de la naturaleza, mientras que la fe procede más allá de la naturaleza. El conocimiento no osa tolerar nada destructivo a la naturaleza, sino que la evita; por la fe, muchos entraron en el fuego, suprimieron el ardiente poder del fuego, y pasaron a través de él indemnes, y anduvieron por las olas como por tierra firme. Y todo esto está por encima de la naturaleza, es contrario a los caminos del conocimiento y se ha demostrado que esta última es deficiente en todos sus medios y leyes… No hay conocimiento que no esté limitado por la escasez, no importa lo mucho que se enriquezca, mientras que los tesoros de la fe no pueden ser contenidos ni en la tierra, ni en el cielo” (Homilía 25).



¿Entiendes ahora qué está en juego en el argumento entre la comprensión patrística del libro del Génesis y las enseñanzas evolutivas? Los últimos intentos por comprender los misterios de la creación de Dios por medio del conocimiento de la naturaleza y la filosofía mundana, ni siquiera permitían que hubiera algo en estos misterios que los colocara más allá de las posibilidades de este conocimiento, mientras que el libro del Génesis es un relato de la creación de Dios, vista en contemplación divina por el profeta Moisés, y lo que ha visto está confirmado por la experiencia personal de los padres posteriores. Y aunque la revelación es muy superior al conocimiento natural, aun así sabemos que no puede haber ninguna contradicción entre la verdadera Revelación y el verdadero conocimiento natural. No hay desacuerdo entre el conocimiento de la creación contenida en el libro del Génesis, expuesta a nosotros por los santos padres, y el conocimiento veraz de la creación obtenido por la ciencia moderna a partir de la observación pero, por supuesto, hay un conflicto indisoluble entre el conocimiento contenido en el libro del Génesis, y las vacías especulaciones filosóficas de los científicos modernos que no están iluminados por la fe, concerniente al estado del mundo durante el transcurso de los seis días de la creación. Por lo tanto, puesto que hay un genuino conflicto entre el libro del Génesis y la filosofía contemporánea, si deseamos conocer la verdad, debemos aceptar las enseñanzas de los santos padres y rechazar las falsas opiniones de los filósofos científicos.



Concerniente a la genuina visión patrística del mundo primigenio, creo que te he mostrado suficiente sobre estas visiones, que a primera vista parecen increíbles para el cristiano ortodoxo cuya comprensión del libro del Génesis ha sido oscurecida por la filosofía científica moderna. Lo más asombroso es, probablemente, el hecho de que los santos padres entiendan el texto de la Sagrada Escritura “como está escrito”, y no nos permitan interpretarlo libre o alegóricamente. Muchos “eruditos” cristianos contemporáneos se han acostumbrado a asociar esta interpretación con el fundamentalismo protestante, pero está claro cuán profundísima es la genuina interpretación patrística con relación a la de los fundamentalistas, que nunca han escuchado sobre la divina contemplación y cuya interpretación coincide sólo accidentalmente a veces con la patrística.



El cristiano ortodoxo moderno puede entender cómo la incorruptibilidad del mundo primigenio sigue estando fuera del alcance de la investigación científica, si se analiza el hecho de la incorruptibilidad como está representada mediante la acción de Dios incluso en nuestro presente mundo corrupto. No podemos encontrar una mayor manifestación de esta incorruptibilidad más que en la Santa Theotokos, de quien cantamos: “Que sin mancha engendraste a Dios el Verbo…”. San Juan Damasceno señala que esta incorruptibilidad está fuera de las leyes de la naturaleza en dos formas: “… pues sin un padre, que está por encima de las leyes naturales del alumbramiento… y sin dolor, que está por encima de la ley del nacimiento”. ¿Qué debería decir un cristiano ortodoxo cuando un moderno ateo, bajo la influencia de la filosofía moderna, insiste en que tal incorruptibilidad es imposible, y reclaman que los cristianos crean sólo lo que pueda ser probado u observado científicamente? ¿No debería salvaguardar su fe, que es el conocimiento mediante la revelación, y decir al pseudo-científico que es imposible saber o entender este hecho de la incorruptibilidad como una acción sobrenatural de Dios?



Existe otra cuestión relativa a la situación del mundo primigenio que debería surgir en tu mente: ¿y qué decir sobre esos “millones de años” de la existencia del mundo que la ciencia “conoce como hecho”? Mi carta ya es demasiado larga y no puedo discutir esta cuestión aquí, pero en otra carta examinaré también esta cuestión, incluyendo las deficiencias del método del radiocarbono y otros sistemas “absolutos” de datación, y mostraré que estos “millones de años” no son solo un hecho sino una materia de filosofía. Esta idea no surgió hasta que, bajo la influencia de la filosofía naturalista, la gente empezó a creer en la evolución, y si la evolución es cierta, entonces el mundo debe tener millones de años (ya que la evolución nunca ha sido observada, es imaginada sólo con la suposición de que los incontables millones de años pueden producir procesos que son demasiado “lentos” para que los científicos modernos pudieran observarlos). Si examinas esta cuestión objetivamente y sin pasión, separando las genuinas pruebas de las suposiciones y la filosofía, verás que no hay hecho factible que pudiera hacernos creer que la tierra tenga más de 7500 años.



Resumiendo la enseñanza patrística a cerca del mundo primigenio, no puedo encontrar nada mejor que citar las divinas palabras de un santo padre que destacó en la oración, por lo cual toda la Iglesia Ortodoxa lo llama el “Teólogo”. Y Eso es San Simeón el Nuevo Teólogo. En su 45ª Homilía, dice lo siguiente basado en la tradición patrística: “En el principio, Dios, antes de plantar el Edén y antes de crear al primer hombre, durante el transcurso de cinco días creó la tierra y todo lo que hay en ella, y el cielo y todo lo que está en él, y en el sexto día creó a Adán y lo dispuso como amo y gobernante sobre toda la creación visible. El paraíso aún no existía en aquel tiempo. Pero este mundo de Dios era igual a un paraíso, aunque material y físico. Y Dios lo entregó en manos de Adán y todos sus descendientes…”. Y el Señor Dios plantó un jardín al este del Edén… Y el SEÑOR Dios hizo brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer” (Génesis 2:8-9), con diferentes frutos que nunca abandonó y nunca dejó de producir, pues siempre eran frescos y dulces y con ellos dio un gran placer al primer hombre creado. Pues era necesario dar delicias incorruptibles a aquellos cuerpos del primer hombre creado que eran incorruptibles… Adán fue creado con un cuerpo incorruptible, aunque material y aún no espiritual, y fue situado por Dios el Creador como un rey inmortal sobre el mundo incorruptible, no sólo sobre el Edén sino también sobre toda la creación bajo el cielo…



Después de la transgresión de Adán, Dios no condenó al Edén… sino que condenó al resto de la tierra que también era incorruptible y todo lo producido para ella… Aquello que fue hecho corrupto y mortal por la transgresión del mandamiento, en toda justicia viviría en una tierra corrupta y comería alimentos corruptos… Más tarde, también todas las criaturas, cuando vieron que Adán había sido expulsado del paraíso, no desearon obedecerle, pues era un criminal… Pero Dios restringió a todas estas criaturas con su poder, y por su misericordia y bondad no les permitió que precipitarse sobre el hombre, sino que mandó a toda la creación permanecer en servidumbre con él, habiendo sido hecho corrupto, y servir al hombre corrupto para quien habían sido creados, para que cuando el hombre fuera renovado y fuera espiritual, incorruptible e inmortal, toda la creación, situada por Dios en servidumbre con el hombre, se hiciera libre por esta servidumbre, y fuera renovada junto con él y se convirtiera en incorruptible y espiritual…



Los cuerpos de los hombres no deberían ser los primeros en ser revestidos con la gloria de la resurrección y llegar a ser incorruptibles; toda la creación fue creada primeramente incorruptible, y más tarde, el hombre fue tomado y creado de ella, y así de nuevo, la creación debería ser la primera en ser incorruptible, y sólo entonces los cuerpos de los hombres deberían ser renovados y hechos incorruptibles, para que todos los hombres pudieran nuevamente ser incorruptibles y espirituales, y habitaran en una morada incorruptible, eterna y espiritual… ¿Ves que toda la creación fue la primera incorruptible y creada por Dios para morar en el paraíso? Pero más tarde se hizo corrupta y fue situada por Dios bajo la servidumbre de la humanidad.





También debes saber cómo será glorificada toda la creación y brillará resplandeciente en la nueva era. Pues cuando sea renovaba, no será la misma como cuando fue creada en el principio. Pero será, según el divino Pablo, justo igual que nuestros cuerpos… Por el mandato de Dios, toda la creación, en el tiempo de la resurrección universal, no será como si hubiera sido creada de forma material y física, sino que será creada de nuevo y convertida en una gran morada inmaterial y espiritual, sobrepasando toda percepción sensual”.



¿Puede haber una enseñanza más clara sobre el estado del mundo primigenio antes de la transgresión de Adán?







La naturaleza del hombre



Y ahora llego al final y la más importante cuestión que surge de la teología ortodoxa por la moderna teoría de la evolución: la naturaleza del hombre y en particular, la naturaleza del primer hombre creado, Adán. Digo que esta es la “cuestión más importante” surgida por la evolución porque la doctrina del hombre, la antropología, toca más de cerca a la teología, y aquí, quizá, se haga más posible identificar teológicamente el error del evolucionismo. Es bien sabido que la Ortodoxia enseña de forma muy diferente al catolicismo romano con relación a la naturaleza del hombre y la gracia divina, y ahora trataré de demostrar que el punto de vista teológico sobre la naturaleza del hombre que está implícito en la teoría de la evolución, no es el punto de vista ortodoxo del hombre, sino que está más cerca a la visión católica romana, y esto es sólo una confirmación del hecho de que la teoría de la evolución, lejos de ser enseñada por ningún padre ortodoxo, es simplemente un producto de la mentalidad apóstata occidental e incluso, a pesar del hecho de que originalmente era una “reacción” contra el catolicismo romano y el protestantismo, tiene sus raíces profundas en la tradición escolástica papista.



La visión de la naturaleza humana y la creación de Adán que estableces en tu carta están muy influenciadas por tu opinión de que Adán, en su cuerpo, era un “animal evolucionado”. Esta opinión no la has obtenido de los santos padres (pues no puedes encontrar un solo padre que crea esto, y ya te he mostrado que, de hecho, los padres creían “literalmente” que Adán fue creado del barro y no de ninguna otra criatura), sino de la ciencia moderna. Veamos entonces, antes de todo, la visión patrística ortodoxa de la naturaleza y el valor del conocimiento secular y científico, y en particular con relación al conocimiento teológico y revelado.



Esta visión patrística fue muy bien establecida por el gran padre hesicasta, San Gregorio Palamás, que se vio obligado a defender la teología ortodoxa y la experiencia espiritual, precisamente, contra un racionalista occidental, Barlaam, que deseaba reducir la experiencia espiritual y el conocimiento del hesicasmo a algo alcanzable por la ciencia y la filosofía. Respondiéndole, San Gregorio establece principios generales que son aplicables también en nuestros días, cuando los científicos y los filósofos piensan que pueden comprender los misterios de la creación y de la naturaleza del hombre mejor que la teología ortodoxa. Escribe: “El principio de la sabiduría es ser lo suficientemente sabio para distinguir y preferir a la sabiduría que es inferior, terrenal y vana, la que es verdaderamente útil, celestial y espiritual, que procede de Dios y conduce a Él, y que obra conforme a Dios en los que la adquieren”.



San Gregorio enseña que la última sabiduría sola es buena en sí misma, mientras que la primera es buena y mala: “Incluso si uno de los padres dice lo mismo que los de fuera, la concordancia es sólo verbal y el pensamiento es muy diferente. El primero, de hecho, tiene, según Pablo, “la mente de Cristo”, mientras que el último expresa lo mejor de un razonamiento humano”. Del conocimiento secular, escribe San Gregorio, “no podemos esperar absolutamente ninguna precisión cualquiera en el conocimiento de las cosas divinas, pues no es posible extraer de él ninguna enseñanza cierta sobre los temas de Dios”.



Y este conocimiento también puede ser perjudicial y luchar contra la verdadera teología: “El poder de esta razón entra en pugna contra los que aceptan las tradiciones con simplicidad de corazón; desprecia los escritos del Espíritu, tras el ejemplo de hombres que los han tratado descuidadamente y han establecido la creación contra el Creador”.



Sería muy difícil encontrar un mejor relato que este sobre cómo los modernos “evolucionistas cristianos” han intentado obrar creyéndose a sí mismos más sabios que los santos padres, usando el conocimiento secular para interpretar la enseñanza de la Sagrada Escritura y los santos padres. ¿Quién puede dejar de apreciar que el espíritu racionalista y naturalista de Barlaam es muy similar al del moderno evolucionismo?



Pero nota que San Gregorio habla del conocimiento científico que, en su propio nivel, es cierto; se convierte en falso sólo porque se rebela contra el mayor conocimiento de la teología. ¿Es la teoría de la evolución incluso cierta científicamente?



Ya he hablado de la naturaleza dudosa de la evidencia científica de la evolución en general, y ahora debo decir algo específicamente sobre la evidencia científica sobre la evolución humana, puesto que ya he empezado a tocar el ámbito de la teología ortodoxa. Ahora debo preguntarte una cuestión científica elemental: ¿cuál es la evidencia de la “evolución del hombre”?.



Las evidencias arqueológicas científicas de la “evolución del hombre” consisten en: el Hombre de Neandertal (muchos especimenes); el Hombre de Pekín (muchas calaveras); los hombres llamados Java, Heidelberg, Piltdown (hasta hace unos 20 años), y los últimos hallazgos en África (todos extremadamente fragmentados). La evidencia arqueológica total de la “evolución del hombre” puede ser contenida en una caja del tamaño de un pequeño cofre, y proceden de partes muy distantes de la tierra, sin ninguna indicación fiable de posible edad relativa (y mucho menos absoluta), y sin ninguna indicación de cómo estos diferentes “hombres” estaban conectados entre sí, si por descendencia o parentesco.



Además, uno de estos “antepasados evolutivos del hombre”, el “Hombre de Piltdown”, se descubrió hace 20 años que había sido un fraude deliberado. Es un hecho interesante que Teilhard de Chardin fuera uno de los “descubridores” del “Hombre de Piltdown”, un hecho que no encontrarás en muchos libros de texto o en biografías sobre él. “Descubrió” el diente canino de su criatura fabricada, un diente que ya ha sido teñido con la intención de causar decepción con relación a su edad cuando fue encontrado. No tengo evidencias para decir que Teilhard de Chardin participara conscientemente en el fraude; pienso que lo más probable es que fuera víctima del autor material del fraude, y que estaba tan ansioso por encontrar pruebas sobre la “evolución del hombre” en la que ya creía que simplemente no prestó atención a las dificultades anatómicas que este “hombre” burdamente fabricado presentaba para cualquier observador objetivo. Y sin embargo en los libros de texto evolutivos se plasmó antes el descubrimiento del fraude, y el Hombre de Piltdown fue aceptado como un ancestro evolutivo del hombre sin ninguna duda; este “cráneo” es ilustrado incluso y se establece confidencialmente que “combina las características humanas con otras mucho más retrasadas”. Esto, por supuesto, es sólo lo que se requiere para un “eslabón perdido” entre el hombre y el mono, y por eso el fraude de Piltdown fue compuesto precisamente como una mezcla de huesos de hombre y mono.



Tiempo después, este mismo Teilhard de Chardin participó en el descubrimiento, y sobre todo en la “interpretación” del “Hombre de Pekín”. Se encontraron muchos cráneos de esta criatura, y fue el mejor candidato que había sido encontrado hasta entonces como “el eslabón perdido” entre el hombre moderno y el mono. Gracias a su “interpretación” (pues para entonces se había establecido ya una reputación como uno de los principales paleontólogos del mundo), el “Hombre de Pekín” también entró en los libros de texto como un antepasado del hombre, desdeñando por completo el hecho incontestable de que los huesos del hombre moderno fueran encontrados en el mismo lugar, y para los que no tenían prejuicios “evolutivos” estaba claro que este “Mono de Pekín” fue usado como alimento por los seres humanos (pues había un agujero en la base de cada cráneo del “Hombre de Pekín” por el cuál se habían extraído los cerebros).



Si quieres examinar objetivamente todas las evidencias fósiles de la “evolución del hombre”, creo que verás que no hay pruebas concluyentes o evidencias remotamente razonables sobre esta “evolución”. Se cree que la evidencia es una prueba para la evolución humana porque los hombres quieren creerla; creen en una filosofía que requiere que el hombre haya evolucionado de criaturas similares al mono. De todos los “hombres” fósiles sólo el Hombre de Neandertal y, por supuesto, el Hombre de Cromagnon, (que es simplemente el hombre moderno) parecen ser genuinos; y es simplemente el “Homo Sapiens”, no diferente del hombre moderno del que los hombres modernos son diferentes entre sí, una variación dentro de una clase definida de especies. Nota por favor que los dibujos del Hombre de Neandertal en los libros de textos evolutivos son la invención de artistas que tienen una idea preconcebida de cómo debería haber sido el “hombre primitivo”, basada en la filosofía evolutiva.



Creo que he dicho suficiente, no para mostrar que puedo “desmentir” la “evolución del hombre” (pues, ¿quién puede probar o desmentir nada sin tal fragmentada evidencia?), sino para indicar que debemos ser muy críticos de hecho con las interpretaciones de tan sesgada evidencia. Dejemos a nuestros modernos paganos y sus filósofos estar excitados con el descubrimiento de nuevos cráneos, huesos o incluso un simple diente, sobre los que los periódicos declaren en sus titulares: “Encontrado un nuevo ancestro del hombre”. Esto no es incluso el ámbito del vano conocimiento; es el ámbito de las fábulas modernas y los cuentos de hadas modernos, de una sabiduría que verdaderamente se ha vuelto asombrosamente estúpida.



¿Hacia dónde se vuelve el cristiano ortodoxo si desea aprender la verdadera doctrina de la creación del mundo y del hombre? San Basilio nos lo dice claramente: “¿Cuál es, pues, mi finalidad hablando así? Es, pues, porque nos proponemos examinar el bello orden del universo y contemplar el mundo, no según los principios de la sabiduría del mundo, sino según las instrucciones que Dios dio a Moisés su siervo, hablándole en persona, y no por figuras; y es necesario que los que son celosos de ser espectadores de grandes temas, hayan ejercitado su espíritu para comprender los maravillosos espectáculos de los que son testigos.” (Hexaemeron VI, 1).



Ahora veremos que la visión evolutiva sobre el origen del hombre en realidad no solo no nos enseña sobre el origen del hombre, sino que nos presenta una falsa imagen, como tú mismo pruebas cuando te ves obligado a exponer esta enseñanza para defender la idea de la evolución.



Exponiendo tu punto de vista sobre la naturaleza del hombre, basada sobre una aceptación de la idea de la evolución, escribes: “El hombre no es una imagen de Dios por naturaleza. Por naturaleza, es un animal, un animal evolucionado, polvo de la tierra. Es una imagen de Dios sobrenatural”. Y nuevamente: “El aliento de vida de Dios transformó el animal en hombre sin cambiar una característica anatómica de su cuerpo, ni tan solo una célula”. Y otra vez: “No me sorprendería si el cuerpo de Adán fuera en todos los aspectos el cuerpo de un mono”.



Ahora, antes de examinar la enseñanza patrística sobre la naturaleza del hombre, admitiré que la palabra “naturaleza” puede ser un poco ambigua, y que cualquiera puede encontrar pasajes en los que los santos padres usan la expresión “naturaleza humana” en la forma que se usa en un discurso común, refiriéndose a la naturaleza humana caída cuyos efectos observamos cada día. Pero hay una mayor enseñanza patrística, una doctrina específica, otorgada por revelación divina, que no puede ser entendida o aceptada por nadie que crea en la evolución.



La doctrina ortodoxa de la naturaleza humana se expone muy concisamente en las Instrucciones Espirituales de Abba Doroteo. Este libro es aceptado por la Iglesia Ortodoxa como el libro de texto básico de la espiritualidad ortodoxa. Es muy significativo que la doctrina ortodoxa sobre la naturaleza humana se exponga desde las primeras páginas de este libro, pues esta doctrina es el fundamento de la completa vida espiritual ortodoxa.



¿Cuál es esta doctrina? Abba Doroteo escribe en las primeras palabras de su primera instrucción: “En el principio, cuando Dios creó al hombre, lo situó en el paraíso y lo adornó con todas las virtudes, dándole el mandato de no probar del árbol que estaba en medio del paraíso. Y así permaneció allí en el gozo del paraíso, en oración, en visión, en toda gloria y honor, teniendo el profundo sentido y estando en la misma condición natural en la que fue creado. Pues Dios creó al hombre según su propia imagen, es decir, inmortal, amo de todo, y lo adornó con todas las virtudes. Pero cuando transgredió el mandato, comiendo del fruto del árbol que Dios le había mandado no probar, entonces fue expulsado del paraíso, se apartó de su condición natural, y cayó en un estado contra natura, y entonces permaneció en pecado, en el amor por la gloria, en el amor por los gozos de aquel tiempo y otras pasiones, y fue dominado por ellos, pues se convirtió a sí mismo en esclavo por la transgresión. (El Señor Jesucristo) aceptó nuestra verdadera naturaleza, la esencia de nuestra constitución, y se convirtió en un nuevo Adán, en la imagen de Dios que creó al primer Adán; renovó la condición natural e hizo de nuevo profundos los sentidos, como eran en el principio”.



La misma doctrina es expuesta por otros padres ascéticos. Así, Abba Isaías enseña: “…En el principio, cuando Dios creó al hombre, lo situó en el paraíso y lo proveyó con profundos sentidos que permanecieron en su orden natural; pero cuando obedeció al engañador, todos sus sentidos fueron cambiados a un estado antinatural, y entonces fue expulsado de su gloria”. Y el mismo padre continúa: “Y así he aquí el que desea volver a su condición natural cortando sus deseos carnales, para situarse en la condición según la naturaleza de su mente”.



Los santos padres enseñan claramente que cuando Adán pecó, el hombre no se limitó a perder algo que había sido añadido a su naturaleza, sino que su naturaleza misma era cambiada, corrompida, al mismo tiempo que el hombre perdía la gracia de Dios. Los divinos oficios de la Iglesia Ortodoxa, que son la base de nuestra enseñanza dogmática ortodoxa y vida espiritual, también enseñan claramente que la naturaleza humana que ahora observamos no nos es natural, sino que ha sido corrompida.



También se puede notar que toda nuestra concepción ortodoxa de la encarnación de Cristo y nuestra salvación por medio de Él está ligada a una comprensión propia de la naturaleza humana como era en el principio, a la que Cristo nos ha restaurado. Creemos que un día viviremos con Él en un mundo muy semejante al mundo que existió entonces en esta tierra, antes de la caída de Adán, y que nuestra naturaleza será entonces la naturaleza de Adán, incluso mayor, porque todo lo material y cambiable será entonces dejado atrás.



Y ahora debo mostrarte además que incluso tu doctrina sobre la naturaleza humana como es ahora en este mundo caído, es incorrecta, y no es según la doctrina de los santos padres. Quizá es un resultado erróneo por tu parte, pues escribes: “Aparte de Dios, el hombre no es nada en su propia naturaleza, porque su naturaleza es el polvo de la tierra, igual que la naturaleza de los animales”. Puesto que crees en la filosofía de la evolución, estás forzado a creer que la naturaleza humana es sólo una naturaleza animal inferior, como de hecho estableces, o mejor, divides la naturaleza humana artificialmente en dos partes: la que es de la “naturaleza” y la que es de Dios. Pero la verdadera antropología ortodoxa enseña que la naturaleza humana es una, y es la que tenemos de Dios; no tenemos alguna naturaleza “de los animales” o “del polvo”, que es diferente de la naturaleza con la que Dios nos ha creado. Y por lo tanto, incluso la naturaleza humana corrompida y caída que tenemos ahora no es “nada de nada”, como dices, sino que aún preserva en algún grado la “bondad” con la que Dios la creó. He aquí lo que Abba Doroteo escribe de esta doctrina:



“Tenemos, naturalmente, las virtudes que nos ha dado Dios. Pues cuando Dios creó al hombre, sembró las virtudes en él, como también dijo: ‘Creemos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza’. Se dijo: ‘A nuestra imagen’, refiriéndose a las virtudes. Y el Señor dice: ‘Sed misericordiosos como vuestro padre celestial es misericordioso’, y en otro lugar: ‘Sed santos, pues yo soy santo’. Consecuentemente, por naturaleza, Dios nos concedió las virtudes. Pero las pasiones no nos pertenecen por naturaleza, puesto que no tienen ninguna sustancia o composición; así como la oscuridad por sí misma no tiene sustancia ni ser, como dice San Basilio, sino un estado de aire creado por la ausencia de luz, así las pasiones no nos son naturales, pero el alma en su amor por el placer, habiéndose apartado de las virtudes, inculca las pasiones en sí misma y las fortalece contra sí misma” (Instrucción XII).



Además, estas virtudes dadas por Dios aún ejercen por sí mismas incluso en nuestro estado caído. Esta es la importante enseñanza ortodoxa de San Juan Casiano, que así refutó el error del bienaventurado Agustín, que de hecho creía que el hombre, a parte de la gracia de Dios, no era “nada de nada”. San Juan Casiano enseña en su Décimo Tercera Conferencia: “Que la raza humana tras la caída, realmente no perdió el conocimiento del bien, esto es afirmado por el apóstol Pablo… E incluso a los fariseos, el Señor dijo que ellos podían conocer la verdad. No habría dicho esto, si no hubieran podido discernir lo que estaba en su razón natural. Por lo tanto, nadie pensaría que la naturaleza humana es sólo capaz de obrar el mal”.



Del mismo modo, con relación al justo Job, San Juan Casiano pregunta si “conquistó las diversas insidias del enemigo a parte de con su propia virtud, o sólo con la asistencia de la gracia de Dios”, y responde: “Job lo conquistó por su propia fuerza. Sin embargo, la gracia de Dios no abandonó tampoco a Job; por temor a que el tentador lo cargara con tentaciones por encima de sus fuerzas, la gracia de Dios le permitió ser tentado tanto como la virtud del tentado podía soportar”.



De nuevo, con relación al patriarca Abraham: “La justicia de Dios deseaba probar la fe de Abraham, no la que el Señor había infundido en él, sino la que él mostraba por su propia voluntad”.



Por supuesto, la razón por la que el bienaventurado Agustín (y después de él, el catolicismo romano y el protestantismo) creía que el hombre no era nada sin la gracia, era que tenía una concepción incorrecta de la naturaleza humana, basada en un punto de vista naturalista. La doctrina ortodoxa, por otro lado, de la naturaleza humana como fue creada en el principio por Dios y es ahora incluso preservada en parte en nuestro estado caído, nos previene de caer en ningún falso dualismo entre lo que es “del hombre” y lo que es “de Dios”. Para estar seguro, todo lo bueno que tiene el hombre proviene de Dios, y no menos su verdadera naturaleza. El hombre no tiene “naturaleza animal”, así como nunca la ha tenido; tiene solamente la completa naturaleza humana que Dios le otorgó en el principio, y que incluso ahora no ha perdido enteramente.



¿Es necesario señalarte la multitud de claras evidencias patrísticas que la “imagen de Dios”, que es encontrada en el alma, se refiere a la naturaleza del hombre y no a algo añadido desde fuera? Basta citar el maravilloso testimonio de San Gregorio el Teólogo, mostrando cómo el hombre, por su constitución, yace entre dos mundos, y es libre para seguir cualquier lado de su naturaleza que desee:



“No entiendo cómo llegué a estar unido al cuerpo y cómo, siendo la imagen de Dios, llegué a estar mezclado con la suciedad. ¡Qué sabiduría es revelada en mí, y qué gran misterio! ¿No fue por esto por lo que Dios nos condujo a esta guerra y lucha con el cuerpo, para que siendo parte de la divinidad, no podamos ser altivos y exaltarnos a causa de nuestra dignidad, y no podamos desdeñar al Creador, sino que podamos siempre dirigir nuestra mirada hacia Él, y así nuestra dignidad pueda ser salvaguardada en los límites a causa de la enfermedad que se nos ha unido? ¿Para que podamos saber al mismo tiempo, somos igualmente inmensos y pequeños, terrenales y celestiales, temporales e inmortales, herederos de la luz y la oscuridad, dependiendo del lado hacia el que nos inclinamos? Así fue establecida nuestra constitución, y esto, hasta donde puedo ver, fue para que el barro terrenal pudiera humillarnos si pensáramos exaltarnos a causa de la imagen de Dios” (Homilía 14).



Esta imagen de Dios que posee el hombre por naturaleza no estaba completamente perdida incluso en los paganos, como enseña San Juan Casiano; no se ha perdido incluso hoy en día, cuando el hombre, bajo la influencia de la filosofía moderna y el evolucionismo, está intentando transformarse en una bestia sub-humana; y así incluso ahora, Dios espera la conversión del hombre, y espera su despertar a la verdadera naturaleza humana que tiene en su interior.



Esto me lleva al punto más importante de tu interpretación de la enseñanza del padre portador de Dios de nuestro propio tiempo, San Serafín de Sarov, contenida en su famosa “Conversación con Motovilov”.



San Serafín dice: “Muchos explican que cuando en la Biblia se dice que Dios sopló el aliento de vida en el rostro de Adán, el primer hombre creado, que fue creado por Él del barro de la tierra, esto significa que hasta entonces no había ni alma ni espíritu en Adán, sino sólo la carne creada del barro de la tierra. Esta interpretación es errónea, pues el Señor creó a Adán del barro de la tierra con la constitución que el santo apóstol Pablo describe: “Y vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo sean conservados sin mancha para la Parusía de nuestro Señor Jesucristo” (1ª Tesalonicenses 5:23, Biblia Straubinger).



“Y todas estas partes de nuestra naturaleza fueron creadas del barro de la tierra, y Adán no fue creado muerto, sino con un ser activo como el de todas las demás criaturas de Dios que vivían sobre la tierra. El punto es que si el Señor no hubiera soplado después en su rostro el aliento de vida (es decir, la gracia de nuestro Señor Dios, el Espíritu Santo…), Adán habría permanecido sin tener en él el Espíritu Santo que lo eleva a la dignidad semejante a la de Dios. Sin embargo, fue creado perfecto y superior a todas las demás criaturas de Dios como corona de la creación sobre la tierra, pero habría sido igual que todas las otras criaturas que, aunque tienen cuerpo, alma y espíritu, cada una según su especie, sin embargo no tienen el Espíritu Santo en ellas. Pero cuando el Señor Dios sopló en el rostro de Adán el aliento de vida, entonces, según la palabra de Moisés, Adán se convirtió en un alma viva, esto es, completamente y en toda forma igual a Dios y, como Él, por siempre inmortal”.



Esta es una de las citas patrísticas que tú das y que parece sostener tu opinión de que el hombre era primeramente una bestia, y entonces (tiempo después) recibió la imagen de Dios y se convirtió en hombre. De hecho, debo decirte que has malinterpretado completamente la enseñanza de San Serafín, que no es la enseñanza que la doctrina de la evolución enseña. Esto puedo mostrarlo citando las claras enseñanzas de otros santos padres y la del mismo San Serafín.



En primer lugar, debemos tener claro que cuando San Serafín habla del hombre como ser compuesto de “espíritu, alma y cuerpo”, no está contradiciendo a muchos otros santos padres que hablan de la naturaleza humana como meramente “alma y cuerpo”; simplemente hace una distinción entre los diferentes aspectos del alma y habla de ellos de forma separada, como muchos otros santos padres también lo hacen. En segundo lugar, diciendo que el “aliento de vida” que Dios sopló en el rostro de Adán es la gracia del Espíritu Santo, no está contradiciendo a muchos santos padres que enseñan que el “aliento de vida” es el alma, sino que sólo está dando, quizá, una interpretación más profunda y precisa de este pasaje de la Escritura. Pero, ¿en realidad hace la distinción racionalista que tú haces entre la naturaleza del hombre que existía “antes” de este aliento, y la gracia que le fue comunicada por él? ¿Acepta la teología ortodoxa la dicotomía que la enseñanza católica romana hace entre “naturaleza” y “gracia” como si el hombre supiera todo lo que debe saber acerca de estos dos grandes misterios?



No. La teología ortodoxa no conoce tal rígida dicotomía sobre el tema: ¿pertenece la inmortalidad al alma humana por naturaleza o por gracia? ¿Qué pertenece al primer hombre creado, Adán, por naturaleza, y qué por gracia? No hagamos falsas distinciones racionalistas, sino admitamos que no entendemos totalmente este misterio. Naturaleza y gracia proceden ambas de Dios. La naturaleza del primer hombre creado, Adán, era tan exaltada que sólo podemos entenderla débilmente ahora por nuestra propia experiencia de gracia, que nos ha sido otorgada por el Segundo Adán, nuestro Señor Jesucristo; pero el estado de Adán fue también más elevado de lo que podamos imaginar, incluso desde nuestra propia experiencia de gracia, pues aun su grandiosa naturaleza fue hecha sin embargo más perfecta por la gracia, y fue, como dice San Serafín, “completamente y en toda forma igual a Dios, y, como Él, por siempre inmortal”.



Lo que está absolutamente claro, y lo que nos es suficiente saber es que la creación del hombre (su espíritu, alma y cuerpo, y de la divina gracia que perfeccionó su naturaleza) es un solo acto de creación, y no puede ser dividido artificialmente, como si una parte fuera la “primera” y otra la “última”. Dios creó al hombre en gracia, pero ni las Santas Escrituras, ni los santos padres nos enseñan que su gracia llegara más tarde que la creación de la naturaleza del hombre. Esta enseñanza pertenece al escolasticismo medieval latino.



Para estar convencidos de esto sólo tenemos que examinar cómo nos instruyen los santos padres para interpretar la narrativa sagrada del Génesis en este punto. La respuesta nos es resumida por San Juan Damasceno: “Con sus propias manos, Dios creó al hombre de naturaleza visible e invisible, con su propia imagen e igualdad: de la tierra formó Dios su cuerpo, y por su propio aliento le dio un alma racional y la comprensión, que finalmente decimos que es su divina imagen… Por otra parte, el cuerpo y el alma fueron formados al mismo tiempo, no uno antes y el otro después, como pretenden los desvaríos de Orígenes” (Exposición sobre la Fe Ortodoxa II, 12).



Aunque San Juan Damasceno habla del aliento de Dios como el alma, no enseña de forma diferente a San Serafín, que habla del aliento como la gracia del Espíritu Santo. San Juan Damasceno habla escasamente de la gracia en la creación del hombre, ya que esta gracia se entiende que ha estado presente en todo el proceso de la creación, primeramente en la creación de la imagen de Dios (el alma) que, como enseña, es parte de nuestra naturaleza. San Gregorio de Nisa también habla de la creación del hombre sin poner mucha atención a qué viene “de la naturaleza” y qué viene “de la gracia”, sino que simplemente termina sus escritos con estas palabras: “Regresemos todos a la aparente divina gracia con la que Dios creó al hombre en el principio, diciendo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza” (Sobre la formación del hombre, XXX, 34).



San Juan Damasceno y otros, hablando del aliento de Dios como el alma, examinan este tema de una forma un tanto diferente a la de San Serafín, pero está claro que las enseñanzas de todos estos padres concernientes a la creación del hombre y, en particular, con relación a la cuestión de si es posible según la narrativa del Génesis concluir con una diferencia de tiempo entre la “formación” y el “aliento” del hombre, son una y la misma. San Juan Damasceno habla por todos los padres cuando señala que esto (es decir, la formación y el aliento) ocurrió “al mismo tiempo, no uno antes y el otro después”.



San Juan Damasceno, en particular, rechaza la herejía de Orígenes con relación a la “preexistencia” de las almas. Pero había también una herejía opuesta, que enseñaba sobre la “preexistencia” del cuerpo humano, exactamente como enseñan los “evolucionistas cristianos”. Esta herejía fue especialmente refutada por San Gregorio de Nisa.



Habiendo examinado la falacia de Orígenes con relación a la “preexistencia de las almas”, San Gregorio continúa: “Otros, sin embargo, manteniendo el orden descrito por Moisés concerniente a la formación del hombre, declaran que el alma llegó en un segundo momento después del cuerpo. Puesto que Dios (dicen ellos), habiendo tomado primero barro de la tierra, creó al hombre, y sólo entonces lo creó como un ser vivo por el soplo de su aliento divino, sobre esta base intentan demostrar que el cuerpo debe ser preferido al alma, que entró en un cuerpo ya creado. El alma (dicen ellos), fue creada para el cuerpo, para que el hombre no fuera una creación inmóvil y sin vida… Pero la enseñanza de ambos es igualmente inaceptable” (Sobre la formación del hombre XXVIII).



Rechazando concretamente la enseñanza de la “preexistencia de los cuerpos”, San Gregorio dice: “Y creo que nuestra verdadera enseñanza debe estar en medio de estas suposiciones. Esto significa que no deberíamos creer que, de acuerdo con la falsedad helénica, nuestras almas, que giraban con el universo, se sobrecargaron con el pecado y, siendo incapaces de seguir el ritmo de rotación de las capas polares, cayeron en la tierra; tampoco debemos afirmar que el hombre fuera creado por el Verbo como una estatua de arcilla, y luego el alma fuera creada para esa estatua (pues en ese caso nuestra naturaleza inteligente sería menos preciosa que una estatua hecha de arcilla). Puesto que el hombre, compuesto de alma y cuerpo, en una única entidad, debemos asumir un único principio en su composición… Según los apóstoles, nuestra naturaleza está comprendida por la mente como una dualidad: hombre físico y hombre místico. Así, si una parte fuera preexistente y otra apareciera después, esto significaría una deficiencia en el poder del Creador, como si fuera incapaz de una creación instantánea de todo el ser, teniendo que dividir la labor y cuidando de cada mitad a su vez” (Sobre la formación del hombre XXIX).



¿Necesitamos más pruebas de que el “Dios” de los “cristianos evolucionistas” es precisamente un Dios inadecuado para realizar la labor completa, y que la razón para inventar la enseñanza evolutiva era explicar el universo sobre la base de la no existencia de Dios, o siendo incapaz de crear el mundo en seis días por su Sola Palabra?



Aquellos que creen en el Dios adorado por los cristianos ortodoxos nunca habrían pensado en la evolución.



Es bastante obvio que San Serafín entendió el texto del libro del Génesis de forma diferente a la que tú interpretas. Otras partes de su “Conversación con Motovilov” muestran que San Serafín contempló la creación y la naturaleza de Adán en la misma forma que toda la tradición patrística.



Así, inmediatamente después del lugar que has citado, están las siguientes palabras que no mencionas: “Adán fue creado de forma que no fuera afectado por los elementos creados por Dios; por eso, no podía ser ahogado por el agua, ni quemado por el fuego, ni tragado por los abismos de la tierra, ni perjudicado por ninguna acción del are. Todo le estaba sujeto…”.



Esta es una exacta descripción de la incorruptibilidad del cuerpo de Adán en el momento de la creación, cuando estaba sujeto a reglas que eran diferentes a las “leyes de la naturaleza” de hoy, que encontrarás imposibles de aceptar, puesto que crees, junto con la filosofía moderna, que la creación material fue “natural”, es decir, corruptible, incluso antes de la caída de Adán.



Y de nuevo dice San Serafín: “Y tal sabiduría, poder, fortaleza y otras buenas y santas cualidades, también las concedió el Señor Dios a Eva, habiéndola creado, no del barro de la tierra, sino de la costilla de Adán en el gozo del Edén que había plantado en medio de la tierra”. ¿Crees en la creación de Eva a partir de la costilla de Adán como un hecho histórico, como todos los santos padres? No, no puedes, porque desde el punto de vista de la filosofía evolutiva esto es un absurdo; ¿por qué el “Dios” de la evolución desarrollaría el cuerpo de Adán de los animales “de forma natural” y crearía a Eva de forma milagrosa? ¡El “Dios” de la evolución no obra tales milagros!



Vamos a examinar ahora concretamente la visión patrística ortodoxa del cuerpo del primer hombre creado, Adán, que, según la enseñanza evolutiva, habría sido corruptible, como el mundo corruptible del que “evolucionó”, y que podría haber sido, como afirmas, incluso el cuerpo de un mono.



Las Escrituras nos enseñan claramente que “Dios creó al hombre incorruptible”. San Gregorio el Sinaita dice: “El cuerpo, nos lo dicen los teólogos, ha sido creado incorruptible, igual como resucitará, y el alma ha sido creada sin pasiones, pero así como el alma tuvo la libertad para pecar, así también el cuerpo, para ser corruptible”. Y de nuevo: “El cuerpo incorruptible será terrenal, pero sin secreciones ni obesidad, siendo indescriptiblemente transformado en una entidad espiritual, para que sea a la vez barro y celestial. Así como fue creado en el principio, así resucitará, con el fin de corresponder a la imagen del Hijo del Hombre”.



Notemos aquí que el cuerpo en la siguiente vida aún será “de barro”. Contemplando el barro corruptible de este mundo caído, nos hacemos humildes, pensando en esta parte de nuestra naturaleza, pero cuando pensamos en el barro incorruptible del mundo nuevamente creado, con el que Dios creó a Adán, brillamos con la majestad de incluso la parte menos inefable de la Creación de Dios.



San Gregorio el Teólogo ofrece una interpretación simbólica de los “vestidos de pieles” con las que el Señor vistió a Adán y Eva tras su transgresión, significando que nuestro cuerpo actual es diferente al del cuerpo del primer hombre creado, Adán. “Adán es revestido con vestidos de pieles, es decir, con una carne mortal”. San Gregorio el Sinaita también dice: “El hombre fue creado incorruptible, y resucitará igual. La corruptibilidad ha sido engendrada por la carne. Comer y vomitar el exceso, llegar la cabeza erguida y dormir tumbado, estos son atributos naturales de animales y bestias, entre los que también nos encontramos nosotros; habiendo sido hechos por nuestra transgresión igual a los animales, hemos perdido las cualidades otorgadas por Dios y hemos cambiado de seres sabios a animales, de creaciones divinas a bestias” (Discursos sobre los mandamientos, 8:9).



Concerniente al estado de Adán en el Edén, San Juan Crisóstomo enseña lo siguiente: “El hombre vivía sobre la tierra como un ángel, siendo un cuerpo, pero no teniendo necesidades corporales; como un rey, vestido con vestiduras púrpuras y coronado con una diadema, disfrutaba libremente de su morada celestial, teniéndolo todo en abundancia… Hasta la caída, las primeras personas vivían en el Edén como ángeles, no estaban sujetos a la lujuria o a otras pasiones, no estaban sobrecargados con necesidades corporales, incluso no tenían necesidad de estar cubiertos con vestiduras” (Discurso sobre el Libro del Génesis XIII,4; XV:4)



San Simeón el Nuevo Teólogo también habla claramente del primer hombre en el Edén y su estado final en la eternidad: “Si ahora, después de que hemos trasgredido el mandato y hemos sido condenados a muerte, la humanidad se ha incrementado hasta tal punto, ¿imaginas cuánta gente habría habido, si todos los nacidos después de la creación del mundo no hubieran muerto? ¡¿Y qué vida habrían vivido, siendo inmortales e incorruptibles, ajenos al pecado, al dolor, a las preocupaciones y a los afanes opresivos?! ¡Y cómo, tras sobresalir guardando los mandamientos, habrían resucitado a una gloria perfecta y, siendo transformados, se habrían acercado más a Dios, y el alma de cada persona se habría hecho más radiante, reflejando la indescriptible luz de la divinidad! Y este cuerpo sensual y grotesco se convertiría en inmaterial y espiritual, por encima de todos los sentidos, mientras que el gozo y la alegría con la que habríamos sido colmados entonces con la comunión unos con otros, verdaderamente habría sido indescriptible e imposible de entender para la mente humana… La vida de las primeras personas en el Edén no estaba sobrecargada con el trabajo y oprimida por la desgracia. Adán fue creado con un cuerpo incorruptible, aunque uno material, y no aún espiritual… Sobre nuestro cuerpo, dice el apóstol: “Sembrando cuerpo natural, resucita cuerpo espiritual; pues si hay cuerpo natural, lo hay también espiritual” (1ª Corintios 15:44), y es resucitado, no igual que el cuerpo del primer hombre antes de la transgresión, es decir, material, sensual, cambiante, teniendo necesidad de alimento sensual, sino resucitado en un cuerpo espiritual, tal como era el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo después de la resurrección, el cuerpo del segundo Adán, el primer nacido de entre los muertos, que es incomparablemente superior al cuerpo del primer hombre creado, Adán” (Homilía 45).



Nuestra experiencia con nuestro cuerpo corruptible nos hace imposible entender el estado incorruptible del cuerpo de Adán que, como sabemos, no tenía necesidades corporales, que comía de todos los árboles del Edén sin producir ningún desecho, y que no tenía necesidad de dormir (hasta que un acto directo de Dios le hizo caer dormido, para que Eva fuera creada de su costilla). ¡Y cuán incapaces somos de comprender el estado de nuestros cuerpos exaltados en la era futura! Pero según la enseñanza de la Iglesia sabemos suficiente para refutar a los que creen que estos misterios deben ser comprendidos por medio de la ciencia y de la filosofía. El estado de Adán y el mundo recién creado ha sido siempre excluido del conocimiento científico por la barrera de la transgresión de Adán, que cambió la verdadera naturaleza de Adán y toda la creación, y del mismo modo, la naturaleza del conocimiento mismo.



La ciencia moderna conoce sólo lo que observa y lo que puede deducir razonablemente a partir de sus observaciones; sus conjeturas con relación a la temprana creación no son ni grandiosas y menos importantes que los mitos y las fábulas de los antiguos paganos. El verdadero conocimiento de Adán y el mundo recién creado (hasta donde se nos permite saber) es accesible sólo por medio de la revelación divina en la divina contemplación de los santos.





Conclusión





Todo lo que he dicho en esta carta, extraído estrictamente de los santos padres, será una sorpresa para muchos cristianos ortodoxos. Los que han leído algo de los santos padres quizá se pregunten por qué no lo han escuchado antes. La respuesta es simple: si hubieran leído mucho a los santos padres, habrían encontrado esta doctrina ortodoxa de Adán y la creación, pero han estado interpretando los textos patrísticos hasta ahora por medio de los ojos de la ciencia moderna y la filosofía, y por lo tanto, han cegado la verdadera enseñanza patrística.



Estaba muy interesado por leer en tu carta que expones la correcta enseñanza patrística de que “la creación de Dios, incluso la naturaleza angélica, tiene siempre, en comparación con Dios, algo material. Los ángeles son incorporales en comparación con nosotros, que somos hombres biológicos. Pero en comparación con Dios son también materiales y criaturas corporales”. Esta enseñanza, que es expuesta muy claramente en los padres ascéticos como San Macario el Grande y San Gregorio el Sinaita, nos ayuda a entender el tercer estado de nuestro cuerpo, el que tenía el primer hombre creado, Adán, antes de su transgresión. Del mismo modo, esta doctrina es esencial en nuestro entendimiento sobre la actividad de los seres espirituales, ángeles y demonios, incluso en el presente mundo corrupto. El gran padre ortodoxo ruso del siglo XIX, el obispo San Ignacio Briantchaninov, dedica un volumen entero de sus obras (volumen 3) a este tema, comparando la auténtica doctrina patrística ortodoxa con la moderna doctrina católica romana, como se expuso en las fuentes latinas del siglo XIX. Su conclusión es que la doctrina ortodoxa sobre estas materias (sobre ángeles y demonios, cielo e infierno, y el paraíso), aunque por una parte nos ha sido transmitida por la sagrada tradición, sin embargo es muy precisa en la parte que debemos conocer, pero la enseñanza católica romana es extremadamente indefinida e imprecisa. La razón de esta indefinición no es difícil de encontrar: tiempo atrás, el papado comenzó a abandonar la enseñanza patrística, entregándose a la influencia del conocimiento mundano y la filosofía, y así, a la ciencia moderna. Incluso ya en el siglo XIX el catolicismo romano tenía una cierta enseñanza propia sobre estos temas, pero se había acostumbrado a aceptar lo que la “ciencia” y su filosofía decían.



Por desgracia, nuestros cristianos ortodoxos actuales, y no menos los que han sido educados en los “seminarios teológicos”, han seguido en esto a los católicos romanos y han llegado a un estado similar de ignorancia en cuanto a la enseñanza patrística. Por eso, incluso los sacerdotes ortodoxos son extremadamente ignorantes acerca de la enseñanza ortodoxa sobre Adán y el primer mundo creado, y aceptan ciegamente lo que la ciencia dice sobre estas cosas. El profesor I. M. Andreyev (teólogo y doctor en medicina y psicología) expresó de forma impresa la misma idea que he intentado comunicarte antes, y que parece más alejada de la comprensión de los que se acercan a los santos padres desde la sabiduría de este mundo en vez de lo contrario. El profesor Andreyev escribe: “El cristianismo ha visto el estado presente de las cosas como el resultado de una caída en el pecado. La caída del hombre cambió toda la naturaleza, incluyendo la naturaleza de la materia misma, que fue maldecida por Dios”.



El profesor Andreyev piensa que Bergson y Poincare han vislumbrado esta idea en los tiempos modernos, pero por supuesto, son sólo nuestros santos padres ortodoxos los que han hablado claramente y con autoridad sobre esto.



La vaga enseñanza del catolicismo romano (y aquellos cristianos ortodoxos que están bajo la influencia occidental sobre este tema) sobre el paraíso y la creación tiene profundas raíces en el pasado de la Europa occidental. La tradición escolástica católica romana, incluso en el apogeo de su esplendor medieval, ya enseñó una falsa doctrina de hombre, y una que indudablemente allanó el camino para la última aceptación del evolucionismo, primero en el apóstata Occidente, y luego en las mentes de los cristianos ortodoxos que no son suficientemente conscientes de su tradición patrística y que así, han caído bajo esta extraña influencia. De hecho, la enseñanza de Tomás de Aquino, a diferencia de la enseñanza patrística ortodoxa, en su doctrina del hombre es muy compatible con la idea de evolución que defiendes.



Tomás de Aquino enseña que: “En el estado de inocencia, el cuerpo humano era en sí mismo corruptible, pero podía ser preservado de la corrupción por el alma”. De nuevo: “Pertenece al hombre engendrar hijos, a causa de su cuerpo natural y corrupto”. Y de nuevo: “En el paraíso, el hombre fue como un ángel en su mente espiritual, pero sin embargo llevando una vida animal en su cuerpo. El cuerpo del hombre era indisoluble, no a causa de ningún vigor intrínseco de inmortalidad, sino a causa de su fuerza sobrenatural dada por Dios al alma, con la que era capaz de preservar el cuerpo de toda corrupción mientras permaneciera sujeto a Dios. Este poder de preservar el cuerpo de la corrupción no era natural al alma, sino un don de la gracia”.



Esta última cita muestra claramente que Tomás de Aquino no sabe que la naturaleza del hombre fue cambiada después de la transgresión. Tan lejos está Tomás de Aquino de la verdadera visión ortodoxa del primer mundo creado que sólo lo entiende, así como lo hacen los modernos “evolucionistas cristianos”, el punto de vista del mundo caído; y así es forzado a creer, en contra del testimonio de los santos padres ortodoxos, que Adán durmió naturalmente en el paraíso y que expulsó materia fecal, como signo de corrupción: “Algunos dicen que en este estado de inocencia el hombre no habría tomado más que el necesario alimento, para que no hubiera tenido nada superfluo. Esto, sin embargo, es inadmisible de suponer, pues dan a entender que no habría habido materia fecal. Por eso había necesidad de expulsar el excedente, y sin embargo dispuesto por Dios para no ser impropio”.



¡Cuán débil es la visión de los que intentan entender la creación de dios y el paraíso cuando su punto inicial en su observación cotidiana es el presente mundo caído!



Así, en una palabra: según la doctrina ortodoxa, que procede de la visión divina, la naturaleza de Adán en el paraíso era diferente de la naturaleza humana presente, tanto en el cuerpo como en el alma, y esta naturaleza exaltada fue perfeccionada por la gracia de Dios; pero según la doctrina latina, que está basada en las deducciones racionalistas de la presente creación corrupta, el hombre es naturalmente corruptible y mortal, como lo es ahora, y su estado en el paraíso era un don especial y sobrenatural.



He citado todos los pasajes de la autoridad heterodoxa, no para discutir sobre los detalles de la vida de Adán en el paraíso, sino primeramente para mostrar cuán lejos se corrompe la visión patrística maravillosa de Adán y del primer mundo creado cuando alguien se acerca al conocimiento de este mundo caído. Ni la ciencia ni la lógica pueden decirnos algo acerca del paraíso, y sin embargo muchos cristianos ortodoxos están tan intimidados por la ciencia moderna y su filosofía racionalista que tienen miedo de leer seriamente los primeros capítulos del Génesis, sabiendo que los modernos “sabios” encuentran muchas cosas ahí que son “dudosas” o “confundidas” o necesitan ser “reinterpretadas”, o que uno puede tener la reputación de ser un “fundamentalista” si se atreve a leer el texto simplemente “como está escrito”, como lo han leído todos los santos padres.



El instinto del sencillo cristiano ortodoxo es sensato cuando retrocede ante la “sofisticada” visión moderna de que el hombre desciende del mono y de cualquier otra criatura menor, o incluso (como tú dices) que Adán pudiera haber tenido el verdadero cuerpo de un mono. La santidad ortodoxa sabe que la creación no es como la describen los sabios modernos por su vana filosofía, sino como Dios la reveló a Moisés, “no con enigmas”, y como los santos padres la han vislumbrado en visión. La naturaleza del hombre es diferente a la naturaleza del mono y nunca se ha mezclado con ella. Si Dios, por el bien de nuestra humildad, hubiera deseado hacer tal mezcla, los santos padres, que vieron la verdadera composición de las cosas visibles en sus divinas visiones, lo habrían sabido.



¿Hasta cuándo permanecerán los cristianos ortodoxos bajo el cautiverio de esta vana filosofía occidental?



Se ha dicho mucho sobre el “cautiverio occidental” de la teología ortodoxa en los siglos recientes; ¿cuándo nos daremos cuenta de que es mucho más drástico el “cautiverio occidental” en el que todos los cristianos ortodoxos se encuentran hoy en día, siendo prisioneros indefensos del “espíritu de los tiempos”, de la corriente de dominación de la filosofía mundana que se absorbe en el mismo aire que respiramos, y de la sociedad apóstata que odia a Dios?



Los sofisticados y sabios del mundo se ríen de los que llaman a la evolución una “herejía”. Ciertamente, la evolución no es, estrictamente hablando, una herejía, ni tampoco es el hinduismo, estrictamente hablando, una herejía, pero al igual que el hinduismo (con la que de hecho está relacionada, y que tuvo influencia en su desarrollo), el evolucionismo es una ideología profundamente ajena a la enseñanza del cristianismo ortodoxo, y que implica tantas doctrinas y actitudes erróneas que sería mucho mejor si fuera una herejía y pudiera, por lo tanto, ser fácilmente identificable y combatible. El evolucionismo está estrechamente ligado con la mentalidad apóstata del podrido “cristianismo occidental”; es un vehículo del completo “nuevo cristianismo” en el que el diablo está intentando sumergir a los últimos verdaderos cristianos. Ofrece una explicación alternativa de la creación a la expuesta por los santos padres; permite a un cristiano ortodoxo, bajo su influencia, leer las Santas Escrituras y no entenderlas, “ajustando” automáticamente el texto para adaptarlo con la “sabiduría moderna”. Nuestra única sabiduría procede de los santos padres, y todo lo que la contradice es una mentira, incluso si se hace llamar “ciencia”.

Padre San Serafín Rose.



http://cristoesortodoxo.com/2014/08/09/vision-ortodoxa-de-la-evolucion-parte-22/

Visión ortodoxa de la evolución parte 1/2 ( padre San Serafín Rose )




Visión de la Ortodoxia sobre la evolución



Bienaventurado padre San Serafín Rose

Desarrollo, no evolución

Quiero dejarte muy claro: no rechazo el hecho de cambio y desarrollo en la naturaleza. Que un hombre formado crece a partir de un embrión; que un gran árbol crece a partir una pequeña semilla; que se desarrollan nuevas variedades de organismos, incluso las “razas” del hombre o de diferentes gatos y perros y los frutos de los árboles, no lo niego, pero todo esto no es evolución: sólo es una variación “dentro” de una definida especie; esto no prueba o ni siquiera sugiere que una clase o especie se transforme en otra y que todas las criaturas presentes sean el producto de tal desarrollo de uno o varios organismos primitivos. Creo que esta es, claramente, la enseñanza de San Basilio el Grande en su Hexaemeron, como indicaré ahora. Ningún “evolucionista” o “anti-evolucionista”, rechazará que las propiedades de las criaturas puedan cambiar, pero no es una prueba de evolución a no ser que se pueda demostrar que un género o especie puedan ser cambiados a otros, e incluso que cualquier especie se transforme en otra, en una cadena ininterrumpida que regrese al organismo más primitivo.



Voy a mostrar a continuación lo que San Basilio dice sobre este tema. En su homilía V del Hexaemeron, San Basilio escribe: ¿cómo produce la tierra granos según la especie, ya que a menudo, cuando tenemos sembrado buen trigo, recogemos trigo ennegrecido? Mas esto no es un cambio de especie, es una simple alteración, o algo así como una enfermedad del grano, que no deja de ser trigo, sino que siendo quemado se ennegrece como lo enseña el nombre mismo. Este pasaje parecería indicar que San Basilio reconoce alguna especie de cambio en el trigo que no es un “cambio de especie”. Esta clase de cambio no es evolución.



De nuevo, escribe San Basilio (Hexaemeron V): Algunas personas han observado que los pinos cortados e incluso quemados se transforman en madera de encina. Esta cita se ha utilizado para mostrar que San Basilio creía: 1. que un tipo de criatura normalmente cambia a otra (pero mostraré a continuación lo que San Basilio enseña generalmente sobre este tema); y 2. que San Basilio cometió errores científicos, ya que esta afirmación es falsa. Aquí, afirmaría una verdad elemental: la ciencia moderna, cuando se trata de hechos elementales, en efecto, suele saber más que los santos padres, y los santos padres pueden cometer fácilmente errores en los hechos científicos; no son hechos científicos lo que buscamos en los santos padres, sino la verdadera teología y la verdadera filosofía que está basada en la teología. Sin embargo, en este caso particular sucede que San Basilio es científicamente exacto, ya que a menudo, de hecho, sucede que en un bosque de pinos hay un gran crecimiento de encinas, y cuando el pino se elimina por la quema, la encina crece rápidamente y produce el cambio de un bosque de pino a uno de encinas en 10 o 15 años. Esto no es evolución sino una forma diferente de cambio, y ahora veremos que San Basilio no podía haber creído que el pino se transformara o se convirtiera en una encina.



Veamos ahora lo que San Basilio creía acerca de la “evolución” o “fijeza” de especies. Escribe: Es, pues, verdad que cada creación tiene un grano o una virtud que hace las veces de forma de reproducción. Y he aquí el sentido de estas palabras: según su especie. El retoño de la caña no es propio a producir un olivo, sino que una caña nace de una caña, como de un grano nace una creación conforme a aquella de la que proviene. Así lo que salió de la tierra en la primera creación, se conservó hasta este día, porque cada especie subsiste reproduciéndose en una sucesión ininterrumpida. (Hexaemeron V).



De nuevo escribe San Basilio: Así, el movimiento impreso en la naturaleza de los seres por un solo mandato de Dios se hace sentir igualmente en las criaturas en su generación y en su alteración, y conserva y conservará hasta el fin la sucesión de las especies siempre iguales. Este movimiento hace suceder un caballo a otro caballo, un león a otro león, un águila a otra águila, y por las sucesiones ininterrumpidas hace pasar cada animal de siglo en siglo hasta la consumación. Ningún tiempo destruye ni borra las propiedades de los animales, en los que la naturaleza permanece siempre nueva en el transcurso de los años como si fuera reciente. (Hexaemeron IX)



Parece bastante claro que San Basilio no creía que un tipo de criatura se transformara en otra, ni mucho menos que cualquier criatura existente evolucionara a partir de otra criatura, y así sucesivamente hasta los organismos más primitivos. Esta es una idea filosófica moderna.



Debo decir que no considero esta cuestión como de especial importancia en sí misma; me referiré a continuación a otras más importantes. Si fuera realmente un hecho científico el que una criatura se transformara en otra, no tendría dificultad en creerlo, puesto que Dios puede hacer cualquier cosa, y las transformaciones y los cambios que puedo ver ahora en la naturaleza (un embrión convertirse en un hombre, una bellota convertirse en un roble, una oruga convertirse en una mariposa) son tan asombrosos que podría fácilmente creer que cualquiera de las especies evolucionara en otra. Pero no hay ninguna prueba científica concluyente de que tal cosa haya ocurrido, y mucho menos que esta sea la ley del universo, y todo lo que ahora tiene vida derive básicamente de algún organismo primitivo. Los santos padres claramente no creían en dicha teoría, puesto que la teoría de la evolución no fue ideada hasta tiempos modernos. Es un producto de la mentalidad occidental moderna, y esta teoría se desarrolló con el transcurso de la filosofía moderna desde Descartes en adelante, mucho antes de que hubiera ninguna prueba científica para demostrarlo. La idea de la evolución está totalmente ausente en el texto del Génesis, según el cual, cada criatura se genera “según su especie”, y no que “una cambie a otra”. Y los santos padres aceptaron el texto del Génesis simplemente, sin leer en él ninguna teoría científica o alegoría.



Ahora entenderéis porqué no acepto vuestras citas de San Gregorio de Nisa sobre el “ascenso de la naturaleza desde lo más insignificante hasta lo perfecto”, como una prueba de la evolución. Creo, como lo refiere la sagrada Escritura del Génesis, que había una creación ordenada por pasos, pero en ningún lugar del Génesis o en los escritos de San Gregorio de Nisa se describe que una especie de criatura sea transformada en otra especie, y que todas las criaturas llegaran a ser de esa forma. Estoy muy en desacuerdo contigo cuando dices: “La creación es descrita en el primer capítulo del Génesis exactamente como lo describe la ciencia moderna”. Creo que te estás equivocando porque, según los santos padres, la ciencia moderna no puede llegar a ningún conocimiento de los seis días de la creación. En cualquier caso, es muy arbitrario identificar los estratos geológicos con los “periodos de la creación”. Hay numerosas dificultades en la forma de esta ingenua correspondencia entre el Génesis y la ciencia. ¿Cree realmente la ciencia moderna que la hierba y los árboles de la tierra existieron en un período geológico anterior a la existencia del sol, que fue creado sólo en el cuarto día? Creo que nuestra interpretación de la Santa Escritura no debería estar ligada a ninguna teoría científica, ni “evolutiva”, ni ninguna otra. Más bien, aceptemos la Santa Escritura como nos la enseñan los santos padres, y no miremos ninguna especulación acerca de la forma de la creación. La doctrina de la evolución es una especulación moderna acerca de la forma de la creación, y en muchos aspectos, está en completa contradicción con la enseñanza de los santos padres.



Por supuesto, acepto vuestras citas de San Gregorio de Nisa y ciertamente no negaré que nuestra naturaleza sea en parte una naturaleza animal, ni que estemos ligados a toda la creación, pues de hecho es una maravillosa unidad. Pero todo esto no tiene nada que ver con la doctrina de la evolución en relación a la formación de todas las criaturas existentes en la actualidad o de otras criaturas primitivas por medio de un proceso de transformación de una especie a otra. El mismo San Gregorio de Nisa no creía explícitamente en nada como la moderna doctrina de la evolución, pues enseña que el primer hombre, Adán, fue de hecho creado directamente por Dios y no fue generado como todos los demás hombres. En su libro “Contra Eunomio”, escribe:



“El primer hombre, y el hombre nacido de él, recibió su ser de forma diferente; el último, por copulación, el primero, de la formación del mismo Cristo, y sin embargo, aunque se creía que eran dos, son inseparables en la definición de su ser, y no son considerados como dos seres diferentes… La idea de humanidad en Adán y Abel no varía con la diferencia de su origen, ni el orden ni la forma de su llegada a la existencia crea ninguna diferencia en su naturaleza” (I, 34).



Y de nuevo: “Lo que razona, y es mortal, y es capaz de pensar y adquirir conocimiento, es llamado ‘hombre’ igualmente en el caso de Adán y Abel, y este nombre de naturaleza no se altera, ni por el hecho de que Abel existiera por generación, ni por el hecho de que Adán lo hiciera sin generación”.



Por supuesto, estoy de acuerdo con la enseñanza de San Atanasio que citas, de que “el primer hombre creado fue hecho del polvo como todos, y la mano que entonces creó a Adán, crea ahora también y siempre a los que han venido después de él”. ¿Cómo puede alguien negar esta obvia verdad de la continua actividad creadora de Dios? Pues esta verdad general no contradice la verdad específica de que el primer hombre fue hecho de forma diferente a los demás hombres, como otros padres también enseñan claramente. San Cirilo de Jerusalén llama a Adán “el primer hombre creado por Dios”, pero a Caín lo llama “el primer nacido del hombre”. De nuevo enseña claramente, discutiendo la creación de Adán, que Adán no fue concebido de ningún cuerpo: “Que los cuerpos deban ser concebidos por cuerpos, incluso siendo tan maravilloso, es sin embargo posible; pero que el barro de la tierra deba convertirse en un hombre, esto es más maravilloso”.



Y San Juan Damasceno, cuya teología da concisamente la enseñanza de todos los padres antiguos, escribe: “La primitiva formación del hombre es llamada ‘creación’ y no ‘generación’. Pues la ‘creación’ es la formación original de manos de Dios, mientras que ‘generación’ es la sucesión de cada uno de los otros hecha necesaria por la sentencia de muerte impuesta sobre nosotros a causa de la transgresión”.



¿Y sobre Eva? ¿No crees que, como enseñan las Santas Escrituras y los santos padres, fue formada de la costilla de Adán y que no nació de cualquier otra criatura? Pues San Cirilo escribe: “Eva fue engendrada de Adán, y no concebida de una madre, sino que fue formada sólo del hombre”.



Y San Juan Damasceno, comparando a la santísima Theotokos con Eva, escribe: “Del mismo modo que la última fue formada a partir de Adán sin conexión, así también la primera dio a luz al nuevo Adán, que fue concebido de acuerdo con las leyes del parto y por encima de la naturaleza de la generación”.



Sería posible citar a otros santos padres sobre este tema, pero aún no he llegado a las cuestiones más importantes planteadas por la teoría de la evolución, y por eso debo ahora volver a algunas de ellas.





“Evolucionismo ortodoxo” y enseñanza patrística





En lo que he escrito sobre Adán y Eva, notarás que he citado santos padres que interpretan el texto del Génesis de una forma que podría llamarse más bien ‘literal’. ¿Estoy en lo cierto al suponer que te gustaría interpretar el texto de forma más ‘alegórica’ cuando dices que creer en la inmediata creación de Adán por Dios es “una concepción muy limitada de las Santas Escrituras”? Este es un punto extremadamente importante, y estoy verdaderamente asombrado de ver que los “evolucionistas ortodoxos” no conocen para nada cómo interpretan los santos padres el libro del Génesis. Estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo en que no somos libres de interpretar la Santa Escritura como nos apetece, sino que debemos interpretarlas como nos la enseñan los santos padres. Temo que no todos los que hablan sobre el Génesis y la evolución ponen atención a este principio. Creo firmemente que la perspectiva mundial y la filosofía de vida para un cristiano ortodoxo debe ser encontrada en los santos padres; si escuchamos sus enseñanzas, no nos perderemos.



Y ahora te ido que examines conmigo la cuestión más importante y fundamental: ¿cómo nos enseñan los santos padres a interpretar el libro del Génesis? No podemos hacer nada mejor que comenzar con San Basilio el Grande, que escribió tan inspiradamente sobre los Seis Días de la Creación. En el Hexaemeron, escribe:



“Los que no admiten los sentidos más simples de la Escritura, no ven el agua como agua, sino como un ser de otro género. Explican, según su imaginación, que pueda ser pez o planta. La creación de los reptiles y las bestias salvajes la interpretan según el sistema que adopten, según el principio que se propongan, al igual que los intérpretes de los sueños explican los sueños de la noche. Según yo, cuando leo hierba, entiendo hierba; planta, pez, bestia salvaje, animal doméstico, tomo todo esto como está escrito, “pues no me avergüenzo del Evangelio” (Romanos 1:16). Los físicos que han tratado sobre el mundo, han hablado mucho de la figura de la tierra, han examinado si es una esfera o un cilindro, si se asemeja a un disco y si es redonda por todas partes, o si tiene la forma de un harnero y si está hueca en el centro; pues tales son las ideas que han tenido los filósofos y por las cuales han combatido unos contra otros; según yo, no me llevaré a despreciar nuestra formación del mundo, porque el siervo de Dios, Moisés, no habló de la figura de la tierra, ni ha dicho que tiene una circunferencia de ciento ochenta mil estadios, porque no midió el espacio del aire en el que se extiende la sombra de la tierra cuando el sol abandona el horizonte, porque no ha explicado cómo esta misma sombra, acercándose a la luna, causa los eclipses. ¡Qué! Puesto que la Escritura se silencia con relación a conocimientos que nos son inútiles, ¿preferiría yo una sabiduría insensata a los oráculos del Espíritu Santo? ¿No glorificaría más bien al que no ha ocupado nuestro espíritu en vanos temas, sino que ha hecho escribir todo para la edificación y para la perfección de nuestras almas? Estos parecen no haber comprendido a los que, tomando de su imaginación sentidos desviados y alegóricos, han querido revelar la simplicidad de la Escritura dándole un aire más augusto. Pero demuestran querer ser más hábiles que el Espíritu Santo mismo, y bajo pretexto de explicar sus oráculos, no dan más que sus propias ideas. Que las cosas sean, pues, entendidas como están escritas”. (Hexaemeron IX, 1)



Claramente, San Basilio nos advierte para que tengamos cuidado con justificar las cosas del Génesis que son difíciles de entender para nuestro sentido común; es muy fácil para el hombre moderno “iluminado” hacer esto, incluso si es un cristiano ortodoxo. Por tanto intentemos todo lo posible por entender las Sagradas Escrituras como las entendían los santos padres, y no según nuestra moderna “sabiduría”. Y no nos satisfagamos con las opiniones de un santo padre; examinemos también las opiniones de otros santos padres.



Uno de los comentarios patrísticos estándar del libro del Génesis es el de San Efrén el Sirio. Sus opiniones son muy importantes para nosotros pues era un habitante de Oriente y conocía la lengua hebrea. Los eruditos modernos nos dicen que los “orientales” son muy dados a interpretaciones alegóricas, y que el libro del Génesis igualmente debe ser entendido de esta forma. Pero veamos lo que dice San Efrén en su comentario sobre el Génesis:



“Nadie debería pensar que la creación de los seis días sea una alegoría; es igualmente inadmisible decir que lo que parece, según el relato, haber sido creado en el transcurso de los seis días, fuera creado en un solo instante, y que igualmente ciertos nombres expuestos en este relazo ni siquiera significan nada, o significan algo más. Por el contrario, debemos saber que así como el cielo y la tierra que fueron creados en el principio son realmente el cielo y la tierra y no otra cosa entendida bajo los nombres de cielo y tierra, así también todo lo que es dicho sobre lo creado y ordenado tras la creación del cielo y la tierra no son nombres vacíos, pues la misma esencia de las naturalezas creadas corresponde a la fuerza de estos nombres” (Comentario sobre el Génesis, cap. 1).



Estos siguen siendo, por supuesto, los principios generales; veamos ahora algunas aplicaciones específicas de San Efrén en estos principios:



“Aun cuando la luz y las nubes fueron creadas en un abrir y cerrar de ojos, aún así el día y la noche del primer día continuaban teniendo 12 horas cada uno” (Comentario sobre el Génesis, cap. 1).



Y de nuevo: “Cuando en un abrir y cerrar de ojos la costilla (de Adán) fue tomada e igualmente en un instante la carne volvió a su sitio, y la costilla desnuda tomó la forma completa de una hermosa mujer, entonces Dios la llevó y se la presentó a Adán” (Comentario sobre el Génesis, cap. 1).



Está muy claro que San Efrén lee el libro del Génesis “como fue escrito”; cuando escucha “la costilla de Adán”, entiende “la costilla de Adán”, y no entiende esto como una forma alegórica de decir algo más en conjunto. Del mismo modo muy explícitamente entiende los seis días de la creación como seis días, cada uno con 24 horas, los cuales divide en una “tarde” y una mañana” de 12 horas cada una.



He tomado deliberadamente el simple comentario de San Efrén sobre el libro del Génesis antes de citar otros comentarios más “místicos”, porque tal simple comprensión del libro del Génesis anteriormente citada ofende a todas las modernas mentes “iluminadas”. Sospecho que muchos ortodoxos, no demasiado versados en los santos padres, inmediatamente dirán: “¡Esto es demasiado simple!. Ahora sabemos mucho más. Dadnos santos padres que sean más profundos”. ¡Ay, no hay padres “más profundos” para nuestra sabiduría moderna, porque incluso los padres más místicos entienden el texto del libro del Génesis justo como San Efrén el Sirio!. Los que desean encontrar una mayor complejidad en los escritos de los santos padres están influenciados por las ideas occidentales modernas, que son totalmente ajenas a los santos padres de la Iglesia Ortodoxa.



Ahora veamos concretamente la cuestión de la “duración” de los seis días de la creación. Creo que esta cuestión es secundaria para los que se plantean la teoría de la evolución, pero sería mejor para nosotros aprender lo que piensan los padres de esto, particularmente puesto que aquí empezamos a darnos cuenta de la gran diferencia que existe entre la teoría patrística y la teoría occidental moderna de la creación. Independientemente de cómo veamos esto, estos “días” están totalmente fuera de nuestra comprensión, puesto que sólo conocemos los “días” mortales de nuestro mundo caído; ¡cómo podemos incluso imaginar aquellos “días” en los que el poder creador de Dios obraba tan poderosamente! El bienaventurado Agustín lo dice muy bien: “Es muy difícil, e incluso imposible para nosotros, imaginar cómo fueron aquellos días”.



Los santos padres mismos no decían demasiado sobre este tema porque, indudablemente, no era un problema para ellos. Es básicamente un problema para el hombre moderno, que intenta entender la creación de Dios por medio de las leyes de la naturaleza de nuestro mundo caído. Aparentemente, los santos padres aceptaban el hecho de que la duración de los días no diferían de nuestros propios días familiares, mientras que algunos de ellos incluso indicaban que su duración era de 24 horas, como lo mencionaba San Efrén el Sirio. Pero hay algo en aquellos días que es extremadamente importante que entendamos, y que se refiere a lo que has escrito concerniente a la “instantaneidad” de la creación de Dios.



Me escribes: “Cuando Dios creó el tiempo, el crear algo ‘instantáneamente’ sería un acto contrario a su propia decisión y voluntad… Cuando hablamos sobre la creación de las estrellas, las plantas, los animales y el hombre, no hablamos de milagros, no hablamos sobre las extraordinarias intervenciones de Dios en la creación, sino sobre el curso ‘natural’ de la creación”. Me pregunto si no estás sustituyendo aquí alguna “sabiduría moderna” por las enseñanzas de los santos padres. ¿Qué es el principio de todas las cosas, sino un milagro? Ya te he mostrado que San Gregorio de Nisa, San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio el Teólogo y San Juan Damasceno (y de hecho todos los padres) enseñan que el primer hombre, Adán, apareció de una forma diferente a la generación natural de todos los demás hombres; del mismo modo, las primeras criaturas, según el sagrado texto del Génesis, aparecieron de forma diferente a todos sus descendientes: aparecieron, no por una generación natural, sino por la palabra de Dios. La teoría moderna de la evolución niega esto, porque fue inventada por incrédulos que deseaban negar la acción de Dios en la creación y explicar la creación sólo por un sentido “natural”. ¿No ves que la filosofía está detrás de la teoría de la evolución?





La enseñanza patrística sobre la evolución





¿Qué dicen los santos padres sobre esto? Ya he citado a San Efrén el Sirio, cuyo comentario sobre el Génesis describe cómo todos los hechos creadores de Dios se llevan a cabo en un instante, aunque todos los “días” de la creación duran 24 horas cada uno. Veamos ahora lo que dice San Basilio el Grande sobre las obras creadoras de Dios en los seis días.



Hablando del tercer día de la creación, San Basilio dice: “Por esta palabra se vio aparecer una inmensa cantidad de bosques espesos, se vio surgir todos los árboles, ya sean los que son altos por naturaleza, los pinos, los abetos, los cedros, los cipreses y otros, ya sean los que sirven para las coronas, los rosales, los mirtos, los laureles, ya sean todas las especies de arbustos. Todos los árboles que no habían aparecido aún sobre la tierra tomaron el ser en un instante” (Hexaemeron V, 6).



Y de nuevo dice: “Brote la tierra. Estas pocas palabras hicieron al instante una naturaleza universal y un arte maravilloso que, más rápidamente que el pensamiento, hicieron nacer una infinidad de productos diversos” (Hexaemeron V, 10). Y de nuevo, sobre el quinto día: “Un mandato del Señor fue dicho, y enseguida los ríos tuvieron la virtud de producir; los lagos hicieron nacer los seres que les son naturales” (Hexaemeron VII, 1).



Del mismo modo, San Juan Crisóstomo, en su comentario sobre el Génesis, enseña: “Y hoy pasando al elemento de las aguas, nos enseña que por su palabra y su mandamiento ellas produjeron animales vivos; dice: Pululen las aguas multitud de seres vivientes; y vuelen aves sobre la tierra debajo del firmamento del cielo (Génesis 1:20). ¡Qué palabra, os pregunto, podría contar dignamente este prodigio!¡y qué lengua bastaría para alabar esta obra de un Dios creador! Había dicho solamente: “Brote la tierra hierba verde” (Génesis 1:11), y de repente la tierra fue cubierta con los más ricos productos; y hoy dice: “Pululen las aguas multitud de seres vivientes” (Génesis 1:20). Pero al igual que a su primer mandato: brote la tierra, la tierra había hecho crecer las plantas y las flores, las cosechas y todos los otros productos tan variados y tan numerosos; así, en su segundo mandato: pululen las aguas multitud de seres vivientes, y vuelen aves sobre la tierra debajo del firmamento del cielo, se vio aparecer a los peces y los pájaros en tan gran número que no se los podría contar.” (Homilías sobre el Génesis, Homilía 7, 3)



Aquí reitero: creo que en la mayoría de los casos la ciencia moderna sabe más que San Basilio el Grande, San Juan Crisóstomo, San Efrén el Sirio y otros padres, concerniente a las características del pez y hechos específicos similares; nadie negará esto. Pero, ¿quién sabe más con respecto a los que Dios creó: la ciencia moderna, que no está segura de si existe Dios, y en cualquier caso, intenta explicarlo todo sin Él, o estos padres divinamente inspirados? Cuando dices que Dios no crea instantáneamente, entonces creo que planteas la enseñanza de la “sabiduría” contemporánea y no la enseñanza de los santos padres.



Por supuesto, en cierto sentido, la creación de Dios no es una obra instantánea, pero incluso aquí los santos padres son muy precisos en sus enseñanzas. He citado a San Efrén el Sirio, que dijo: “Es igualmente intolerable decir que algo fue creado instantáneamente pues, según las Escrituras, fue creado en el transcurso de los seis días”.



Así, San Gregorio el Teólogo, afirmando, como lo hizo San Efrén, que la creación no fue “instantánea”, enseña: “Por lo tanto, los días de la creación son contados como si fueran el primero, segundo, tercero y así sucesivamente hasta el séptimo día, y con estos días está dividido todo lo que ha sido creado y puesto en movimiento por leyes indescriptibles, y lo producido instantáneamente por el Todopoderoso Verbo, para quien pensar y hablar ya significa cumplir en hecho. Si el hombre, que fue honrado siendo hecho por Dios a su imagen, fue el último en aparecer en el mundo, esto no es para nada asombroso; a causa de él, como para un rey, fue necesario preparar una regia morada, y sólo entonces conducir a ella al rey, acompañado por todas las demás criaturas”.



Y San Juan Crisóstomo enseña: “Pues su mano era demasiado poderosa, y su sabiduría demasiado infinita como para acabar la creación en un solo y mismo día. ¿Qué digo? ¡En un día! Un solo instante le bastaba; pero ya que no pudo, no teniendo necesidad de nada, crear el mundo para su propia utilidad, hay que decir que produjo tantas criaturas solamente por su extrema bondad. Y es, incluso, esta misma bondad, la que le llevó a producir solamente estas creaciones en forma sucesiva, y a hacernos conocer, por nuestro santo profeta, el orden y la consecución de sus obras…” (Homilías sobre el Génesis III, 3). Pero, ya que el hombre sobrepasa en dignidad a todas las creaciones, ¿por qué ha sido creado el último? Ciertamente, con razón. Pues cuando un rey debe entrar en una ciudad, envía en primer lugar a sus guardias y a sus oficiales, para que dispongan el palacio para su llegada. Y de igual modo, el Señor, que debía establecer al hombre como rey y soberano del universo, quiso en principio ornarlo y embellecerlo, y después creó al hombre al cuál dio el imperio del mundo. (Homilías sobre el Génesis VIII, 2).



Así, la enseñanza patrística nos enseña claramente que Dios, aunque muy capaz de crear todo instantáneamente, prefirió crear en etapas de creciente perfección, no siendo cumplida cada etapa en un instante, ni en el curso de un indefinidamente largo periodo de tiempo, sino entre estos dos extremos, específicamente en seis días.



En sus comentarios sobre el libro del Génesis, San Efrén el Sirio y San Juan Crisóstomo miran claramente sobre la creación de Dios como la obra de los seis días regulares, en cada uno de los cuales Dios crea “inmediatamente” e “instantáneamente”. De esta forma, San Basilio el Grande, contrariamente a la opinión ampliamente aceptada de los evolucionistas cristianos, que se refiere a las obras de la creación de Dios de forma inmediata y repentina, creyendo que la duración de los seis días debía de haber constado de 24 horas cada uno, dice con relación al primer día: “Y hubo tarde y hubo mañana: primer día. ¿Por qué el sagrado escribano no dice el primer día, sino el día? Ya que debía hablar del segundo, del tercero, y del cuarto día, hubiera sido más natural llamar primero al día que precedía a aquellos que debían seguir. Pero dijo el día, sin duda determinando la medida del día y de la noche, y reuniendo el tiempo de uno y de otro, el cual está formado por veinticuatro horas que componen el espacio de un día. Así, aunque entre un solsticio y el equinoccio, el día sea más largo que la noche o la noche sea más larga que el día, sin embargo el espacio de los dos está encerrado en un tiempo marcado. Es, pues, como si Moisés hubiese dicho: La medida de veinticuatro horas es el espacio de un día; o, el movimiento del cielo y su regreso al signo del que ha partido, forman un día” (Hexaemeron II, 8).



Como ya he dicho, no creo que esta cuestión sea de vital importancia examinando los problemas de la evolución; sin embargo, es un elocuente testimonio para la influencia de la filosofía moderna en los evolucionistas cristianos, que no pueden esperar para reinterpretar estos seis días a fin de no parecer ilusos a los ojos de los “sabios” de este mundo, que han demostrado “científicamente” que, sin importar cómo ocurrió la creación, tuvo lugar hace millones de años. De gran importancia es el hecho de que estos evolucionistas cristianos tienen un tiempo difícil para creer en los seis días de la creación, que no presentó problemas a los santos padres, pues los evolucionistas no entienden qué sucedió precisamente en esos seis días: creen que tuvo lugar un lento proceso natural de desarrollo, de acuerdo con las leyes de nuestro decadente mundo; de hecho, según los santos padres, la naturaleza del primer mundo creado era totalmente diferente al nuestro, como mostraré a continuación.



Vamos a examinar con mayor detalle otro comentario patrístico sobre el libro del Génesis, que pertenece a San Juan Crisóstomo. Ten en cuenta que no cito padres poco conocidos o sospechosos, sino a los mismos pilares de la ortodoxia, que presentan nuestra enseñanza ortodoxa con la mayor claridad y santidad. En estos escritos de San Juan no encontramos tampoco ninguna “alegoría”, sino una interpretación muy estricta del texto que se ha escrito. Al igual que otros padres, habla de Adán habiendo sido creado literalmente del polvo, y Eva, literalmente de la costilla de Adán.



Escribe: “Pero, si los enemigos de la verdad persisten en sostener que negándolo no pueden producir nada, dirijámosles esta pregunta: ¿el primer hombre fue formado de la tierra o de toda otra materia? De la tierra, responderemos unánimemente. ¡Que nos dicen, pues, cómo la carne del hombre ha podido formarse de la tierra! La amasamos para formar ladrillos, tejas y jarras; pero, ¿es así como el hombre fue formado? ¿Y cómo de una sola y misma materia, sacar tantas sustancias diversas: los huesos, los nervios y las arterias, la carne, la piel, las uñas y los cabellos? Aquí, ellos no sabrían dar ninguna respuesta favorable.” (Homilías sobre el Génesis II, 4). Y de nuevo escribe el Crisóstomo: “Dice la Escritura: De la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer. ¡Ah! ¿por qué no hablar de este segundo milagro? Pues decidme primeramente, ¿cómo quitó Dios esta costilla, y cómo no sintió el hombre ningún dolor? No dice: Dios compuso, sino ‘formó’, porque tomó una porción de una carne ya formada, y no hizo más que aumentarla; Dios formó, pues, a la mujer, no por el acto de una nueva creación, sino quitándole a Adán una porción de carne y produciendo de esta débil porción un ser completo en todas sus partes. Cuán grande es, pues, el poder del Creador que, con tan poca materia, formó los miembros dulces y elegantes de la mujer, y produjo este ser perfecto” (Homilías sobre el Génesis XV, 2, 3).



Si lo deseas, puedo citar muchos otros pasajes de esta obra, lo cual demuestra que San Juan Crisóstomo (¿pues no es él el principal intérprete ortodoxo de la Sagrada Escritura?) en todo interpreta el texto sagrado del Génesis como fue escrito, creyendo que no era otra cosa más que una serpiente actual (por medio de la cual hablaba el demonio) la que tentó a nuestros primeros padres en el paraíso, que Dios condujo realmente a todos los animales ante Adán para que los nombrada, y “los nombres que Adán les dio permanecen incluso hasta nuestros días” (Pero según la doctrina evolutiva, muchos animales se extinguieron en el tiempo de Adán [¿debemos creer que Adán no dio nombre a “todas las bestias” (Génesis 2:19), sino solo al remanente de estas?].



San Juan Crisóstomo dice, cuando habla de los ríos del paraíso: “Pero es posible que aquí, los que no quieren hablar más que desde su propia sabiduría sostengan que estos ríos no eran verdaderos ríos, ni sus aguas, verdaderas aguas. Dejémosles recrear estos sueños a los auditores que les prestan un oído demasiado crédulo; y para nosotros, rechacemos a tales hombres, y no añadamos ninguna fe a sus palabras. Pues debemos creer firmemente todo lo que contienen las divinas Escrituras y, uniéndonos al verdadero sentido, imprimiremos en nuestras almas la sana y verdadera doctrina.” (Homilías sobre el Génesis XIII, 4).



¿Es necesario citar más a este divino padre? Al igual que San Basilio y San Efrén, nos advierte: “Por eso os conjuro a cerrar el oído a todos esos discursos seductores, y a no escuchar la Escritura más que como la conforman los santos cánones. Pues no podemos, sin gran peligro para nosotros y nuestros auditores, preferir sus propias interpretaciones en vez del sentido verdadero y real de las divinas Escrituras.” (Homilías sobre el Génesis XIII, 3).



Antes de continuar voy a responder brevemente a una objeción que he escuchado de los que defienden la evolución: dicen que si alguien lee toda la Escritura “como está escrita”, cualquiera se hará ridículo. Dicen que si debemos creer que Adán fue realmente hecho del polvo y que Eva fue creada de una costilla de Adán, entonces, ¿no debemos creer que Dios tiene “manos”, que “anda” en el paraíso, y otros absurdos? Tal objeción no podría ser hecha por nadie que haya leído un solo comentario de los santos padres sobre el libro del Génesis. Todos los santos padres distinguen entre lo que se dice acerca de la creación, que debe ser tomado “como está escrito”, y lo que es dicho sobre Dios, que debe ser entendido, como San Juan Crisóstomo dice repetidamente: “de forma que complazca a Dios”. Por ejemplo, San Juan Crisóstomo escribe: “Así, cuando nos dice que Dios plantó al oriente del Edén un jardín de delicias, dad a esta palabra, mis queridos hermanos, un sentido digno de Dios, y creed que por el mandato del Señor se formó un jardín en el lugar que la Escritura designa.” (Homilías sobre el Génesis XIII, 3).



San Juan Damasceno describe explícitamente la interpretación alegórica del paraíso como parte de una herejía, la de los origenistas. Pero entonces, ¿qué hemos de entender de estos santos padres de profunda vida espiritual que interpretan el libro del Génesis y otras Santas Escrituras en un sentido espiritual o místico? Si no hubiéramos llegado tan lejos en la comprensión patrística de la Escritura, esto no presentaría ningún problema para nosotros. El mismo texto de la Santa Escritura es verdad “como está escrito” y también tiene una interpretación espiritual. He aquí lo que el gran padre del desierto, San Macario el Grande, dice: “Que el paraíso fuera cerrado y que un querubín fuera dispuesto para prevenir al hombre la entrada en él con una espada de fuego, de esto creemos que de forma visible se trataba de lo que estaba escrito, y al mismo tiempo vemos que esto ocurre místicamente en toda alma” (Siete Homilías IV, 5).



Y aquí tenemos otro ejemplo de lo mismo. El divino Gregorio el Teólogo, en su Homilía sobre la Teofanía, escribe concerniente al árbol del conocimiento: “El árbol era, según mi opinión, la contemplación, en el que sólo están seguros los que ha alcanzado la madurez del hábito para entrar”. Esta es una profunda interpretación espiritual, de la que nuestros maestros académicos podrían decir que San Gregorio “alegoriza” completamente la historia de Adán y el paraíso. Pero ahora voy a presentar una interpretación de las palabras de San Gregorio el Teólogo según un gran padre que vivió mil años después de él: San Gregorio Palamás, arzobispo de Tesalónica. Contra San Gregorio Palamás y otros padres hesicastas que enseñaron la verdadera doctrina ortodoxa de la “luz increada del Monte Tabor”, se alzó el racionalista occidental Barlaam. Aprovechando el hecho de que San Máximo el Confesor en un pasaje llamó a esta luz de la Transfiguración un “símbolo de teología”, Barlaam enseñó que esta luz no era una manifestación de la divinidad, no “literalmente” una luz divina, sino sólo un “símbolo” de ella. Esto condujo a San Gregorio Palamás a hacer una réplica que se ilumina para nosotros en la relación entre la interpretación “simbólica” y “literal” de la Sagrada Escritura, especialmente con relación al pasaje de San Gregorio el Teólogo que he citado anteriormente. Él escribe que Barlaam y otros, “no ven que Máximo, sabio en temas divinos, ha llamado a la luz de la Transfiguración del Señor ‘un símbolo de teología’ solo por analogía. En la teología, que usa analogías y tiene la intención de elevarnos, los objetos que tienen una existencia propia se convierten también en símbolos espirituales, y en este sentido es en el que Máximo llama a esta luz un “símbolo… Del mismo modo, San Gregorio el Teólogo llamó al árbol de la ciencia del bien y del mal “la contemplación”, habiéndola considerado en su contemplación como un símbolo de esta contemplación que está destinada a elevarnos; pero no procede que lo que sea envuelto es una ilusión sin existencia en sí misma. Pues el divino Máximo también hace de Moisés el símbolo del juicio, y a Elías, el símbolo de la visión. ¿También, entonces, se supone que no han existido realmente, sino que han sido inventados ‘simbólicamente’?” (Tríadas II, 3:21-23).



Así, la interpretación patrística del libro del génesis hace bastante imposible armonizar el relato del Génesis con la teoría de la evolución, que requiere una interpretación enteramente “alegórica” del texto en muchos lugares en los que la interpretación patrística no permitiría esto. La doctrina de que Adán fue creado, no del polvo, sino por la evolución de alguna otra criatura, es una nueva enseñanza que es enteramente ajena al cristianismo ortodoxo.



En este punto, el “evolucionista ortodoxo” podría tratar de salvar su posición al intentar decir que ahora sabemos más que los santos padres acerca de la naturaleza y que, por tanto, realmente se podría interpretar el libro del Génesis mejor que lo hicieron ellos. Pero incluso el “evolucionista ortodoxo” sabe que el libro del Génesis no es un tratado científico, sino una obra de inspiración divina de cosmogonía y teología. La interpretación de la Escritura divinamente inspirada es claramente el trabajo de los teólogos portadores de Dios, no de los científicos naturalistas. Es cierto que en el libro del Génesis se exponen muchos “hechos” de la naturaleza. Pero debe tenerse muy en cuenta que estos hechos no son hechos, como podemos observar ahora, sino un tipo totalmente especial de hechos: la creación del cielo y la tierra, de los animales y las plantas, y del primer hombre. Ya he señalado que los santos padres enseñan claramente que la creación del primer hombre, Adán, por ejemplo, es muy diferente a la generación de los hombres de hoy; es sólo lo último lo que la ciencia puede observar y sobre la creación de Adán sólo ofrece especulaciones filosóficas, no conocimiento científico.



Según los santos padres, es posible para nosotros conocer algo de este primer mundo creado, pero este conocimiento no es accesible a la ciencia natural. Discutiré esta cuestión más adelante.





El estado de la naturaleza antes y después de la caída



Ahora llego por fin a dos importantes cuestiones que se plantean en la teoría de la evolución: la naturaleza del primer mundo creado, y la naturaleza del primer hombre creado, Adán.



Creo que expresas correctamente la enseñanza patrística cuando dices: “Los animales se corrompieron por causa del hombre, y la ley de la selva es una consecuencia de la caída del hombre”. También estoy de acuerdo contigo, como ya he dicho, en que el hombre, en su lado corporal, se une y es una parte orgánica de la totalidad de la creación visible, y esto ayuda a que sea comprensible cómo toda la creación cayera con él en la muerte y la corrupción. ¡Pero piensas que esto es una prueba de evolución, una prueba de que el cuerpo del hombre evolucionó de alguna otra criatura! Seguramente, si este es el caso, los padres inspirados por Dios habrían sabido esto, y no habríamos tenido que esperar a los filósofos ateos de los siglos XVIII y XIX para descubrir esto y contárnoslo!



No, los santos padres creían que toda la creación cayó con Adán, pero no creían que Adán “evolucionó” de alguna otra criatura; ¿por qué debería creer de forma diferente a los santos padres?



Ahora voy a un punto muy importante. Preguntas: “¿Cómo es que la caída de Adán trajo la corrupción y la ley de la jungla a los animales, ya que los animales fueron creados antes que Adán? Sabemos que los animales murieron, mataron y se devoraron unos a otros desde su primera aparición sobre la tierra y no solo después de la aparición del hombre”. ¿Cómo sabes esto? ¿Estás seguro de que esto es lo que los santos padres enseñan? Explicas tu punto de vista sin citar a ninguno de los santos padres, sino dando una filosofía del “tiempo”. Ciertamente estoy de acuerdo contigo en que Dios está fuera del tiempo; para Él todo es presente. Pero este hecho no es una prueba de que los animales, que murieron a causa de Adán, murieran antes de que él cayera. ¿Qué dicen los santos padres?



Hay un indicio muy significativo sobre esto en el comentario sobre el Génesis de San Efrén el Sirio. Cuando habla de las “pieles” que Dios hizo para Adán y Eva después de su transgresión, San Efrén escribe: “Se podría suponer que los primeros padres, tocando sus cinturas con sus manos vieron que estaban vestidos con vestiduras hechas de pieles de animales muertos, puede ser, ante sus propios ojos, para que pudieran comer su carne, cubrir su desnudez con sus pieles, y en la muerte de estos pudieran ver la muerte de su propio cuerpo”.



Discutiré más adelante la enseñanza patrística de la inmortalidad de Adán antes de su transgresión, pero aquí sólo estoy interesado en la cuestión de si los animales murieron antes de la caída. ¿Por qué sugeriría San Efrén que Adán debería aprender sobre la muerte viendo la muerte de los animales, si ya había visto la muerte de los animales antes de la transgresión (que ciertamente había visto según el punto de vista evolutivo)? Pero esto es sólo una sugerencia; hay otros padres que hablan más claramente sobre este tema, como mostraré en breve.



Pero primero debo preguntarte: si es cierto, como dices, que los animales murieron y la creación estaba corrompida antes de la transgresión de Adán, entonces ¿cómo es que Dios veía su creación después de cada uno de los Días de la Creación y “vio que era bueno”, y tras haber creado a los animales en el quinto y sexto días “vio que eran buenos”, y al final del sexto día, tras la creación del hombre “Dios vio todo lo que había creado, y he aquí que era muy bueno”? ¿Cómo podía ser “bueno” si era mortal y corruptible, contrario al plan de Dios para ellos? Los divinos servicios de la Iglesia ortodoxa contienen muchos emotivos pasajes de lamentaciones sobre la “creación corrupta”, así como expresiones de júbilo, tales como que Cristo, por su Resurrección, “ha realzado a la creación corrupta”. ¿Cómo puede Dios ver esta lamentable condición de la creación y decir que esto era “muy bueno”?



Y de nuevo, leemos en el texto Sagrado del Génesis: “Después dijo Dios: ‘He aquí que Yo os doy toda planta portadora de semilla sobre la superficie de toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto de árbol con semilla, para que os sirvan de alimento. Y a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que se mueve sobre la tierra, que tiene en sí aliento de vida, les doy para alimento toda hierba verde’. Y así fue” (Génesis 1:29-30). ¿Por qué, si los animales se devoraban unos a otros antes de la caída, como dices, Dios les dio, incluso “a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que se mueve sobre la tierra” (muchos de los cuales son ahora estrictamente carnívoros) solo la “hierba verde” por alimento? Sólo después de la transgresión de Adán dijo Dios a Noé: “Todo lo que se mueve y tiene vida, os servirá de alimento. Como ya la hierba verde, así os lo entrego todo” (Génesis 9:3). ¿No sientes aquí la presencia de un misterio que hasta ahora se te ha escapado porque insistes en interpretar el sagrado texto del Génesis por medio de la moderna filosofía evolutiva, que no admitirá que los animales podían haber sido de una naturaleza diferente a la que poseen hoy?



¡Pero los santos padres enseñan claramente que los animales (así como el hombre) eran diferentes antes de la transgresión de Adán! Así, San Juan Crisóstomo escribe: “Las palabras del Génesis prueban que en el principio el hombre tenía sobre los animales el imperio absoluto. Y en efecto, Dios lo dijo: “y domine sobre los peces del mar, y las aves del cielo, sobre las bestias domésticas, y sobre toda la tierra y todo reptil que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1:26-27). Pero, puesto que hoy en día los animales feroces nos asustan, y los tememos, estamos, pues, caídos de este imperio; lo confieso. Y sin embargo esta decadencia no prueba nada contra las promesas divinas. Pues no era así al principio. Eran los animales los que temían al hombre, que los reducía, y que respetaban su autoridad. Pero cuando, por su desobediencia, perdió la gracia y la amistad de su Dios, vio debilitarse y decrecer su poder sobre los animales. La escritura nos los muestra, al principio, sometidos al hombre, pues nos dice: “Formados, pues, de la tierra todos los animales del campo y todas las aves del cielo, los hizo el Señor Dios desfilar ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que el nombre de todos los seres vivientes fuese aquel que les pusiera el hombre” (Génesis 2:19). Ahora bien, Adán no huyó a su vista, ni a su aproximación; y les dio a cada uno un nombre propio y particular, así como un amo nombra a sus esclavos. Añade la escritura: “Para que el nombre de todos los seres vivientes fuese aquel que les pusiera el hombre”. Pero, ¿no es este un gran acto de autoridad? Y Dios se lo reservó como testimonio de su poder y de su dignidad.

Esta sola prueba bastaría para mostrar que al principio, el hombre no se asustaba de los animales. Pero puedo aportar una segunda más convincente aún. ¿Y cuál? La conversación de la mujer con la serpiente. Así, si el hombre hubiese temido ante los animales, no veríamos a Eva esperar la aproximación de la serpiente, recibir sus consejos, y entrar en conversación con ella. Pero por su aspecto, hubiese huido temerosa y asustada. Sin embargo ella le habló sin temor, pues entonces no lo dudaba” (Homilías sobre el Génesis IX, 4).



¿No está claro que San Juan Crisóstomo lee la primera parte del texto del Génesis “como está escrito”, como un relato histórico del estado del hombre y la creación antes de la transgresión de Adán, cuando el hombre y los animales eran diferente a lo que son ahora?



De forma similar, San Juan Damasceno nos relata que “en aquel tiempo la tierra producía por sí misma para uso de los animales que estaban sujetos al hombre, y no había ni lluvias violentas sobre la tierra ni tormentas invernales. Pero tras la caída, “cuando se le compara con las bestias sin sentido y llegó a ser como una de ellas”… entonces la creación sujeta a él se alzó contra su gobernante designado por el Creador” (Exposición sobre la fe ortodoxa, Libro II, cap. 10).



Quizá objetarás que en el mismo lugar San Juan Damasceno también dice, hablando de la creación de los animales: “Todo era para el uso adecuado del hombre. De los animales, algunos le servían como alimento, como los ciervos, las ovejas, las gacelas, etc.” Pero debes leer el pasaje en su contexto, pues al final de este parágrafo leemos (al igual que has señalado que Dios creó al hombre macho y hembra conociendo de antemano la transgresión de Adán): “Dios sabía todas las cosas antes de que sucedieran y vio que el hombre en su libertad caería y se entregaría a la corrupción; sin embargo, para el uso adecuado del hombre, hizo todas las cosas que están en el cielo y en la tierra y en el agua”.



No ves por las Sagradas Escrituras y los santos padres que Dios creó las criaturas para que pudieran ser útiles para el hombre, incluso en su estado caído, sino que los creó ya corruptos, y no ves que no estaban corrompidos hasta que Adán pecó.



Pero volvamos ahora al santo padre que habla muy explícitamente sobre la incorrupción de la creación antes de la desobediencia de Adán: San Gregorio el Sinaita. Es un santo padre de gran profunda vida espiritual y solidez teológica, que alcanzó la altura de la visión divina. En la Filocalía escribe: “La creación existente actualmente no fue creada originalmente corruptible, sino que cayó después en la corrupción… El que renueva y santifica a Adán ha renovado también la creación, pero ya no la ha liberado de su corrupción”.



Más adelante, el mismo padre nos da notables detalles sobre el estado de la creación (en particular, el paraíso) antes de la transgresión de Adán: “El Edén es un lugar en el que estaba plantado por Dios toda clase de plantas fragantes. No es ni completamente incorruptible, ni enteramente corruptible. Situado entre la corrupción y la incorrupción, es siempre abundante en frutos y flores, tanto maduras como inmaduras. Los árboles y las frutas se convierten en tierra fragante que no desprende ningún olor de corrupción, al igual que los árboles de este mundo. Esto es por la abundancia de la gracia de la santificación que constantemente es vertida sobre lo que existe” (Este pasaje se expresa en tiempo presente, porque el paraíso en el que Adán fue situado todavía existe, pero no es visible para nuestro sentido orgánico normal).



Las santas Escrituras nos enseñan que “Dios no es quien hizo la muerte” (Sabiduría 1:13); y San Juan Crisóstomo enseña que: “También, viendo que en el principio los animales le estaban sometidos, no podemos atribuir a otra causa más que a su pecado la debilidad y casi la ruina de este soberano dominio.” (Homilías sobre el Génesis XIV, 5). Y San Macario el Grande dice: “Adán fue dispuesto como el señor y rey de todas las criaturas… Pero tras su cautiverio, fue tomada en cautiverio con él la creación que le servía y se sometía a él, porque por medio de él la muerte reinó sobre toda alma…” (Homilía 11).



Las enseñanzas de los santos padres, si las aceptamos “como está escrito” y no intentamos reinterpretarlas por medio de nuestra sabiduría humana, nos hacen evidente que el estado de las criaturas antes de la transgresión de Adán era bastante diferente a su estado actual. No estoy intentando decirte que sé exactamente cuál era este estado; este estado entre corrupción e incorrupción es muy misterioso para nosotros, que vivimos enteramente en corrupción. Otro gran padre ortodoxo, San Simeón el Nuevo Teólogo, enseña que la ley de la naturaleza que conocemos es diferente de la ley de la naturaleza antes de la transgresión de Adán. Escribe: “Las palabras y mandatos de Dios se convierten en ley de la naturaleza. Por lo tanto, también el mandato de Dios, pronunciado por él como resultado de la desobediencia del primer Adán, esto es, el decreto sobre la muerte y la corrupción, se convirtieron en ley de la naturaleza, eterna e inalterable” (Homilía 38).



¿Qué “ley de la naturaleza” había antes de la transgresión de Adán, que nosotros, hombres pecadores, podamos definir? Ciertamente la ciencia natural, ligada enteramente a su observación del estado presente de la creación, no puede investigarla.



Entonces, ¿cómo podemos conocer algo de todo esto? Obviamente, porque Dios nos reveló algo de esto mediante la Sagrada Escritura. Pero también sabemos, por los escritos de San Gregorio el Sinaita (y otros escritos que citaré a continuación), que Dios ha revelado algo más que lo que está en las Escrituras. Y esto me lleva a otra pregunta muy importante planteada por la evolución.



Traducido por psaltir Nektario B. (P.A.B)

Fuente: del libro “Genesis and Early Man: The Orthodox Patristic Understanding” del padre hieromonje Seraphim Rose


http://cristoesortodoxo.com/2014/08/07/vision-ortodoxa-de-la-evolucion-parte-12/