Tuesday, December 30, 2014

Santa Porfirio


Sabemos que hasta el final del mundo no disminuirá la Gracia, que habita en los Santos de Dios. Ya a pesar de esto, cuando nos toca encontrarnos con uno de los portadores de esta Gracia, parece como si uno, sin querer, es testigo de los tiempos antiguos y tomó contacto con uno de los Padres, que no pertenecen a nuestro tiempo. Uno de tales portadores de Gracia Divina era el padre Porfirio, de bendita memoria, y a quién, el Señor me permitió de conocer.

Los dones espirituales de p. Porfirio parecen imposibles en nuestro tiempo racional. Su sensibilidad a todo lo que lo rodeaba era sobrenatural, en comparación con nuestro estado decadente. El comprendía el lenguaje de las aves y sabia todo sobre ellos, de donde llegaron y donde van. El podía, con la mirada interior, ver las profundidades de la tierra, abismos marinos e inalcanzables espacios cósmicos. El veía la presencia del carbón y del petróleo; las sepultadas ciudades antiguas bajo la tierra; percibía los acontecimientos antiguos, como si fuera testigo directo de ellos, veía lugares santificados por la oración, los ángeles y los demonios, el alma misma humana. Al mirar a un hombre podía definir directamente su mal, tanto corporal, como de alma. Le estaban abiertos los secretos pensamientos humanos. Por imposición de su mano, la gente se sanaba. A pesar de estar aquejado de muchos males, durante toda su vida, nunca pedía al Señor de ser sanado. No buscaba nada para sí, sólo para la gloria Divina y el bien del prójimo. Manso y humilde, con los años aumentó en sí estos dones, nunca referidos a él, solo a Dios.

El starez Porfirio, en el mundo Evangelos Bairaktaris, nació el 7 de febrero de 1906 en Grecia, en la aldea de San Jorge Karustio, cerca de Aliveri en la provincia de Evia. Sus padres eran aldeanos piadosos y pobres. Toda la educación de Evangelos consistió en dos años de la escuela primaria de la aldea. Trabajó desde su infancia, primero en su casa, cuidando las ovejas y trabajando en la huerta, luego a la edad de 8 anos en la mina de carbón; y mas tarde en un comercio.

En su temprana adolescencia Evangelos leyó la vida de San Juan Kushnik. Le causó una impresión tan fuerte, que resolvió dejar todo e irse al Sto Monte Athos. Muchas veces trató de llegar allí, pero cada vez algo se lo impedía. Al fin cuando cumplió 14 o 15 años llegó al Sto Monte.

El Señor hizo, que en el barco donde iba Evangelos de Solien a Athos se encontraba su futuro maestro espiritual hieromonje Pantaleon. Este, enseguida tomó bajo su protección al joven, y presentándolo como su sobrino, le ayudó llegar al Sto Monte, ya que no dejaban entrar allí en edad tan temprana.

Al llegar a Athos, p. Pantaleon lo llevó a su celda de San Jorge en Kopsokalivia, donde cumplía la hazaña espiritual junto con su hermano p. Ioannikio. En esta celda anteriormente se salvaba el famoso anciano Jadgi-Jorge.

De manera, que Evangelos tuvo dos instructores experimentados. El alegremente se les entregó en completa obediencia. Lo único que lo afligía era, que sus maestros exigían poco de él. Andaba descalzo todo el tiempo, tanto en verano, como en el invierno, por los pedregosos caminos del Sto Monte; dormía poco, cubierto por una sola manta y en el piso duro de su celda. Tenia siempre la ventana abierta, hasta cuando nevaba. Trabajaba incansablemente: tallaba la madera, cortaba la leña, juntaba los caracoles, llevaba en la espalda bolsas de tierra para la huerta, ya que Kapsokalivia era un lugar rocoso y nada crecía naturalmente en él.

Todas las penitencias, ordenadas por sus ancianos maestros, les cumplía con alegría. Una vez lo mandaron a juntar caracoles sobre las rocosas laderas. Habiendo subido muy alto sobre las piedras resbaladizas, se sentó al borde de un abismo para poner los caracoles en su bolsa. De repente las piedras rodaron abajo y él junto con ellas fue precipitado al abismo. Apenas grito: Santísima Madre de Dios! que una fuerza lo tomó y depositó de otro lado de la quebrada. Temblando de emoción y con agradecimiento en su corazón a la Bendita Soberana, Evangelos volvió sano y salvo a su celda.

El joven asceta no conocía el ocio, no tenia ni un momento libre. Su mente y corazón estaban siempre ocupados por la oración. Aprendió a leer bien y ayudaba a sus maestros en la lectura y canto de iglesia, y en su celda siempre leía el Evangelio, que conocía ya casi de memoria.

Geórgico Papazakhos, profesor de la facultad de medicina de la universidad de Atenas, quién fue durante muchos anos medico personal de p. Porfirio, cuenta, de palabras del staretz el siguiente caso:

Cuando tenia 16 anos, una vez después de tomar la Comunión de Santos Misterios, sentí un tal amor a Cristo en mi corazón, que me fui al bosque y comencé a orar. Mi alma clamaba al amado Señor: "Gloria a Ti Dios! Tu estas dentro de mi, insignificante pecador, Tu eres mi Cristo, crucificado por mi, que sufriste por mi y llevaste mis pecados. Como puedo agradecerte? Que sufrimientos puedo pasar por Ti? Señor, envíame cáncer. Mándame para que pueda sufrir Contigo!" Repetía constantemente esta oración, y después fue a confesarla a sus maestros espirituales. Ellos le aconsejaron no hacerlo mas, ya que el Señor sabe mejor lo que le es necesario. Desde entonces no pedía mas esta enfermedad. "Pero — concluyo Porfirio — el Señor al final envío el cáncer ya en mis años de vejez. Así pude sufrir con El, aunque sea un poco."

No se sabe exactamente cuando, pero aparentemente, pronto, después de su establecimiento en M. Athos, Evangelos se hizo monje con nombre de Nikita.

Un día, el joven Nikita vino temprano a la iglesia, y estaba orando en su rincón oscuro. Entró en el templo un staretz ruso de 90 años, un monje Dimitrio, ex oficial del ejercito de Zar. Mirando alrededor, y no viendo a nadie, comenzó orar, poniéndose de rodillas. Durante la oración fue iluminado de tal Gracia, que se elevó en el aire no tocando el piso. Esta Gracia, que cubría al S-to staretz, tocó también al joven Nikita, cuyo corazón estaba listo para recibirla. Es difícil de describir sus sentimientos. Después de la Comunión, en el camino a su celda, su corazón estaba desbordado de alegría y amor a Dios. Levantando los brazos al cielo, él clamaba en voz alta: "Gloria a Ti, Dios! Gloria a Ti!

Durante toda su vida él conservó un agradecido recuerdo de este monje ruso, a través del cual, el Señor lo hizo renacer con Su Gracia Divina.

Cuando visité al p. Porfirio en 1986, estando el ya ciego y postrado por la enfermedad, cuando supo de donde venia, recordó a este monje ruso y pronuncio las únicas palabras que sabia en ruso: Santísima Madre de Dios, salva nos! Todo el aspecto de p. Porfirio emitía luz, alegría y amor. Este era el hombre mas luminoso, que encontré en toda mi vida. Saliendo de su celda, tenia sensación de tener alas y volar por el sendero del monasterio. Este sentimiento lo testimonian todos los que estuvieron con él.

Después que el joven monje Nikita fue tocado por la Gracia Divina en su vida se produjeron unos cambios significativos. El Señor lo colmó de dones espirituales, tal como colmó los Apóstoles después del descenso del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.

Por primera vez estos dones se revelaron cuando sus maestros volvían de un viaje lejano y p. Nikita los vió. El los vio como si estuviera al lado de ellos, a pesar de que se encontraban todavía fuera del alcance visual. El confesó lo acontecido a su maestro p. Pantaleon, quien lo aconsejó tener cuidado con este don y no mencionarlo a nadie. P. Nikita siguió fielmente este consejo, hasta que le fue indicado de no esconderlo mas.

El joven asceta no podía imaginar la vida fuera del Sto Monte, porción terrenal de la Madre de Dios, pero el Señor juzgó de otra manera. Por andar descalzo en invierno y dormir con ventana abierta, p. Nikita contrajo una pulmonía, que pasó a pleuresía. Sus maestros espirituales le ordenaron de dejar el Mte Athos e ir a curarse. Cumplido el curso de curación y sintiéndose mejor, p. Nikita volvió al lugar de su toma de habito, pero pronto tuvo una recaída. Entonces, los maestros, viendo que el clima del Mte Athos puede ser mortal para su discípulo, lo mandaron al continente, no dando su bendición para volver al Sto Monte. Así a los 19 anos, p. Nikita dejó el predio terrenal de la Madre de Dios y habitó en el monasterio de San Jarlampio en Leukona, no lejos de su aldea natal. Allí él continuó la regla de oraciones de Mte Athos, pero ya no podía hacer tanto ayuno.

Una vez, su monasterio fue visitado por el jefe de la iglesia de Sinaí, arzobispo Porfirio. Después de conversar con el joven asceta, el arzobispo, sintiendo su gran espiritualidad, decidió de consagrarlo. Así el 26 de julio de 1927, por imposición de manos lo consagró hierodiacono, y al dia siguente, fiesta de san Pantaleon — hieromonje, cambiando su nombre por Porfirio. P. Porfirio tenia entonces solo 21 años.

Pronto, a pesar de su juventud, el metropolitano Pantaleon de Karist lo nombró confesor del monasterio. Esta obediencia él cumplió en el monasterio de san Jarlampio hasta el año 1940. Muchos habitantes de lugares vecinos venían a él, buscando curación de sus heridas del alma. Y p. Porfirio sin descanso servia a ellos. Largas colas esperaban su turno, ya que las confesiones duraban horas. Y así pasaba cada día. Por sus tareas incansables por la salvación de las almas, en 1938 p. Porfirio fue elevado al rango de archimandrita.

Una característica de su trabajo espiritual era el amor misericordioso del pastor hacia su rebano y una plena comprensión de sus necesidades. P. Porfirio creía en un acercamiento personal del pastor a cada hombre. En el principio de su trabajo como confesor, aplicaba el rigor canónico a todos sin excepción. Pero pronto comprendió, que cada persona necesita su tratamiento y diferentes métodos de curación. Diez personas distintas podían hacerle la misma pregunta, y cada una recibía una contestación diferente. Mas tarde, instruyendo a otros confesores, les indicaba, especialmente, la necesidad de acercamiento personal a los fieles.

El protopresbitero Georgio Metalinos, un conocido teólogo griego, recuerda así el trabajo espiritual de p. Porfirio:

"... El me revelaba acontecimientos de mi vida, que conocía sólo yo. Asimismo me explicaba como debo tratar a mis hijos, dos de los cuales ya eran adolescentes. "A tu hija mayor, decía, hay que tratarla así, a tu hijo medio — en esta otra forma. Tu hijo menor es todavía pequeño y con el esta todo en orden." El me revelo los caracteres de mis hijos mayores, y sentí, que no los conocía; me pareció que no fui yo, quien vivió con ellos toda su vida, sino p. Porfirio. El me decía, que en la educación de uno de mis hijos, debo orar mas para él. "No importa lo que le digas, él no te escuchará, porque esta lleno de espíritu de contradicción, pero tu, de rodillas contá esto a Dios y el Señor, con su Gracia le transmitirá tus indicaciones."

Sobre mi otro hijo me dijo: "Este niño siempre escucha lo que tu le dices, pero olvida fácilmente. Por eso debes pedir de rodillas que la Gracia Divina marque tus palabras en su corazón, para que las palabras paternas caigan en buena tierra y puedan dar fruto." Estos eran sorprendentes métodos educativos — concluyó el relato el protopresbítero Georgio.

En otro caso, a una madre de cinco hijos, aconsejo alejarse de la casa durante un mes. Ella trataba tan mal a sus familiares, que los hijos se peleaban entre si, no atreviéndose a contradecir a su madre y hacia pagar unos a otros sus enojos. Cuando ella volvió, encontró su familia en paz.

El sacerdote Jorge Evtimiu, recordando las enseñanzas que le daba p. Porfirio, para la educación de sus hijos, escribía: "P. Porfirio subrayaba siempre, que no hay que presionar a los hijos, ellos no deben crecer inhibidos, esto les perjudica. Este consejo ayudó a muchos padres que herían las almas de sus hijos con su trato severo." Starez decía: "Háganse santos, y sus hijos crecerán buenos."

A una madre decía: "hay solo un modo para evitar dificultades en la educación de los hijos, — la santidad." A su pregunta como hacerse santa, él contestó: "Es muy simple: cuando viene la Gracia Divina." Y cuando ella llegara? Preguntó la mujer. El respondió: "Con la humildad y oración. Pero nuestra oración debe ser fuerte y viviente. Siempre recibimos la respuesta, cuando oramos con fe."

Su razonable acercamiento como pastor se demuestra en el ejemplo de una pareja de recién casados. El esposo cumplía los ayunos y la mujer — no, porque así estaba educada. Ella no tenía nada contra los ayunos, pero no estaba acostumbrada. Cuando le contaron a p. Porfirio de su desacuerdo en este asunto, él aconsejó al esposo: Cumplí como siempre el ayuno, pero no hables de esto a tu mujer, que la heladera sea llena de comida, que coma ella, y tu guarda el ayuno." Con el tiempo, la esposa maduró y también comenzó a ayunar.

Una joven tenia intención de suicidarse porque sus padres la regañaban continuamente. Compró un veneno fuerte y estaba lista para tomarlo. De repente se le apareció p. Porfirio, quito el veneno de sus manos y dijo: "No tomes, todo se arreglará. Te casarás, tendrás hijos y todo estará bien." Luego todo paso así.

Cuando comenzó la Segunda guerra mundial y Grecia fue ocupada por los alemanes, p. Porfirio seguía con el mismo entusiasmo ocupándose de su grey. En este tiempo paso un caso, que demuestra su abnegado amor al prójimo.

Un día él caminaba por una calle a las orillas de Lekavitos y ahí vió a un soldado alemán, que acosaba a una joven. Ella estaba asustada y trataba con voz trémula de pedir ayuda. Pero la calle parecía muerta, sólo a través de las persianas cerradas la gente asustada seguían la escena. Cuando p. Porfirio vio lo que pasaba, se dirigió enérgicamente hacia la desdichada víctima, orando por dentro, que el Señor muestre Su fuerza, a través de su debilidad. Acercándose al soldado, levanto sus brazos al cielo. Ver al sacerdote con brazos levantados y el rostro luminoso con la fuerza Divina que emanaba de él, hicieron el milagro; el soldado soltó a la joven y avergonzado se fue. P. Porfirio siguió su camino y los habitantes lo acompañaron con aplausos y gritos de agradecimiento.

Pronto, en relación con la guerra, p. Porfirio recibió un nuevo destino, servir a los heridos en la iglesia del hospital de San Gerasimo en Atenas. Su sueldo era mísero y lo entregaba todo a su familia, que dependía completamente de él. Acostumbrado al trabajo, aquí tampoco quedó ocioso. Primero organizó la cría de gallinas y con eso sacaba algo de dinero, luego — un taller de tejido. También fabricaba su incienso y con eso hizo un interesante invento: encontró el modo de unir las sustancias aromáticas con el carbón. De manera, que en el incensario se usaba este carbón aromatizado y no necesitaba incienso.

Los médicos de aquel policlínico, donde servia p. Porfirio, pronto comprendieron que clase de sacerdote trabajaba en la iglesia del hospital, y comenzaron a dirigirse a él por consejo en casos complicados y, a menudo, por la sanación en casos desesperados. El monje Moisés de la ermita de san Pantaleon, del Mte Athos, relata el siguiente caso:

"Una ves me sentía muy mal y fui a visitar a p, Porfirio. Me miró y definió con exactitud, la causa de mi dolencia, mientras los médicos, ya muchos años, no pudieron establecer un diagnostico correcto. Cuando volvía de ver a los médicos, de nuevo visite a p. Porfirio, y él me dijo: "Hijo mío, esto no es un don mío propio, sino de Dios. Yo digo solo lo que el Señor me ordena decir y no lo que mi mente, imaginación u opinión me dictan."

Después me relató: "Hace muchos años vino a verme un profesor de universidad, que se quejaba de cierta dolencia. Le dije: Profesor, esto le viene del seno materno. El comenzó a llorar. Le pregunte la causa. Me respondió: "Tiene Ud. razón, padre. Mi madre me contó, que cuando me encontraba en su seno, mi padre dio un golpe a su abdomen para provocar el aborto." Aquí el padre Porfirio agrego: "Yo no me encontraba en el seno de su madre, pero el Señor me indicó decir, lo que dije."

Otro caso relato Georgiu Dimitriu, el administrador de las aerolíneas de Chipre: "Mi nieto recién nacido estaba en peligro de muerte, tenia algo en los pulmones. Los médicos no podían determinar de que se trataba. Seis días yo oraba por su salud y al final fui a ver a p. Porfirio. Cuando le conté esta desgracia, él me dijo: "Siéntate, y déjame revisar a tu nieto.." Se concentró y dijo: "En su pulmón derecho se acumuló el liquido, que pronto se disolverá. No temas, el niño vivirá. Tu lo llevaras a casa el lunes." Vi al padre el sábado, y el lunes llevé a casa a mi nieto completamente sano.

Para p. Porfirio era suficiente mirar a una persona para hacer un diagnostico correcto. Ademes lo podía hacer a gran distancia. En el caso de una monja, que vivía en otra ciudad, él diagnostico la fractura de su columna vertebral. Otro caso semejante relató un párroco de la iglesia de Sta Trinidad en Limassol, p. Miguel Mijkhael.

Esto paso en 1986. El segundo hijo de p. Miguel nació prematuro de 8 meses. Sus pulmones casi dejaron de funcionar. P. Miguel fue inmediatamente a pedir ayuda a p. Porfirio, el cual dijo: "Vuelve enseguida al hospital y deciles a los médicos que no le saquen el oxigeno al niño. Pero... a pesar de todo, el niño sanara. No te preocupes, no pasara nada con él." P. Miguel volvió al hospital y trasmitió a la enfermera las palabras de p. Porfirio de no sacar el oxigeno al niño. Ella contestó: es asunto nuestro, sabemos cuanto tiempo hay que dejar el oxigeno al niño. P. Miguel se dirigió al medico, que había recibido al niño durante el parto. El medico contesto: es asunto de la enfermera jefe.

No habiendo logrado nada, p. Miguel volvió a su casa. A las 12,30 de la noche, lo llamaron del hospital, ya que el niño se encontraba en situación crítica: tuvo una hemorragia en los pulmones y los médicos ya no podían hacer nada. Esto ocurrió porque le sacaron el oxigeno antes del tiempo. El padre del niño lo bautizó de urgencia, dándole el nombre de Stilianos. Y paso otro milagro: después del bautismo el pequeño Stilianos quedó completamente curado, tal como lo predijo p. Porfirio.

P. Porfirio podía sanar, tocando el enfermo. Una vez lo visitaron un medico y su esposa. Habiendo contado sus problemas y recibido respuestas exhaustivas, los esposos empezaron a despedirse. P. Porfirio, con su habitual sonrisa paternal, tomó la mano de la mujer justamente en el lugar donde ella tenia un fuerte dolor. P. Porfirio no sabia nada de esta dolencia que trataban con inyecciones y remedios contra inflamación. Cuando p. Porfirio tomó su mano, la mujer sintió un calor suave, que paso por todo su cuerpo y una leve turbación. Pero enseguida esto pasó y junto desapareció el dolor en su mano. La mujer con lagrimas en los ojos dijo a p. Porfirio: "Esto también lo sabia Ud.?" Desde este día ella tiró a todos los remedios y no tuvo que recurrir mas a los médicos.

P. Porfirio sanaba no solo a los humanos, sino también a los animales. Un domingo, en Evi del Norte, donde descansaba, pasó este caso, relatado por él mismo:

Una pastora me pidió orar por su rebano de cabras, que estaban aquejados por algún mal. Yo accedí. Ella trajo a todo el rebano cerca de la iglesia. Me paré delante de las cabras, elevé mis brazos al cielo y comencé a recitar distintos salmos que se refieren a los animales. Ninguna cabra se movió. En cuanto termine la oración y baje los brazos, salió del rebano el macho cabrío, se me acerco y besó mi mano, luego, tranquilo volvió a su lugar. No pasó así?" — preguntó p. Porfirio a una monja, que estaba cerca. — Si, padre, esto paso exactamente así — contestó ella, — yo estuve presente.

P. Porfirio amaba mucho a los animales. Tenia un loro, que sus propietarios echaron por su mal carácter. Con él se trasformo en una ave muy responsable. P. Porfirio hasta le enseño pronunciar la oración de Jesús. El medico del staretz relató: "Me sorprendió oír el loro repitiendo la oración de Jesús en la celda del padre. "El es mas espiritual, que yo, — decía p. Porfirio, — me canso y me duermo, en cambio, él vela y ora." P. Porfirio también trató de domesticar a un águila.

Los dones de clarividencia del padre eran múltiples. Uno de estos era de ver el agua debajo de la tierra. A menudo, sin salir de su celda él ayudaba encontrar el agua para cavar un pozo. A una monja de Chipre, que lo visitó, él describió exactamente la disposición de su convento y el lugar donde deben buscar el agua. Ellos, hasta entonces, trataban en vano a encontrarla. El agua fue encontrada donde indicó el padre.

Durante su trabajo en el hospital, vino un hombre para confesarse. El padre lo preguntó de donde venia, y al saber que era de la aldea Elia, preguntó si su casa se encontraba en el medio del campo. El hombre dijo que si. P. Porfirio le indicó, que debajo de su casa pasa un gran río subterráneo. El hombre se fue sorprendido, ya que no esperaba oír nada semejante. Muchos anos después, una empresa extranjera hizo prospección en aquella zona, buscando petróleo. Cuando hicieron una perforación de 400 metros de profundidad, salió una columna de agua de tal fuerza, que podría inundar a toda la región, si no la habrían obturado a tiempo.

El metropolitano Lauro (Shkurla) el actual jefe de nuestra Iglesia, en aquel tiempo arzobispo, fue quien primero me contó sobre p, Porfirio. El lo visitó en los anos 80. Al saber, que él es prior del monasterio de Santa Trinidad en E.U., de repente, con su vista interior vio a todo nuestro convento, lo "observo" y contó al Arz. Lauro que hay, y donde, previendo la construcción del campanario y las dificultades que surgirán, justamente durante la excavación de los fundamentos donde se toparán con una surgiente subterránea. Efectivamente hubo que emplear muchos esfuerzos para cerrar. Hay que hacer notar, que p. Porfirio tuvo un sentimiento muy cálido hacia Arz. Lauro y hasta lo llamaba por teléfono al monasterio. Cuando yo en el año 1986 mencione a Arz. Lauro, padre Porfirio se iluminó todo y con emoción espiritual elevó ambas manos.

La clarividencia de p. Porfirio ayudaba no solo a los pecadores de volver al camino recto, también devolvía a la iglesia las almas extraviadas en la herejías, y a veces convertía en ortodoxos a creyentes de otras confesiones. Una ves un hijo espiritual de p. Porfirio, estudiante de la Academia de teología, trajo a él su amigo que estaba atraído por el hinduismo y buscaba consejo con distintos "guru."

Viendo a este hombre por primera vez, p. Porfirio lo pregunto por su esposa e hijos. Esto sobrecogió tanto al buscador de sabiduría oriental, que con sentimiento de profunda penitencia, se confesó con p. Porfirio y volvió al seno de la Iglesia Ortodoxa. Cuando los dos amigos se iban, el converso confeso a su compañero: "Es verdad, que estoy casado y tengo dos hijos, pero nunca te lo mencione. Los abandone de veras, y p. Porfirio supo esto!"

La Iglesia Ortodoxa para p. Porfirio era el centro de su vida. Toda su actividad giraba alrededor de ella, como una rueda alrededor de su eje. El no podía hablar de la Iglesia sin lagrimas. Los obispos eran para él las encarnaciones e imágenes de Cristo, y los veneraba. Estaba muy afligido cuando escuchaba criticar a los obispos o lo leía en los periódicos. El obispo para él era la cabeza de la Iglesia local, colocado por Dios, y a pesar de las cualidades personales del mismo. Este concepto sobre el poder episcopal, para él era sagrado. Staretz decía: "Cristo Se revela sólo dentro de la Iglesia, donde los hombres están juntos, aman unos a otros, a pesar de los pecados; no por sus esfuerzos, sino, por la misericordia y amor de Cristo. El amor de Cristo nos mantiene unidos. El nos hace como cuerpo y participamos en la vida Divino-humana del Señor. Sólo así, y en ninguna otra forma, podemos elevarnos por sobre la fuerza destructiva del pecado. Y la cima de la verdad es la Santa Eucaristía.

Sobre el Sacramento de la Confesión, decía: "La confesión es el camino de los hombres hacia Dios. Es el don de amor Divino al hombre. Nada ni nadie puede quitar al hombre ese don."

P. Porfirio no era parcial, él, como sol, iluminaba por igual a los malos como a los buenos y su amor traspasaba hasta los corazones mas endurecidos por el pecado.

Un conocido escritor y teólogo, el Arquimandrita Ioanikio Kotsonis, recordaba como una vez, el padre, bendiciendo a las casas para la fiesta del Bautismo del Señor, y pasando de una casa a otra, entró también en una casa publica. Cuando hacia la aspersión con agua bendita, cantando el Troparion de la festividad, salió la administradora de este ántro y dijo que sus chicas no eran dignas de besar la cruz. El le contesto: "Pienso, que no ellas, sino tu eres indigna de besar la cruz."

Luego, él dejo las chicas besar la cruz y conversó con amor con ellas. El les habló del amor hacia Dios, que era su tema favorito. Viendo el aspecto santo del anciano, como la pecadora del Evangelio, con lagrimas escuchaban sus palabras salvadoras. "Amen a Cristo, Quien os ama y verán cuan felices serán. Si sólo podrían saber cuanto El os ama. Traten de corresponder a su amor." P. Porfirio comprendía que solo el amor a Cristo seria capaz de arrancarlas a esta terrible "profesión."

Una vez a p. Porfirio llegó toda una banda de "roqueros-motoqueros" sobre sus motos. Escondieron sus motos en otra cuadra y directamente pasaron sin esperar su turno. Uno de ellos dijo: "deci nos algo, padrecito." — "Que decirte, Demetrio? Que tu moto es tal y de tal marca?" Esta respuesta clarividente cambió la actitud de los muchachos hacia p. Porfirio. Desde entonces lo visitaban y buscaban sus consejos espirituales. El Padre decía así de ellos: "De los que me visitan, estas son las almas más inocentes y puras."

Sobre la clarividencia del padre se puede escribir mucho. Mencionaremos aqui solo algunos casos, que atestiguan este don.

Un conocido escritor griego y periodista Panagiotis Satirjos relata: "Una vez el staretz con tres de sus hijos espirituales iba caminando al monasterio para oficiar las vísperas. Al caminar un poco, el anciano se cansó y todavía faltaba mucho para llegar al monasterio. Decidieron intentar de parar algún auto. En esto en la lejanía apareció un taxi. Los tres acompañantes del padre quisieron pararlo. El padre dijo: "No se preocupen, el taxi parará solo. Pero cuando suban no deben hablar con el chofer, con él hablaré solo yo."

Pasó exactamente así. El taxi paro a pesar de no hacerle señas con las manos. Todos subieron y el padre dijo adonde debía ir. Cuando el taxi se puso en marcha, enseguida el taxista comenzó a acusar el sacerdocio de todos los pecados capitales. Cada vez que tiraba su siguiente acusación, se dirigía a los sentados atrás con estas palabras: No es cierto, muchachos? Que dirían de esto? Pero ellos, por obediencia, callaban. Cuando el taxista comprendió, que no le van a contestar, se dirigió a p. Porfirio y pregunto: Que dirás, papito, lo que escriben los diarios es todo verdad, no es cierto?

El padre contesto: "Hijito, te contare una corta historia. Te la contare sola una ves y no tendrás que escucharla dos veces. Vivió un hombre el lugar (lo nombró). Tenia un vecino anciano que era propietario de un gran terreno. Una ves de noche, el hombre mató al vecino y lo enterró. Luego, usando documentos falsos, se apropió de la tierra del vecino y la vendió. Y sabes que compro con el dinero? El compró un taxi."

Apenas el taxista escucho esta historia, se puso a temblar, paso a la banquina y gritó: "Cállate, padre, solo tu y yo sabemos esto." — "Dios también lo sabe, — respondió el staretz — El me dijo para que te lo pase. Mira, haz la penitencia y corregí tu vida."

P. Porfirio siempre era enfermizo, pero hacia la vejez sus dolencias aumentaron mucho. El tenia hérnia, en 1978 tuvo un infarto, luego comenzó la paulatina ceguera, quedando completamente ciego hacia 1987. Su medico, Georgio Papazakhos decía que tenia muchas dolencias: paso un infarto de miocardio, su hígado casi no funcionaba, sufría ulceras sangrantes del duodeno, tenia eczema en la cara, dermatitis en las manos, una bronquitis crónica, y otras...

El staretz poseía la paciencia del justo Job. Cuando el eczema recrudecía, el sufría mucho. A la pregunta que sentía, el contestó: "Siento como si mi mejilla estaría apoyada sobre una sartén caliente." El demostraba una completa tranquilidad, y sus padecimientos no se expresaban exteriormente, no se escuchaba ninguna mínima queja.

Su medico una ves la preguntó: "Porque muchas personas del sacerdocio los monjes en especial, rechazan la ayuda medica, considerando que la Madre de Dios los sanara?" El padre dio la siguiente respuesta: "Esto es egoísmo. Es una insinuación diabólica, que el Señor va a hacer una excepción a la regla general, y me dará una sanción milagrosa. El Señor hace milagros, pero nosotros no debemos sentirnos dignos de ellos. Esto es una presunción. Y además el Señor procede con las manos de médicos. Señor nos dió médicos y medicinas — dicen las Sagradas Escrituras."

Fue grande la humildad de p. Porfirio: enseñando y salvando a otros, él se humillaba y salvaba también a si mismo. Su medico relata el siguiente caso.

Una vez p. Porfirio lo llamo al mediodía, casi después que varios pacientes le expresaron su amor y gratitud por sus tratamientos. El padre le dijo: "Gregorio, nosotros dos iremos al infierno! Escucharemos allí: 'Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, de quien será? Así es el que hace para si tesoro, y no es rico para con Dios' (Luc. 12:20-21). Gregorio interrumpió al p. Porfirio: "De que gozamos en esta vida, padre? Un auto casi roto, una cuenta bancaria vacía, y la falta de sueño." El padre ásperamente contestó: "Que dices? No te dice la gente que buen medico eres? Como los quieres, como les cuidas? Tu no nos despojas... Y tu estas gozando con estas lisonjas, tu las recibís con agrado. Oh, tu ya perdiste tu premio. Lo mismo pasa conmigo. Ellos me dicen que estoy pleno de dones, que por solo tacto puedo hacer milagros, que soy santo. Y yo, un débil tonto, gozo con ello. Oh, por eso ambos, tu y yo, iremos al infierno!"

Una vez, recuerda Georgio, — estaba yo bastante deprimido, pensando que mi vida, en su mayor parte, transcurría en un pasatiempo vano e insensato. Teléfono del p. Porfirio. "Doctor, haz escuchado una vez la expresión: 'ellos no probarán la muerte'? Podemos, si queremos evitar la muerte. Todo lo que hay que hacer — es amar a Cristo, con todo nuestro corazón, señor cardiólogo." Y el padre rió alegremente de otro extremo de la línea telefónica.

Una ves, p. Porfirio, discutiendo sobre la diferencia entre un hombre humilde y uno que se siente inútil, hizo notar que el hombre humilde es consciente de sus pecados y su insignificancia y acepta la opinión de su confesor y sus prójimos: el puede ser triste, pero no desesperado. En cambio, el hombre deprimido se cierra en si mismo y piensa solo de sí mismo. El pecador arrepentido, que confiesa sus pecados no queda en su cascara. En esto está la grandeza de nuestra fe, el confesor lo ayuda a expresar sus pecados y a no volver atrás" — dijo él.

En general, ante el espíritu de abatimiento, él aconsejaba a menudo vencerlo con la oración y un paseo al aire libre. Una de sus hijas espirituales se quejó que a menudo cae en la depresión, él entonces la preguntó: "Porque te quedas encerrada en la casa?" — Y a donde puedo ir, respondió ella? "Anda a pasear por las montañas — esto ayuda mucho" dijo el padre.

Staretz consideraba, que la mejor vida es la vida simple y aldeana. Para los habitantes de las ciudades, el aconsejaba pasear lo mas posible por las montañas. Fomentando entre los niños el deporte de esquíes en las montañas, él decía: Allí pueden ver el cielo, la nieve y toda la belleza del paisaje. Piensen en Aquel, que creó todo esto."

Una noche p. Porfirio se sintió mal de corazón y llamó a su medico. Cuando el medico lo ausculto, le preguntó si había vivido algunas emociones fuertes durante el día. El padre lloró y en forma entrecortada, contó loa acontecimientos sangrientos, que se desarrollaban en estos momentos en las calles de Rumania. Allí se producían las batallas callejeras ya que el pueblo se levantó contra el régimen comunista de Chauchescu. P. Porfirio veía, con sus ojos del corazón, la muerte y sangre tal como lo contaron los diarios de todo el mundo, al día siguiente. El continuaba llorando y Georgio oró para que el Señor quitara esta imagen de la vista interior del padre, ya que esto destruía su corazón amante. "Como a ti, padre, pueden ayudarte los medicamentos, cuando tu no eres de este mundo? — pensaba el medico, — tu corazón late aquí, en Oropos, pero se encuentra en Rumania. La cardiografía muestra que apenas tienes vida, pero para ti esta preparada la vida eterna en el cielo." Georgio se fue todo emocionado en el fondo de su alma, estando consciente, que el Señor le permitió alternar con un portador viviente del amor Divino.

Un caso semejante pasó en 1974, cuando los turcos desembarcaron en Chipre. Temprano a la mañana, del 20 de julio, p. Porfirio despertó a todos que estaban con él, y con lagrimas en los ojos, les comunicó que a esta hora el ejercito turco desembarcaba en Chipre, y hasta indicó el lugar exacto donde se iniciaron las acciones bélicas.

P. Porfirio, con la ayuda del Espíritu Santo, podía encontrar lugares santificados por las oraciones de los Santos. Una vez, viajando por Creta, fue sobrecogido por la belleza de un lugar en Sfakia, sobre la costa sur de la isla, llamado Francocastello. Como él explico mas tarde, esta región fue santificada por las oraciones y hazañas de padres ascetas, de los primeros tiempos del cristianismo. El sacerdote, que lo acompañaba no sabia nada sobre esto, pero luego investigó, y era verdad que en esta región, antes, se encontraban las celdas de los ermitaños.

P. Porfirio decía que habitualmente, para lograr un estado espiritual particular (conocido solo a él) debía por medio de la oración pasar una batalla espiritual, que duraba de 15 a 30 minutos. Pero, cuando se encontraba en un lugar santificado, esto no era necesario. "Yo entro, por ej., en la santa cueva de San Nifonte ó San Nilo, sobre el Monte Santo, o San Juan el Teólogo en Patmos y, hasta antes de orar, el lugar Santo otorga alas a mi espíritu hacia lo alto." El siempre subrayaba la importancia de visitar lugares santos. Consideraba, que tales lugares, como Monte Sinaí, la cueva de San Juan en Patmos o Jerusalén, están plenos de Gracia Divina y son capaces de santificar al hombre.

En un día claro y soleado estaba sentado p. Porfirio, junto con su hijo espiritual, sobre un banco del patio. Se le acerco un Archimandrita, prior del monasterio de Chipre. Cuanto se saludaron p, Porfirio de repente persigno la rodilla del prior. "De donde lo sabe Ud. esto?" — pregunto el prior. (Desde su infancia la rotula solía salir de la articulación). Luego comenzó una conversación amistosa. El prior contó: "Estudié en N. América y recibí allí el doctorado en teología. Me dieron una beca para escribir la tesis doctoral sobre la Teología mística. Para eso fui al Monte Athos. Habiendo estudiado cuidadosamente el tema, supe que el intelecto debe dirigir el corazón. Dígame por favor, padre, que enseña su teología practica sobre esto?

"No, no estoy de acuerdo. El corazón debe dirigir a la mente" — contesto p. Porfirio. — "Puede Ud. explicármelo, por favor?"

"cuando se despierta el intelecto lo primero que piensa es como va a mentir y dar vueltas hoy ante sus clientes. Si es, por ej., un comerciante: como debe conducirse, que debe decir a tal o cual, que tiene que hacer a otro, en que forma ganar mas dinero, etc. El corazón tiene en la vida una dirección completamente diferente. Ve a un niño y lo quiere acariciar... Pone la mano en el bolsillo y da dinero a un discapacitado. Corre al hospital y visita a un enfermo, Con alegría ofrece su ayuda y dinero. Ciando habla el corazón, la mano vacía el bolsillo. Cuando habla el intelecto, la mano no toca el bolsillo. Por eso, para mi, el corazón es mucho mas importante."

Luego el padre explico al prior, que el intelecto no le interesa la oración — esta es la región del corazón. Tienen intereses diferentes. El intelecto vive en la región del racionalismo, en cambio, el corazón tiene contacto con la Divinidad.

"Ud. sabe que tenemos la posibilidad de contacto con Dios. En los momentos de fuerte dolor espiritual ó físico, el intelecto rinde sus posiciones, atado con las ordenes del corazón. Hablando del corazón, no estamos refiriéndonos al corazón corporal, sino al corazón interior, guardado. Cuando el intelecto esta dominado se autoanula y entra en el corazón. Y que ocurre entonces? Se torna claro y luminoso. Es por eso, que el Señor dice: "Llamen a Mi puerta y abriré! Pidan a Mi lo que quieran, y os daré." Cuando acontece esto? Cuando nuestras oraciones llegan a Él. Ud. sabe, que si quiere parar alguien en la calle, grita fuerte: "Juan, Juan!... sin esto, la persona no oirá, y no se dará vuelta. El Señor también debe escuchar nuestra voz. Cada ves, que nosotros consideramos que estamos orando, escucha el Señor nuestra oración? Esta es la cuestión. Cuantas veces, orando, comenzamos a bostezar, ó llegan a la mente diferentes pensamientos, que alguien nos trato mal, como podemos recibir de vuelta algo perdido, que hay que hacer para eso, etc... No se puede llamar esto oración. Por eso, sólo a través de sufrimiento del alma y del cuerpo, el hombre puede abrir la puerta a Cristo.

Y cuanto mas difícil parece esto, tanto mas fácil es en realidad. Es suficiente desear, creer, orar, y el primer paso — es la confesión y la Sta. Comunión. Es esto tan difícil?

P. Porfirio amaba a la verdadera ciencia y a las artes, y a pesar de sus dos grados de escuela primaria, poseía amplios conocimientos en muchos temas. El leía libros sobre todos los temas, física, medicina, astronomía, etc. Tenia muchos hijos espirituales con educación superior y decentes universitarios. Le gustaba hablar con científicos y académicos. Con cada uno de ellos él podía hablar libremente sobre el tema de su especialidad.

Una ves, un profesor de astronomía, de fama mundial, visitó a p. Porfirio. Comenzaron a hablar de astronomía... Luego el profesor dijo, que el padre lo sorprendió por la amplitud de sus conocimientos en esta ciencia. "El, realmente, sabia lo que decía y en nada permitía el error" — contó el profesor sorprendido. Otra vez, el director de hospital de Atenas, un cirujano conocido, fue muy sorprendido cuando p. Porfirio le describió en detalles como hay que hacer cierta operación.

A la iglesia de San Geracimo, donde oficiaba p. Porfirio, visitaban a menudo los profesores de la Universidad de Atenas. Nicos Zais, profesor de la cátedra de filosofía, relata el siguiente caso: "Las charlas con el padre tocaban muchos temas. A veces él me pasmaba con la variedad de sus intereses. Una ves estabamos apurados para llegar a un concierto en el Coliseo de Adrián. Dije a p. Porfirio donde íbamos, esperando con interés su reacción. Fue grande nuestra sorpresa, cuando dijo conocer al compositor y al director de orquesta. Y con conocimiento del tema habló de ellos y en general de la música clásica.

P. Porfirio valoraba los logros de la ciencia, consideraba positivamente a la tecnología contemporánea y la usaba para sus necesidades pastorales. El admiraba que el Señor dio al hombre las capacidades para hacer los descubrimientos científicos y aconsejaba a sus hijos espirituales a no rechazar la tecnología actual. Decía sobre este tema: "El Señor ayudó al hombre hacer muchos descubrimientos, entonces, porque el diablo puede usarlos y nosotros, los cristianos no nos atrevemos?"

Para atender a sus hijos espirituales, él todo el tiempo usaba el teléfono. Hasta, a menudo, tenia que llamar al extranjero y a todos los continentes. Por medio del teléfono, él podía dar una mano de ayuda en el momento necesario. Le gustaban mucho los radioprogramas de la Iglesia. El decía, que en este caso, se cumplieron las palabras de San Juan el Crisostomo: "Me elevaré alto para predicar sobre Cristo, y todo el mundo me oirá."

No consideraba el cine un invento diabólico. Una de sus hijas espirituales pregunto: "Me gusta ir al teatro y al cine, pero algunos de mis amigos dicen que un verdadero cristiano no debe frecuentar a los espectáculos. Que diría Ud. padre, sobre esto?" El respondió: "Tu puedes ir al cine y teatro, si lo deseas, en esto no hay nada malo, lo importante, no hacerlo para satisfacer los deseos pecaminosos."

P. Porfirio consideraba, que tanto el cine, como el teatro pueden contribuir para glorificar el nombre de Dios. Un conocido financista de Chipre, que vivía en Atenas, pensaba subsidiar una película sobre el "hijo prodigo." A pesar de que tanto el guión estaba escrito y el lugar de filmación elegido, y todo listo para comenzar el trabajo, él decidió ir a consultar al padre de que forma seria mejor hacer la película.

P. Porfirio comenzó a hablar con él del padre que perdonó a su hijo prodigo y en que forma, en general, deben actuar los padres con sus hijos en la sociedad contemporánea. Dijo: "Cuando ves, que el diablo vence a tu hijo, en lugar de enojarte con él por su desobediencia, ora a Dios. Aprende a hablar a Dios de tus hijos en lugar de discutir con ellos. Contá todas tus preocupaciones sobre ellos a Dios."

Le preguntaban, a menudo, — como puede salvarse uno en el mundo contemporáneo, lleno de ritmo de vida loco? Como se puede estar ante Dios en toda esta vanidad insensata? Para contestar esta pregunta, él relataba: Poco tiempo después de ser nombrado párroco del templo de San Geracimo, del policlinico de Atenas, sintió una seria tentación — justo, frente al templo, de otro lado de la calle, había un comercio de discos fonográficos. El dueño para atraer a los compradores, todo el día ponía los discos a todo volumen. El padre tenia dificultad para oficiar los servicios religiosos. Hasta pensaba renunciar a ser párroco de este templo. Pero, como siempre en su vida, antes de tomar la decisión definitiva, humildemente pidió a Dios de indicarle una salida correcta de la situación. Para esto ayunó y oró los tres dais siguientes. En el tercer día encontró en el templo un cuaderno de apuntes del hijo de uno de los miembros del consejo parroquial, que aquel olvidó sobre el banco. En el cuaderno había apuntes de las clases de física.

Pasando las hojas del cuaderno, su atención fue atraída por las anotaciones sobre las ondas acústicas. Después de leerlo, se le ocurrió una idea. — Si se tira una piedrita al agua, se forman ondas circulares, que se expanden en varias direcciones. Si se tira, luego, una piedra grande en otra parte del lago, se formaran las ondas circulares mas grandes, que al expandirse, cubrirán a las primeras.

Esto era la respuesta a su oración. Al día siguiente, él oraba con gran intensidad durante la Divina Liturgia, olvidando todo lo que lo rodeaba. El formó en su mente y corazón sus "ondas circulares" espirituales, que cubrieron a todo lo que distraía de la oración. Y desde entonces, la música del comercio no lo enojaba mas.

Un estudiante de la facultad de teología, que no quiso revelar su nombre, relato el siguiente caso: "Los acontecimientos relacionados con mi encuentro con p. Porfirio se refieren al año 1956. En aquel tiempo, en Uessalia, donde yo vivía, pensaban construir un dique en el lago Megdova. Como resultado, el cercano valle debía quedar inundado. Tomando conocimiento de esto, un ex habitante del valle, que vivía en Taschkent, escribió a su esposa y le contó detalladamente, donde enterró un tesoro — dos barilitos con monedas de oro. El decía que ella rápidamente los desenterrara. La mujer mostró la carta al hermano de su marido y aquel, en seguida, fue a buscar el oro enterrado. Después de varios años, la región cambió bastante, los arboles crecieron y él no pudo encontrar bajo que árbol estaba el tesoro.

En aquel tiempo estaba fresca la memoria de comunistas-guerrilleros y la búsqueda del tesoro despertó sospechas de la policía local. Ellos pensaron, que estaba buscando armas escondidas, y lo arrestaron. Para justificarse, el buscador del tesoro mostró a los policías la carta de su hermano con la indicación del lugar del tesoro. El capitán, al leer la carta, ardió del deseo de encontrar el tesoro. Formó una sociedad con el maestro de escuela local y mi primo y se ocuparon de la búsqueda, pero no tuvieron suerte.

Al escuchar sobre la clarividencia del p. Porfirio, decidieron dirigirse a el, pidiendo ayuda. El padre supo enseguida que el tesoro existía, pero no quiso ayudar a esta gente. Ellos muchas veces venían a él y trataban de convencerlo de ir con ellos a aquel valle y mostrarles el lugar exacto del tesoro, pero el padre, sintiendo algo malo, aplazaba este viaje. Al final accedió de ir con ellos a Kardiza, la ciudad mas cercana al valle. Los tres buscadores del tesoro le alquilaron una habitación en el hotel, programando a la mañana comenzar la búsqueda.

A la mañana p. Porfirio se levanto muy temprano, tomo el ómnibus y se volvió a Atenas. Al no encontrarlo, y aprendiendo que se fue a Atenas, ellos pensaron que fueron demasiado sinceros con él, y que se debía hablar primero de algo espiritual. Mi primo se acordó de mi, estudiante de la facultad de teología y decidió que yo seria un intermediario útil entre ellos y el padre. Me mandó un telegrama, pidiendo venir inmediatamente. Pensando que pasó algo importante, después de las clases, tome el ómnibus y viajé.

Cuando me explicaron de que se trataba, después de algunas vacilaciones, accedí a ayudarlos. El domingo siguiente, al llegar a la iglesia de San Geracimo, pase directamente al altar donde p. Porfirio oficiaba la Proscomidia. Pedí su bendición. Bendiciéndome, pregunto: "Eres estudiante de teología?" Conteste, que si. Entonces él dijo: "Ya que estas aquí, darás el sermón." Al correrme a un lado pense: donde sabe que estudio teología, me habrá visto antes en algún lado?

El padre oficiaba la Divina Liturgia, y preste cada ves mas atención como él oficiaba. Todo su aspecto era increíblemente luminoso, pero, lo que me llamó mas la atención fue como él oraba. Parecía hablar con alguien a quien veía ante si. Después del versículo de la comunión salí ante la gente y dije el sermón. Luego volví al altar, espere cuando termine el oficio y pueda hablar con él. Al final, cuando consumió las Santas ofrendas, el padre antes de sacar las vestiduras litúrgicas, me llamo por mi nombre: "Nicolás! Como lograron mandarte a ti, aquí y hoy?" Cuando escuche esto, en primer lugar mi nombre, y en segundo lugar, la causa de mi aparición en el templo, me confundí y quería justificarme, cuando p. Porfirio de nuevo me dijo: :Tu no viniste solo, sino, ellos te enviaron."

Callado asentí. "Escucha lo que te diré: estos son gente mala." — "No, padre, yo no pienso así. Porque Ud. lo decidió así?" — "En aquella noche cuando viajé con ellos a Karclista y paré en el hotel, uno de ellos decidió matarme, después que encontraran el dinero. El quería recibir su parte y temía que yo avise del hallazgo a las autoridades. Pense, que no debe perderse su alma por el dinero. Por eso decidí, temprano a la mañana, irme. Es por eso que te digo, que no son gente buena."

Yo estaba anonadado por lo que escuche y no sabia que contestar. Naturalmente, no podía convénserlo. P. Porfirio me bendijo y dijo, que quería verme de nuevo. Con esto nos separamos. No deseando decir a otros lo que me dijo el padre, al volver dije que definitivamente no quería viajar a Kardista. Después que dos de ellos se fueron, mi primo me pidió de contarle en detalle mi conversación con el padre. Entonces, le conté todo lo que se hablo en el altar. Siendo un hombre honrado, mi primo no podía creer que alguien pueda planear algo semejante. Pero yo le pedí bajo juramento, de comunicarme lo que escúche del maléfico plan de sus compañeros.

Luego él me contó que una ves, cuando estuvieron juntos, y hablaron sobre la infructuosa búsqueda del tesoro, el maestro dijo: "Yo tenia razón, sospechando que el monje quiere delatarnos a la policía. Pero quise degollarlo, en cuanto encontremos el tesoro." El maestro este, poseído por la codicia, seguía todavía buscando el tesoro, hasta que dos meses después de lo acontecido, murió en un accidente automovilístico.

He aquí, en que circunstancias conocí al p. Porfirio, El fue luego mi padre espiritual y me acerque a él cada vez mas, — terminó su relato el ex estudiante de la facultad de teología. Lo característico de toda esta historia es, que p. Porfirio no quiso ayudarlos a buscar el tesoro para no provocar la perdida del alma del desdichado maestro, en cambio ni se acordó de si mismo. Esto recuerda el caso del padre San Juan de Kronstadt, cuando lo llevaban a una casa, donde lo esperaban los asesinos: "Me llevan a la muerte" — dijo, pero no retrocedió. Al p. Porfirio, la muerte no lo asustaba, sino, temía la perdida de un alma humano.

P. Porfirio en su alma nunca dejo el Monte Athos. No había nada en este mundo, que lo interesara mas que el Sto Monte y particularmente la ermita Kavsikalivia. Cuando en 1984 él supo que el ultimo habitante de la celda de San Jorge la dejo y paso a vivir en el monasterio, se apresuro al Sto Monte a la gran abadía de San Atanacio, a la cual pertenecía la ermita, y pidió que dejaran a él, aquella celda. El siempre soñaba de volver al lugar de sus votos, en la celda de San Jorge, 60 años atrás. El padre se preparaba para el ultimo viaje terrenal de su vida, antes de la partida de este mundo. Y el Señor escuchó el deseo de su corazón. Le fue dado irse con el Señor en el lugar de sus primeras hazañas.

Durante dos ultimos años de su vida terrenal p. Porfirio a menudo hablaba como va a responder en el Juicio Final. Comenzaba prepararse cuidadosamente a la muerte. Le gustaba recordar una historia de Paterik, donde un anciano monje, sintiendo la cercanía de su fin, se preparo la tumba y dijo a su discípulo: "Hijo mío, las piedras son resbalosas y el camino abrupto, puedes lastimarte si piensas llevar mi cuerpo a la tumba. Vamos allá, mientras todavía puedo caminar." El discípulo, sosteniendo al anciano, lo llevó hasta la tumba. El anciano se acostó en ella y entrego su alma a Dios.

Después, que p. Porfirio recibió la celda de San Jorge, ubicó allí primero a sus discípulos y predijo, que cuando su numero llegara a cinco, él mismo vivirá en ella. Durante el verano de 1991 allí ya vivían cinco monjes. El hijo espiritual del padre, doctor en teología, Constantino Grigoriadis, así relata su visita a p. Porfirio en Kavsokalivia:

"Encontrándome en la ermita de Kavsokalivia en la mitad de octubre de 1991, un mes y medio antes del deceso de p. Porfirio, supe que él vive aquí. Alegrándome por esta noticia, fui a visitarlo. El me recibió muy amablemente y pasamos tres horas en conversación espiritual. Ambos estabamos emocionados con este encuentro. Pregunté al padre porque pasaba esto. El me contestó: " No esperaba encontrarte aquí, en el lugar de mis votos. Esta celda significa mucho para mi, aquí comencé mi vida espiritual. Aquí llegue a los maestros espirituales de santa memoria, Pantaleon y Ioanikio. Y el Señor me permitió volver de nuevo aquí." Sus ojos ciegos y cerrados se llenaron de lagrimas alegres de agradecimiento a Dios.

Por su pedido, no lejos de la celda fue preparada la tumba para él. El dictó su ultima carta de despedida, en la cual pedía perdón a todos y daba su enseñanza. En la ultima noche de su vida terrenal él se confesó y comulgó. Después de esto sus discípulos comenzaron a leer el canon para la salida del alma. También leyeron la regla de la celda de gran ermita, según el rosario.

Las ultimas palabras de p. Porfirio eran las palabras evangélicas del Salvador en conversación de despedida con sus discípulos: "Que todos sean unidos." Y luego apenas audible, susurró: "Ve" y exhaló el espíritu. El Señor llevó su alma luminosa a las 4.31 de la mañana, el 2 de diciembre de 1991.

El día siguiente al amanecer, en cuanto el sol iluminó con sus rayos la cima del Monte Athos, sus santos restos fueron cubiertos por tierra. Para su alma brilló la luz de la vida eterna.

El hecho, que el padre Porfirio esta vivo con Dios, después de su muerte y pide por nosotros, muestra el caso siguiente: Hay en Atenas un hombre muy instruido, hijo espiritual de p. Porfirio, quien en forma regular se dirigía a él por consejo y, a menudo, no teniendo la posibilidad de visitarlo, llamaba por teléfono. Cuando el p. Porfirio se fue con el Señor, este hombre se encontraba en otra ciudad y no sabia nada de la muerte del padre. Después de volver a Atenas, surgieron algunas dificultades familiares, y él como siempre decidió de llamar a p. Porfirio, buscando su consejo. Tomo el teléfono, marco el numero y escucho la voz de p. Porfirio. Lo saludó, pidió su bendición y le contó sus dificultades. P. Porfirio lo escucho y le dio un valioso consejo. Contento el hijo espiritual dijo: "Vendré pronto a verlo, en cuanto me libere." A esto p. Porfirio respondió: "No me llames mas, porque ya estoy muerto."

Pero Dios no es Dios de los muertos, sino Dios de los vivos, y creemos que el p. Porfirio esta vivo con Dios, escucha nuestras oraciones y tiene fuerza para ayudarnos, e interceder por nosotros pecadores ante el trono del Altísimo!

San Gregorio Palamás y la Tradición de los Padres ( P. George Florovsky )



“Siguiendo a LOS SANTOS PADRES…” Era usual en la Iglesia Antigua introducir declaraciones doctrinales con frases como esta. El Decreto de Calcedonia se abrió precisamente con estas palabras. El Séptimo Concilio Ecuménico introduce su decisión concerniente a los Santos Iconos de una forma muy elaborada: “Siguiendo las enseñanzas divinamente inspiradas de los Santos Padres y de la Tradición de la Iglesia Católica…”. La Didaskalia de los padres es el término formal y normativo de referencia.



Ahora, esto era mucho más que “llamada a la antigüedad”. En efecto, la Iglesia siempre insiste en la permanencia de su fe a través de los siglos, desde el principio. Esta identidad, desde tiempos apostólicos, es el signo más evidente y simbólico de la fe siempre invariable. Sin embargo, la “antigüedad” por sí misma no es una prueba suficiente de la verdadera fe. Por otra parte, el mensaje cristiano era obviamente una novedad llamativa para el “mundo antiguo” y, de hecho, era una llamada a la “actualización” radical. Lo “viejo” ha desaparecido, y todo se ha hecho “nuevo”. Por otro lado, las herejías también apelaban al pasado e invocaban la autoridad de ciertas “tradiciones”. De hecho, las herejías eran, a menudo, persistentes al pasado (1). Las fórmulas arcaicas a menudo pueden ser peligrosamente engañosas. Vicente de Lérins era plenamente consciente de este peligro. Bastaría con citar este conmovedor pasaje suyo: “Y ahora, lo que es un increíble revés de la situación es que entre los autores de la misma opinión se encuentren católicos, pero como seguidores de los herejes; los maestros son absueltos, los discípulos son condenados; los escritores de libros serán hijos del Reino, y sus seguidores irán a la Gehena” (Commonitorium, cap. 6). Vicente tenía en mente, por supuesto, a San Cipriano y a los donatistas. San Cipriano mismo hico frente a la misma situación. La “antigüedad” como tal puede pasar a ser solo un prejuicio habitual: nam antiquitas sine veritate vetustas erroris est (Epist. 74). Es decir, “las costumbres antiguas”, como tales, no garantizan la verdad. La “verdad” no es solo un “hábito”.



La verdadera tradición es solo la tradición de la verdad, traditio veritatis. Esta tradición, según San Irineo, está basada en, y asegurada por, este charisma veritatis certum (carisma seguro de la verdad), que fue “depositado” en la Iglesia desde el principio y ha sido preservado por la sucesión ininterrumpida del ministerio episcopal. La “Tradición” en la Iglesia no es una continuidad de la memoria humana, o una permanencia de ritos y costumbres. Es una tradición viva (depositum juvenencens), según las palabras de San Irineo. En consecuencia, no puede ser contada inter mortuas regulas (entre reglas muertas). Básicamente, la tradición es una continuidad de la presencia perdurable del Espíritu Santo en la Iglesia, una continuidad de la guía y la iluminación divina. La Iglesia no está fundada en la “letra”. Más bien, se mueve constantemente por el “Espíritu”. El mismo Espíritu, el Espíritu de la verdad, que “habló por los profetas”, que guió a los apóstoles, aún está guiando continuamente a la Iglesia a la más completa comprensión y entendimiento de la divina verdad, desde la gloria hacia la gloria.



“Siguiendo a los Santos Padres…”. Esta no es una referencia a alguna tradición abstracta, de fórmulas y proposiciones. Es primeramente una llamada al santo testimonio. De hecho, apelamos a los apóstoles, y no a una abstracta “apostolicidad”. De forma similar nos referimos a los padres. El testimonio de los padres pertenece, intrínseca e integralmente, a la verdadera estructura de la creencia ortodoxa. La Iglesia está igualmente comprometida con el kerygma de los apóstoles y el dogma de los padres. Podemos citar en este punto un antiguo y admirable himno (probablemente escrito de manos de San Romano el Melodos) “Preservando el kerygma de los apóstoles y los dogmas de los padres, la Iglesia ha sellado la única fe y revistiendo la túnica de la verdad moldea rectamente el brocado de la teología celestial y alaba el gran misterio de la piedad” (2).



La mente de los Padres



La Iglesia es de hecho “apostólica”. Pero también es patrística. Es intrínsecamente la “Iglesia de los Padres”. Estas dos características no se pueden separar. Solo siendo “patrística”, la Iglesia es verdaderamente “apostólica”. El testimonio de los padres es mucho más que una simple función histórica, una voz del pasado. Citemos otro himno del oficio de los Tres Santos Jerarcas. “Con la palabra del conocimiento habéis compuesto los dogmas que los pescadores de hombres establecieron primeramente con simples palabras, con el conocimiento del poder del Espíritu, y así nuestra simple fe ha adquirido composición”. Hay, por así decirlo, dos etapas básicas en el anuncio de la fe cristiana. “Nuestra simple fe ha adquirido composición”. Hubo un impulso interior, una lógica interna, una necesidad interna, en esta transición del kerygma al dogma. En efecto, la enseñanza de los Padres, y el dogma de la Iglesia, siguen siendo los mismos “simples mensajes” que una vez fueron dados y depositados, de una vez para siempre, por los apóstoles. Pero ahora está, por así decir, propia y completamente articulados. La predicación apostólica es mantenida viva en la Iglesia, y no solo preservada. En este sentido, la enseñanza de los padres es una categoría permanente de la existencia cristiana, una constante y última medida y criterio de la recta fe. Los padres no solo son testigos de la fe antigua, testes antiquitatis. Son más bien testigos de la verdadera fe, testes veritatis. “La mente de los padres”, es un término intrínseco de referencia en la teología ortodoxa, no menos que la palabra de la Santa Escritura, y de hecho, nunca separada de ella. Como se ha dicho muy bien: “La Iglesia Católica de todos los tiempos no es simplemente una hija de la Iglesia de los padres, es y sigue siendo la Iglesia de los Padres” (3).



El carácter esencial de la teología patrística



La principal marca distintiva de la teología patrística era su “carácter esencial”, si debemos usar este neologismo actual. Los padres teologizaron, como San Gregorio de Nacianzo dijo, “a la manera de los apóstoles, no en la de Aristóteles (alieutikos, ouk aristotelikos) (Homilía 23, 12). Su teología era aún un “mensaje”, un kerygma. Su teología era aún “teología kerygmática”, aunque a menudo se organizaba y se suministraba con argumentos lógicamente intelectuales. La última referencia a la visión de la fe, con el conocimiento y la experiencia espiritual. A parte de la vida en Cristo, la teología no trae convicción y, si está separada de la vida de la fe, la teología podría degenerar en dialécticas vacías, una vana polilogía, sin ninguna consecuencia espiritual. La teología patrística estaba enraizada esencialmente en decisivo compromiso de la fe. No era una “disciplina” auto explicativa, que pudiera ser presentada argumentativamente, esto es, aristotelikos, sin ningún compromiso espiritual a priori. En la etapa de los conflictos teológicos y de los incesantes debates, los grandes padres capadocios protestaron formalmente contra el uso de la dialéctica, de los “silogismos aristotélicos”, y se esforzaron por hacer referencia de nuevo a la teología según la visión de la fe. La teología patrística solo puede ser predicada o “proclamada”, predicada desde el púlpito, proclamada también en palabras de oración y en los ritos sagrados, manifestando así la estructura total de la vida cristiana. La teología de este tipo nunca puede estar separada de la vida de la oración y del ejercicio de la virtud. “El clímax de pureza es el principio de la teología”, como dijo San Juan Clímaco: Telos de hagneias hypotheosis teologías (Escala Espiritual, grado 30).



Por otro lado, la teología de este tipo es siempre, por así decir, “propaidéutica”, ya que su fin último y su objetivo es conocer y reconocer el Misterio del Dios Vivo, dando así, de hecho, testimonio de él, de palabra y obra. La “teología” no es un fin en sí mismo. No es más que una forma. La teología, e incluso los “dogmas”, no presentan más que un “contorno intelectual” de la verdad, y un testimonio noético de ella. Solo en el acto de fe, este contorno es llenado con contenido. Las fórmulas cristológicas adquieren todo su sentido en aquellos que se han encontrado con Cristo Resucitado, y lo han reconocido como Dios y Salvador, morando por la fe en Él, en Su cuerpo, la Iglesia. En este sentido, la teología, no es nunca una doctrina auto explicativa. Es una llamada constante a la visión de la fe. “Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos”. A parte de este “anuncio”, las fórmulas teológicas están vacías y sin consecuencia. Por la misma razón, estas fórmulas nunca pueden ser tomadas “abstractamente”, es decir, fuera del contexto total de creencia. Es engañoso destacar las declaraciones particulares de los Padres para separarlas de la perspectiva general en las que se han pronunciado realmente, al igual que es engañoso manipular con citas separadas de la Escritura. Es un hábito peligroso “citar” a los Padres, esto es, sus dichos y frases aislados, fuera del lugar concreto en los que solo tienen su pleno y adecuado significado y están verdaderamente vivos. “Seguir” a los padres no significa solo “citarlos”. “Seguir” a los padres significa adquirir su “mente, su phronema.



El significado de la “Era” de los Padres



Ahora, hemos llegado al punto crucial. El nombre de “Padres de la Iglesia” está normalmente restringido a los maestros de la Iglesia Antigua. Y está normalmente asumido que su autoridad depende de su “antigüedad”, de su cercanía comparativa a la “Iglesia Primitiva”, a la “era” inicial de la Iglesia. San Jerónimo tuvo que refutar esta idea. De hecho, no hubo disminución de la “autoridad”, sino que hubo una disminución en la inmediatez de la competencia y el conocimiento espiritual, durante el transcurso de la historia cristiana. Por eso, sin embargo, esta idea de “disminución” repercutió fuertemente en nuestro pensamiento teológico moderno. Así pues, también es asumido muy a menudo, consciente o inconscientemente, que la Iglesia Primitiva estaba, por así decir, más cerca de la fuente de la verdad. Como admisión a nuestra propia insuficiencia e inadecuación, como un acto de humilde autocrítica, esa suposición es acertada y útil. Pero es peligroso hacer de ella la base de nuestra “teología de la historia de la Iglesia”, o incluso de nuestra teología la Iglesia. De hecho, la era de los apóstoles debería mantener su posición privilegiada. Sin embargo, sólo fue el principio. Se asume extensamente que la “era de los padres” también terminó, y por lo tanto es vista como una formación antigua, “anticuada”, en un sentido “arcaico”. El límite de la “era patrística” es definido de diversas formas. Es normal ver a San Juan Damasceno como el “último padre” en Oriente, y San Gregorio el Dialoguista o Isidoro de Sevilla como el “último” en Occidente. Esta periodización fue bastante controvertida en los últimos tiempos. ¿No deberíamos, por ejemplo, incluir al menos a San Teodoro el Estudita, entre los “padres? Mabillon sugirió que Bernardo de Clairvaux, el Doctor melifluo, era “el último de los padres, y seguramente igual a los anteriores” (4). En realidad, es más que una cuestión de periodización. Desde el punto de vista occidental, “la era de los padres” estuvo sucedida, y de hecho superada, por la “era de los escolásticos”, lo cual fue un paso fundamental. Desde el surgimiento del escolasticismo, la “teología patrística” quedó anticuada, se convirtió en realmente en un “era pasada” una especie de preludio arcaico. Este punto de vista, legitimado por Occidente, fue, muy desafortunadamente, aceptado también por muchos en Oriente, ciega y críticamente. En consecuencia, se debe hacer frente a la alternativa. Cualquiera de los dos tiene que lamentar el “atraso” de Oriente, que nunca desarrolló ninguna “escolástica” propia. O se debería volver a la “era antigua” de una forma más o menos arqueológica, y practicar lo que fue descrito recientemente con humor, como una “teología de la repetición”. La última, de hecho, es una forma peculiar de “escolasticismo” imitativo.



Ahora, no es raramente sugerido que, probablemente, “la edad de los padres” terminó mucho antes que San Juan Damasceno. Muy a menudo no se procede más allá de la era de Justiniano, o incluso del Concilio de Calcedonia. ¿No era Leoncio de Bizancio ya el “primero de los escolásticos”? psicológicamente, esta actitud es bastante comprensible, aunque no se puede justificar teológicamente. En efecto, los padres del siglo IV son mucho más impresionantes, y su grandeza es única, lo cual no se puede negar. Sin embargo, la Iglesia se mantuvo plenamente viva incluso después de Nicea y Calcedonia. El énfasis actual en los “primeros cinco siglos” distorsiona peligrosamente la visión teológica, y evita la correcta comprensión del propio dogma de Calcedonia. El decreto del Sexto Concilio Ecuménico es a menudo considerado como una especie de “apéndice” a los de Calcedonia, interesante solo para especialistas en teología, y la gran figura de San Máximo es Confesor es casi completamente ignorada. En consecuencia, el significado teológico del Séptimo concilio Ecuménico se oscureció peligrosamente y, cualquiera podría preguntarse por qué la fiesta de la Ortodoxia debe estar relacionada con la conmemoración de la victoria de la Iglesia sobre los iconoclastas. ¿No era solo una “controversia ritual”? A menudo olvidamos que la famosa fórmula del Consensus quinquesaecularis (acuerdo de los cinco siglos), esto es, en realidad, hasta Calcedonia, era una fórmula protestante, y reflejaba una peculiar y protestante “teología de la historia”. Era una fórmula restrictiva, tanto como pareciera ser inclusiva para los que querían estar aislados de la era apostólica. El punto es, sin embargo, que la actual fórmula oriental de los “Siete Concilios Ecuménicos” es a penas mejor, si se tiende, como normalmente se hace, a restringir o limitar la autoridad espiritual de la Iglesia a los primeros ocho siglos, como si la “época dorada” del cristianismo hubiera ya pasado y estuviéramos ahora, probablemente, ya en la Edad de Hierro, mucho menor en la escala de vigor espiritual y autoridad. Nuestro pensamiento teológico ha sido peligrosamente afectado por el patrón de la decadencia, adoptado por la interpretación de la historia cristiana de occidente tras la Reforma. La plenitud de la Iglesia era interpretada entonces de forma estática, y la actitud de la Antigüedad fue, en consecuencia, distorsionada y malinterpretada. Después de todo, no hay mucha diferencia, si se restringe la autoridad normativa de la Iglesia de un siglo, cinco, u ocho. No sería restringida del todo. Consecuentemente, no hay lugar para ninguna “teología de la repetición”. La Iglesia sigue siendo la autoridad final como lo fue en los tiempos pasados, ya que el Espíritu de la Verdad la acelera ahora a no ser menos eficaz que en los tiempos antiguos.



El legado de la teología bizantina



Uno de los resultados inmediatos de nuestra descuidada periodización es que simplemente ignoramos el legado de la teología bizantina. Estamos preparados, ahora más que en décadas pasadas, para admitir la perenne autoridad de “los padres”, especialmente por el resurgimiento de los estudios patrísticos en occidente. Pero todavía tendemos a limitar el ámbito de admisión, y obviamente “los teólogos bizantinos” no son contados fácilmente entre los “padres”. Nos inclinamos a discriminar, y no rígidamente, entre “patrología” (de una manera más o menos en sentido estricto) y “bizantinismo”. Aún nos sentidos inclinados a considerar el “bizantinismo” como una secuela inferior a la época patrística. Aún tenemos dudas sobre su relevancia normativa en el pensamiento teológico. Ahora, la teología bizantina era algo más que una “repetición” de la teología patrística, ni lo que era nuevo en sí de inferior calidad en comparación con la “antigüedad cristiana”. En efecto, la teología bizantina era una continuación orgánica de la era patrística. ¿Hubo alguna ruptura? ¿Se ha cambiado alguna vez el ethos de la Iglesia Ortodoxa de Oriente, en un determinado momento o fecha de la historia, la cual, sin embargo, nunca se ha identificado por unanimidad, para que el “tardío” desarrollo fuera de menor autoridad o importancia, si de alguna? Este reconocimiento parece estar implícito silenciosamente en el compromiso restrictivo de los siete concilios ecuménicos. Así, San Simeón el nuevo Teólogo y San Gregorio Palamás simplemente se dejan fuera, y los grandes concilios hesicastas del siglo XIV son ignorados y olvidados. ¿Cuál es su posición y autoridad en la Iglesia?



Ahora, de hecho, San Simeón y San Gregorio todavía son maestros autoritarios e inspiradores para aquellos que, en la Iglesia Ortodoxa, se esfuerzan por la perfección y viven la vida de oración y contemplación, ya sea en las supervivientes comunidades monásticas, o en la soledad del desierto, o incluso en el mundo. Este pueblo creyente no está al tanto de cualquier “ruptura” entre “patrística” y “bizantinismo”. La Filocalía, esa gran enciclopedia de piedad oriental, que incluye escritos de muchos siglos, es, en nuestros días, cada vez más, el manual de orientación e instrucción para aquellos que están dispuestos a practicar la Ortodoxia en nuestra situación contemporánea. La autoridad de su compilador, San Nicodemo de la Santa Montaña, ha sido reconocida recientemente y realzada por su canonización formal en la Iglesia. En este sentido, estamos obligados a decir, “la era de los Padres” continúa aún en “la Iglesia orante”. ¿No debería continuar también en nuestra búsqueda teológica y estudio, la investigación e instrucción? ¿No deberíamos recuperar “la mente de los padres” también en nuestra enseñanza y pensamiento teológico? Para recuperarla, de hecho, no como una forma arcaica, y no sólo como una venerable reliquia, sino como una actitud existencial, como una orientación espiritual. Sólo en esta forma puede ser reintegrada nuestra teología en la plenitud de la existencia cristiana. No es suficiente con mantener una “liturgia bizantina”, como lo hacemos nosotros, restaurando la iconografía bizantina y la música bizantina, como tampoco somos reacios a hacerlos consistentemente, y practicar ciertos modos bizantinos de devoción. Debemos ir a las raíces mismas de la “piedad” tradicional, y recuperar la “mente” patrística. De lo contrario, corremos el riesgo de estar divididos interiormente (como lo están muchos en nuestro entorno realmente), entre las formas “tradicionales” de la “piedad” y el poco convencional hábito del pensamiento teológico. Es un peligro real. Como “adoradores”, aún permanecemos en la “tradición de los padres”. ¿No deberíamos estar firmes, consciente y abiertamente, en la misma tradición, tanto como “teólogos” como testigos y maestros de la Ortodoxia? ¿Podemos mantener nuestra integridad de cualquier otra forma?



San Gregorio Palamás y la Theosis



Todas estas consideraciones preliminares son muy importantes para nuestro propósito inmediato. ¿Cuál es el legado teológico de San Gregorio Palamás? San Gregorio no fue un teólogo especulativo. Era un monje y un obispo. No estaba preocupado por los problemas abstractos de la filosofía, a pesar de que estaba bien adiestrado también en este campo. Se preocupaba exclusivamente por los problemas de la existencia cristiana. Como teólogo, era simplemente un intérprete de la experiencia espiritual de la Iglesia. Casi todos sus escritos, a excepción, probablemente, de sus homilías, fueron escritos ocasionales. Estuvo luchando con los problemas de su propio tiempo, pues era un tiempo crítico, una era de controversia y ansiedad. En efecto, era también una época de renovación espiritual.

San Gregorio fue acusado de innovaciones subversivas por los enemigos de su tiempo. Esta carga aún es mantenida contra él en occidente. De hecho, sin embargo, San Gregorio estaba profundamente arraigado en la tradición. No es difícil rastrear la mayoría de sus puntos de vista y motivaciones con los padres capadocios y San Máximo el Confesor, que fue, por cierto, uno de los más populares maestros de pensamiento y devoción bizantina. En efecto, San Gregorio también estaba íntimamente familiarizado con los escritos del pseudo Dionisio. Estaba enraizado en la tradición. Sin embargo, su teología no era, en ningún sentido, una “teología de repetición”. Tenía una extensión creativa de la tradición antigua. Su punto de inicio era la Vida de Cristo.



De entre todos los temas de la teología de San Gregorio vamos a destacar uno, quizá el más crucial y el más controvertido. ¿Cuál es el carácter básico de la existencia cristiana? El objetivo final y el propósito de la vida humana se definió en la tradición patrística como “theosis” (divinización). El término es bastante ofensivo para el oído moderno. No se puede representar adecuadamente en cualquier lengua moderna, ni siquiera en América. Incluso en griego es bastante pesado y pretencioso. De hecho, es una palabra atrevida. El significado de la palabra es, sin embargo, simple y lúcido. Fue uno de los términos cruciales en el vocabulario patrístico. Bastaría citar en este punto a San Atanasio. Gegonen gar anthropos, hin hemas en eauto theopoíese (Se hizo hombre para divinizarnos en Sí mismo) (Ad Adelphium 4). Autos gar enentrhopesen ina emeis theopoiethomen. (Se hizo hombre para que pudiéramos ser divinizados) (De Incarnatione 54). San Atanasio prosigue aquí, en realidad, la idea favorita de San Irineo: qui propter immensam dilectionem suam factus est quod sumus nos, uti nos perficeret esse quod est ipse (El cual, por su inmenso amor se convirtió en lo que somos, para que pudiera conducirnos a ser incluso lo que Él mismo es) (Contra los Herejes, V, Prefacio). Era la convicción común de los padres griegos. Se pueden citar ampliamente en San Gregorio de Nacianzo. San Gregorio de Nisa, San Cirilo de Alejandría, San Máximo, y de hecho en San Simeón el Nuevo Teólogo. El hombre es siempre lo que es, es decir, una criatura. Pero se ha prometido y garantizado, en Cristo Jesús, el Verbo hecho hombre, una íntima participación en lo divino: la vida eterna e incorruptible. La principal característica de la theosis es, según los padres, precisamente la “inmortalidad” o “incorrupción”. Pues solo Dios “tiene la inmortalidad” (o monos ejon athanasían) (1ª Timoteo 6:16). Pero ahora, el hombre es admitido a una íntima “comunión” con Dios, por medio de Cristo y por el poder del Espíritu Santo. Y esto es mucho más que una comunión “moral”, y mucho más que una perfección humana. Sólo la palabra theosis puede exponer adecuadamente la singularidad de la promesa y el ofrecimiento. El término theosis es de hecho bastante embarazoso, si quisiéramos pensar en categorías “ontológicas”. De hecho, el hombre no puede simplemente convertirse en un dios. Pero los padres pensaban en términos “personales”, y el misterio de la comunión personal fue englobado en este punto. Theosis significa un encuentro personal. Y así, la relación íntima del hombre con Dios, en la que se centra la totalidad de la existencia humana está, por así decir, impregnada de la presencia divina (5).



Sin embargo, el problema permanece: ¿cómo puede ser, incluso, esta relación compatible con la divina Trascendencia? Y este es el punto crucial, ¿se encuentra realmente el hombre con Dios en la vida presente sobre la tierra? ¿Se encuentra el hombre con Dios, verdadera y ciertamente, en su vida presente de oración? O, ¿no es más que una acción a distancia? La afirmación común de los padres de oriente era que su ascenso devocional, el hombre se encuentra realmente con Dios y contempla su gloria eterna. Ahora, ¿cómo es posible, si Dios “habita en la luz inaccesible? La paradoja fue especialmente fuerte en la teología oriental, que siempre ha estado comprometida con la creencia de que Dios era absolutamente “incomprensible” (akataleptos) e incognoscible en su naturaleza o esencia. Esta convicción se expresa poderosamente en los padres capadocios, especialmente en su lucha contra Eunomio, y también por San Juan Crisóstomo, en su magnífico discurso Peri Akataleptou (Sobre la incomprensibilidad de la naturaleza de Dios). Así, si Dios es absolutamente “incomprensible” en Su esencia, y según su Esencia simplemente no puede ser “comulgado”, ¿cómo puede ser posible la theosis? “Uno insulta a Dios cuanto trata de aprehender Su ser esencial”, dice San Juan Crisóstomo. Ya en San Atanasio encontramos una clara distinción entre la verdadera “esencia” de Dios y su poder y munificencia: Kai en pasi men estí kata tin eautou agathoteta, ejo de ton pandon palin esti kata tin idían physin (Él está en todo por su amo, pero fuera de todo por su propia naturaleza) (De Decretis II). La misma concepción fue cuidadosamente elaborada por los capadocios. La “esencia de Dios” es absolutamente inaccesible a Dios, dice San Basilio (Contra Eunomio 1:14). Conocemos a Dios solo en sus obras, y por sus obras: Emeis de ek men to energeion gnorizein legomen ton Theon imón, te de ousía prosengízein ouk hypisjnoumeza ai men gar energeia autou pros imas katabainousin, he de ousía autou menei aprosios, (Decimos que conocemos a nuestro Dios por sus energías [actividades], pero no profesamos el acercarnos a su esencia, pues sus energías descienden a nosotros, pero su esencia permanece inaccesible (Epist. 234, Contra Anfiloquio). Sin embargo, es un verdadero conocimiento y no una conjetura o deducción: ai energeiai autou pros imas katabainousin. En la frase de San Juan Damasceno, estas acciones o “energías” de Dios son la verdadera revelación del mismo Dios: i theia ellampsis kai energeía (Exposición de la fe ortodoxa 1:14). Es una presencia real, y no simplemente una praesentia operativa, sicut agens adest ei in quod agit (como el actor está presente en la obra en la que actúa). Esta forma misteriosa de Divina Presencia, a pesar de la trascendencia absoluta de la esencia divina, sobrepasa todo entendimiento. Pero no es menos cierta por eso.



San Gregorio Palamás se encuentra en una tradición antigua en este punto. En sus “energías” el incomprensible Dios se acerca misteriosamente al hombre. Y este Divino movimiento obra el encuentro: proodos eis ta ejo, según la frase de San Máximo (Scholia in De Div. Nom., 1:5).



San Gregorio comienza con la distinción entre “gracia” y “esencia”: he theia kai theopoios ellampsis kai jaris ouk ousía, all’energeía estí Theou (lo divino y la iluminación de lo divino y la gracia no es la esencia, sino la energía de Dios; Capita Phys., Theolog., etc. 68-69). Esta distinción básica fue formalmente aceptada y elaborada en los grandes concilios de Constantinopla 1341 y 1351. Los que negaran esta distinción serían anatematizados y excomulgados. El anatema del concilio del 651 está incluido en el rito del Domingo de la Ortodoxia, en el Triodion. Los teólogos ortodoxos están obligados por esta decisión. La esencia de Dios es absolutamente amethekte (incomunicable). La fuente y el poder de la theosis humana no es la esencia divina, sino “la gracia de Dios”: theopoios energeía, hes ta metejonta theountai, theia tis esti jaris, all’ouk he physis toy theou (la energía divina, mediante la cual uno es divinizado, es una gracia divina, pero de ninguna forma la esencia de Dios; ibíd., 92-93). La “jaris” no es idéntica a la “ousía”. Es thei kai aktistos jaris kai energeía (la gracia y la energía divina e increada; ibíd., 69). Esta distinción, sin embargo, no implica o efectúa división o separación. Ni es sólo un “accidente”, oute symbebekotos (ibíd., 127). Las energías “proceden” de Dios y manifiestan su propio Ser. El término proienai (proceder) simplemente sugiere diakrisin (distinción), pero no una división: ei kai dienenoche tes physeos, ou diaspatai he tou Pneumatos jaris (la gracia del Espíritu es diferente de la Sustancia, y sin embargo no está separada de ella; Teófano, p. 940).



En realidad, toda la enseñanza de San Gregorio presupone la acción del Dios personal. Dios se mueve hacia el hombre y lo abraza por su propia “gracia” y acción, sin dejar phos aprositon (la luz inaccesible), en la que habita eternamente. La última propuesta de la enseñanza teológica de San Gregorio fue la defensa de la realidad de la experiencia cristiana. La salvación es más que el perdón. Es una genuina renovación del hombre. Y esta renovación es llevada a cabo, no por la descarga o liberación de ciertas energías naturales implicadas en el propio ser creado del hombre, sino por las “energías” de Dios mismo, que abarcan y se encuentran con el hombre, y lo admiten a una comunión con Él. De hecho, la enseñanza de San Gregorio afecta a todo el sistema de la teología, y al cuerpo de la doctrina cristiana. Comienza con la clara distinción entre “naturaleza” y “voluntad” de Dios. Esta distinción era también característica en la tradición oriental, al menos desde San Atanasio. En este punto debemos preguntarnos: ¿Es compatible esta distinción con la “simplicidad” de Dios? ¿No deberíamos mejor considerar todas estas distinciones como meras conjeturas lógicas, necesarias para nosotros, pero en ninguna instancia, sin ninguna significación ontológica? Como cuestión de hecho, San Gregorio Palamás fue atacado por sus oponentes precisamente por este punto de vista. El Ser de Dios es simple, y en Él, incluso todos los atributos coinciden. Ya San Agustín divergía en este punto de la tradición oriental. Bajo presuposiciones agustinianas la enseñanza de San Gregorio es inaceptable y absurda. San Gregorio mismo se anticipaba a la anchura de las implicaciones de su distinción básica. Si uno no lo acepta, lo critica, y así sería imposible discernir claramente entre la “generación” del Hijo y la “creación” del mundo, siendo ambos actos de la esencia, y esto conduciría a una confusión total en la doctrina trinitaria. San Gregorio fue bastante formal en este punto.



Si según los delirios de los oponentes y de los que están de acuerdo con ellos, la energía divina no difiere de ninguna forma de la esencia divina, entonces el acto de la creación, que pertenece a la voluntad, no diferirá de ninguna forma de la generación (gennan) y procesión (ekporeuein), que pertenece a la esencia. Si la creación no es diferente de la generación y procesión, entonces las criaturas no diferirán en ninguna forma del Unigénito (gennematos) y del Proyectado (problematos). Si tal es el caso según ellos, entonces ambos, el Hijo de Dios y el Espíritu Santo, no serán diferentes de las criaturas, y las criaturas serán todas unigénitas (gennemata) y proyectadas (problemata) por Dios el Padre, y la creación será deificada y Dios será dispuesto con las criaturas. Por esta razón, el venerable Cirilo, mostrando la diferente entre la esencia y la energía de Dios, dice que la generación pertenece a la naturaleza divina, mientras que la creación pertenece a su energía divina. Esto lo muestra claramente diciendo: “naturaleza y energía no son lo mismo”. Si la esencia divina de ninguna forma difiere de la energía divina, entonces la generación (gennan) y la proyección (ekporeuein) no diferirán de ninguna forma de la creación (poiein). Dios el Padre crea por el Hijo y en el Espíritu Santo. Así, también genera y proyecta por el Hijo y el Espíritu Santo, según la opinión de sus oponentes y los que están de acuerdo con ellos (Capita 96 y 97).



San Gregorio cita a San Cirilo de Alejandría. Pero San Cirilo, en este punto, estaba repitiendo simplemente a San Atanasio. San Atanasio, en su refutación del arrianismo, enfatizaba formalmente la máxima diferente entre ousia (esencia) o physis (sustancia), por un lado, y la boulesis (voluntad), por la otra. Dios existe, y entonces también obra. Hay una cierta “necesidad” en el Ser divino, de hecho no una necesidad de compulsión, y no fatum, sino una necesidad de ser en sí mismo. Dios simplemente es lo que es. Pero la voluntad de Dios es eminentemente libre. En ningún sentido está necesitado de hacer lo que hace. Así, gennesis (generación) es siempre kata physin (según la esencia), pero la creación es bouleseos ergon (energía de la voluntad) (Contra los Arrianos III, 64-66). Estas dos dimensiones, la del ser y la del obrar, son diferente, y deben ser claramente distinguidas. Por supuesto, esta distinción no compromete en ninguna forma la “divina simplicidad”. Sin embargo, es una distinción real, y no sólo un recurso lógico. San Gregorio era completamente consciente de la importancia crucial de esta distinción. En este punto, era un verdadero sucesor del gran Atanasio y de los jerarcas capadocios.



Se ha sugerido recientemente que la teología de San Gregorio debería ser descrita en términos modernos como una “teología existencialista”. De hecho, defirió radicalmente de las concepciones modernas que actualmente son indicadas por este término. Sin embargo, en ningún caso, San Gregorio no estuvo opuesto claramente a toda clase de “teologías existencialistas” que fracasan justificando la libertad de Dios, el dinamismo de la voluntad de Dios, y la realidad de la divina acción. San Gregorio trazaría su tendencia hacia Orígenes. Era el dilema de los metafísicos impersonalistas griegos. Si hay alguna posibilidad para los metafísicos cristianos, deben ser metafísicos de personas. El punto inicial de la teología de San Gregorio era la historia de la salvación: a gran escala, la historia bíblica, que consiste en los hechos divinos, culminando en la Encarnación del Verbo y su glorificación por medio de la Cruz y la Resurrección; a menor escala, la historia del hombre cristiano, esforzándose por la perfección, y ascendiendo paso a paso, hasta encontrar a Dios en la visión de Su gloria. Era usual describir la teología de San Ireneo como una “teología de los hechos”. Con no menos justificación debemos describir también la teología de San Gregorio Palamás como una “teología de los hechos”.



En nuestro propio tiempo, estamos llegando cada vez más a la convicción de que la “teología de los hechos” es la única teología ortodoxa sensata. Es bíblica. Es patrística. Está en plena conformidad con la mente de la Iglesia.



En esta conexión debemos considerar a San Gregorio Palamás como nuestro guía y maestro, en nuestro esfuerzo por teologizar desde el corazón de la Iglesia.




Notas



1. Se ha sugerido recientemente que los gnósticos eran en realidad los primeros en invocar formalmente la autoridad de una “tradición apostólica” y que era su uso lo que movió a San Ireneo a elaborar su propia concepción de Tradición. D. B. Reynders: “Paradosis: Le proges de l’idee de tradition jusqu’a Saint Irenee », en Recherches de Theologie ancienne et medievale, V (1933), Louvain, 155-91. En cualquier caso, los gnósticos solían referirse a “tradición”.



2. Paul Maas, ed. Fruhbyzantinische Kirchenpoesie, I (Bonn, 1910), pg. 24



3. Louis Bouyer, “Le renouveau des etudes patristiques”, en La Vie Intellectuelle, XV, (Febrero 1947), 18.



4. Mabillon, Bernardi Opera, Praefatio generalis, n. 23 (Migne, P. L. CLXXXII, c. 26).



5. Cf. M. Lot-Borodine, “La doctrine de la deification dans l’Eglise grecque jusqu’au XI siecle”, en Revue de l’histoire des religions, tomo CV, nº1 (enero-febrero 1932), 5-43 ; tomo CVI, nº 2-3 (septiembre-diciembre 1932), 525-74 ; tomo CVII, nº 1 (enero-febrero 1933), 8-55.


Del capítulo 7 de Colección de Obras de Georges Florovsky, vol. I, Biblia, Iglesia, Tradición: una mirada ortodoxa oriental (Vaduz, Europa: Buchervertriebsanstalt, 1987), pgs. 105-120.



http://cristoesortodoxo.com/2013/11/27/san-gregorio-palamas-y-la-tradicion-de-los-padres/

Historia del Imperio Bizantino. (16)




Continuación de la (15)

El Comercio Bajo Justiniano. Cosmas Indicopleustes. Las Fortificaciones.

El período de Justiniano marcó con una huella muy rotunda la historia del comercio bizantino. En el período cristiano, como en los tiempos del Imperio romano pagano, el comercio se mantenía sobre todo con Oriente. Los objetos de comercio más raros y preciosos llegaban de los remotos países chinos e hindúes. La Europa occidental, entonces en el estadio de la formación de nuevos Estados germánicos—algunos de los cuales fueron conquistados por los generales de Justiniano,— vivía en condiciones muy desfavorables para el desarrollo de una vida económica propia. El Imperio romano de Oriente, con su capital, tan ventajosamente situada, se convirtió, por fuerza de las cosas, en intermediario entre Oriente y Occidente, papel que conservó hasta las Cruzadas.



Pero el Imperio bizantino mismo no estaba en relación comercial directa con los países del Extremo Oriente, sino que el Imperio persa de los Sasánidas le servía de intermediario, hallando enormes beneficios en las transacciones que practicaba con los mercaderes bizantinos. Hacia el Lejano Oriente existían entonces dos rutas, una terrestre, marítima la otra. Desde las fronteras occidentales de China llegaban las caravanas hasta la Sogdiana (hoy Bukhara) y la frontera persa y las mercancías pasaban de manos de los traficantes chinos a las de los persas, quienes las transportaban hasta las aduanas del Imperio bizantino. La vía marítima comprendía las etapas siguientes: los mercaderes chinos llevaban sus géneros en barcos hasta la isla de Trapobana (Ceilán), al sur de la península del Dekan. Allí las mercancías chinas eran transbordadas a buques, persas en su mayoría, que las llevaban por el océano índico y el golfo Pérsico a las desembocaduras de los ríos Tigris y Eufrates. Remontando este último río, alcanzaban la aduana bizantina sita en sus márgenes. Así que el comercio de Bizancio con Oriente dependía muy estrechamente de las relaciones que hubiera entre Persia y Bizancio, y como las guerras persobizantinas se habían hecho crónicas, las relaciones mercantiles de Bizancio con Oriente sufrían graves trabas y constantes interrupciones. El principal artículo comercial era la seda de China, cuyo secreto de fabricación celaban los chinos muy estrictamente. Las dificultades de la importación de la seda hacían subir mucho su precio y el de sus derivados en los mercados bizantinos. A más de seda, China y la India exportaban a Occidente perfumes, especias, algodón, piedras preciosas y otros artículos que hallaban en Bizancio vasta salida.

Deseoso de sacudir la dependencia económica de Bizancio respecto a Persia, Justiniano trató de encontrar otra vía comercial hacia la India y la China, vía que necesitaba ser exterior a la esfera del dominio pérsico.

Bajo Justiniano se publicó un notable escrito que nos da valiosos informes sobre la geografía de las cuencas del mar Rojo y océano índico, así como sobre las relaciones comerciales con la India y China. Nos referimos a la Topografía o Cosmografía cristiana, escrita por Cosmas Indicopleustes (1) a mediados del siglo VI.

Cosmas, natural de Egipto — y probablemente de Alejandría,— se dedicó al comercio desde su infancia, pero, descontento de las condiciones del comercio en su propio país, emprendió una serie de viajes lejanos, en cuyo transcurso visitó las orillas del mar Negro, la península del Sinaí, Etiopia (Abisinia), y acaso Ceilán. Cristiano y nestoriano, terminó su vida siendo monje. Su sobrenombre griego de Indicopleustes se encuentra ya en ediciones muy antiguas de su obra.

El objeto fundamental de la Topografía cristiana no ofrece gran interés aquí para nosotros, ya que Cosmas se proponía demostrar a los cristianos que, a pesar del sistema de Ptolomeo, la Tierra no tiene forma de esfera, sino más bien de una caja rectangular alargada semejante al altar del tabernáculo de Moisés. Sostenía, además, que el Universo entero posee una forma semejante a la de dicho tabernáculo. Pero la mucha importancia histórica de esa obra reside en los informes de orden geográfico y mercantil que nos da sobre la época de su autor. Éste informa concienzudamente al lector de las fuentes a las cuales ha apelado y da una apreciación muy completa de cada una de ellas. Separa sus propias observaciones, “hechas por un testigo ocular,” de los informes de otros testigos oculares y de los recogidos de versiones del boca en boca. . Describe como testigo de vista el palacio del rey de Abisinia en la ciudad de Axum, en el reino llamado de Axum, y habla detalladamente de varias interesantes inscripciones de Nubia y de las costas del mar Rojo. Habla también de la fauna africana e india y, sobre todo (y este es el punto más importante), nos da importantes datos sobre la isla de Ceilán (Trapobana), explicando la importancia comercial de esa isla en la Alta Edad Media. De su relato se desprende que en el siglo VI, Ceilán era un centro de comercio internacional entre China por una parte y por otra el África, Persia y, a través de Persia, Bizancio. Según Cosmas, “la isla, estando, como está, en una situación central, es muy frecuentada por naves que proceden de todas las partes de la India, y de Persia, y de Etiopía.” (2)

(1) Inrticopleustes equivale a “quien navega para la India” o “navegante en el océano Indico.”

(2) Cosmas, Topografía Cristiana, libro XX. Mignc, Patr. Gr., 88, col. 445, ed. Winstedt (Cambridge, 1909), p. 333.

Es interesante notar que, a pesar de la ausencia casi completa de relaciones comerciales directas entre Bizancio y la India, ya desde la época de Constantino el Grande se veían monedas bizantinas en los mercados hindúes. Probablemente no las llevaban allí mercaderes bizantinos, sino persas y abisinios (axumitas). En la India septentrional y meridional se han descubierto monedas con el cuño de los emperadores bizantinos de los siglos IV, V y VI, es decir, Arcadio, Teodosio, Marciano, León I, Zenón, Anastasio y Justino. (1) Y ello se debió a que en la vida económica internacional del siglo VI el Imperio bizantino desempeñaba un papel tan importante que, según Cosmas, “todas las naciones hacen su comercio con la moneda romana (la pieza de oro bizantina, nomistna o solidus), de una extremidad a otra de la tierra. Esta moneda es mirada con admiración por todos los habitantes, cualquiera que sea el Estado a que pertenezca, porque no hay Estado alguno donde exista otra semejante.” (2)

(1) V. R. Scwell, Román Coins in India (Journal of Asíatic Society, t. XXXVI [1904], p. 620-621). Khvostov, Historia del comercio orien-tal en el Egipto grecorromano (Kazan, 1907), p. ao. E. Warmington, The commerce between the Román Empirc and India (Cambridge, 1928), p. 140.

(2) Cosmas, ob. cit., libro II. Migne, col. 116, ed. Winstcdt, p. 81.

El mismo autor cuenta al propósito una historia muy interesante,.que muestra el profundo respeto que inspiraba en la India la nomisma bizantina. La historia, poco más o menos, reza así:

El rey de Ceilán había admitido a audiencia al mercader bizantino Sopatrus y a varios persas. Tras recibir sus saludos les mandó sentarse y les interrogó en qué estado se hallaban sus países y cómo iban sus respectivos asuntos. A lo que le contestaron: “Bien.” Más tarde, en el decurso de la plática, el rey preguntó: “¿Cuál de vuestros reyes es más grande y poderoso?” El decano de los persas, interviniendo con afán, dijo: “Nuestro rey es el más poderoso, el más grande y el más rico. Es, en verdad, el rey de reyes y puede hacer todo cuanto desee.” Sopatrus callaba. El rey le interpeló: “Y tú, romano, ¿nada tienes que decir? “¿Qué puedo yo decir —replicó Sopatrus — cuando tantas cosas ha dicho éste? Pero, si quieres saber la verdad, aquí tienes los dos reyes. Mira los dos tú mismo y verás cuál de ambos es más majestuoso y potente.” Expectante el rey a estas palabras, contestó: “¿Cómo puedes decir que tengo aquí los dos reyes?” “Tienes—argumentó Sopatrus—las monedas de los dos: la nomisma del uno y la dracma del otro. Examina las efigies de ambas y descubrirás la verdad.” Después de haberlas examinado, el rey declaró que los romanos eran una nación grande, poderosa y sabia. Hizo que se rindiesen grandes honores a Sopatrus, y, mandando montarle en un elefante, ordenó que se le condujera, a son de tambores, en torno a la ciudad. (1) Tales sucesos fueron contados por el mismo Sopatrus y los compañeros que iban con él desde Adula. Los persas recibieron no corto disgusto.

Además del interés históricogeográfico que presenta, la obra de Cosmas tiene también gran interés artístico, debido a las numerosas miniaturas que ilustran su texto. Es probable que algunas de esas miniaturas se deban al mismo autor. El manuscrito original del siglo VI no ha llegado a nosotros, pero los manuscritos posteriores de la Topografía cristiana contienen copias de las miniaturas originales y son, pues, una fuente preciosa para el estudio de la historia del arte bizantino — y especialmente alejandrino — primitivo. “Las miniaturas de la obra de Cosmas — dice N.P. Kondakov — son más características del arte bizantino de la época de Justíniano, o más bien de la parte brillante del reinado de dicho emperador, que ningún otro monumento de ese período, excepto algunos de los mosaicos de Ravena.” (2)

La obra de Cosmas, traducida después a lengua eslava, goza entre los eslavos de gran predicamento. Hay numerosas versiones rusas de la Topografía cristiana, y las acompañan retratos del autor y numerosos grabados y miniaturas de gran interés para la historia del arte de la antigua Rusia.(3)

Corno ya lo indicamos, Justiniano se proponía liberar el comercio bizantino de la dependencia de Persia. Para ello se necesitaba establecer relaciones directas con la India por el mar Rojo. En el ángulo nordeste de ese mar (golfo de Akaba) se abría el puerto bizantino de Aíla, desde donde las mercancías indias podían ser transportadas, por vía terrestre, remontando Palestina y Siria, hasta el Mediterráneo. En el ángulo noroeste del mar Rojo había otro puerto, Clisma (cerca de Suez), de donde partía un camino directo al Mediterráneo. En una de las islas sitas a la entrada del golfo de Akaba, en Jotaba (hoy Tiran), junto al extremo sur de la península del Sinaí, se estableció una aduana durante el reinado de Justiniano. (4) Pero las naves bizantinas que surcaban el mar Rojo no eran bastantes en número para sostener un comercio regular. Por eso Justiniano, como señalamos más arriba, quiso establecer relaciones estrechas con los abisinios cristianos y el reino de Axum y les persuadió de que comprasen seda en la India y la revendiesen al Imperio bizantino. Parece que quería que los abisinios desempeñasen el papel de corredores entre la India y Bizancio, en substitución de los persas. Pero los esfuerzos del emperador no tuvieron éxito, porque los abisinios no lograron contrarrestar la influencia de los persas en la India y el monopolio de la compra de la seda siguió en manos de los mercaderes pérsicos. De manera que Justiniano no pudo abrir nuevas vías mercantiles con Oriente. En los intervalos de paz los persas siguieron siendo intermediarios en la parte más importante del total de transacciones mercantiles bizantinorientales, obteniendo de ellas grandes beneficios.

(1) Cosmas, ob. cit., lib. XI, p. 338; Migne, 88, col. 448-449. Este relato parece tradicional, pues que Plinio cuenta otro análogo acerca de los embajadores enviados a Ceilán bajo el reinado de Claudio. Plinio, Historia Natural, VI, 85. V. T. E. Ternent, Ccylon (5.a ed., Londres, 1860), t. I, 5.a parte, cap. I, p. 566.

(2) Kondakov, Historia del arte bizantino considerado principalmente en las Miniaturas (Odesa, 1876), p. 88; ed. francesa (París, 1886), t. I, p. 138.

(3) V- E. Redin, La topografía cristiana de Cosmas Indicoplettstes, seeún las versiones griegas y rusas, ed. D. V. Ainalov (Moscú, 1916). La obra (en ruso) contiene muchos grabados y láminas.

(4) V. W. Heyd, Histoire du commerce du Levant, t. I. pág. 10. Diehl, Jutinien, página 390.

Pero la casualidad favoreció a Justiniano, ayudándole a resolver el problema del comercio de la seda, tan importante para el Imperio. Unos monjes, o, según otras fuentes, un persa, (1) lograron, burlando la vigilancia de los aduaneros chinos, pasar algunos capullos de gusanos de seda desde Serinda al Imperio bizantino, donde enseñaron a los griegos el secreto de la cría de dicho gusano. La nueva industria progresó rápidamente y en breve aparecieron grandes plantaciones de moreras. Se crearon y desarrollaron con rapidez fábricas de sedería. La más importante fue la de Constantinopla, pero hubo otras en las ciudades sirias de Beirut, Tiro y Antioquía, y más tarde en Grecia, sobre todo en Tebas. Existió una fábrica de seda en Alejandría y las llamadas sedas “egipcias” se vendían en Constantinopla. (2) La industria de la seda pasó a ser monopolio del Estado, suministrando al Gobierno un importante manantial de ingresos. Las sedas bizantinas se exportaban a toda Europa y ornaban los palacios de los reyes occidentales y las casas particulares de los mercaderes ricos. Justino, sucesor de Justiniano, pudo mostrar la fabricación de la seda en plena actividad a un embajador turco que se hallaba en su corte. (3) Pero por considerables rentas que la industria de la seda produjese, no podían bastar para mejorar la situación general, tan crítica, de la hacienda del Imperio.

(1) Procopio, De bello gothico, IV, 17 (ed. Haury, t. II, pág. 576). Según él, fueron varios monjes. Excerpta e Theophanis Historia, ed. Bonn, p. 484; ed. L. Dindorf, Historici graeci minores, t. I, p. 447. Según él, fue un persa. Se encontrará una plena confusión de hechos y nombres en F. Richthofen, China. Ergebnisse eigener Reisen und darauf gegründeter Studien, t. I (Berlín, 1877), p. 528-29, 550. La Serinda de Procopio se identifica con el Khotan. V. Richthofen, t. I, p. 550-51. Heyd, t. I, p. 12, y Bury, t. II, p. 332 y se adhieren a esa opinión.

(2) J. Ebersolt, Les arts somptuaires de Byzance (París, 1923), p. 12-13. G. Rouillard, L’Administration civile de l’Egypte byzantine (2.a ed. París, 1928), p. 83.

(3) Excerpta e Theophanis Historia, cd. Bonn, p. 484; Fr. Hist. Gr., t. IV, p. 270.

(4) Procopio, De aedificiis, II, I, 3-a ed., Bonn, p. 209; Haury, t. III, p. 2, 46.

Justiniano, preocupado de todo lo que interesaba a la vida del Imperio, emprendió la gigantesca tarea de defenderlo contra los ataques de los enemigos que lo rodeaban y para ello hizo construir una serie de fortalezas. En pocos años levantó en todas las fronteras del Imperio una línea casi ininterrumpida de fortificaciones (“castella”): en África del Norte, sobre el Danubio y el Eufrates, en las montañas de Armenia, en la lejana península de Crimea… Así restauró y amplió el notable sistema defensivo creado por Roma en épocas anteriores. Con su obra constructora, Justiniano, en frase de Procopio, “salvó el Imperio.” (4) Procopio también escribe en su mismo libro De aedificiis: “Si hubiésemos de enumerar todas las fortalezas elevadas en el Imperio por el emperador Justiniano (mencionándolas) a los hombres residentes en país lejanos y extranjeros e incapaces de comprobar personalmente nuestras palabras, estoy persuadido de que el número de esas construcciones les parecería fabuloso e increíble por completo..” (1) Aun hoy las ruinas que subsisten de las numerosas fortalezas erigidas en las fronteras del antiguo Imperio bizantino suspenden y pasman al viajero moderno.

Justiníano no limitó su actividad constructiva a trabajos de fortificación. Como emperador cristiano, presidió la erección de una gran cantidad de iglesias, entre ellas la incomparable Santa Sofía, de Constantinopla, de la que hablaremos después como de suceso que señala una época en la historia de Bizancio.

Todas las apariencias indican que fue también Justiniano quien hizo construir en las montañas de la lejana Crimea, en el centro de la colonia gótica que ya hemos mencionado, en Doru (más tarde Kankup), una gran iglesia o basílica donde, en el curso de investigaciones, se ha encontrado un fragmento de inscripción con el nombre de Justiniano. (2)


http://www.diakonima.gr/2009/10/15/historia-del-imperio-bizantino-15/