Saturday, December 27, 2014

Historia del Imperio Bizantino. (12)


 

Genseric (king of Vandals) in Rome. Sacco di Roma 455. Painting of Karl Briullov 1833-1836.

Continuación de la (11)

Guerras Contra los Vándalos, Ostrogodos y Visigodos. Los Eslavos. La Política exterior de Justiniano.

La expedición contra los vándalos no se presentaba muy fácil. Había de transportarse, por mar, al África del Norte, un ejército que debería luchar contra un pueblo posesor de una flota potente, la cual, ya a mediados del siglo V, había tentado, con éxito, un golpe sobre Roma. Además, el traslado del grueso de las fuerzas imperiales a Occidente había de implicar graves consecuencias en Oriente, donde Persia, el más peligroso enemigo del Imperio, mantenía con éste continuas guerras fronterizas.


Procopio da un interesante relato de la sesión del Consejo en que se debatió por primera vez la expedición a África. (3) Los consejeros más fieles del emperador expresaron dudas sobre las posibilidades de éxito de la empresa y la consideraron precipitada. Justiniano empezaba a titubear, pero acabó triunfando de su breve flaqueza e insistió en su plan primitivo. La expedición se resolvió. A la vez, se producía en Persia un cambio de dinastía y, en 532, Justiniano lograba concluir una paz “perpetua” con el nuevo soberano, mediante la condición, humillante para Bizancio, de que el Imperio pagaría un considerable tributo anual al rey de Persia. Este tratado dejaba a Justiniano las manos libres en Occidente. A la cabeza del ejército y de la flota que debían participar en la expedición puso al famoso Belisario, que poco tiempo antes había reprimido la gran sedición interior conocida por el nombre de sedición Nika, de la cual hablaremos después. Belisario había de revelarse el más valioso auxiliar del emperador en sus empresas militares.

(1) Diehl, Justinien et la civílisation byzantine an VI síecle. París, 1901, p. 137.

(2) Jordanes, Getica, XXVIII, ed. Mornmsen, p. 95.

(3) Procopio, De bello vandálico. I, 10, ed. Haury, t. I, p. 355-60.

Ha de advertirse que en esta época los vándalos y los ostrogodos no eran ya los peligrosos enemigos de antes. Mal adaptados al clima deprimente del Mediodía, e influidos por la civilización romana, habían perdido muy de prisa su antigua energía y su antiguo valor. Además, las creencias arrianas de estos germanos hacían que sus relaciones con los pobladores romanos de los países que ocupaban no fueran muy amistosas. Las continuas revueltas de las tribus beréberes contribuían mucho a debilitar a los vándalos. Justiniano se daba perfecta cuenta de la situación. Merced a una diplomacia hábil agudizó las discordias interiores de los vándalos, seguro, por ende, de que los reinos germánicos no se unirían contra él. En efecto, los ostrogodos estaban en disensión con los vándalos, los francos ortodoxos mantenían luchas constantes con los ostrogodos, y los visigodos españoles, muy alejados del campo de las hostilidades, difícilmente podían tomar parte activa en una guerra contra Justiniano. Todo ello estimulaba en el emperador la esperanza de poder llegar a batir por separado a sus enemigos.

La guerra contra los vándalos duró, con algunas interrupciones, de 533 a 548. (1) Al principio Belisarío sometió, en un período muy corto, y con una serie de brillantes victorias, al reino vándalo en masa. Justiniano triunfante proclamó: “Dios, en su misericordia, no sólo ha liberado África y todas sus provincias, sino también ha devuelto las insignias imperiales apresadas por los vándalos en la toma de Roma.” (2) Considerando terminada la guerra, Justiniano llamó a Belisario a Constantinopla, con lo más del ejército. Pero entonces estalló una terrible insurrección: los moros, tribu indígena beréber, se sublevaron y las tropas de ocupación en África tuvieron que pelear contra ellos una campaña muy dura. Salomón, sucesor de Belisario en África, fue completamente batido y resultó muerto (544). La lucha continuó, agotadora, hasta el 548, en que la autoridad imperial fue restaurada en definitiva. Esta decisiva victoria se debió a Juan Troglita, diplomático y general de talento. Sus éxitos aseguraron en África una tranquilidad absoluta durante cosa de cuarenta años Juan Troglita, con Belisario y Salomón, son los tres héroes de la reconquista de África por el Imperio. (3) Sus altos hechos son relatados por el poeta africano Corippo en su obra histórica Johannis.

Los planes de conquista de Justiniano en África del Norte no se habían realizado por completo. La zona occidental, próxima al Atlántico, no se había reconquistado, a excepción de la poderosa fortaleza de Septum (hoy fortaleza española de Ceuta), próxima a las columnas de Hércules. Pero la mayor parte de África del Norte, Córcega, Cerdeña y las Baleares se habían vuelto a convertir en regiones integrantes del Imperio. Justiniano se esforzó con máxima energía en restablecer el orden en los territorios recuperados. Aun hoy, las grandiosas ruinas de numerosas fortalezas bizantinas erigidas por Justiniano en África del Norte atestiguan la considerable actividad desplegada por el emperador con miras a la defensa del país.

Más agotadora todavía fue la lucha contra los ostrogodos, que duró, también con algunas interrupciones, desde 535 a 554 (4) Estas fechas acreditan que la guerra con los ostrogodos, en sus trece años primeros, se mantuvo a la par que la guerra contra los vándalos, Justiniano empezó por intervenir en los asuntos internos de los ostrogodos, y luego emprendió una acción militar. Un ejército suyo inició la conquista de Dalmacia, que entonces pertenecía al reino ostrogodo. Otro ejército, conducido por mar a las órdenes de Belisario, ocupó Sicilia sin gran dificultad, y después, pasando a Italia, conquistó Nápoles y Roma. Poco más tarde — 540 ,— Ravena, la capital ostrogótica abrió sus puertas a Belisario. Este regresó a Constantinopla, llevando prisionero al rey ostrogodo. Justiniano añadió a sus títulos de “Africano” y “Vandálico,” el de “Gótico.” Italia parecía definitivamente conquistada para Bizancio.

(1) Sobre esta guerra v. Dichl, L’Afrique byzantine (París, 1896), p. 3-33. 3SS-381• Id., Jusünien, p, 178-180, W. Holmcs, The Age of Justinian ana Theodora, t. II. 2.” ed. (Londres, 1912), p. 489-520

(2) Codex Justinianus, I, 27, I, 7.

(3) V. Bury, II” p. 147.

(4) Se hallará un relato muy detallado en Bury, II, p. 151-286. V. también Diehl, Justinien, p. 181-201. Holmes, II, 544- 583

Entonces apareció entre los godos un jefe valeroso y enérgico, el rey Totila, último defensor de la independencia de los ostrogodos, cuya situación restableció rápidamente. En vista de los éxitos militares de Totila, Belisario fue llamado de Persia y enviado a Italia para asumir el mando supremo. Pero era imposible conseguir la dominación imperial en Italia sin potentes refuerzos. Una tras otra, las conquistas bizantinas en Italia y las islas pasaron a manos de los ostrogodos. La infortunada ciudad de Roma, que cambió de manos varias veces, quedó trocada en un montón de ruinas. Tras tantos fracasos, Belisario fue llamado a Constantinopla. La situación fue al cabo restablecida por otro valeroso general, Narsés, quien sometió a los ostrogodos en una serie de hábiles operaciones militares acreditativas de un verdadero talento estratégico El ejército de Totila fue derrotado en la batalla de Busa-Gallorum (Gualdo Tadino), en Umbría, el 552. Totila se dio a la fuga y fue muerto. (1) “Sus ropas manchadas de sangre y la toca ornada de piedras preciosas que llenaba fueron recogidas por Narsés, quien las mandó a Constantinopla, donde fueron puestas a los pies del emperador, con el fin de probar a los ojos de este último que el enemigo que había desafiado su autoridad por tanto tiempo había dejado de existir.” (2)

Tras una guerra ruinosa de veinte años, Italia, Dalmacia y Sicilia se hallaron reunidas al Imperio en 554. La Pragmática Sanción, publicada por Justiniano en ese mismo año, restituía a la alta aristocracia terrateniente de Italia y a la Iglesia los dominios que les habían quitado los ostrogodos, así como todos sus antiguos privilegios. En ella se indicaban, además, una serie de medidas destinadas a aliviar las cargas de la arruinada población. A raíz de las guerras ostrogóticas, la industria y el comercio italianos dejaron durante mucho tiempo de desarrollarse y, a causa de la falta de mano de obra, muchas campiñas de Italia permanecieron sin cultivo. Roma, por algún tiempo, sólo fue una ciudad de segundo orden, arruinada, sin importancia política. El Papa la eligió para su refugio.

La última empresa militar de Justiniano se dirigió contra los visigodos de la Península Ibérica. Aprovechando las luchas civiles que se habían entablado en España entre diversos pretendientes al trono visigótico, Justiniano, el año 550, envió una expedición naval a aquel país. (3) Aunque las tropas bizantinas no eran muy fuertes, la campaña tuvo éxito. (4) Numerosas ciudades y plazas fuertes marítimas fueron ocupadas.

(1) En Bury se hallará una descripción detalladísima de !a batalla, t. II, p. 261-260 y 288-91.

(2) Juan Malalas, p. 486. Teófanes, s. a. 6044, ed. De Boor, p. 228. V. Bury, t. II, página 268.

(3) V. Bury, t. II, p, 287.

(4) El autor dice, en el origina utilizado por mí, “un éxito muy grande.” Basta comparar el resultado de la expedición contra los visigodos españoles con el de las análogas dirigidas contra ostrogodos y vándalos para advertir que el éxito no fue muy grande. Ostrogodos y vándalos fueron deshechos, mientras los visigodos sólo sufrieron un quebranto parcial del que no tardaron mucho en recuperarse, expulsando de España a los bizantinos. (Nota del Traductor.)

En definitiva, tras cruentas batallas, Justiniano logró arrebatar a los visigodos el ángulo sudeste de la Península, con las ciudades de Cartagena, Málaga y Córdoba. Más tarde extendió los territorios sometidos, que llegaron por el oeste hasta el cabo San Vicente y por el este más allá de Cartagena. (1) La provincia imperial de España, creada entonces, quedó, con algunas modificaciones, bajo el dominio de Constantinopla durante 70 años aproximadamente. No se sabe con exactitud si esa provincia era independiente o subordinada al gobernador de África. (2)

Se han descubierto y descrito recientemente algunas iglesias y otros monumentos arquitectónicos de arte bizantino en España y en sus islas Baleares, pero, hasta donde cabe juzgar, no tienen gran importancia. Son como una prolongación pobre, rústica, del arte difundido en el África Septentrional… El dominio bizantino de España fue, pues, una provincia política, y también una provincia artística de África. (3)

(1) V. Diehl, Justinien, p. 204-206. Bury, t. II, p. 287, H. Gelzer en su ed. de Jorge Ciprio, Descriptio Orbis Romani (Leipzig, 1890), p. XXXII-XXXV. F. Corres, Die byzantinischen Besitzungen an den Küsten des spanisch-westgothischen Reiches (554-624) (Byz. Zeit., tomo XVI, 1907, p. 516). E. Bouchier, Spain under the Román Empire (Oxford, 1914), páginas 54-55. Rafael Altamira, en The Cambr. Mea. Hist., t. II, 1913, p. 163-64.

(2) V. Bury, t. H, p. 287.

(3) Así se expresa J. Puig y Cadafalch en La arquitectura religiosa en el dominio bizantino de España (Byzantion, t. I, 1924, p. 530). Todo el artículo (p. 519-533) merece ser leído.

El resultado de todas estas guerras ofensivas de Justiniano fue duplicar la extensión de su Imperio. Dalmacia, Italia, la parte oriental de África del Norte (zonas de Túnez y del oeste de Argelia actuales), el sudeste de España, Sicilia, Cerdeña, Córcega y las Baleares entraron en el Imperio de Justiniano. El Mediterráneo pasó a ser un lago romano. Las fronteras del Imperio iban de las columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar) al Eufrates. Pero a pesar de los considerables éxitos obtenidos, los resultados estuvieron lejos de realizar los planes iniciales de Justiniano, puesto que en definitiva no logró reconquistar todo el Imperio romano de Occidente. La mitad occidental del África del Norte, la mayor parte de la Península Ibérica, el norte del reino ostrogodo, al septentrión de los Alpes (antiguas provincias de Retia y Nórica), quedaron fuera de los límites de los países sometidos por los ejércitos de Justiniano. En cuanto a Galia, no sólo permaneció independiente en absoluto del Imperio bizantino, sino que incluso triunfó de él en cierta medida, ya que Justiniano, amenazado por los francos, hubo de ceder Provenza al rey de estos. Además, en los vastos territorios reconquistados el poder del emperador no fue igualmente sólido en todas partes. El gobierno no disponía de bastantes tropas ni bastantes medios para establecerse con más firmeza. Y aquellos territorios sólo podían conservarse por la fuerza. De manera que los éxitos, brillantes en apariencia, de las guerras ofensivas de Justiniano, contenían en sí los gérmenes de graves complicaciones para el futuro, tanto en lo político como en lo económico. Las guerras defensivas de Justiniano fueron mucho menos felices y a veces incluso humillantes por sus resultados. Tales guerras se mantuvieron contra los persas, al este, y contra los eslavos y hunos, al norte.

Las dos “grandes potencias” del universo conocido, Bizancio y Persia, sostenían desde siglos atrás guerras agotadoras en la frontera oriental del Imperio bizantino. Después de la paz “perpetua” convenida con Persia y que hemos mencionado antes, el rey persa Cosroes AnushiIVan — esto es, el Justo,— príncipe hábil y valeroso (1), advirtiendo las altas miras del emperador en Occidente, se preparó a la acción. Consciente de la importancia de los intereses que poseía en sus provincias limítrofes de Bizancio, y visitado además por una embajada de ostrogodos que le pedían socorro, denunció la paz “perpetua” y abrió las hostilidades contra el Imperio bizantino. (2) Siguió una guerra cruel, ventajosa para los persas. Belisario, llamado desde Italia, no logró nada contra ellos. Cosroes invadió Siria, saqueó y destruyó Antioquía, “ciudad que era a la- vez antigua y de grande importancia y la primera de todas las ciudades que los romanos tenían en Oriente, a la par que por su riqueza y magnitud por su población y por su belleza y por su prosperidad de todo género.” (3) En su marcha victoriosa, Cosroes alcanzó la costa del Mediterráneo. Al norte, los persas se esforzaron en abrirse camino hacia el mar Negro y tuvieron que combatir a los lazios en la provincia caucásica de Laziquia (hoy Lazístán); que entonces dependía del Imperio bizantino. Tras muchos esfuerzos, Justiniano logró al fin una tregua de cinco años, para obtener la cual hubo de entregar una gran suma de dinero. Pero aquella lucha interminable había fatigado a Cosroes, y en 562 Bizancio y Persia llegaron a un convenio que garantizaba una paz de cincuenta años. Merced al historiador Menandro (4) poseemos informes precisos y detallados sobre las negociaciones y condiciones del convenio. El emperador se comprometía a pagar cada año a Persia una gruesa cantidad en metálico, mientras el rey de Persia prometía garantizar la tolerancia religiosa a los cristianos de Persia, con la estricta condición de que se abstuviesen de todo proselitismo. Los negociantes romanos y persas, cualquiera que fuese su negocio, debían efectuar su tráfico en ciertos lugares prescritos, donde se establecían aduanas, con exclusión de todo otro punto. La estipulación más importante para Bizancio era el abandono por los persas de la provincia de Laziquia, situada en el litoral sudeste del mar Negro y que debía volver a los romanos. Así, los persas no lograban mantenerse en las riberas del mar Negro, que seguía siendo bizantino. El hecho tenía gran importancia política y económica. (1)

(1) E. Stein da mucha importancia a Cosroes y sobre todo a su padre Kavad, hombre de gran talento, que le recuerda a Filipo de Macedonia y a Federico Guillermo I de Prusia, dos casos en que vastagos eminentes utilizaron la obra de sus padres y donde los éxitos de los hijos han relegado a la sombra las tareas menos brillantes, pero quizá más difíciles, de sus progenitores. V. Stein, Ein Kapitel vom persischen und vom byzantinischen Staate (Byzantinisch Neugriechtsche Jahrbücher, t. I, 1920, p. 64).

(2) Sobre la guerra pérsica bajo Justiniano, v. Diehl, Justiníen, p. 308-217. Holmes, t. II, p. 365-419 y 584-604. Bury, t. II, p. 79-123. Kulakovski, Historia de Bizancio, t. II, Kiev, 1912, p. 188-208 (en ruso).

(3) Procopio, De bello pérsico, II, 8, 23 (ed. Haury, t. I, p. 188),

(4) Menandro, Excerpta, ed. Bonnensis, p. 346 y sigs. Excerpta historien jussu imp. Constantini Porphyrogeniti confecta, ed. de Boor (Bcrolini, 1903), I, p. 175 y sigs.

Amenazado por el peligro persa, Justiniano, entre tanto, había entrado en negociaciones con los lejanos abisinios y los himiaritas de Arabia. La provincia más avanzada de la Península Arábiga era el Yemen, al suroeste. Allí había florecido, en tiempos remotos, anteriores a la Era cristiana, el reino de los sábeos (Saba-Shoba), al que se vincula la leyenda de la reina de Saba, que se dice haber visitado al rey Salomón. A fines del siglo II a. de J.C. aquel país se convirtió en el reino de los sábeos himiaritas. El comercio y la vida marítima eran las principales ocupaciones de los habitantes. Las numerosas ruinas e inscripciones que se hallan aún atestiguan el poderío y prosperidad de aquel reino. El cristianismo empezó a propagarse en él a mediados del siglo IV, hallando un serio adversario en el judaísmo, que había hecho muchos prosélitos en el país. En la primera mitad del siglo VI, el rey de los himiaritas u homeritas, que favorecía a los sectarios del judaísmo, comenzó a perseguir con dureza a los cristianos de la Arabia del Sur. En ayuda de éstos acudió el rey cristiano de Etiopía, quien triunfó del rey judío en la lucha que siguió. El rey abisinio ocupó el Yemen, esforzóse en devolver al cristianismo su antiguo rango preeminente, y notificó al patriarca de Alejandría y al emperador bizantino Justino I su victoria sobre el judaísmo. El sucesor de Justino, Justiniano el Grande, envió una embajada a Axum, capital del reino abisinio, y a los homeritas, sobre quienes reinaba a la sazón el monarca abisinio. Justiniano tenía la intención de servirse de aquellos lejanos Estados para sus planes militares y comerciales, y sobre todo para obtener el concurso de tales países contra Persia. El principal servicio que los abisinios podían prestar era poner fin al monopolio persa del comercio de la seda, yendo a buscar la seda a Ceilán y llevándola hasta los puertos del mar Rojo, servicio que les habría reportado muchas ventajas.” (2) El rey de Abisinia consintió en aliarse con Justiniano y prometió hacer lo que se le pedía. Pero ni él ni sus vasallos del Yemen pudieron cumplir sus promesas. Sabemos (3) que, después de la primera embajada, Justiniano envió a Abisinia y al Yemen un tal Nonnosus; mas nada conocemos sobre éste, fuera de que en el curso del viaje corrió grandes peligros provocados por los hombres y por las fieras.

(1) Sobre detalles del tratado, v. K. Giiterbock, Byzanz und Persien in ihren diplomatisch-vólkerrechtlichen Beziehungen im Zeitalter Justinianus, Berlín, 1906, p. 57-105. Bury, tomo II, p. 120-23. E• Stein, Studien, p. 5-6.

(2) Bury, t. II, p. 325.

(3) Nonnosi fragmentum, ed. Bonn, p. 479. Fragmenta Historícomm graecorum, edicion Mullerus, t. IV, p. 179.

Muy diferentes fueron las guerras defensivas sostenidas al norte, es decir, en la misma Península de los Balcanes. Como ya dijimos, los bárbaros del norte — los búlgaros y, según toda probabilidad, los eslavos—habían devastado las provincias de la Península desde el reinado de Anastasio. En la época de Justiniano el Grande los eslavos, por primera vez, aparecen con su propio nombre. Procopio en sus escritos los llama “eslavones.” En este periodo, grandes hordas de eslavos y búlgaros, a los que Procopio llama hunos, cruzaban el Danubio y casi cada año adentraban bastante profundo al territorio bizantino, pasándolo todo a sangre y fuego. Por una parte alcanzaron los arrabales de la capital, internándose hasta la región Helesponto, y por otra entraron en Grecia, que recorrieron hasta el istmo de Corinto. Al oeste llegaron hasta las orillas de Adriático. Tambien en el reinado de Justiniano, comenzaron los eslavos a manifestar sus aspiraciones al mar Egeo. En sus esfuerzos para alcanzar este mar amenazaron Tesalónica, una de las ciudades más importantes del Imperio y cuyos alrededores fueron pronto uno de los focos eslavos de la península. Las tropas imperiales combatieron con encarnizamiento a los eslavos, y muy a menudo les obligaron a retirarse allende el Danubio. Pero puede afirmarse con la mayor certeza que no todos los eslavos eran expulsados. Las tropas de Justiniano, ocupadas en otros lugares importantes, no pudieron poner fin de manera decisiva a las incursiones anuales de los eslavos, y parte de éstos se instaló en el país. La época de Justiniano fue trascendente en el sentido de que asentó los cimientos del problema eslavo en la Península Balcánica, problema que había de tener máxima importancia para Bizancio a fines del siglo VI o principios del VII.

Además de los eslavos, los gépidos y los cutrigures, rama de la raza huna, invadieron por el norte la Península de los Balcanes. En el invierno de 558-59, los cutrigures, mandados por Zabergan, penetraron en Tracia. Desde allí una parte se destacó para devastar Grecia y otra invadió el Quersoneso tracio (Gallípoli). Un tercer ejército, compuesto de jinetes, a las órdenes de Zabergan en persona, marchó hacia Constantinopla. El país fue asolado y el pánico cundió en la capital. Todos los objetos preciosos de las iglesias de las provincias invadidas se enviaron a Constantinopla o se expidieron por mar a la orilla asiática del Bósforo. En esta ocasión crítica, Justiniano recurrió a Belisario para que salvase Constantinopla. Los invasores fueron vencidos en su triple ataque, pero Tracia, Macedonia y Tesalia padecieron muchísimo, desde el punto de vista económico, durante aquella invasión. (1)

El peligro húnico no se notó sólo en los Balcanes, sino también en Crimea, que pertenecía en parte al Imperio. Había allí dos ciudades, Querson y Bósforo, famosas por haber mantenido, en el curso de los siglos, la civilización griega en aquellos parajes bárbaros. Además, cumplían papel esencial en el comercio que mediaba entre el Imperio bizantino y los territorios de la Rusia de hoy. Hacia el fin del siglo V, los hunos habían ocupado la mayor parte de la península y empezaban a amenazar las posesiones bizantinas de aquella región. Por otra parte, existía en las montañas de Crimea una pequeña colonia de godos, cuyo centro principal era Doru, que, como protegido del Imperio, se hallaba amenazado también por los hunos. Para conjurar el peligro húnico, Justiniano mandó reconstruir varios fuertes y edificar largas murallas de las que todavía quedan vestigios hoy.(2) Era una especie de “Limes Tauricus.” El sistema de fortificaciones establecido por Justiniano en Crimea consiguió alejar el peligro húnico de las posesiones bizantinas y de la colonia goda de la península.(3)

(1) V. Bury, t. II, p. 298-308.

(3) W. Tomaschek, Die Gotcn tn Taurien (Viena, 1881), p. 15-16. A. Vasiliev, Los godos en Crimea (Leningrado, 1927), p. 182 (en ruso). La cuestión de los muros de Justiniano en Crimea requiere más estudio, hecho sobre el lugar.

(3) V, A. Vasiliev, ob. cit-, p. 179-183. J. Kulakovski, El pasado de la Taurida, 2.a ed., Kiev, 1914, p. 60-62 (en ruso). (Táurida era el antiguo nombre de Crimea.) Bury, II, páginas 310-312.

El celo evangelizador de Justiniano y Teodora se extendió a los pueblos africanos que habitaban la región del Alto Nilo comprendida entre Egipto y Abisinia. Allí moraban dos pueblos, los blemmies, más abajo de la primera catarata, y los nobadas, al sur de los primeros. Merced a la energía y a la habilidad de Teodora, los nobadas y su rey Silko se convirtieron al cristianismo, profesando la doctrina monofisista. (1) Luego, los esfuerzos combinados de un general bizantino y de Silko lograron imponer a los blemmies iguales creencias. Para conmemorar su victoria, Silko hizo grabar una inscripción en un templo de los blemmies. “La jactancia de ese reyezuelo — escribe Bury — sería apropiada en boca de Atila o de Tamerlán.” (2) En esa inscripción, Silko se da el título siguiente: “Yo, Silko, soberano ) de los nobadas y de todos los etíopes.” (3)

Haciendo balance del conjunto de la política exterior de Justiniano, ha de decirse que sus guerras interminables y agotadoras, que en definitiva no realizaron todas sus esperanzas ni todos sus planes, tuvieron fatales consecuencias para la situación general del Imperio. En primer lugar, aquellas gigantescas empresas requirieron gastos enormes. Procopio, en su “Historia secreta,” cuyo testimonio no debe ser acogido sino con la mayor cautela, declara — quizá con alguna exageración—que Anastasio había dejado reservas enormes para la época, que ascendían a 320.000 libras de oro (unos 1.500 a 1.600 millones de pesetas oro), todas las cuales Justiniano dilapidó pronto. (4) Según testimonio de otro historiador del siglo VI, el sirio Juan de Efeso, (5) las reservas de Anastasio no se agotaron en absoluto sino bajo el reinado de Justino II, esto es, después de la muerte de Justiniano. En todo caso, el legado de Anastasio, incluso si restringimos la cifra de Procopio, debió ser de gran utilidad a Justiníano para sus empresas militares. Pero no podía bastarle. En cuanto a los nuevos impuestos, eran superiores a las capacidades de pago de una población extenuada. Los esfuerzos del emperador para reducir los gastos estatales haciendo economías en el sostenimiento del ejército produjeron una reducción del número de soldados, disminución que tornaba muy insegura la suerte de las provincias occidentales conquistadas.

(1) Se hallará un interesante relato de este episodio en un historiador monofisita del siglo vi; Juan de Efeso, IV, 6-7. V. Crónica de Miguel el Sirio, trad. por J. B. Chabot, t. II (París, 1901), p. 266. L. Duchcsne, Les Missions chrctiennes au sud de l’Empire romain (Mélanges d’archéologie et d’histoire], t. XVI, 1896, p. 84-85. Bury, II, p. 328-329.

(2) Bury, II, p. 330.

(3) V. Corpus Inscriptionum Graecarum, III, 5072, p. 486. G. Lefébure, Colección de inscripciones griegas cristianas de Egipto (El Cairo, 1907), 628 (p. 118).

(4) Procopio, Historia Arcana, 19, 7-8, ed. Haury, p. 121.

(5) Juan de Efeso, Hist. ed. V, 20.

Desde el punto de vista romano de Justiniano, sus expediciones de Occidente son comprensibles y naturales; pero desde el punto de vista de los intereses reales del Estado deben ser consideradas inútiles y nocivas. La brecha abierta entre Oriente y Occidente era ya tan grande en el siglo VI, que la sola idea de reunir ambas regiones constituía ya un anacronismo. No podía existir una unión efectiva. Las provincias conquistadas sólo podían retenerse por la fuerza, y ya hemos visto que el Imperio no disponía de poder ni de medios para ello. Arrastrado por sus sueños irrealizables, Justiniano no comprendió la importancia de la frontera y provincias orientales, donde residían esencialmente los intereses vitales del Imperio bizantino. Las expediciones occidentales, obra sólo de la voluntad del emperador, no podían tener resultados duraderos, y el plan de restauración de un Imperio romano único desapareció con Justiniano, aunque no para siempre tampoco. A causa de la política general exterior de Justiniano, el Imperio atravesó una crisis económica intensa y extremadamente grave.



http://www.diakonima.gr/2009/09/28/historia-del-imperio-bizantino-12/

Historia del Imperio Bizantino. (11)



Continuación de la (10)

Justiniano el Grande y sus Sucesores. (518-610).

Los sucesores de Zenón y Anastasio se atuvieron, en su política exterior tanto como en su política religiosa, a caminos absolutamente opuestos a los adoptados por aquellos dos emperadores: es decir, se volvieron de Oriente a Occidente.

Los Emperadores del Período 518-610.

Entre los años 518 y 578, el trono estuvo ocupado por los emperadores siguientes: primero, Justino, el Viejo (518-527), jefe de la guardia imperial (1), que fue elevado fortuitamente a la púrpura a la muerte de Anastasio; después su ilustre sobrino Justiniano, el Grande (527-565), y, en fin, un sobrino de este ultimo, Justino II, conocido por Justino el Joven (565-578). A los nombres de Justino y Justiniano está ligado estrechamente el problema de su origen.
 

Muchos sabios han tenido durante largo tiempo como un hecho el origen eslavo de Justino y Justiniano. Esta teoría se fundaba en una biografía del emperador Justiniano debida al parecer al abate Teófilo, profesor de Justiniano, y publicada por el conservador de la Biblioteca Vaticana, Nicolás Alemannus, a principios del siglo XVII. En esa “Vida” se halla a Justiniano y a sus padres mencionados por diversos nombres, con los cuales habían, según el autor, sido conocidos en sus países de origen. De acuerdo con las más doctas autoridades en materia de estudios eslavos, tales nombres serían eslavos, como el de Justiniano: “Upravda” (“la verdad,” “la justicia”). El manuscrito de Alemannus fue descubierto y estudiado a fines del siglo XIX (1883) por el sabio inglés Bryce, y éste ha demostrado que tal manuscrito, compuesto a principios del siglo XVII, era de carácter legendario y no tenía valor histórico alguno. Por tanto, hoy se debe eliminar en absoluto la teoría del origen eslavo de Justiniano.(1) Cabe, apoyándose en ciertas fuentes, considerar a Justino y Justiniano como probablemente iliríos o acaso albaneses. En todo caso, Justiniano nació en una población de Macedonia, no lejos de la actual ciudad de Uskub, cerca de la frontera albanesa. Algunos sabios hacen remontar su familia a los colonos romanos de Dardania, esto es, de la Macedónia superior.(2) Así, los tres primeros emperadores de este período fueron ilirios o albaneses, pero iliríos y albaneses romanizados. Su lengua materna era el latín.

(1) Era conde de los Excubítores, un regimiento de la guardia.

El débil Justino II murió sin hijos. A instigación de su mujer, Sofía, adoptó al tracio Tiberio, comandante del ejército imperial, y le designó cesar. En esta ocasión Justino pronunció un discurso muy interesante, que ha llegado hasta nosotros en su forma original, esto es, “estenografiado” por los escribas. Este discurso, sincero y contrito, produjo honda impresión en los contemporáneos. (3) He aquí algunos de sus pasajes:

“Sabe que es Dios quien te bendice y te confiere esta dignidad, y no yo… Honra como a tu madre a la que ha sido hasta aquí tu reina; no olvides que antes has sido su esclavo y ahora eres su hijo. No te complazcas en derramar sangre; no te hagas cómplice de muertes; no devuelvas mal por mal y te hagas impopular como yo… Que este boato imperial no te enorgullezca como me enorgulleció a mí… Presta atención al ejército; no estimules a los delatores y no dejes que los hombres digan de ti: “Su predecesor era tal y tal”; porque te hablo por mi propia experiencia.” (4)

(1) J. Bryce, Life of Justinian by Theopilus, en el Archivio della Reale Societa Romana di Storia Patria, t. X {Roma. 1887), p. 137-171, y en la English Historical Review, t. II (1887), p. 657-684.

(2) Jirecek, Geschichte der Serben (Gotha, 1911), t. I, p. 36. Bury, t. II, p. 18, n. 3. Sobre el origen de Justiniano, v. A. Yasilícv, El problema del origen eslavo de Justiniano (Bizantinski Vremennik, t. I (1894), p. 469-492, en ruso).

(3) El texto del discurso se hallará en Teofilacto Simocatta, III, II, ed. de Boor, páginas 132-133. Evagrio, V, 13. Juan de Efeso, III, 5. En un artículo muy interesante a propósito de ese discurso, el sabio ruso V. Valdenberg demuestra que esos tres escritores nos dan tres versiones diferentes de la misma arenga. (V. Valdenberg, Un discurso de Justino II a Tiberio, en el Boletín de la Academia de Ciencias de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Leningrado, 1928, n. 2, p. 129. en ruso.)

(4) Según la trad. dada por Bury de la versión de Teofilacto (Bury, t. II (1889), p. 77-78).

A la muerte de Justino II, Tiberio reinó con el nombre de Tiberio II (578-5855). Con él terminó la dinastía de Justiniano. Su sucesor fue su yerno Mauricio (582-602). Las fuentes no están acordes sobre el origen de Mauricio. Algunos pretenden que su familia procedía de la lejana población capadocia de Arabissus (1) — cerca de la actual Elbistán—-, mientras, otros, aunque llamándole capadocio, declaran que fue el primer griego que ascendió al trono bizantino.(2) En rigor no hay contradicción entre los términos, porque es muy posible que Mauricio fuera en realidad el primer emperador de raigambre griega, aunque naciese en Capadocia. (3) Pero, según otra tradición, era romano.(4) Finalmente, Kulakovski considera probable que Mauricio fuese de origen armenio, porque la población indígena de Capadocia era armenia.(5) El ultimo emperador del período justinianeo fue el tirano tracio Focas (602-610), que destronó a Mauricio.

Justino I

Desde su exaltación al trono, Justino I abandonó la política religiosa seguida por sus dos predecesores inmediatos, aproximándose definidamente a los adeptos de la doctrina de Calcedonia y abriendo una serle de furiosas persecuciones contra los monofisistas. El gobierno se reconcilió con Roma y así concluyó el desacuerdo entre las Iglesias oriental y occidental, que se remontaba al reinado de Zenón y al Henótico. La política religiosa de los emperadores de este período fue ortodoxa y el Estado se enajenó, una vez más, la simpatía de sus provincias orientales.

(1) Evagrio, Hist. ecl., t. V, p. 19. Juan de Efeso, Hist. ed., V, p. ai.

(2) Paulo Diácono, Historia Longobardorum, III, 15.

(3) V. Stein, Studien, p. 100, n.° s.

(4) Evagrio, t. V, p. 19.

(5) f. A. Kulakovski, Historia del Imp. Bizant., t. II, p. 419 (en ruso)

(6) Diehl, Figures byzantines, París, 1906, t. I, p. ,56.

Justiniano el Grande. Teodora.

Justino I tuvo por sucesor a su sobrino Justiniano (527-565), la figura más importante de toda su época.

Al nombre de Justiniano está íntimamente vinculado el de su esposa Teodora, una de las mujeres más interesantes de la historia bizantina. La “Historia secreta,” de Procopio, contemporáneo de Justiniano, pinta con colores muy vivos la vida borrascosa de Teodora en sus años juveniles. De creer al autor, la hija del guardián de los osos del Hipódromo vivió en la atmósfera viciada del teatro de aquella época, y sus aventuras galantes fueron numerosas. Había recibido de la naturaleza una gran hermosura, gracia, inteligencia e ingenio. Según Diehl, “divirtió, encantó y escandalizó a Constantinopla.(6) Procopio cuenta que la gente honrada, cuando la encontraba en la calle, cambiaba de camino para no macular sus vestiduras al contacto de ella. (1) Pero estos detalles vergonzosos sobre la juventud de la futura emperatriz deben ser acogidos con las mayores reservas, porque todos emanan de Procopio, quien, en su Historia secreta, se propone, ante todo, difamar a Justiniano y a Teodora. Después de los años tempestuosos de la primera parte de su vida, Teodora desapareció de la capital y permaneció en África algunos años. De vuelta a Constantinopla ya no era la actriz de antes. Había dejado la escena y llevaba una vida de retiro, dedicando gran parte de su tiempo a hilar y testimoniando el interés más vivo por las cuestiones religiosas. En esta época la vio por primera vez Justiniano. Su belleza causó en él viva impresión. Hizo acudir a Teodora a la corte, la elevó al rango de patricia y a poco casó con ella. Al ser hecho Justiniano emperador, su mujer se convirtió en emperatriz. En su nuevo papel, Teodora se mostró a la altura de la situación, manteniéndose fiel a su marido, interesándose en los asuntos del Estado, demostrando gran penetración y ejerciendo considerable influencia sobre Justiniano en materias de gobierno. Durante la sublevación del 532, de la cual hablaremos después, Teodora cumplió un papel de importancia durante la gestión imperial de su marido. Con su sangre fría y su energía extraordinarias, probablemente salvó al Estado de nuevas convulsiones y lo apoyó a Justiniano en momentos donde las decisiones políticas al emperador, lo hacían dudar por su impacto en el Imperio. En lo religioso, manifestó con franqueza sus preferencias por el monofisismo, en lo que fue opuesta a su marido, que vacilaba y que, si bien haciendo concesiones al monofisismo, se aferró a la ortodoxia en el curso de todo su largo reinado. En este punto Teodora acreditó comprender mejor que Justiniano la importancia de las provincias orientales monofisistas, que eran de hecho las zonas vitales del Imperio.

Teodora murió de cáncer el 548, mucho antes que Justiniano. (2) En el famoso mosaico de la iglesia de San Vital, de Ravcna, — mosaico que se remonta al siglo VI ,— Teodora aparece en hábitos imperiales, rodeada de su corte. Los historiadores eclesiásticos contemporáneos de Teodora, así como los historiadores posteriores, han juzgado a la emperatriz con gran severidad. No obstante, en el almanaque ortodoxo, en la fecha 14 de noviembre, se lee: “Asunción del soberano ortodoxo Justiniano aniversario de la reina Teodora.”

(1) Procopio, Historia Arcana, 9, 25, ed. Haury. p. 60-61.

(2) Victoria Tonnennensis, Chronica, s. a. 549: Theodora Augusta Chalcedonensis synodi initnica canceris plaga corpore tota perfusa vitam prodigiose finivit (Chronica Minora, edición Mommsen, t. II, p. 202).

La Política Exterior de Justiniano y su Ideología.

Las numerosas guerras de Justiniano fueron en parte ofensivas y en parte defensivas. Las unas fueron sostenidas contra los Estados germánicos bárbaros de la Europa occidental; las otras contra Persia al este y los eslavos al norte.

Justiniano dirigió el grueso de sus fuerzas a Occidente, donde la actividad militar de los ejércitos de Bizancio quedó coronada por brillantes éxitos. Los vándalos y los ostrogodos hubieron de someterse al emperador bizantino. Los visigodos experimentaron también, aunque en menor grado, el poder de Justiniano. El Mediterráneo se convirtió, por decirlo así, en un lago bizantino. En sus decretos, Justiniano pudo darse el nombre de Caesar Flavius Justinianus, Alamannicus, Gothicus, Francicus, Germanicus, Anticus, Alanicus, Vandalicus, Africanus. Pero este anverso brillante de su política exterior tuvo un reverso. El éxito se pagó caro, muy caro para el Imperio, porque tuvo como consecuencia el agotamiento económico completo del Estado bizantino. Además, al trasladarse los ejércitos a Occidente, el Oriente y el Norte quedaron abiertos a las invasiones de los persas, los eslavos y los hunos.

A juicio de Justiniano, los germanos eran los mayores enemigos del Imperio. Así reapareció la cuestión germánica en el Imperio bizantino durante el siglo VI, con la única diferencia de que en el siglo V eran los germanos quienes atacaban al Imperio, mientras en el VI fue el Imperio el que atacó a los germanos.

Justiniano, al subir al trono, se tornó en representante de dos grandes ideas: la idea imperial y la idea cristiana. Considerándose sucesor de los Cesares romanos, creyó su sacrosanto deber reconstituir el Imperio en sus límites íntegros de los siglos I y II. Como emperador cristiano, no podía tampoco permitir a los germanos arríanos oprimir a las poblaciones ortodoxas. Los emperadores de Constantinopla, en su calidad de herederos legítimos de los Cesares, tenían derechos históricos sobre la Europa occidental, ocupada por los bárbaros. Los reyes germánicos no eran sino vasallos del emperador bizantino, que había delegado en ellos el poder sobre Occidente. El rey franco Clodoveo había sido elevado a la dignidad de cónsul por el emperador Anastasio, y el mismo Anastasio había confirmado oficialmente los poderes del rey ostrogodo Teodorico. Cuando decidió iniciar la guerra contra los godos, Justiniano escribía: “Los godos, que se han apoderado por la violencia de nuestra Italia, se han negado a devolverla.” (1) Él seguía siendo soberano natural de todos los gobernadores que había dentro de los límites del Imperio romano. Como emperador cristiano, había recibido la misión de propagar la verdadera fe entre los infieles, ya fuesen herejes o paganos. La teoría emitida por Eusebio de Cesárea en el siglo IV conservaba su vigencia en el VI. Ella se halla en la base de la convicción de Justiniano, persuadido de que era su deber restaurar el Imperio romano único, el cual, según los términos de una novela (2), alcanzaba antaño las orillas de los dos océanos, habiéndolo perdido los romanos por negligencia. De esta antigua teoría se desprende también la otra convicción de Justiniano de que debía introducir en el Imperio reconstituido una fe cristiana única, tanto entre los paganos como entre los cismáticos. Tal fue la ideología de Justiniano, quien llevó tan ambiciosa política, tal cruzada, al sueño de la sumisión de todo el universo conocido entonces.

(1) Procopio, De bello gothico, I, 5, 8, cd. Haury, II, 26.

(2) Justiniano, Novelas, 30 (44), II, ed. Zacarías von Lingenthal, I, 276. El texto de la Novela está citado por Lot en La fin du monde antique, p. 299-300: “Dios nos ha concedido el llevar a los persas a concluir la paz, el someter a vándalos, alanos y moros, el recobrar toda África y Sicilia, y tenemos buena esperanza de que el Señor nos concederá lo restante de este Imperio que los romanos de antaño extendieron hasta los límites de los dos océanos y perdieron por indolencia.”

Pero no se debe olvidar que esas grandiosas pretensiones del emperador sobre las zonas perdidas del Imperio romano no eran exclusivamente convicciones personales suyas. Análogas reivindicaciones parecían naturales en absoluto a los pobladores de las provincias ocupadas por los bárbaros. Los indígenas de aquellas provincias caídas bajo la dominación arriana veían en Justiniano su único defensor. La situación del África del Norte bajo los vándalos era especialmente difícil de soportar, porque los vándalos habían entablado severas persecuciones contra la población ortodoxa indígena, aprisionando a muchos ciudadanos y representantes del clero y confiscando los bienes de la mayoría. Emigrados y desterrados africanos, y entre ellos numerosos obispos ortodoxos, acudían a Constantinopla implorando al emperador que atacase a los vándalos y asegurándole que un levantamiento general de los indígenas acompañaría semejante tentativa.

Disposiciones análogas se hallaban en Italia, donde la población indígena, a pesar de la persistente tolerancia religiosa de Teodorico y del muy desarrollado gusto de éste por la civilización romana, seguía sintiendo un descontento profundo y volvía sus miradas a Constantinopla, en la esperanza de que ésta ayudaría a librar Italia de la dominación de los invasores y a restablecer la fe ortodoxa. Los propios reyes bárbaros alentaban las ambiciosas aspiraciones del emperador, puesto que continuaban mostrando el más profundo respeto por el Imperio, probando por todos los medios su adhesión al emperador, solicitando títulos honoríficos romanos, acuñando su moneda con la imagen del soberano imperial, etc. De buen grado habrían repetido, con expresión de Diehl, (1) la frase de aquel príncipe visigodo: “El emperador es un dios sobre la tierra y quien levante su mano sobre él debe expiarlo con su sangre.” (2)

Aunque la situación de África e Italia fuese favorable al emperador, las guerras emprendidas por él contra ostrogodos y vándalos habían de ser extremamente difíciles y largas.



http://www.diakonima.gr/2009/09/25/historia-del-imperio-bizantino-11/

El hombre a menudo intenta organizar todo sin Dios. ( Padre Paisios )

Un hombre se ocupó de la cría de peces y todos los días decía — "¡Gloria a Ti, Dios!" — porque veía constantemente la providencia Divina. Él contaba que un pececito desde el momento de su eclosión del huevo, cuando es tan pequeño como la cabeza de un alfiler, tiene una pequeña bolsita con líquido con el cual se alimenta hasta que crezca y pueda alimentarse independientemente con los pequeños insectos acuáticos y algas. ¡O sea, recibe de Dios una "ración especial!" Si Dios provee hasta a los peces, ¡cuan más Él provee al hombre! Pero a menudo el hombre organiza todo y decide sin Dios. "Yo tendré — dice — dos hijos [y basta]" No cuenta con Dios. Por eso se producen tantos desastres y perecen tantos niños. En mayoría de las familias nacen dos hijos. Pero uno de ellos perece en un accidente automovilístico, otro se enferma y muere — y los padres quedan sin hijos.

Cuando para los padres — co-creadores de Dios, se hace difícil asegurar a sus hijos a pesar de los esfuerzos aplicados, entonces deben elevando los brazos al cielo, humildemente buscar la ayuda del Gran Creador. Entonces, se alegran tanto Dios, que ayuda, y él que recibe Su ayuda. Estando en el monasterio Stomión, conocía a un padre de muchos hijos. Él era un guarda del campo en la aldea Epira y su familia vivía en Koniza — a pie se caminaba cuatro horas y media. Él tenía nueve hijos. El camino a su aldea pasaba por el monasterio. Viniendo a trabajar y yendo a casa, el guarda entraba en el monasterio. Cuando volvía me pedía permiso de prender a las lámparas votivas. A pesar de que, al prenderlas, derramaba el aceite al piso, le permitía hacerlo. Yo prefería secar luego el piso que ofenderlo. Cada vez, saliendo del monasterio y caminando unos trescientos metros él tiraba de su fusil. No encontrando explicación a esto decidí observarlo la próxima vez desde el momento de su entrada en el templo y hasta que salga al camino a Koniza. Así supe que él primero prendía las lámparas del templo, luego salía en nartex y prendía la lámpara votiva ante el icono de la Madre de Dios sobre la entrada. Luego tomaba con el dedo el aceite de la lámpara, se arrodillaba, extendía sus manos hacia el cielo y decía "Madre de Dios, tengo nueve hijos. ¡Manda les un poco de carne!" Habiendo dicho esto, él untaba con el aceite que tenía en el dedo la mira de su fusil y se iba. A trescientos metros del monasterio al lado de una mora lo esperaba una cabra silvestre. Él tiraba, la mataba, la llevaba a una cueva que estaba algo mas lejos, allí la faenaba y llevaba la carne a sus hijos. Y eso pasaba cada vez que él volvía a casa. Yo me sentía extasiado ante la fe del guarda de campo y la providencia de la Madre de Dios. Después de veinticinco años, él vino al Monte Santo y me encontró. Durante la conversación pregunté: "¿Cómo están tus hijos? ¿Dónde están?" En respuesta él indicó con la mano el norte y dijo: "Unos en Alemania" — luego extendió su mano al sur y agregó: "En cambio otros en Australia y gracias a Dios saludables." Este hombre conservaba la pureza de las ideologías ateas a su fe y a sí mismo y por eso Dios no lo dejó.



Padre Paisios del Monte Athos